jueves, 28 de marzo de 2013

La crisis climática y su administración

Francisco Aguayo /25/03/2013
I

Los efectos de la crisis financiera que estalló en el 2008, han expandido la discusión acerca de la viabilidad del capitalismo. El resquebrajamiento del sistema financiero internacional, sin embargo, no ha llevado a una reforma del sistema sino a una administración de la crisis que prolonga el estado de cosas sin ofrecer una solución. Esta falsa salida ha transferido la carga de los bancos y las corporaciones hacia la población en su conjunto, fracturando la confianza de sociedades que presumían haber alcanzado la afluencia de forma irreversible y exponiendo a una buena parte de la población de los países ricos a la precaria realidad cotidiana de la población del resto de mundo.

La crisis climática por la que atraviesa nuestro planeta ha desatado, también, un proceso paralelo de administración que no ofrece soluciones, sino contención. El régimen internacional de cambio climático, que amenaza con sustituir al de por sí débil Protocolo de Kioto, se basa en el establecimiento de cuotas voluntarias de mitigación de gases de efecto invernadero y en la utilización de mecanismos de mercado para promover el cambio estructural. Este régimen se basa en un enfoque gradualista del problema que no tiene sustento en la realidad.

II

Existen ya demasiados datos sobre las dimensiones y velocidad del deterioro climático que genera la actividad humana, al punto que resulta difícil seguir la información relevante. Existen muchos indicios, y ninguna refutación sólida, de que el cambio climático se está acelerando, no sólo porque aumentan sus causas directas, sino porque también aumenta la sensibilidad del cambio climático a esas causas.

Uno de los informes más recientes del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático (PIK), producido bajo encargo del Banco Mundial, estima que de proseguir el ritmo actual de emisiones de gases de efecto invernadero la perspectiva de calentamiento para el siglo que corre es de 4° C, casi el doble de la cifra aceptada oficialmente como zona de peligro.[1]  Otros climatólogos reconocidos aseguran que incluso un calentamiento del orden de 1°C podría generar perturbaciones muy difíciles de revertir.[2] A partir de estimaciones gruesas sobre sus impactos, este nivel de perturbación climática inercial (en el que se mantiene el estado actual de cosas) pondrá en un estado de riesgo sin precedente los sistemas de alimentación, aprovisionamiento de agua, la viabilidad de los ecosistemas y la salud humana. Pero mientras que la certeza sobre la existencia y magnitud del calentamiento aumenta, es necesario reconocer que no existe una base de conocimiento sólida sobre todos sus efectos, ni sobre el ritmo y secuencia con la que se pueden presentar éstos últimos. En particular, existe una gran incertidumbre sobre los efectos de retroalimentación del cambio climático. Aquí queremos señalar sólo tres de esos efectos potenciales.

1) Desde hace casi una década, el deshielo en el Ártico alcanza cada año una cifra récord.[3] La reducción de la superficie del hielo ártico es un mecanismo muy importante de retroalimentación del cambio climático: mientras más pequeña sea la capa de hielo, menos luz solar se refleja al espacio y más energía absorbe la tierra, lo que produce a su vez un mayor deshielo. El deshielo aumenta la sensibilidad climática a un nivel dado de concentración de gases de invernadero aumenta con el deshielo (con mayor deshielo una menor cantidad de emisiones afecta más el sistema climático).[4]

2) Al mismo tiempo, el río Amazonas alcanzó su nivel más bajo en 47 años en el 2010, en la peor sequía del siglo. Peor aún, la segunda peor sequía impactó la selva amazónica apenas cinco años antes. Los dos eventos han revelado otro poderoso mecanismo de retroalimentación climática. En un año normal, la selva del Amazonas absorbe cerca de 1.5 miles de millones de toneladas de CO2, sin embargo, la biomasa que la sequía del 2010 extinguió tuvo un impacto de carbono de 2.2 miles de millones de toneladas, y podría alcanzar hasta los 5 mil millones en los próximos años al pudrirse la vegetación muerta.[5].

Esto significa que, además de la destrucción de uno de los ecosistemas más ricos del planeta, el calentamiento global podría provocar que la selva tropical en lugar de capturar carbono lo inyecte a la atmósfera.

3) Un tercer efecto de retroalimentación puede ser detonado por la liberación de metano congelado en la plataforma del ártico siberiano, al descongelarse el permafrost[6]. Esas regiones árticas mantienen algunos de los más grandes almacenes de carbono del planeta en la forma de hidratos de metano, cerca de 1.6 millones de millones de toneladas, el doble del carbono de la atmósfera.[7] Precisamente esas regiones son las que registran las tasas de calentamiento más rápidas. Basta una fracción de todo ese metano congelado, que ya está filtrándose en el ártico siberiano, para desencadenar un calentamiento climático abrupto[8]. Las autoridades rusas ya han estimado que el permafrost siberiano podría encogerse entre 15 y 30% para el año 2050.[9]

