Después de haber sido presentada durante mucho tiempo como
“deuda de los Estados”, la crisis de los bancos europeos y del euro se
desarrolló con rapidez creciente a partir de octubre (2011). Su marco es la
crisis económica y financiera mundial en curso desde hace más de cuatro años y
constituye un momento de la misma en el terreno específicamente financiero. En
las primeras fases de la crisis, el epicentro de la misma estuvo en Wall Street
y la City. La dimensión y alcance del shadow banking system y la debilidad de
las medidas de seguridad introducidas después de las declaraciones del G20 de
Londres en mayo 2009 hacen que estos dos centros neurálgicos de las finanzas,
tarde o temprano, marcharán hacia nuevas convulsiones financieras. Por el
momento, el escenario está en Europa y la zona del euro. Desde mediados de
octubre, para seguir la crisis harían falta un artículo o más por semana. Lo
impiden tanto la periodicidad de Carré rouge como los objetivos del colectivo
que la edita. Este artículo toma distancia de la situación inmediata.
La crisis financiera europea es la manifestación, en la
esfera de las finanzas, de la situación de semiparálisis en que se encuentra la
economía mundial. En este momento es su manifestación más visible, pero de
ningún modo la única. Las políticas de austeridad aplicadas simultáneamente en
la mayor parte de los países de la Unión Europea (UE) contribuyen a la espiral
recesiva mundial, pero no constituyen su única causa. Fueron elocuentes los
encabezamientos de la nota de perspectiva de septiembre de 2011 de la OCDE: “La
actividad mundial está cerca del estancamiento”, “El comercio mundial se
contrajo, los desequilibrios mundiales persisten”, “En el mercado del trabajo,
las mejoras son cada vez menos perceptibles”, “La confianza ha disminuido”,
etcétera. Luego de las proyecciones de Eurostat a mediados de noviembre de una
contracción económica de la UE, a la que no escaparía ni siquiera Alemania, la
nota de la OCDE del 28 de noviembre señala un “considerable deterioro”, con un
crecimiento del 1,6% para el conjunto de la OCDE y del 3,4% para el conjunto de
la economía mundial.
Comprensiblemente, la atención de los trabajadores y los
jóvenes de Europa está centrada en las consecuencias del “fin de trayecto” y el
“sálvese quien pueda” de las burguesías europeas. La crisis política de la UE y
la zona euro, así como las interminables vacilaciones del BCE alrededor del
financiamiento directo de los países en mayores dificultades, son sus
manifestaciones más visibles. Se tiende a endurecer las políticas de austeridad
y a montar un operativo de “salvataje total” del que no escape país alguno. Sin
embargo, la situación europea no puede ser comprendida independientemente de la
consideración de la situación de la economía mundial en su totalidad.
La CNUCED comienza su informe señalando que “el grado de
integración e interdependencia económicas en el mundo actual no tiene
precedentes” (CNUCED, 2011).Este reconocimiento es un innegable progreso
intelectual en el que muchos comentadores e, incluso, militantes de izquierda
bien podrían inspirarse. El campo de la crisis es el del “sistema de cambio
internacional más desarrollado” del que ya habla Marx en sus tempranos escritos
económicos (Marx, 1971: 161). Hoy, tras la reintegración de China y la plena
incorporación de la India en la economía capitalista mundial, la densidad de
las relaciones de interconexión y la velocidad de interacciones en el mercado
mundial alcanzan un nivel jamás visto anteriormente. Este es el marco en el que
deben ser abordadas las cuestiones esenciales: la sobreacumulación y
superproducción, los superpoderes de las instituciones financieras y la
competencia intercapitalista.
No hay ningún “fin de crisis” a la vista
En el usual lenguaje económico de inspiración keynesiana, el
termino “salida de la crisis” indica el momento en que la inversión y el empleo
se recuperan. En términos marxistas, es el momento en que la producción de
valor y plusvalor (tomando y haciendo trabajar a los asalariados y vendiendo
las mercancías a fin de realizar su apropiación por el capital) está basada en
la acumulación de nuevos equipos y la creación de nuevas capacidades de
producción. Son muy raras las economías que, como es el caso de China, a pesar
de estar insertas en relaciones de interdependencia, sigan disfrutando de
cierta autonomía de modo tal que la salida de la crisis pueda concebirse a
nivel de la economía del Estado-nación. Todas las demás están insertas en
relaciones de interdependencia que determinan que el cierre del ciclo del
capital (Dinero-Mercancía-Producto-Mercancía’-Dinero’) de la mayor parte de las
empresas (en cualquier caso, de todas las grandes) se realice en el extranjero.
Y los mayores grupos directamente deslocalizan todo el ciclo de una parte de
sus filiales.
A esto se debe el alcance del atolladero registrado durante
el último G20. A más de cuatro años del comienzo de la crisis (agosto 2007) y
tres desde las convulsiones provocadas por la quiebra del banco Lehmannn
(septiembre 2008), el conjunto de la situación está marcado por la incapacidad,
al menos por el momento, del “capital” –los gobiernos, los bancos centrales, el
FMI y los grupos privados de centralización y poder del capital colectivamente
considerados– para encontrar medios que permitan crear una dinámica como la
indicada a nivel de la economía mundial o, como mínimo, en muy grandes sectores
de la misma. La crisis de la zona euro y sus impactos sobre un sistema
financiero opaco y vulnerable son una expresión de esto. Pero esa incapacidad
no implica pasividad política. Lo que ocurre simplemente es que la acción de la
burguesía está cada vez mas movida exclusivamente por la voluntad de preservar
la dominación de clase, en toda su desnudez. En lo que hace de manera inmediata
y directa a los trabajadores de Europa, los centros de decisión capitalista
buscan activamente soluciones capaces de proteger los bancos y evitar el
inmenso choque financiero que significaría el default de pago de Italia o
España, haciendo caer más que nunca todo el peso de la crisis sobre las clases
populares. Un testimonio de esto es el desembarco (con pocos días de
intervalo), en la cúpula de los gobiernos griego e italiano, de comisionados
del capital financiero que fueron designados directamente por este, “evadiendo
los procedimientos democráticos”. Lo testimonia asimismo la danza de rumores
sobre proyectos de “gobernancia” autoritaria que están siendo discutidos en el
seno de la zona euro. Esto tiene implicaciones políticas aún más graves para
los trabajadores, porque viene acompañado por el refuerzo del carácter
procíclico de las políticas de austeridad y privatización que contribuye a la
nueva recesión en marcha.
