Harold Meyerson /21 de octubre de 2012
Supongamos que el crecimiento
de la economía norteamericana se ralentiza hasta quedar en una gota. No me
refiero a los próximos cuatro meses ni al próximo año, ni siquiera a la próxima
década. Me refiero de aquí en adelante.
Ese es la previsión que hace
el economista de la Northwestern University, Robert Gordon, en un nuevo trabajo [1] que
ha sido objeto de amplios comentarios. [2]
Escribe Gordon que se han
producido tres revoluciones industriales en los últimos 250 años: la primera se
centró en la máquina de vapor y los ferrocarriles; la segunda se basó en la
energía eléctrica, el motor de combustión interna y la fontanería doméstica; y
la tercera hunde sus raíces en los ordenadores e Internet. Al substituir la
fuerza humana por la potencia mecánica en el proceso de producción y acelerar
enormemente el transporte y la comunicación, afirma Gordon, la segunda
revolución elevó la productividad y la riqueza bastante más que las otras dos.
Ciertamente, las ganancias de
productividad en Norteamérica y el aumento correspondiente de la riqueza se han
ralentizado en décadas recientes comprados con los niveles de los que
históricamente disfrutaban los Estados Unidos. Internet, según escribe Gordon,
está incrementando nuestra capacidad de consumir más que nuestra capacidad de
producir, mientras que los beneficios de la segunda revolución — viajes
en aviones a reacción, la urbanización, el control de la temperatura en el
interior de los edificios — no están sometidos a una gran mejora. De acuerdo
con ello, sostiene, un crecimiento lento será la norma para lo que resta de
este siglo todavía nuevo. Y debido a que la desigualdad económica ralentizará
nuestro progreso aun más, todo el mundo, salvo el 1% más rico, verá el
crecimiento de su consumo ralentizado hasta una tasa anual de sólo el 0,2 %,
un nivel bastante por debajo de lo que juzgamos que es la norma
norteamericana, e incompatible con lo que pensamos que es el sueño americano.
Si Gordon lleva razón — y
presenta una argumentación plausible, aunque sea discutible — entonces se
deshará la esencia misma del excepcionalismo norteamericano. Los Estados Unidos
son el único país del mundo cuyo existencia coincide con la de la Revolución
Industrial. Nacimos cuando nació el crecimiento y desde hace mucho tiempo lo
hemos considerado un derecho de nacimiento. Más que ningún otro país, hemos
dependido del crecimiento para aliviar nuestros conflictos económicos. Una
Norteamérica sin crecimiento por fuerza sera un país diferente, en el que el
conflicto de clase será más abierto, duradero…y necesario.
Puede que Gordon sea demasiado
pesimista acerca del futuro de la innovación, pero sus proyecciones de las
constricciones que la desigualdad, la globalización y otros gravámenes
presentarán al crecimiento parecen completamente plausibles. Si ha dado con
algo, tenemos por delante décadas de estancamiento. ¿Qué significará eso para
nuestra país y nuestra política?
Los tiempos duros crean épocas
de mezquindad. Los norteamericanos pueden encontrar chivos expiatorios del
estancamiento, como ya han hecho muchos con los inmigrantes o los sindicatos
del sector público. Pero el estancamiento permanente podría conducir asimismo a
la creación de una política de clase, que, de acuerdo con los parámetros de
otros países, ha estado en buena medida ausente de la experiencia
norteamericana…salvo en el caso de los ricos. Puesto que el crecimiento se
ralentizó en los 70, los ricos han intentado conseguir y han conseguido cambiar
los códigos fiscales, las reglamentaciones financieras, las leyes de gasto de
las campañas políticas y el poder de negociación colectiva de los trabajadores,
lo que les ha permitido reclamar una porción sin precedentes de la producción
del país.
El estancamiento a largo
plazo, no obstante, podría llegar a transformar esta guerra de clases
unilateral en una guerra de clases con dos bandos. Si se desvanece el
crecimiento — o si los opulentos siguen reclamando una porción tan inmensa de
nuestra riqueza que el crecimiento desaparece para todo el mundo, salvo para
ellos — entonces el único camino que podría adoptar el 99% para mejorar su
suerte sería explícitamente redistributivo.
Históricamente, las clases
medias y trabajadoras norteamericanas han librado muchas batallas parcial e
indirectamente redistributivas, por supuesto: cuando el Movimiento Progresista
creó el impuesto sobre la renta, cuando el New Deal creó la Seguridad Social y
otorgó a los trabajadores el derecho a organizarse, cuando la Gran Sociedad
creó Medicare y la presente administración creo el Obamacare. Cada una de estas
victorias se vio precedida de años de agitación sobre el terreno por parte de
sindicatos, grupos de derechos civiles y, ocasionalmente, asociaciones
profesionales. Pero las movilizaciones han tenido a veces sus
cosas. Sus victorias han sido incompletas en el mejor de los casos o han
acabado cediendo (en lo concerniente a los derechos de los trabajadores y la progresividad
fiscal). Sus luchas nunca fueron todo lo explícitamente redistributivas que
deberían haber sido si Norteamérica hubiera dejado de crecer.
