Simon Johnson /18/06/2012
Washington, DC – ¿Son aún las
grandes universidades estadounidenses los templos del saber, las fuerzas
directrices del progreso tecnológico, las proveedoras de oportunidades que
alguna vez fueron? ¿O se han convertido, en parte, en cómplices inescrupulosos
de élites económicas cada vez más rapaces?
Cerca del final de Inside
Job, documental de Charles Ferguson por el que ganó un Óscar [conocido en
español como Dinero sucio oTrabajo confidencial], el
director entrevista a varios importantes economistas y les pregunta por su
labor remunerada como propagandistas de las prácticas deshonestas y la excesiva
asunción de riesgos a las que se entregó el sector financiero en las
preliminares de la crisis de 2008.
Algunos de estos destacados académicos
recibieron sumas importantes por promover los intereses de grandes bancos y
otras empresas del sector financiero. En el documental y en un libro reciente
muy revelador, Predator Nation [Nación de predadores],
Ferguson muestra que muchos ejemplos de esas remuneraciones todavía no terminan
de salir a la luz del día.
A las actividades de estos
bancos les cabe perfectamente el calificativo de “predatorias”. Pero como la
caída de estas instituciones causaría graves perjuicios al resto de la
economía, se les otorgan medidas de protección exclusivas; por ejemplo, líneas
de crédito especiales financiadas por los bancos centrales y regulaciones más
flexibles (medidas que ya se han anticipado o anunciado hace pocos días en los
Estados Unidos, el Reino Unido y Suiza).
Estas medidas alientan a los
directivos de los bancos a empeñarse en un gran número de apuestas muy
arriesgadas, que en parte no son otra cosa que juegos de azar. Los bancos ganan
si las cosas salen bien, pero el riesgo de pérdidas es, en gran medida,
problema de otros. Es un esquema de subsidios estatales, peligroso y sin
transparencia, que en definitiva supone enormes transferencias de dinero de los
contribuyentes a unos pocos financistas encumbrados.
Para proteger la continuidad
del esquema, los megabancos multinacionales entregan grandes sumas de dinero a
los políticos. A modo de ejemplo: hace poco Jamie Dimon (director ejecutivo de
JPMorgan Chase) testificó ante la Comisión de Asuntos Bancarios del Senado de
los Estados Unidos en relación con la aparente falla de gestión de riesgos que
causó a su empresa pérdidas por un valor estimado de siete mil millones de
dólares. OpenSecrets.org estima que en 2011, JPMorgan Chase (el holding bancario
más grande de los Estados Unidos) gastó cerca de ocho millones de dólares en
aportes a campañas políticas, y que Dimon y su empresa hicieron donaciones a la
mayoría de los senadores que integran la comisión. A nadie puede sorprender
entonces que las preguntas de los senadores hayan sido mayoritariamente amables
y que la estrategia general de cabildeo de JPMorgan Chase le esté dando rédito;
es probable que la “investigación” que debería dilucidar una mala
administración irresponsable y con posibles consecuencias sistémicas termine
convertida en una tapadera.
Para sostener su estrategia
política, los megabancos multinacionales también conducen una muy elaborada
operación de desinformación y propaganda, cuyo objetivo es recubrir con algo de
respetabilidad los subsidios que reciben. Y es aquí donde entran en juego las
universidades.
En una mesa redonda celebrada
hace poco por la Comisión de Comercio en Futuros sobre Mercancías de los
Estados Unidos (CFTC), el representante del sector bancario que estaba sentado
a mi lado citó, en apoyo de su posición contraria a cierta regulación, un
artículo de investigación de un destacado profesor de finanzas de la
Universidad Stanford. Pero omitió mencionar que por escribir ese artículo, el
profesor recibió 50.000 dólares de un grupo de intereses sectoriales, la
Asociación de Mercados Financieros y de la Industria de Valores (SIFMA). (El
profesor, Darrell Duffie, hizo público el monto de sus honorarios y los donó a
obras benéficas.)
¿Por qué deberíamos darle
crédito a ese trabajo, o darle más crédito que a otros trabajos de consultoría
remunerados, por ejemplo, los que hacen bufetes legales u otras entidades que
trabajan para el sector empresarial?
La respuesta tal vez sea que
la Universidad Stanford es muy prestigiosa. Es una institución que ha hecho
cosas muy importantes. Y su plantel docente es uno de los mejores del mundo.
Cuando un profesor escribe un artículo a pedido de un grupo empresarial, lo que
hace el grupo es aprovechar (y en cierto sentido, rentar) el nombre y la
reputación de la universidad. Naturalmente, la persona que mencioné antes, al
citar el artículo, recalcó el nombre “Stanford”. (Con esto no pretendo criticar
a esta universidad en particular; de hecho, otros miembros del plantel docente
de Stanford, como Anat Admati, están entre los primeros en promover que se
implementen reformas razonables en el sector.)
Ferguson cree que en general,
esta forma de “consultoría” académica está descontrolada. Comparto su opinión,
pero añado que ponerle freno será tarea difícil mientras las universidades y
los bancos “demasiado grandes para quebrar” sigan tan interconectados como
ahora.
En este contexto, sufrí hace
poco una decepción al leer en The Wall Street Journaluna entrevista
a Lee Bollinger, presidente de la Universidad de Columbia. Bollinger es un
director “clase C” del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, designado por
la Junta de Gobernadores del
En lo que parece ser su
primera entrevista o declaración pública relacionada con la reforma del sistema
bancario (incluso, la primera sobre asuntos financieros), Bollinger insistió en
que Dimon debe conservar su puesto en la junta del Banco de la Reserva Federal
de Nueva York. Usó para ello un vocabulario extraño viniendo de un académico,
cuando dice que los que insinúan que Dimon debería renunciar o ser reemplazado
son “tontos” (foolish) o tienen una “idea equivocada” de cómo funciona
el sistema en realidad.
En este momento estoy
peticionando a la Junta de Gobernadores que destituya a Dimon de su puesto. La petición
electrónica en change.org ya ha recibido casi 37.000 firmas, y soy
optimista: creo que pronto tendré una reunión para analizar el asunto con el
nivel superior de la Junta en Washington, DC.
Tal vez la intervención de
Bollinger beneficie a Dimon; después de todo, la Universidad de Columbia es una
de las más prestigiosas del mundo. Pero también podría resultar productiva en
otro sentido: el de fomentar un debate público respecto de cómo hacen los
bancos “demasiado grandes para quebrar” para mantener los subsidios implícitos
que reciben.
Respecto de la posición de
Bollinger, he escrito una refutación
detallada, y espero que Bollinger, en un espíritu de diálogo académico
abierto, me responda de alguna manera pública, sea por escrito o accediendo a
debatir el tema conmigo en persona. Es necesario un diálogo más visible
respecto de cómo reformar la relación enfermiza que hay entre las universidades
y las instituciones financieras subsidiadas de todo el mundo, como JPMorgan
Chase.
De acuerdo Simon, al respecto, te comento que la resistencia de Paul Krugman de abordar el papel de los bancos como creadores de dinero de la nada, como sólo cifras contables y de cobrar intereses por esas cifras, situación abordada por el Dr. Steve Keen, me ha parecido interesada y va en la línea de lo que ahora planteas, dará mucho para hablar del tema.
ResponderEliminar¿Dónde se puede firmar el documento que mencionas en tu colaboración?
Sl2. Gracias Carlos Balam