Los incesantes llamados que desde el otro lado del Atlántico
Norte hacen Barak Obama y el Secretario del Tesoro Tim Geithner para que los
dirigentes europeos den una rápida respuesta a la crisis del euro traducen el
hecho de que “el motor americano”, como dicen los periodistas, está “averiado”.
Desde 1998 (rebote de la crisis asiática), el funcionamiento macroeconómico
estadounidense fue construido casi enteramente sobre la base del endeudamiento
de los hogares, las PyMEs y las colectividades locales. Este “régimen de
crecimiento” está muy arraigado: reforzó con tanta fuerza el juego de los
mecanismos de distribución desigual de los ingresos[1] que los dirigentes no
tienen otra perspectiva a la cual aferrarse que el momento –lejano– en que la
gente pueda (o esté en realidad obligada a) endeudarse nuevamente. Las
diferencias “irreconciliables” entre Demócratas y Republicanos hacen a dos
cuestiones interconectadas: cuál sería la mejor manera de desendeudar al Estado
Federal desde esa perspectiva y si puede o, incluso debe endeudarse más para
alcanzar tal objetivo. La incapacidad de concebir cualquier otro “régimen de
crecimiento” refleja la casi intocable fuerza económica y política de la
oligarquía político-financiera que constituye ese 1%. El movimiento OWS es un
primer signo del resquebrajamiento de esta dominación, pero, hasta que no se
produzca un terremoto mundial que incluya a los Estados Unidos, la política
económica norteamericana seguirá reducida a las inyecciones de dinero del Banco
Central (la Fed), o sea, a hacer funcionar la máquina de fabricar billetes, sin
que nadie sepa hasta cuándo puede durar eso.
China e India pueden ayudar, como lo hicieron en 2009, a
limitar la contracción de la producción y del comercio. En particular, China
seguirá –pero con más dificultades que antes– ayudando a surfear la contracción
mundial. Con la plena integración de India y de China en la economía se produjo
un salto cualitativo en la dimensión del ejército industrial de reserva a
disposición del capitalismo mundial en su conjunto. Adicionalmente, debe
recordarse que en China se encuentran algunos de los más importantes focos de
sobreacumulación y de sobreproducción. Se habla mucho del efecto de tijeras
entre la gran baja de los PIB de los países capitalistas industriales “viejos”
y el ascenso de los “grandes emergentes”, y la crisis también aceleró la
finalización del período de hegemonía mundial de los Estados Unidos (hegemonía
económica, financiera y monetaria desde los años 1930, hegemonía militar no
compartida a partir de 1992). Sin embargo, China no está de ninguna manera en
condiciones de tomar la posta de los Estados Unidos como potencia hegemónica.
Lo novedoso de la gran cuestión política del período
Este artículo trata de repasar la raíz y la naturaleza de
las crisis capitalistas que se han hecho particularmente notorias con la actual
crisis y situar a esta en la “historia larga”. La crisis que está en curso
estalló al término de una fase muy larga (más de cincuenta años) de acumulación
casi ininterrumpida: la única fase de esta duración en toda la historia del
capitalismo. Precisamente, la crisis puede durar muchos años, hasta una década,
porque tiene como sustrato una sobreacumulación de capacidades de producción
especialmente elevada y, como excrecencia, una acumulación de capital ficticio
de un monto también sin precedente. Por otro lado, la muy difícil situación de
los trabajadores en cualquier parte del mundo –por diferenciada que sea la
misma de continente a continente e, incluso, de país a país, debido a sus
anteriores trayectorias históricas– resulta de la posición de fuerza ganada por
el capital, gracias a la mundialización del ejército industrial de reserva con
la extensión de la liberación de los intercambios y de la inversión directa en
China.
Si en un horizonte temporal previsible no hay “salida de la
crisis” para el capital, de manera complementaria y antagónica, el futuro de
los trabajadores y de los jóvenes depende, en gran medida, si no enteramente,
de la capacidad para abrirse espacios y darse “tiempos de respiración”
políticos propios, a partir de dinámicas que, hoy, solo ellos pueden movilizar.
Estamos en una situación mundial en la cual lo decisivo ha pasado a ser la
capacidad que logren estos movimientos –nacidos sin aviso– para organizarse de
tal modo que conserven una dinámica de “autoalimentación”, incluso en
situaciones en las que no existan, a corto plazo, desenlaces políticos claros o
definidos. En Túnez, Grecia o Egipto, pero también en los Estados Unidos el
movimientos OWS, en el especial contexto nacional de la principal potencia
capitalista del mundo y un espacio geográfico continental, lo mejor que los
militantes pueden hacer es ayudar a que los actores de los movimientos con esta
potencialidad afronten los diversos y numerosos obstáculos con que chocan, y
defender la idea de que, en última instancia, las cuestiones sociales decisivas
son “quién controla la producción social, con qué objetivo, según qué
prioridades y cómo puede ser construido políticamente ese control social”.
