Robert Skidelsky /21/06/2012
Londres– Debido a que las
personas en el mundo desarrollado se preguntan cómo sus países volverán al
pleno empleo después de la Gran Recesión, podría resultarnos beneficioso echar
un vistazo a un ensayo visionario que John Maynard Keynes escribió en el año
1930, titulado “Posibilidades económicas para nuestros nietos”.
La obra de Keynes Teoría
General del Empleo, el Interés y el Dinero, publicada en el año 1936,
equipó a los gobiernos con herramientas intelectuales para luchar contra el
desempleo provocado por las depresiones.
Sin embargo, en el ensayo citado al
principio, Keynes distinguió entre desempleo causado por crisis económicas de
carácter temporal y lo que él denominó “desempleo tecnológico”, es decir, “el
desempleo debido al descubrimiento de medios para economizar el uso de mano de
obra a un ritmo que supera el ritmo con el cual podemos encontrar nuevos usos
para dicha mano de obra”.
Keynes creía que íbamos a
escuchar mucho más sobre este tipo de desempleo en el futuro. Pero su
aparición, él vislumbraba, sería un motivo de esperanza y no de desesperación.
Por que dicho desempleo mostraría que por lo menos el mundo desarrollado estaba
en camino de resolver el “problema económico”, es decir el problema de la
escasez que mantuvo a la humanidad encadenada a una agobiante vida de trabajos
que requerían grandes esfuerzos.
Las máquinas fueron
sustituyendo rápidamente al trabajo humano, ofreciendo la perspectiva de una
producción mucho mayor con una fracción del esfuerzo humano existente. De
hecho, Keynes creía que hasta aproximadamente la época actual (es decir, hasta
principios del siglo XXI) la mayoría de las personas tendrían que trabajar tan
sólo 15 horas a la semana para producir todo lo que necesitaban para su
subsistencia y comodidad.
Los países desarrollados en la
actualidad son casi tan ricos como Keynes pensó que serían, pero la mayoría de
nosotros trabajamos mucho más de 15 horas a la semana, aunque sí es cierto que
tomamos vacaciones más largas, y que el trabajo se ha tornado menos exigente en
lo físico, por lo que nuestras vidas son más longevas. Pero, en términos
generales, la profecía de un gran incremento en el tiempo libre para todos no
se ha cumplido. La automatización se ha llevado a cabo a un buen ritmo, pero la
mayoría de los que trabajamos todavía trabajamos un promedio de 40 horas a la
semana. De hecho, la cantidad de horas de trabajo no han disminuido desde
principios de la década de 1980.
Al mismo tiempo, el “desempleo
tecnológico” ha ido en aumento. Desde la década de 1980, nunca nos hemos
recuperado los niveles de pleno empleo de las décadas de 1950 y 1960. Si bien
la mayoría de las personas todavía tiene una semana laboral de 40 horas, una
minoría sustancial y en aumento ha tenido tiempo libre no deseado, que le fue
impuesto en la forma de desempleo, subempleo, y retiro forzado del mercado
laboral. Es más, durante el periodo en el que nos recuperemos de la recesión
actual, la mayoría de los expertos espera que dicho grupo minoritario y
sustancial crezca y se haga aún más grande.
Lo que esto significa es que
hemos fracasado en gran medida en lo referente a convertir el creciente
desempleo tecnológico en creciente tiempo libre voluntario. La razón principal
para esto es que la mayor parte de las ganancias productivas logradas durante
el transcurso de los últimos 30 años ha ido a parar a manos de los ricos.
Particularmente en los Estados
Unidos y Gran Bretaña desde la década de 1980, hemos sido testigos del retorno
“despiadado y cruel” del capitalismo, que fue vívidamente descrito por Carlos
Marx. Los ricos y los muy ricos se han tornado en mucho más ricos, mientras que
se han estancado los ingresos de todo el resto. Por esto, la mayoría de las
personas no están, en los hechos, cuatro o cinco veces mejor de lo que estaban
en el año 1930. No es de extrañar que dichas personas se encuentren trabajando
más horas de las que Keynes pensó que trabajarían.
Pero hay algo más. El
capitalismo exacerba, a través de todos los poros y de todos los
sentidos, el hambre por el consumo. La satisfacción de dicha hambre se ha
convertido en el gran paliativo de la sociedad moderna, nuestra falsa
recompensa por trabajar cantidades irracionales de horas. Los avisos
publicitarios proclaman un único mensaje: usted encontrará su alma en lo que
compre.
Aristóteles conocía de la
insaciabilidad, pero solamente como un vicio individual, él no vislumbró la
insaciabilidad colectiva, esa insaciabilidad políticamente orquestada que
llamamos crecimiento económico. La civilización de “siempre más” le hubiese
impresionado por ser una locura moral y política.
Además, dicha civilización,
luego de superar un punto determinado, también se convierte en locura
económica. Esto no es sólo o principalmente porque, más pronto que tarde, nos
habremos topado con los límites naturales del crecimiento. Esto es debido a que
no podemos continuar por mucho tiempo más economizando el uso de la mano de
obra a un ritmo mayor del que podemos encontrar nuevos usos para la misma. Ese
camino conduce a una división de la sociedad: a un lado una minoría de
productores, profesionales, supervisores, y especuladores financieros, y al
otro lado una mayoría de zánganos y personas que no pueden trabajar.
Aparte de enfrentar
implicaciones morales, una sociedad se enfrentan ante un dilema clásico: ¿cómo
conciliar la incesante presión consumista con ingresos estancados? Hasta ahora,
la respuesta ha sido pedir prestado, lo que condujo a la masiva deuda que en la
actualidad atormenta a las economías avanzadas. Obviamente, esto es
insostenible, y por lo tanto no existe absolutamente ninguna respuesta, ya que
ello implica colapsos periódicos de la maquinaria de producción de riqueza.
La verdad es que no podemos
continuar automatizando nuestra producción de manera exitosa sin repensar
nuestras actitudes hacia el consumo, el trabajo, el tiempo libre y la
distribución del ingreso. Sin dichos esfuerzos de pensamiento social creativo,
la recuperación de la crisis actual será simplemente un preludio de más
calamidades devastadoras en el futuro.
El nuevo libro de Robert
Skidelsky, en coautoría con Eduardo Skidelsky, se titula “How Much is
Enough? (¿Cuánto es bastante?)
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