Joseph Stiglitz /4/10/2012
Nueva York – Los bancos
centrales a ambos lados del Atlántico adoptaron extraordinarias medidas de
política monetaria en septiembre: la tan esperada «QE3» (tercera dosis de
flexibilización monetaria por parte de la Reserva Federal estadounidense) y el
anuncio del Banco Central Europeo sobre la compra ilimitada de bonos de los
gobiernos de los países en problemas de la eurozona. Los mercados respondieron
con euforia. En EE. UU., Por ejemplo, los precios de las acciones
alcanzaron máximos posrecesión.
Otros, especialmente quienes
forman parte de la derecha política, se mostraron preocupados por la
posibilidad de que las recientes medidas monetarias impulsen inflación en el
futuro y fomenten un gasto gubernamental desenfrenado.
De hecho, tanto los temores de
los críticos como la euforia de los optimistas son injustificados. Con tanta
capacidad productiva actualmente subutilizada y con perspectivas económicas tan
sombrías en lo inmediato, el riesgo de una inflación grave es mínimo.
Sin embargo, las acciones de
la Fed y el BCE enviaron tres mensajes que deben brindar un respiro a los
mercados. En primer lugar, afirmaron que las acciones previas no han
funcionado; de hecho, los bancos centrales más importantes son en gran parte
responsables de la crisis. Pero su capacidad para revertir sus errores es
limitada.
En segundo lugar, el anuncio
de la Fed sobre su decisión de mantener las tasas de interés en niveles
extraordinariamente bajos hasta mediados de 2015 implica que no espera una
próxima recuperación. Eso debería constituir una señal de aviso para Europa,
cuya economía es actualmente mucho más débil que la estadounidense.
Finalmente, la Fed y el BCE
indicaron que los mercados no recuperarán el pleno empleo rápidamente por sí
solos. Es necesario un estímulo. Eso debería servir como réplica a quienes
exigen exactamente lo opuesto tanto en Europa como en Estados Unidos: mayor
austeridad.
Pero el estímulo necesario –en
ambos lados del Atlántico– es de carácter fiscal. La política
monetaria ha demostrado ser ineficaz y es improbable que más de ella consiga
regresar la economía al sendero del crecimiento sostenible.
En los modelos económicos
tradicionales, la mayor liquidez produce más créditos, en su mayoría para los
inversores y a veces para los consumidores, lo que incide positivamente sobre
la demanda y el empleo. Pero consideren un caso como el español, donde tanto
dinero ha huido del sistema bancario –y continúa haciéndolo mientras Europa
juguetea con la implementación de un sistema bancario común. El simple hecho de
agregar liquidez mientras se continúa con las actuales políticas de austeridad
no reavivará la economía española.
Además, en EE. UU., los
bancos más pequeños, que financian en gran medida a las pequeñas y medianas
empresas, fueron desatendidos. El gobierno federal –tanto durante la
presidencia de George W. Bush como la de Barack Obama– asignaron cientos de
miles de millones de dólares para apuntalar a los megabancos, al tiempo que
dejaban que cientos de estos prestamistas más pequeños, aunque de fundamental
importancia, quebraran.
Pero los créditos se verían
limitados incluso si los bancos gozaran de mejor salud. Después de todo, las
pequeñas empresas dependen de los créditos con garantías, y el valor de los
bienes raíces –la garantía más habitual– aún se mantiene a un tercio de sus
niveles precrisis. Además, dada la magnitud de la capacidad ociosa en bienes
raíces, las menores tasas de interés afectarán poco los precios de los
inmuebles y mucho menos impulsarán otra burbuja de consumo.
Por supuesto, no pueden
descartarse efectos marginales: los cambios pequeños en las tasas de interés de
largo plazo debido a la QE3 pueden producir pequeños aumentos en la inversión;
algunos ricos aprovecharán los mayores precios de las acciones para consumir
más; y unos pocos propietarios podrán refinanciar sus hipotecas y reducir sus
pagos, lo que también les permitirá impulsar el consumo.
Pero la mayoría de los ricos
saben que las medidas temporarias solo generarán una efímera señal en los
precios de las acciones –insuficiente para permitir un aumento significativo
del consumo. Más aún, los informes sugieren que pocos de los beneficios por las
menores tasas de interés en el largo plazo se están filtrando a los
propietarios de viviendas; los principales beneficiarios, parece, son los
bancos. Muchos entre quienes desean refinanciar sus hipotecas aún no pueden
hacerlo, ya que deben más por sus hipotecas de lo que vale la propiedad
subyacente.
En otras circunstancias, EE.
UU. se beneficiaría por el debilitamiento del dólar que se deriva de las
menores tasas de interés –una suerte de devaluación competitiva mediante
políticas de «empobrecer al vecino» a expensas de los socios comerciales
estadounidenses. Pero, dadas las menores tasas de interés europeas y la
desaceleración global, es probable que los beneficios sean pequeños incluso en
este caso.
A algunos les preocupa que la
nueva liquidez conduzca a peores resultados –por ejemplo, un boom de productos
básicos, que funcionaría en gran medida como un impuesto sobre los consumidores
estadounidenses y europeos. Las personas de mayor edad, que fueron prudentes y
mantuvieron su dinero en bonos gubernamentales, verán un descenso en su
rendimiento –algo que reducirá aún más su consumo. Y las bajas tasas de interés
impulsarán a las empresas que invierten a gastar en capital fijo, como máquinas
muy automatizadas, garantizando que, cuando llegue la recuperación, generará
relativamente pocos puestos de trabajo. En resumen, los beneficios son, en el
mejor de los casos, pequeños.
En Europa, la intervención
monetaria tiene un potencial de ayuda mayor –pero el riesgo de empeorar las
cosas es similar. Para disipar la ansiedad sobre el despilfarro gubernamental,
el BCE incluyó condiciones en su programa de compra de bonos. Pero, si las
condiciones funcionan como medidas de austeridad –impuestas sin medidas
conjuntas significativas para impulsar el crecimiento– serán más semejantes a
una sangría: el paciente debe arriesgarse a morir antes de recibir medicinas
genuinas. El miedo a perder la soberanía económica hará que los gobiernos se
muestren reacios a pedir ayuda al BCE, y solo si la solicitan habrá efectos
reales.
Existe un riesgo adicional
para Europa: si el BCE se centra demasiado en la inflación, mientras que la Fed
busca estimular la economía estadounidense, los diferenciales en las tasas de
interés conducirán a una apreciación del euro (al menos en términos relativos a
lo que sería si este no fuera el caso), socavando la competitividad y las
perspectivas de crecimiento de Europa.
Tanto para Europa como para
Estados Unidos, el peligro reside en que los políticos y los mercados crean que
la política monetaria puede revivir la economía. Desafortunadamente, su impacto
principal en este momento es el de distraer la atención de medidas que verdaderamente
estimularían el crecimiento, incluida la política fiscal expansionista y
reformas en el sector financiero que impulsen el crédito.
La caída actual, que ya dura
media década, no tendrá una pronta solución. Eso, en síntesis, es lo que están
afirmando la Fed y el BCE. Cuanto antes lo reconozcan nuestros líderes, mejor.
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