Posiblemente sea este el sentido de los procesos y consignas “transicionales”
hoy en día. Algunos podrán decir que siempre fue así... Pero, dicho en los
términos que acabo de utilizar, para gran cantidad de militantes constituye una
formulación en gran medida –si no completamente– novedosa.
La valorización “sin fin y sin límites” del capital como
motor de la acumulación
Antes de retomar la crisis iniciada en 2007, es preciso
explicitar los resortes de la acumulación capitalista. Detengámonos un instante
en la teoría de la acumulación en el largo plazo. El objetivo es ayudar,
partiendo de una comprensión precisa de los resortes del movimiento de
acumulación capitalista, a facilitar la explicitación de la naturaleza de las
crisis y a situar cada gran crisis en la historia social y política mundial.
Como escribió Paul Mattick, al comentar una indicación de Engels, “ninguna
crisis real puede ser entendida si no se la sitúa en el contexto más amplio de
desarrollo social global” (Mattick, 1977: 39). La magnitud y los rasgos
específicos de las grandes crisis son la resultante de los medios a los que el
capital (en un sentido que incluye a los gobiernos de los países capitalistas
más importantes) utilizó en el período precedente para “superar estos límites
inmanentes” antes de ver “que vuelven a levantarse estos mismos límites todavía
con mayor fuerza” (Marx, 1973: III, 248). Las crisis estallan en el momento en
que el capital queda nuevamente “reatrapado” por sus contradicciones,
enfrentado a las barreras que él mismo se crea. Mientras más importantes hayan
sido los medios utilizados para superar sus límites, más prolongado haya sido
el tiempo en que esos medios de superación lograron su objetivo, y más pudieron
diferir su revelación, más importante será la crisis y más difícil la búsqueda
de nuevos medios para “superar estos límites inmanentes”. De este modo, la
historia invade la teoría de las crisis.
Cada generación lee y relee a Marx. Y lo hace tanto para
seguir la evolución histórica como también para dar cuenta de la experiencia de
dificultades teóricas con las que tropezó. Durante muchas décadas predominó la
problemática del desarrollo de las fuerzas productivas en sus distintas
variantes, con las reminiscencias de las teorías del progreso que la misma
podía todavía arrastrar. Hoy, el Marx que, como militante-investigador, hay que
leer es el que ayuda a comprender lo que significa la toma del poder de las
finanzas D, el dinero en toda su brutalidad, aquel sobre el que escribió en los
Manuscritos de 1857-58 diciendo que “el capital […] en tanto representante de
la forma universal de la riqueza –el dinero– constituye el impulso desenfrenado
y desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras” (Ibíd.: 276). O
también el que sostiene, en El capital, que la “la circulación del dinero como
capital lleva en sí mismo su fin, pues la valorización del valor sólo se da
dentro de este proceso constantemente renovado. El movimiento del capital es,
por tanto, incesante” (Ibíd.: I, 108). A lo largo del siglo XX, mucho más que
en el momento en que Marx lo estudiara, el capital evidenció un profundo nivel
de indiferencia en cuanto al uso social de las mercancías producidas o a la
finalidad de las inversiones.
Desde hace treinta años, la “riqueza abstracta” ha tomado
cada vez más la forma de masas de capital-dinero en busca de valorización
colocadas en las manos de instituciones –grandes bancos, sociedades de seguro,
fondos de pensión y Hedge Funds– cuyo “oficio” es el de valorizar sus haberes
de manera puramente financiera, sin salir de la esfera de los mercados de
títulos y de activos ficticios “derivados” de títulos, sin pasar por la
producción. En tanto que las acciones y los títulos de deuda –pública, de las
empresas o los hogares– solo son “vales”, derechos a apropiarse de una parte
del valor y de la plusvalía, concentraciones inmensas de dinero se vuelcan al
“ciclo corto Dinero-Dinero” que representa la suprema expresión de lo que Marx
llama el fetichismo del dinero. Expresada mediante formas cada vez más
abstractas, ficticias, “nocionales” (término utilizado por los economistas de
las finanzas) de dinero, la indiferencia ante las consecuencias de la
valorización sin fin y sin límites del capital impregna la economía y la
política, incluso en “tiempos de paz”.
Los rasgos principales del capital a interés que fueron
destacados por Marx –mantenerse “al margen del proceso de producción” y presentar “el interés como el
verdadero fruto del capital, como lo originario, y con la ganancia
transfigurada ahora como ganancia de empresario, como simple accesorio y
aditamento añadido en el proceso de reproducción” (Ibíd.: III, 374)– hoy
enfrentan a los dirigentes capitalistas con toda la sociedad, con el conjunto
de la sociedad. Lo que ocurre a nivel de la distribución (el 1% frente al 99%,
según dice la consigna de los militantes de OWS) es solo la expresión más
fácilmente perceptible de procesos mucho más profundos. En la cúspide de los
grandes grupos financieros –tanto en los llamados “con predominio industrial” como
en los demás–, existe una fusión casi completa entre el “capital-propiedad” y
el “capital-función”, que Marx identificara para oponerlos parcialmente. “La
era de los managers” dejó lugar a otra en la cual hay una identidad de visión
casi completa entre los accionistas y los dirigentes. Para un capital en el que
las finanzas están en el puesto de mando, la búsqueda “desenfrenada y
desmesurada” de la valorización debe ser conducida mucho más implacablemente si
el sistema está en crisis. Los “vales” sobre la producción en forma de
dividendos o intereses están amenazados y alcanzan montos que después de los
años 1920 nunca habían sido tan elevados. Es por esto que, ya sea que se trate
de los trabajadores que el capital emplea pese a la situación de sobreproducción,
o de los recursos básicos que se rarifican o incluso de la posición a adoptar
frente al cambio climático y sus previsibles consecuencias, el reflejo
predominante en el capital tomado de conjunto es intensificar la explotación de
“las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” (Ibíd.: I,
424) y esto, ilimitadamente, hasta el agotamiento, sean cuales fueren las
consecuencias. No puedo extenderme acá en el análisis de las cuestiones
ecológicas y su interacción con el movimiento de la acumulación y sus
contradicciones, pero cabe señalar que, con la crisis, estas interacciones se
hacen aún más estrechas, como lo muestra el último informe de la Agencia
Internacional de la Energía (Reverchon, 2011).