Convertir la distribución de
riqueza y poder en un juego de suma cero exigiría que esos grupos se centraran
más radicalmente en un número reducido de grandes campañas — poner coto a las
finanzas, aumentar la progresividad fiscal, financiar públicamente las
elecciones, aumentar las prestaciones sociales de bienes elementales como la
educación y la atención sanitaria, y nivelar el campo de acción de los
trabajadores que intentan organizarse. Con todas las fisuras
raciales y culturales que dividen Norteamérica, el surgimiento de un movimiento
redistribucionista sería algo extraordinario. Pero considerando el lento
crecimiento y el estancamiento de la renta de décadas recientes, aun cuando los
ricos seguían haciéndose con una parte cada vez mayor de nuestra riqueza, hace
mucho tiempo que se precisa que surja un movimiento así.
Addendum:
Abstract del texto aquí comentado de Robert J. Gordon ("¿Ha terminado el
crecimiento económico norteamericano? Una innovación vacilante se enfrenta a
seis vientos en contra")
Este trabajo [3] plantea
cuestiones fundamentales sobre el proceso de crecimiento económico. Pone en
cuestión el supuesto, casi universal desde las aportaciones seminales de Solow
en la década de 1950, de que el crecimiento económico constituye un proceso
continuo que durará siempre. No hubo prácticamente crecimiento antes de 1750, y
así pues no hay ninguna garantía de que el crecimiento vaya a continuar
indefinidamente. Antes bien, este trabajo sugiere que los rápidos progresos
realizados en los últimos 250 años bien podrían resultar un episodio único en
la historia humana. El trabajo se centra solamente en los Estados Unidos y
considera el futuro a partir de 2007, simulando que la crisis financiera
no se ha producido. Su punto de partida es el crecimiento del PIB real per
cápita en el país de frontera desde 1300, el Reino Unido hasta 1906 y los
Estados Unidos más tarde. En esta frontera, el crecimiento se aceleró después
de 1750, alcanzó la cima a mediados del siglo XX, y ha ido ralentizándose
desde entonces. Este trabajo trata de "¿cuánto más podría descender
la tasa de crecimiento de frontera?"
El análisis vincula periodos
de crecimiento lento y rápido al desarrollo en el tiempo de las revoluciones
industriales (RIs), es decir, la RI1 (vapor, ferrocarriles) entre 1750 y 1830;
la RI2 (electricidad, motor de combustión interna, agua corriente, retretes
domésticos, comunicaciones, entretenimiento, productos químicos, petróleo)
entre 1870 y 1900; y la RI3 (ordenadores, la Red, teléfonos móviles) entre 1960
y la actualidad. Muestra evidencias de que la RI2 fue más importante que las
demás y resultó en buena medida responsable de 80 años de crecimiento
relativamente rápido de la productividad entre 1890 y 1972. Una vez que las
invenciones derivadas de la RI2 (aeroplanos, aire acondicionado, autopistas
interestatales) concluyeron su ciclo, el crecimiento de la productividad entre
1972-1996 fue mucho más lento que antes. Por contraposición, la RI3 reavivó
sólo un crecimiento efímero entre 1996-2004. Muchas de las invenciones
originales y derivadas de la RI2 sólo podían suceder una vez: la urbanización,
la velocidad en el transporte, la liberación de las mujeres del arduo trabajo
de acarrear toneladas de agua al cabo del año, y el papel de la calefacción
central y el aire acondicionado para conseguir una temperatura constante a lo
largo del año.
Aun cuando continúe la
innovación en el futuro al ritmo de los décadas anteriores a 2007, los EE.UU.
se enfrentan a media docena de vientos en contra que están en proceso de
lastrar el crecimiento económico en la mitad o menos de la tasa del 1.9 % anual
experimentada entre 1860 y 2007. Entre ellos se cuentan la demografía, la
educación, la desigualdad, la globalización, la, energía/medio ambiente, y el
exceso de deuda de los consumidores y el Estado. Un provocador "ejercicio
de substracción" sugiere que el futuro crecimiento del consumo per cápita
para el 99 % de distribución de la renta podría caer por debajo del 0.5 % anual
durante un periodo de varias décadas.
NOTAS: [1] Robert J. Gordon, "Is U.S. Economic
Growth Over? Faltering Innovation Confronts the Six Headwinds", NBER
Working Paper nº 18315, agosto 2012, http://www.nber.org/papers/w18315 [2]Martin
Wolf, "Is unlimited growth a thing of the past?", Financial
Times, 2 de octubre de 2012 ; Robert J. Samuelson, "The great
Reversal", The Washington Post, 8 de octubre de 2012 . [3] NBER
Working Paper No. 18315, agosto de 2012.
Harold Meyerson, columnista
del diario The Washington Post y editor general de la revista The
American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic
Monthly como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de
Norteamérica. Meyerson es además vicepresidente del Comité Político Nacional
de Democratic Socialists of America y, según propia confesión, "uno de los
dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la capital de
la nación" (el otro es Bernie Sanders, combativo y legendario
senador por el estado de Vermont).
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