Alejandro Nadal /06/06/12
En los años 80 comenzó a
cristalizar una visión estridente y casi unánime sobre las virtudes de un
capitalismo sin restricciones. El argumento central en esta perspectiva era que
el mercado capitalista permitiría salir del estancamiento en que había caído la
economía mundial en los años 70. Había que restarle facultades al Estado y
recortar su tamaño para liberar las fuerzas del mercado capitalista. Aún hoy,
en medio de una crisis global, esta enorme falsificación histórica sigue
confundiendo a muchos.
La corrupción de la historia
ha sido, desde tiempos inmemoriales un instrumento de dominación y control. En
la globalización neoliberal la propaganda oficial alcanzó un alto grado de
eficacia difundiendo la idea de que el ciclo de negocios y la inestabilidad del
capitalismo eran cosas del pasado. La realidad era otra: el sistema capitalista
mundial ha venido hundiéndose cada vez más en sus contradicciones. La primera
evidencia está en la disminución de la tasa de crecimiento en todas las
economías y regiones del mundo a partir de 1973 (con la excepción de los países
asiáticos que mantuvieron la rectoría del Estado sobre la economía).
¿Por qué se redujo la tasa de
crecimiento a partir de 1973? La respuesta pasa por la evolución de la tasa de
inversión. La formación de capital fijo no residencial en los países de la OCDE
presenta una trayectoria declinante y pasa de 5.7 por ciento entre 1950-1973 a
sólo 2.4 por ciento entre 1973-2005.
Entre los factores que
explican esta evolución de la tasa de inversión se encuentra la saturación de
mercados. A partir de los años 70, en los países de capitalismo desarrollado la
demanda de bienes de consumo duradero (automóviles, electrodomésticos) se
reduce a una demanda de simple reposición. Desaparece el dinamismo que había en
la posguerra cuando nuevas capas sociales tuvieron su primer acceso al consumo
de estas mercancías. A partir de los años 70 la demanda de bienes de consumo
duradero y no duradero (alimentación, vestido) estuvo gobernada por el
crecimiento de la población.
En otras palabras, durante lo
que se ha dado en llamar la época dorada del capitalismo (1950-1973) el motor
del crecimiento fue una demanda insatisfecha que era insostenible y, en todo
caso, excepcional. Una parte de esa demanda provino de la reconstrucción en
Europa y Japón. La demanda reprimida por la depresión de los años 30 y por los
rigores de la segunda guerra también jugó un papel importante.
Otro factor clave en esos años
de rápido crecimiento fue la política macroeconómica de manejo de la demanda
agregada para atenuar los efectos de los ciclos de negocios. Pero en los años
70, cuando se saturaron los mercados, este enfoque macroeconómico resultó
insuficiente para mantener la demanda. El resultado fue la recesión con
inflación de los años 1974-76, la primera contracción del PIB desde el fin de
la segunda guerra mundial.
Esto marcó el retorno de la
ortodoxia en materia de política monetaria y fiscal, con su reclamo prioritario
de achicar al Estado. En los hechos, mientras se mantenía la retórica de un
rechazo a la intervención del Estado en la vida económica (que supuestamente
era la marca del keynesianismo) nunca se eliminó el apoyo y protección al
sector privado en su búsqueda de espacios para preservar o aumentar la tasa de
rentabilidad.
Como hemos señalado, en los
decenios de la globalización neoliberal la tasa de expansión económica nunca
recuperó los niveles de los ‘años dorados’. En un entorno de
semi-estancamiento, la globalización también condujo a patrones de
sobre-inversión en casi todas las ramas de la industria. A escala mundial hoy
existe exceso de capacidad de producción en la industria automotriz,
siderúrgica, de vidrio, aluminio, cemento, barcos, químicos inorgánicos,
plásticos, fibras sintéticas, electrodomésticos, aviones y telecomunicaciones.
En automóviles, por ejemplo, existe en el mundo capacidad para producir 94
millones de unidades, pero sólo se venden 60 millones. En fibra óptica la
inversión ya realizada podría enfrentar el crecimiento de la demanda por
décadas.
En ningún país del mundo se
deja caer la disciplina del mercado sobre esta capacidad excedente, ¿por qué?
Por la sencilla razón de que eso revelaría el fracaso del capitalismo mundial
para mantener un mínimo de seguridad en la generación de ingreso para las grandes
masas de la población.
La crisis global que hoy marca
con un signo de tragedia la vida de millones de personas no sólo es una crisis
de un sector o de un nicho de mercado. No es sólo la crisis de la avaricia y la
ambición desmedida. Es todo eso y algo más. Es la mutación patógena de un
modelo económico que se nutre de desigualdad y desperdicio.
Cuando se toma conciencia de
todo lo anterior se comprende la necesidad de denunciar la retórica sobre la
‘recuperación’. La crisis es el estado normal del capital. Urge preparar la
transición hacia un efectivo control social sobre la inversión para alejarla
del principio de la rentabilidad capitalista.
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