Centralización y concentración del capital e intensificación
de la competencia intercapitalista
La idea asociada a la expresión “los amos del mundo”, la de
una sociedad planetaria del tipo de Metrópolis de Fritz Lang, acaba de ser
reforzada por la difusión de un estudio estadístico muy importante sobre las
interconexiones financieras entre los más grandes bancos y empresas
transnacionales, publicado por el Instituto Federal Suizo de la Tecnología de
Zurich (Vitali et al.). Sería necesario un artículo entero para examinar la
metodología, los datos de base y las conclusiones de este ambicioso estudio,
cuyos resultados tienen importantes implicaciones pero deben ser cruzados con
otros hechos. ¿Qué sentido tiene clasificar a cinco grupos financieros
franceses (Axa en el cuarto lugar y la Société Générale en el puesto
veinticuatro) entre los cincuenta primeros grupos mundiales en base al número
de sus lazos (caracterizados como de “control”) con otros bancos y empresas?
¿Cómo reconciliar esta información, con la exigencia de acudir al salvataje de
esos mismos grupos? ¿No será que la densidad de interconexiones financieras
traduce sobre todo el flujo de operaciones financieras en las que los grupos en
cuestión son intermediarios, y los numerosos lazos solo tendrían el estatuto de
nudos del sistema y no el de centralizadores de valor y de plusvalía?[2]
En todo caso, la publicidad dada al estudio exige hacer dos
tipos de observaciones teóricas que son, al mismo tiempo, indispensables para
comprender la situación mundial. Los procesos de liberalización y privatización
fortalecieron muchísimo los mecanismos de centralización y de concentración del
capital, tanto a nivel nacional como de manera transnacional. Son procesos que
alcanzaron tanto al “Sur” como al “Norte”. En determinados sectores de los países
llamados “emergentes” –la banca y los servicios financieros, la agroindustria,
la minería y los metales básicos– hemos visto la centralización y la
concentración del capital y su expansión hacia los países vecinos. En Brasil y
Argentina, por ejemplo, la formación de poderosas “oligarquías” modernas marchó
a la par de fuertes procesos endógenos de acumulación financiarizada y la
valorización de “ventajas comparativas” acordes a las necesidades en materias
primas de esta acumulación mundial en la que China pasó a ser el pivote.
Especialmente en Brasil se han constituido oligopolios que rivalizan con sus
pares norteamericanos o australianos en la extracción y la transformación de
metales y la agroindustria. Debido a la mundialización, las interconexiones entre
los bancos y entre bancos y empresas comprometidas con la producción industrial
y los servicios, ha pasado a ser más fuertemente transnacional que en cualquier
otro momento. El campo de acción de lo que Lenin llamaba “entrelazamiento”, es
la economía mundial. No por eso el capital es monolítico. El entrelazamiento no
borra la competencia entre los oligopolios que, en ocasión de la crisis,
recuperan rasgos nacionales y comportamientos poco cooperativos. Lo que hoy
prevalece en el arena mundial es lo que Marx llama “la anarquía de la
producción”, cuyo aguijón es la competencia, incluso si el monopolio y el
oligopolio son la forma absolutamente dominante de los “múltiples capitales”
que conjuga el capital considerado como totalidad. Los Estados, o más exactamente,
algunos Estados, los que todavía tienen medios para ello, son cada vez más los
agentes activos de esta competencia. El único Estado que en Europa continental
conserva esos medios es Alemania. No ocurre lo mismo en Francia, donde la
burguesía se hizo nuevamente financiera y rentista, dejó que se produjera un
proceso de desindustrialización, se encerró en la opción energética de lo
nuclear y ve ahora que sus “campeones nacionales” caen uno tras otro. Por eso
las dudas respecto a la presencia de bancos franceses entre los cincuenta “amos
del mundo”.
La otra gran observación referida a la
centralización-concentración del capital nos devuelve a nuestro hilo conductor.
La razón por la cual las leyes coercitivas de la competencia deshacen las
tendencias que van en el sentido del acuerdo entre los oligopolios mundiales,
es que el capital, por centralizado que sea, no tiene, sin embargo, el poder de
liberarse de las contradicciones que le son consustanciales, así como no puede
bloquear el momento en que vuelve a encontrarse con sus “límites inmanentes”.
El capital “reatrapado” por los métodos elegidos durante
cuarenta años para superar las barreras inmanentes
Como ya dijimos, la actual crisis se produce al término de
la fase de acumulación ininterrumpida más larga de toda la historia del
capitalismo. Las burguesías aprovecharon plenamente la política aplicada por la
URSS y más tarde por la China (especialmente en Indonesia entre 1960 y 1965)
para contener la revolución social anticapitalista y antiimperialista en donde
esta apareciera y para quebrar al movimiento antiburocrático, desde Berlín en
1953 y Budapest en 1965 hasta Tiananmen en 1989. El capital –los gobiernos de
los principales países capitalistas con sus cambiantes relaciones con los
núcleos privados de centralización del capital y de poder de las finanzas y de
la gran industria– pudieron encontrar, a partir de 1978-1980, respuestas a las
barreras resultantes de sus contradicciones internas. En 1973-1975, con la
recesión, terminó el período llamado “los treinta gloriosos” cuyo fundamento
fue –nunca será superfluo repetirlo– la inmensa destrucción de capital
productivo y de medios de transporte y comunicación provocada por el efecto
sucesivo de la crisis de los años 1930 y de la Segunda Guerra Mundial. El
capital se encontró nuevamente confrontado con sus contradicciones internas,
bajo la forma de lo que algunos han llamado “crisis estructural del capitalismo”.
