Alejandro Nadal /Miércoles 9 de enero del 2013
Existen tres fábulas sobre los bancos y su papel en la economía. La gran mayoría de la gente (y de los economistas) abraza con fervor estos tres mitos que están íntimamente relacionados. El análisis de la economía política del capitalismo exige disipar esta mitología.
El primer mito dice que los bancos son unos simples intermediarios entre los ahorradores y los agentes que necesitan recursos adicionales, ya sean inversionistas o consumidores. Según esta idea los bancos reciben en depósito los fondos de los ahorradores para proceder a prestarlos. A los ahorradores les pagan una tasa de interés inferior a la que cobran a los prestatarios y la diferencia constituye la ganancia de los bancos.
Suena lógico pero es falso. La realidad es que los bancos son algo más que simples intermediarios. Entre las actividades de la banca se encuentra la creación monetaria. Para realizar un préstamo los bancos no necesitan que los recursos que van a ser objeto del crédito hayan sido ahorrados con anterioridad.
Normalmente, cuando un banco otorga un préstamo simple y sencillamente abre una cuenta a nombre del prestatario y le adjudica un saldo positivo (por el monto del crédito). En el mismo acto le otorga al receptor del crédito instrumentos de pago, dinero bancario, una chequera o una tarjeta de crédito. Si el prestatario requiere dinero en efectivo (billetes emitidos por el banco central), el banco prestamista lo consigue de sus arcas o lo adquiere del banco central.
El banco prestamista no acude a verificar si le quedan recursos de los agentes ahorradores para otorgar un préstamo. No tiene que hacerlo porque el crédito no depende de esos depósitos. Es cierto que hay gente que deposita sus ahorros en bancos privados, pero la captación bancaria no es lo que permite a los bancos realizar préstamos. Para intervenir como prestatario, el banco no tiene más que evaluar el proyecto en el contexto del horizonte económico. Al otorgar el crédito se abre un depósito en el banco: los préstamos crean los depósitos y no al revés, como dice este mito.
El segundo mito está ligado a la idea de que los bancos guardan en reserva parte de los depósitos de los ahorradores para enfrentar una eventual demanda de los depositantes que deseen recuperar sus ahorros. Esta es una variante del mito anterior y está ligada a lo que se ha denominado ‘banca de reserva fraccionaria’ y que se supone funciona como sigue. Si en un banco se depositan cien pesos y dicho banco guarda el 10 por ciento en reserva, puede prestar los otros noventa, que son depositados nuevamente en el mismo o en otro banco. Sobre ese depósito se deben guardar 10 por ciento de reservas, pudiendo volver a prestar 81 pesos y así sucesivamente. Al final de la serie, suponiendo reservas de 10 por ciento, los primeros cien pesos se habrán convertido en mil pesos por el efecto del multiplicador bancario (equivalente al recíproco del coeficiente de reservas que guardan los bancos).
Parece que aquí también se crea dinero de la nada, pero no es así. Hay un depósito anterior a cada préstamo y las reservas imponen un límite a los fondos prestados. Parece lógico, pero el sistema bancario no funciona de este modo: en 2007, antes de la crisis financiera, las reservas de los bancos en Estados Unidos ascendían a 20 mil millones de dólares (mmdd), lo que tendría que haberse acompañado de una oferta monetaria de 200 mmdd si el multiplicador existiera y no de los varios billones (castellanos) que existían en circulación. El multiplicador simplemente no existe como lo demuestran varios trabajos auspiciados por el FMI.
Queda el tercer mito: las reservas. Se piensa que con las reservas el banco central controla la expansión del crédito (y la oferta monetaria), además de establecer un requisito prudencial para eliminar el riesgo de ‘corridas’ contra los bancos. Pero hace mucho que los bancos centrales dejaron de imponer niveles realmente significativos de reservas obligatorias. En muchos países los requerimientos de reservas son cero, y eso incluye Inglaterra, Canadá y México.
Esto es quizás el reconocimiento de que en un sistema de creación monetaria endógena el banco central no tiene control sobre la oferta monetaria. Por eso la política del banco central, obsesionada por el control de la inflación, está centrada en el control de la tasa de interés a través de sus operaciones de descuento.
Si un banco necesita reservas al final del día, las puede obtener en el mercado interbancario de corto plazo o directamente del banco central. No es la base monetaria (el dinero de alto poder emitido por el banco central) lo que se necesita para arrancar todo el proceso. La causalidad es la inversa: los créditos bancarios generan la cantidad de dinero de alto poder. Y la razón es que si el banco central no tiene la exclusividad sobre la creación monetaria, no le queda más remedio que proporcionar las reservas que requiere el sistema. El banco central está al servicio de los bancos privados y del capital financiero.
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