La acumulación de los efectos del cambio climático y su interacción puede producir resultados totalmente imprevistos a una escala desconocida y a un ritmo acelerado. Muchos de estos mecanismos de retroalimentación, así como el entramado de relaciones que existen entre los diversos subsistemas del clima, todavía no se conocen con certeza.  Esto impide determinar cuáles son los umbrales de una perturbación irreversible. Más aún, como admite el mismo PIK, el espectro completo de los daños en un mundo 4°C más caliente todavía no ha sido evaluado. Los estudios convencionales sobre los efectos del cambio climático se basan en cálculos puntuales sobre los efectos aislados en distintos sectores económicos, regiones y ecosistemas. Pero no existen estudios sobre la acumulación y posible reacción en cadena de esos efectos en escala global. No existe por tanto ninguna garantía de que la adaptación a un mundo 4°C más caliente sea posible.

III

La parsimonia (por no decir, el cinismo) con el que se conducen las negociaciones internacionales sobre el régimen global del clima responden, en parte, al trágico desfase temporal entre la evidencia científica y la capacidad de la maquinaria diplomática para alcanzar acuerdos[10]. Pero también, y de forma sobresaliente, a un tipo particular de pensamiento económico que domina tras bambalinas el discurso político y establece una visión de la crisis climática como algo que puede controlarse de forma gradual. Esta forma de abordar el problema ha moldeado los términos de la negociación internacional, incluidas las posiciones de las naciones pobres, a partir del principio de minimización de costos.

Mientras que la discusión sobre la ciencia del cambio climático ha sido un ejercicio inédito de colaboración y escrutinio más o menos riguroso de la evidencia y la teoría, el proceso de traducción del problema en soluciones ha caído en el campo de la teoría económica ortodoxa. La perspectiva de esta “economía del cambio climático” se basa en un conjunto de modelos de costo-beneficio, sumamente limitados y en la reducción de todo problema ecológico a un costo no contemplado que puede ser internalizado (en mercados que, por lo demás, funcionan sin mayor problema).

El problema del cambio climático desde esta perspectiva se reduce a encontrar la trayectoria óptima de abatimiento del cambio climático. Algunos de los modelos más influyentes basados en ese enfoque han obtenido resultados sorprendentes, como por ejemplo, que los efectos del calentamiento inicial son más bien positivos[11] o que los costos sociales del cambio climático son, en el mediano plazo, relativamente bajos (en un orden de entre $5 y $50 dólares por tonelada de CO2)[12]. El corolario de este enfoque es que el problema puede solucionarse con incentivos muy pequeños, administrados al sistema económico en pequeñas dosis a lo largo del tiempo. Dado que aplicar estos incentivos en la forma de un impuesto al carbono puede generar distorsiones en los mercados, lo mejor es crear un sistema de intercambio de derechos de contaminación que incluya el costo de los daños potenciales en el cálculo de todos la agentes de la economía, mediante un mercado de emisiones.

Esta perspectiva está plagada de inconsistencias y arbitrariedades, es incapaz de percibir relaciones sistémicas entre las partes del problema, y tiene como fundamento una teoría económica que ha entrado hace mucho tiempo en decadencia como programa científico. Sin  más, la crisis financiera ha hecho añicos el mito de la mano invisible y el mercado desregulado. Por falta de espacio aquí consideramos sólo dos inconsistencias, expuestas de manera concisa por el economista Frank Ackerman en varios trabajos[13]. La primera es que los resultados de los modelos, en sus propios términos, cambian radicalmente al hacer pequeñas modificaciones en parámetros como la tasa de descuento utilizada. Al utilizar una tasa de descuento elevada, esos estudios reducen el valor de daños que ocurrirán en el futuro. Existen muchos argumentos para utilizar un descuento más pequeño, como el utilizado en el famoso Informe Stern. El punto es que el criterio para escoger una tasa de descuento tiene una dimensión política y ética sobre la responsabilidad ecológica y social, y no puede reducirse a un problema técnico.

Un segundo punto es que el tratamiento de la incertidumbre en el enfoque ortodoxo de costo-beneficio es totalmente inadecuado, pues prácticamente excluye la consideración del riesgo de eventos catastróficos. Ackerman propone aquí que un enfoque más adecuado es el de Weizman[14] quien demuestra que en casos en los que existe un riesgo potencialmente ilimitado sobre el que existe información escasa, el valor esperado de la reducción del riesgo es infinita. En otras palabras, cuando existe una probabilidad desconocida de que ocurra un evento catastrófico, cualquier previsión contra ese evento es increíblemente valiosa. Ese tipo de riesgos es, como señalamos en la sección anterior, lo que caracteriza el problema del cambio climático con la base de conocimientos que actualmente tenemos. En consecuencia, la opción por una estrategia de minimización de costos es equivocada y debe ser reemplazada por una estrategia de prevención del peor escenario.