Se dieron tres respuestas sucesivas –que no se reemplazaron,
sino que se superpusieron unas a otras– que permitieron al capital prolongar la
acumulación de más de treinta años. Fue en primer lugar –tras un último intento
de “relanzamiento keynesiano” en 1975-77– la adopción, a partir de 1978, de
políticas neoconservadoras de liberalización y de desreglamentación con que se
tejió la mundializacion del capital. La “tercera revolución industrial” de las
Tecnologías de la Información y la Comunicación estuvo estrechamente asociada
con esto. Pero si bien las TIC fueron un factor que contribuyó a asegurar su
éxito, se trató de una respuesta ante todo política. Estuvo basada en el fuerte
basamento ideológico-político construido por Friedrich Hayek y Milton Friedman
(Dardot & Laval, 2009). Luego, el “régimen de crecimiento” antes descrito,
en el cual el sostén central de la acumulación pasaron a ser el endeudamiento
privado y, en menor medida, el endeudamiento público. Y la tercera respuesta
fue la incorporación, por etapas, de China en los mecanismos de la acumulación
mundial, coronada con su ingreso en la Organización Mundial del Comercio.
Tomando como hilo conductor la idea de que el capital se
encuentra con que “vuelven a levantarse los mismos límites todavía con mayor
fuerza” y, partiendo de los tres factores que acabo de señalar, puede
apreciarse la magnitud y la probable duración de la gran crisis comenzada en
agosto de 2007.
La sobreacumulación como fundamental sustrato de la crisis
La excepcional duración de la fase de acumulación, que tuvo
momentos de desaceleración y una cantidad creciente de advertencias
(especialmente la crisis asiática de 1988), pero nunca un verdadero corte, a la
que se suma la integración de China, al finalizar ese período, en el mercado
mundial, hacen que la sobreacumulación sea la mayor barrera que el capital
encuentra, nuevamente, frente sí. Más allá de los rasgos específicos de cada
gran crisis, la razón primera de todas ellas es la sobreacumulación de capital.
La insaciable sed de plusvalía del capital y el hecho que el capital “se
paraliza, no donde lo exige la satisfacción de las necesidades, sino allí donde
lo impone la producción y realización de la ganancia” (Marx, 1973: III, 276),
explican que las crisis siempre sean crisis de sobreacumulación de medios de
producción, cuyo corolario es la sobreproducción de mercancías. Esta
sobreacumulación y sobreproducción son “relativas”, su punto de referencia es
la tasa mínima de ganancia con la cual los capitalistas continúan invirtiendo y
produciendo. La amplitud de la sobreacumulación hoy se debe a que las
condiciones específicas que condujeron a la crisis y a su duración ocultaron
durante mucho tiempo el subyacente movimiento de caída de la ganancia. Es algo
completamente distinto a la clásica euforia de los booms de fin de ciclo. Menos
aún se trata de acciones imputables a los traders.
En el caso de los Estados Unidos y los países de la UE, hubo
una desactivación de los mecanismos de advertencia debido al endeudamiento cada
vez más elevado posibilitado por las “innovaciones financieras”. En el caso de
China, son razones políticas las que impiden que la caída de la tasa de
ganancia llegue a frenar la acumulación de nuevas capacidad productivas y,
menos aún, a detenerla (Gaulard, 2010).
En cada gran crisis, la sobreacumulación de capacidades de
producción y la superproducción de mercancías se da en sectores e industrias
específicas. La crisis conduce por contagio al estado de superproducción en
otras industrias y sectores. El nivel de análisis pertinente es sectorial y,
frecuentemente, nacional. A partir del momento en que la crisis financiera
comenzó, en 2007-2008, a dificultar los mecanismos de endeudamiento y provocar
la contracción del crédito (el “credit crunch”), algunos sectores (el
inmobiliario y la construcción en los EEUU, Irlanda, España y el Reino Unido) y
algunas industrias (la automotriz en los EEUU y todos los países fabricantes en
Europa) evidencian estar con una muy fuerte sobrecapacidad. Aún hoy se
encuentran stocks de edificios de habitaciones y oficinas sin vender ni
alquilar. En las industrias eléctricas y mecánicas, las sobrecapacidades de los
rivales oligopólicos más débiles (Renault, Peugeot, Fiat, Goodyear) y de sus
proveedores fueron reabsorbidas por el cierre de establecimientos y la
destrucción o deslocalización de las maquinarias. Pero las sobrecapacidades
mundiales se mantienen intactas.
A fines de 2008 y el 2009 hubo una destrucción de “capital
físico”, de capacidades de producción en Europa y los EEUU. Los efectos de
saneamiento con vistas a una “recuperación” fueron contrarrestados por la
continuación de la acumulación en China. De 2000 a 2010, el crecimiento de la
inversión fija bruta en China fue de un promedio del 13,3% por año, de tal modo
que el porcentaje de la inversión fija en el PBI saltó del 34% al 46%. Esta
expansión de la inversión no se debe tanto al aumento de los gastos
gubernamentales del que los otros miembros del G20 se felicitaron en 2009, sino
que, más bien, es la resultante de mecanismos profundos reveladores de procesos
incontrolados o se debe a una verdadera a fuga hacia adelante. Los primeros
están relacionados con la encarnizada competencia que las provincias y las
grandes municipalidades mantienen por la inversión en las industrias
manufactureras y la construcción. Está en juego el prestigio, pero también los
ingresos ocultos de sectores enteros de la “burocracia-burguesía” china. Los
ministerios en Beijing reconocen la existencia de sobrecapacidades muy
importantes en las industrias pesadas.[3] ¿Por qué, entonces, no intervienen?
