PAUL KRUGMAN
06/09/2011
El viernes dejó dos datos que deberían hacer que todo el mundo en Washington esté ahora diciendo: "Dios mío, ¿qué hemos hecho?".
Uno de estos datos fue cero: el número de empleos creados en agosto. El otro es dos: la tasa de interés de los bonos a 10 años de EE UU, casi el nivel más bajo al que ha estado nunca. En conjunto, estas cifras nos dicen a gritos que los políticos se han estado preocupando por motivos equivocados y, como resultado, ha causado graves daños.
Cuando se publicó ese artículo, el tipo de interés era del 3,7%. A partir del viernes, el que ya he mencionado: tan solo un 2%.
No pido que se descarten las preocupaciones sobre el panorama presupuestario de EE UU a largo plazo. Si nos fijamos en las perspectivas fiscales de, por ejemplo, los próximos 20 años, son profundamente preocupantes, sobre todo por el aumento del coste sanitario. Pero la experiencia de los últimos dos años ha confirmado de manera abrumadora lo que algunos tratamos de argumentar desde el principio: el déficit que tenemos en estos momentos -el que debemos tener, porque los déficits en tiempos de crisis ayudan a sostener a una economía deprimida- no supone una amenaza.
Y por culpa de la obsesión por una amenaza inexistente, Washington ha hecho mucho más grande el problema real: el desempleo masivo, que corroe los cimientos de nuestra nación.
A pesar de que usted nunca se habría enterado escuchando a los fanáticos, el año pasado fue una buena prueba para la teoría de que reducir de manera drástica el gasto público crea puestos de trabajo. La obsesión por el déficit bloqueó la muy necesaria segunda ronda de estímulos fiscales. Y con este gasto evaporándose, hemos experimentado de facto la austeridad fiscal. En concreto, los Gobiernos estatales y locales han reaccionado a las pérdidas de ayudas federales cortando programas y despidiendo a muchos trabajadores, especialmente maestros de escuela.
A la vista de este sector público encogido, el sector privado no ha respondido con júbilo a estos despidos y no se ha embarcado en una fiebre por contratar.
Vale. Ya sé qué dirán los sospechosos habituales: que los temores de mayores impuestos y más regulaciones echan atrás a los empresarios. Pero esto es solo una fantasía de la derecha. Varias encuestas han mostrado que la falta de demanda -que se ve agravada por los recortes del Gobierno- es el problema real al que se enfrentan los empresarios, muy por encima de la regulación y los impuestos.
Por ejemplo, cuando los periódicos del grupo McClatchy sondearon hace poco a unos cuantos dueños de pequeños negocios para averiguar qué factores les perjudicaban, ni uno solo respondió sobre la regulación en su sector, y unos pocos se quejaron sobre los impuestos. ¿Y he mencionado que los beneficios después de impuestos sobre la renta nacional están en niveles récord?
Así que los déficits a corto plazo no son el problema, sino la falta de demanda. Y los recortes de gastos están empeorando mucho las cosas. ¿Tal vez sea hora de cambiar de rumbo?
Esto me lleva directamente al discurso sobre economía que va a pronunciar el presidente Barack Obama.
Me parece útil reflexionar sobre tres preguntas: ¿qué debemos hacer para crear puestos de trabajo? ¿En qué van a estar de acuerdo los republicanos que se sientan en el Congreso? Y teniendo en cuenta esta realidad política, ¿qué debería proponer el presidente?
La respuesta a la primera pregunta es que el Gobierno federal tiene que gastar mucho dinero para generar empleo. Y emplear ese gasto sobre todo en la muy necesaria tarea de mejorar y modernizar las infraestructuras del país. ¡Ah! Y necesitamos más ayuda a los Gobiernos estatales y locales para que puedan dejar de despedir a maestros de escuela.
Pero, ¿en qué van a estar de acuerdo los republicanos? Eso es fácil de responder: en nada. Se opondrán a cualquier cosa que proponga Obama, incluso aunque eso pudiera servir claramente de ayuda a la economía. O quizás debería decir: especialmente si eso fuera a ayudar a la economía, ya que el desempleo les beneficia a ellos políticamente.
Esta realidad hace que la tercera pregunta -sobre lo que debe proponer el presidente- sea difícil de responder, ya que nada de lo que diga va a poder ponerlo en marcha a corto plazo. Así que personalmente estoy dispuesto a conceder a Obama un gran margen de confianza en los detalles de su propuesta, siempre y cuando esta sea contundente y logre grandes titulares. Sobre todo porque lo que tiene que hacer ahora es cambiar de conversación y hacer que Washington vuelva a hablar sobre empleos y sobre qué puede hacer el Gobierno para crearlos.
Por el bien de la nación, y especialmente por los millones de estadounidenses desempleados que ven pocas posibilidades de encontrar otro trabajo, espero que lo logre.
New York Times Service 2011.
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