IV

El predominio de la perspectiva ortodoxa en la economía del cambio climático es un reflejo de una serie larga de inercias que determinan el curso actual de nuestras sociedades intensivas en carbono. Por un lado, la matriz tecnológica que se sostiene sobre el uso de combustibles fósiles está profundamente entronizada en el sistema económico. La transición energética de los combustibles fósiles a una matriz tecno-económica distinta (necesariamente, basada en la energía solar y sus conversiones más inmediatas, como el viento) está profundamente limitada tanto por la inercia técnica del sistema existente como por la dimensión de los intereses económicos involucrados. Una forma palpable de estimar esas inercias, es el reconocimiento de que cerca de un 80% de las reservas actuales de combustibles fósiles, deben permanecer en el subsuelo, si queremos evitar un colapso climático.[15] Estados y corporaciones se han apropiado de esas reservas y éstas son parte de sus “activos”. Eliminar el lastre de la energía fósil pasa necesariamente por establecer nuevos mecanismos de asignación y valuación de recursos.

Enfrentar el problema del cambio climático requiere una modificación importante del balance de fuerzas políticas en el terreno internacional que mantiene el sesgo gradualista de la crisis climática. El discurso dominante sobre los criterios de valuación de costos del cambio climático es un soporte clave, al igual que en la administración de la crisis financiera, de la legitimidad del statu quo. Desmontarlo es parte de la tarea en la generación de alternativas.

Francisco Aguayo es economista. PhD Fellow en el Maastricht Economic Research and Training Institute on Technology (UNU-MERIT).



[1] Turn down the heat. Why a 4°C warmer world must be avoided. Berlin, 2012. El informe completo puede consultarse en:http://www.pik-potsdam.de/news/press-releases/4-degrees-briefing-for-the-world-bank-the-risks-of-a-future-without-climate-policy.
[2] Hansen, J. et al. (2008), “Dangerous human-made interference with climate: a GISS modelE study,” en Atmospheric and Chemistry and Physics no. 7, pp. 2287–2312.
[3]El departamento de Ciencias Atmosféricas y de la Tierra del City College de Nueva York mostró recientemente que el área derretida en el ártico aumenta cerca de 17,000 km cuadrados cada año y que esto ha ocurrido durante los últimos 30 años (http://greenland.cryocity.org/ ). La tendencia confirma resultados previos de la Agencia Nacional para la Atmósfera y los Océanos de Estados Unidos (http://www.arctic.noaa.gov/reportcard/).
[4] Lenton. T. et al. (2008), “Tipping elements in the Earth’s climate system” in Proceedings of the National Academy of Science of the U.S, vol. 105, no. 6, pp. 1786–1793, pnas. 0705414105. Documento en línea:www.pnas.org_cgi_doi_10.1073_pnas.0705414105.
[5] Lewis, S., P. Brando at al. (2011), The 2010 Amazon Drought, Science, vol. 331, no. 6017, p. 554. Resumen en línea:http://www.sciencemag.org/content/331/6017/554.abstract.
[6] Ver por ejemplo Schaeffer, K., Zhang, T., et al. (2011), “Amount and timing of permafrost carbon release in response to global warming,” in Tellus, vol. 63, issue 2, pp. 165-180; Lawrence, D. M. and A. G. Slater (2005), “A projection of sever near-surface permafrost degradation during the 21st century, in Geophysical Research Letters, vol. 32.
[7] Tarnocai, C., J. G. Canadell, E. A. G. Schuur, P. Kuhry, G. Mazhitova, and S. Zimov (2009), Soil organic carbon pools in the northern circumpolar permafrost region, Global Biogeochemical Cycles, vol. 23, GB2023, doi:10.1029/2008GB003327.
[8] Shakhova, N., I. Semiletov, et al., (2010), “Extensive venting to the atmosphere from sediments of the Siberian Arctic Shelf,” inScience, vol. 327, no. 5970, pp. 1246-1250, doi10.1126/science.1182221.
[9] “Russia may lose 30% of permafrost by 2050: official”, AFP, Sunday, 31 July 2011
[10] Tomó 10 años echar a andar el Protocolo de Kioto. Por otro lado, si el desmantelamiento del principio de obligatoriedad, que ese Protocolo consagraba, ocurrió mucho más rápidamente, revertir la tendencia actual de metas de mitigación voluntarias llevará seguramente varios años.
[11] William Nordhaus and Joseph Boyer, Warming the World: Economic Models of Global Warming (MIT Press, 2000), 84-85.
[12]Richard Tol, “The Social Cost of Carbon: Trends, Outliers and Catastrophes,” Economics (e-journal), Vol. 2, 2008.
[13] Véase por ejemplo, Ackerman, F. (2009), Can we afford the future? The economics of a warming world, ZED Books; Ackerman F. y E. Stanton (2010), The Social costs of carbon, Economics for Equity and the Environment Network, disponible en línea en www.e3network.org.
[14] Martin Weitzman, “On Modeling and Interpreting the Economics of Catastrophic Climate Change,” Review of Economics and Statistics (2009),
[15]Véase Leaton, J. (2012), Unburnable Carbon – Are the world’s financial markets carrying a carbon bubble?, Carbon Tracker, www.carbontracker.org.

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