Porque las relaciones políticas y sociales características de China han
encerrado al Partido Comunista Chino en la siguiente situación. Como condición
para un mínimo de paz social (ver la multiplicación de huelgas y el artículo de
Jacques Chastaign), la dirección del PCC prometió al pueblo “el crecimiento” e,
incluso, ha calculado que una tasa de crecimiento del 7-8% era el mínimo
compatible con la estabilidad política. Pero el crecimiento no puede descansar
sobre el consumo de la mayoría de la población, el PCC no puede conceder a los
trabajadores las condiciones políticas que le permitan luchar por alza de
salarios, ni establecer servicios públicos (salud, educación universitaria,
seguros a la vejez), puesto que en la tradición política china, de la cual
Tienanmen fue el gran jalón, esto sería interpretado como un signo de
debilitamiento de su control político. Los 7-8 % de tasa de crecimiento fueron
obtenidos, entonces, mediante una demencial expansión del sector de bienes de
inversión (el sector I en los esquemas de reproducción ampliada). La caída,
entre 2000 y 2010, del porcentaje del consumo privado en el PBI del 46% al 34%
da una dimensión de la encrucijada en que se colocó el PCC. El excedente comercial
de China es “solamente” del 5-7% del PBI, pero sus ventas representan casi el
10% de las exportaciones mundiales. Las exportaciones son la sopapa de la
sobreacumulación de China y el canal a través del cual esta crea un efecto
depresivo sobre todos los países que sufren la competencia de los productos
chinos. Esto provoca un efecto de rebote de tal modo que, desde el verano,
China experimenta una disminución de sus exportaciones. La destrucción de las
capacidades de producción de la industria manufacturera de muchos países de los
que se habla poco (textil en Marruecos, en Egipto y Túnez, por ejemplo), pero
también en otros de los que se habla más, en donde fue contrapartida de la
exportación de productos resultantes de las ramas tecnológicas de metales ferrosos
y no ferrosos y de la agroindustria (caso de Brasil), expresa el peso que la
superproducción china hace caer sobre el mercado mundial en su conjunto.
Peso aplastante del capital ficticio y poder casi
inconcebible de los bancos
Volvamos ahora a las finanzas y al capital ficticio, que
vengo tratando desde 2007 en mis artículos y en el reciente libro Les dettes
illégitimes. Efectivamente, el segundo rasgo específico de la crisis actual es
que estalló después de haber recurrido, como mínimo durante veinte años, al
endeudamiento como la gran forma de sostén de la demanda en los países de la
OCDE. Este proceso conllevó una creación extremadamente elevada de títulos que
tienen el carácter de “vales” sobre la producción presente y futura. Estos
“vales” tienen un fundamento cada vez más estrecho. Al lado de los dividendos
sobre las acciones y de los intereses sobre préstamos a los Estados, estuvo el
crecimiento del crédito al consumo y del crédito hipotecario, que son punciones
directas sobre los salarios. El peso del capital se ejerce sobre los
asalariados, simultáneamente, en el lugar de trabajo y como deudor ante los
bancos. Son, pues, “vales” cada vez más frágiles los que sirvieron como base
para una acumulación (utilizo este palabra a falta de una mejor) de activos
“ficticios a la enésima potencia”. La crisis de los créditos hipotecarios
subprime destruyó momentáneamente una pequeña parte. Pero ni siquiera los
bancos centrales conocen realmente su astronómico monto, ni –en razón del
sistema financiero “en la penumbra”– los circuitos y tenedores exactos. Apenas
disponemos de muy vagas estimaciones. Lo que hemos denominado financiarización
ha sido la inmersión casi estructural en una situación descripta por Marx en un
párrafo poco comentado del primer capítulo del libro II de El capital. Señala
que, por extraño que pueda parecer en pleno triunfo del capital industrial,
“El proceso de producción no es más que el eslabón
inevitable, el mal necesario para poder hacer dinero. Por eso todas las
naciones en que impera el sistema capitalista de producción se ven asaltadas
periódicamente por la quimera de querer hacer dinero sin utilizar como medio el
proceso de producción” (Marx, 1973: II, 52).
A partir de los años 1980, en los países capitalistas
centrales encabezados por los Estados Unidos, la “quimera” comenzó a tomar un
carácter casi estructural. Las finanzas han dado a esta quimera, fruto del
fetichismo del dinero, respaldos político-institucionales muy fuertes.
Consiguió hacer que el “poder de las finanzas”, y las fetichistas creencias que
el mismo arrastra, se sustenten en un grado de mundialización especialmente
financiera inédito en la historia del capitalismo.
