Manuel Riesco
31/12/2011
Transcurridos cuatro años y medio desde que se desató de la mayor crisis mundial desde los años 1930 y sin que se vislumbre todavía el fondo de la misma y menos la ansiada recuperación, vale la pena recordar las principales lecciones que brinda hasta el momento: la ocurrencia de estos ciclos seculares, el fin de la utopía del dinero y el insustituible rol de económico de los Estados. Aparte del recrudecimiento de movimientos irracionales.
Como es bien sabido, en julio del 2007 y a raíz de la quiebra de dos fondos de inversión estadounidenses relativamente pequeños, una gigantesca ola iniciada en la ruptura de la burbuja inmobiliaria estadounidense y expandida por la alquimia de los llamados “derivados” financieros que habían alcanzado proporciones absurdas, se extendió por todo el mundo a una velocidad pasmosa.