Reuters /Martes 6 de noviembre
Gane quien gane la elección
presidencial de Estados Unidos, gobernará bajo un relativo declive de la
posición económica global del país. El debería, pero probablemente no lo hará,
aceptar lo inevitable. Hubo un tiempo en que casi todo lo relacionado con la
economía de Estados Unidos establecía el estándar mundial. En 1960, Estados
Unidos era el mayor mercado del mundo. Tenía en gran medida la infraestructura
más desarrollada y sin duda el mejor sistema educativo y el Gobierno más
amigable para hacer negocios.
El país era fuente de la mayor
parte de las innovaciones, desde carreteras seguras y cómodas casas suburbanas
a computadoras y productos farmacéuticos avanzados.
Esos días han quedado atrás.
La creación de la Unión Europea ha dejado el mercado estadounidense en el
segundo lugar. En general, la infraestructura en Europa y Japón es, al menos,
igual de avanzada.
Estados Unidos sigue siendo
líder mundial en muchas áreas como industria, educación y Gobierno, pero se ha
retrasado en algunos sectores y las brechas se han reducido.
La industria del automóvil es
un buen ejemplo de esta tendencia. Los investigadores Joyce Dargay, Gately
Dermot y Martin Sommer destacan que en 1960 Estados Unidos tenía 411 vehículos
por cada 1.000 habitantes, mientras que Suecia, en ese entonces líder europeo,
tenía 175, sólo el 43 por ciento.
En el 2002, la proporción en
Estados Unidos casi se ha duplicado a 812, pero la del actual líder europeo,
Italia, aumentó mucho más rápido, llegando a 656 vehículos, el 81 por ciento
del nivel de Estados Unidos.
En Japón, la proporción pasó
de 19 a 599. Casi inevitablemente, en ese periodo Estados Unidos perdió su
clara preeminencia en el diseño y manufactura automotriz.
La causa principal del fin del
predominio económico estadounidense es la más sincera forma de adulación: la
imitación. Otros países han aprendido del maestro y la copia fue más fácil que
la creación. Algunos de los alumnos aprendieron tanto que ahora son profesores.
La recuperación de estos
países se aceleró sólo por las debilidades económicas de Estados Unidos, la
insuficiente inversión, principalmente en infraestructura, un persistente
déficit comercial de productos manufacturados y la mala gestión financiera.
Ninguno de estos problemas,
así como la extremadamente lenta recuperación de la recesión del 2009, es
probable que tenga mucho efecto en el comportamiento en el próximo período
presidencial o en muchos acuerdos que se tomen a partir de entonces, ya que la
economía de Estados Unidos seguirá avanzando, pero la mayor parte del resto del
mundo avanzará más rápido.
Las mayores pérdidas relativas
no estarán en Europa Occidental y Japón, que están, básicamente, en la misma
posición económica de Estados Unidos. Ellos son ricos y poco a poco lo serán
cada vez más pese a las debilidades financieras, sociales y demográficas.
Sin embargo, alrededor del 80
por ciento de la población mundial vive en países que tienen un largo camino
por recorrer para alcanzar los estándares mundiales. Algunos pueden
languidecer, pero otros se moverán lo suficientemente rápido en el camino hacia
la prosperidad, provocando que se estreche el liderazgo de Estados Unidos.
¿Qué debe hacer el próximo
presidente?
Debe reconocer la realidad. La
verdad puede ser dolorosa, pero es mejor saberla. Un presidente estadounidense
será mejor al momento de promover los intereses de su país si asume que no
tiene el derecho de establecer el programa mundial sobre el comercio, las
finanzas o la tecnología.
Este reconocimiento también lo
hará mejor cuando tenga que calibrar las ambiciones militares y diplomáticas de
acuerdo a la realidad económica. El presidente podría estar más motivado para
enfrentar las debilidades económicas del país si no tiene nociones de
inevitable superioridad nacional.
Después de que él reconozca la
dura verdad, deberá relajarse. No sólo no hay nada más que hacer, sino que el
relativo declive de Estados Unidos es, básicamente, una buena cosa.
Extender la prosperidad es
algo bueno y la menor desigualdad económica mundial es aún mejor. Los
estadounidenses que creen en el manifiesto destino de que la nación debe
enseñar al mundo la forma correcta de vivir pueden estar satisfechos de que una
parte del sueño americano, la tremenda empresa económica, se está convirtiendo
en una realidad global.
Por último, el mandatario
deberá actuar con responsabilidad. Aunque la era económica de Estados Unidos
está llegando a su fin paulatinamente, el país tiene una desproporcionada
importancia residual.
Su moneda es la reserva
mundial y sus universidades de investigación siguen siendo las mejores del
mundo. En muchas partes del orbe, Estados Unidos está considerado casi como la
tierra arquetípica de las oportunidades, tal como lo era hace unas décadas. Un
presidente que quiere conservar lo más posible la posición del país hará todo
lo posible para nutrir estos legados.
Por ejemplo, tratará de
revertir las actuales políticas fiscales y monetarias, que podrían haber sido
diseñadas para que el dólar no sea confiable.
Lamentablemente, ninguno de
ellos ha mostrado muchas señales de que seguirá mis consejos. Al menos en
público, ellos han competido por demostrar una mayor confianza en la grandeza
de Estados Unidos. Esto puede ser una necesidad electoral, pero es una floja
preparación para hacer frente a este desafío.
En el siglo XIX, Francia
sufrió por negarse a reconocer que las conquistas napoleónicas marcaron el
apogeo de la influencia de la nación. Gran Bretaña repitió el error en el siglo
XX. Es muy probable que Estados Unidos haga lo mismo.
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