La pieza clave de este poder es la deuda pública del los
países de la OCDE. En un primer tiempo, a partir de 1980, el servicio de la
deuda produjo, por medio de los impuestos, una inmensa transferencia de valor y
plusvalor hacia los fondos de inversión y los bancos, con el canal de la deuda
del Tercer Mundo, por supuesto, pero a una escala mucho más elevada por las de
los países capitalistas avanzados. Esta transferencia es una de las causas de
la profunda modificación en la distribución del ingreso entre el capital y el
trabajo. A medida que más reforzaba el capital su poder social y político, en
mejores condiciones estaban las empresas, los tenedores de títulos y los
mayores patrimonios de actuar políticamente para liberarse de las cargas
impositivas. La obligación de que los gobiernos recurrieran a los préstamos
creció continuamente. A partir del primer gobierno de Clinton, en los Estados
Unidos comenzaron a verse, no ya políticas monetarias de regulación de las
finanzas, sino un principio de “captura del Estado” por los grandes bancos
(Johnson & Kwak, 2010). La designación de Robert Rubin, Presidente de
Goldmann Sachs, constituyó un momento de esa captura. La crisis de septiembre
de 2008, con Henry Paulson en las palancas de mando, completó el proceso. Este
condujo a la fase actual, que está marcada por una contradicción característica
del respaldo al crecimiento durante un período tan prolongado. En los meses que
vienen tomaremos conciencia de manera cada vez más aguda –no sólo los
redactores y lectores de esta publicación, ¡sino también los “actores” y los
que deciden!–. Los “mercados”, es decir, los bancos y los inversores
financieros, dictan la conducta de los gobiernos occidentales poniendo como eje
–como tan claramente pudo verse en Grecia– la defensa de los intereses
económicos y políticos de los acreedores, sean cuales fueren las consecuencias
en términos de sufrimiento social. Pero en razón del monto y de las condiciones
de acumulación de activos ficticios, en cualquier momento puede desencadenarse
una gran crisis financiera, aunque no puedan preverse ni el momento ni el lugar
del sistema financiero en que estalle.
Las razones van más allá de las características de las
operaciones bancarias en las que generalmente se pone el acento –naturaleza de
los activos ficticios, depuración muy incompleta de los activos tóxicos de
2007, especialmente por los bancos europeos, dimensión de lo que acaba de
designarse como “efecto palanca”,[4] etcétera–. El capital sufre de una aguda
falta de plusvalía, carencia que la sobreexplotación de los trabajadores
empleados (consecuencia del ejército industrial de reserva), así como el
pillaje de recursos del planeta, compensan cada vez menos. Si la masa de
capital puesto en la extracción de plusvalía se estanca o retrotrae, llega un
momento en que ningún incremento de la tasa de explotación puede contrarrestar
sus efectos. Es lo que ocurre cuando el poder de los bancos es casi
inconcebible y cuando existe, como nunca anteriormente, una masa muy importante
y muy vulnerable de “vales” sobre la producción, así como productos derivados y
otros activos “ficticios a la enésima potencia”. Contra un telón de fondo de
sobreacumulación y de superproducción crónicos, tenemos diversas consecuencias.
En primer lugar, se da paso a políticas económicas y monetarias que persiguen
dos objetivos que producen efectos contradictorios. Es preciso, mediante las
privatizaciones, abrir al capital sectores protegidos socialmente, para
ofrecerles oportunidades de ganancia hasta tanto o, mejor dicho, con la
esperanza de que se reconstituyan condiciones de conjunto para la “salida de la
crisis” y, para eso, son aplicados y reiterados proyectos de privatización y de
“apertura a la competencia”. Pero es también preciso tratar de evitar que se
produzca un hundimiento económico que necesariamente representaría la
destrucción de una parte del capital ficticio, comenzando por el que tenga la
forma de acreencias, de títulos de la deuda, pero el carácter procíclico
(acentuando la recesión) del primer objetivo tiene el efecto de reforzar la
posibilidad de tal hundimiento. Existe, paralelamente, la contradicción, algo
semejante pero diferente, que consiste en la imposición por los “mercados” de
políticas de austeridad por temor al default de pagos, provocando que este sea
cada vez más inevitable por el solo hecho mecánico de la acentuada contracción
de la actividad económica. Y otra importante consecuencia del poder de las
finanzas y de su incapacidad para limitar la destrucción de capital ficticio en
los países de la OCDE es la existencia de esta inmensa masa de dinero –masa
ficticia pero con efectos reales– que continuamente pasa de una a otra forma de
colocación, creando una muy fuerte inestabilidad financiera, generando burbujas
que pueden ser desencadenantes de crisis generalizada y frecuentemente
agudizando –especialmente cuando la especulación se realiza con los productos
alimentarios– conflictos sociales.
La extrema debilidad de los instrumentos de política
económica
Finalmente, el último gran rasgo de la crisis es que la
misma estalló y se desarrolló después que las políticas de liberalización y
desreglamentación hubieran llegado a destruir las condiciones geopolíticas y
macrosociales en las que instrumentos anticíclicos de cierta eficacia habían
sido preparados precedentemente. Para el capital, las políticas de
liberalización han tenido su “lado bueno”, pero tienen también su “lado malo”.
La liberalización puso a los trabajadores a competir de país a país y de
continente a continente como nunca antes. Abrió la vía a la desreglamentación y
a las privatizaciones. Las posiciones del trabajo ante el capital fueron muy
debilitadas, eliminando hasta el presente “el miedo a las masas” como aguijón
de las conductas del capital. El otro lado de la medalla está constituido por
esta carencia de instrumentos anticíclicos, debido a que no se ha encontrado
ningún sustituto a los del keynesianismo, así como a la intensa rivalidad entre
los grandes protagonistas de la economía capitalista mundializada, en una fase
en la que la potencia hegemónica establecida ha perdido todos los medios de su
hegemonía –con la excepción de los medios militares de los que puede utilizar
solo una parte, y hasta el momento sin gran éxito–. El único instrumento
disponible es la emisión de moneda, la plancha de impresión de billetes por
cuenta de los gobiernos (en el caso de los Estados Unidos, donde la Fed compra
una parte de los bonos del Tesoro), pero, sobre todo, en beneficio de los
bancos. Este terreno es también el único en que cierta forma de cooperación
internacional funciona. El anuncio el 30 de noviembre 2011 de la creación de
liquideces en dólares, de común acuerdo entre Bancos centrales y por iniciativa
de la Fed, para contrarrestar el agotamiento de las fuentes de refinanciamiento
de los bancos europeos por parte de sus homólogos estadounidenses, ha sido el
último ejemplo.
Resistir y lanzarse en aguas en las que hasta ahora nunca
navegamos
Al igual que otros[5] he explicado la necesidad inevitable,
absoluta, de prepararse para la perspectiva de un gran crack financiero y para
tomar los bancos. Pero este artículo requiere de una conclusión más amplia. A
nivel mundial, no se avizora ninguna “salida de la crisis” en un horizonte
temporal previsible. Para los grandes centros singulares de valorización del
capital, que son los grupos industriales europeos, es tiempo de migrar hacia
cielos más benevolentes, hacia economías que combinen una taza de explotación
alta y un mercado doméstico importante. Las condiciones de la reproducción
social de las clases populares están amenazadas. El ascenso de la pobreza y la
pauperización rampante que afecta a capas cada vez más importantes de
asalariados lo demuestra. El Reino Unido fue uno de los laboratorios, antes
incluso del estallido de la crisis.[6] Mientras más dure, más se alejará para
los asalariados cualquier otro futuro que no sea la precarización y la caída
del nivel de vida. Las palabras clave que se repiten son “adaptación”,
“sacrificio necesario”. Cada tanto, para mantener un mínimo de legitimidad, los
sindicatos pueden llamar a jornadas de acción. La huelga de un día de los
empleados públicos en el Reino Unido es el ejemplo más reciente. Pero, como
escribí antes, el porvenir de los trabajadores y de los jóvenes depende, sobre
todo, si no enteramente, de su capacidad para darse espacios y “tiempos de
respiración” propios, a partir de dinámicas que solo ellos mismos pueden
motorizar. Otro mundo es posible, seguramente, pero no podrá diseñarse sino en
la medida en que la acción abra camino al pensamiento que, más que nunca, no
puede sino ser colectivo. Es una completa inversión de los períodos en que
existían, al menos aparentemente, planes preestablecidos de la sociedad futura,
fuesen los de algunos socialistas utópicos o los de la Komintern de Dimitrov.
En el siglo XVI, los navegantes ingleses forjaron la bella expresión “uncharted
waters”: aguas que nunca se navegaron y para las cuales no hay ningún mapa o
carta marítima. Hoy estamos en esa situación.
Bibliografía
Chesnais, François. Les dettes illégitimes. Raisons d’Agir:
París, 2011
CNUCED, “L’économie mondiale face aux enjeux politiques
d'après crise”, Ginebra, septiembre 2011.
Dardot, Pierre; Laval, Christian. La nouvelle raison du
monde. Essai sur la société néolibérale. La Découverte: París, 2009.
Gaulard, Mylène, “Los límites del crecimiento chino”. En:
Herramienta web 4 (febrero de 2010)
http://www.herramienta.com.ar/content/herramienta-web-4
Gill, Louis, La crise financière et monétaire mondiale.
Endettement, spéculation, austérité. M éditeur: Quebec, 2011.
Johnson, S.; Kwak, J. 13 Bankers – The Wall Street Take Over
and the Next Financial Meltdown. Pantheon Books: Nueva York, 2010.
Jones, Owen. Chavs. The Demonization of the Working Class.
Verso: Londres, 2011.
Marx, Karl, El capital. 3 vols. Trad. de Wenceslao Roces.
México: FCE, 1973.
–, Elementos fundamentales para la crítica de la economía
política (borrador). 1857-1858. Trad. de Pedro Scaron. Edición a cargo de José
Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scaron. 3 vols. Siglo XXI: Buenos Aires, 1972.
Mattick, Paul, Crisis & Teoría de la Crisis. Península:
Barcelona, 1977. Disponible en http://www.geoticies.com/cica_web
Reverchon, Antoine, “Quelle est la vraie valeur des réserves
d’énergie fossile (valeur boursière ou valeur pour la société humaine)”. En: Le
Monde de l’économie (15 de noviembre de 2011).
Vitali, S.; Glattfelder, J.B.; Battiston, S. The network of
global corporate control. Chair of Systems Design, ETH: Zurich, www.plosone.org
Notas:
[1] La consigna del movimiento Ocupar Wall Street “Somos el
99%”, refleja la tremenda distancia entre los muy, muy altos ingresos y los del
resto de los norteamericanos.
[2] Algunas de las preguntas que sería preciso responder
para ver si el estudio de Zurich puede aplicarse a una problemática relacionada
con el capital financiero de Hilferding y Lenin.
[3] El sitio de la edición en inglés del diario del PCC
abunda en ejemplos. http://english.peopledaily.com.cn/ Basta tipear las
palabras “China overcapacity” para encontrarlos. Puede consultarse también el
estudio realizado por la Cámara de Comercio de Europa:
http://www.rolandberger.com/media/pdf/Roland_Berger_Overcapacity_in_China_20091201.pdf
[4] Ver mi libro Les dettes illégitimes y el de Louis Gill,
La crise financière et monétaire mondiale. Endettement, spéculation, austérité.
[5] En primer lugar, Frédéric Lordon.
[6] Ver el libro de Owen Jones, Chavs. The Demonization of
the Working Class.
François Chesnais es profesor emérito en la Universidad de
París 13-Villetaneuse. Destacado marxista, es parte del Consejo científico de
ATTAC-Francia, director de Carré rouge, y miembro del Consejo asesor de
Herramienta, con la que colabora asiduamente. Es autor de La Mondialisation du
capital y coordinador de La finance mondialisée, racines sociales et
politiques, configuration, conséquences. La finance capitaliste, último libro
bajo su dirección, acaba de ser publicado por Ediciones Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr
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