Lizardo Salazar Tibau
Cuando en 1992 Francis Fukuyama publicó su famoso libro El fin de la Historia y el último hombre, no fueron pocos los entusiasmados que cantaron victoria y lanzaron campanas al vuelo; y no fue para menos: el proyecto de construcción del socialismo soviético y de Europa Oriental se había venido abajo. Aquel primer intento de construir lo que los clásicos llamaron “sistema cualitativamente superior”, llamado a sustituir al agonizante capitalismo, que había comenzado con la expropiación de los medios de producción en posesión de la clase dominante por parte del valeroso pueblo ruso en 8un proceso revolucionario que comenzó el 7 de noviembre de 1917, vio su dramático final a comienzos de la última década del siglo XX, solo 73 años después.
¿Pero realmente el derrumbe del modelo euro-soviético significa el fin de la historia? ¿Tienen razón los teóricos burgueses que ponderan el carácter eterno del capitalismo? Un vistazo a los últimos 20 años de una era post-soviética pone en duda tales afirmaciones.
¿Pero realmente el derrumbe del modelo euro-soviético significa el fin de la historia? ¿Tienen razón los teóricos burgueses que ponderan el carácter eterno del capitalismo? Un vistazo a los últimos 20 años de una era post-soviética pone en duda tales afirmaciones.
Un mundo unipolar donde prevaleció una sola superpotencia hegemónica, por demás imperialista, que se erigió ¿triunfadora? de esa lucha de contrarios, como lo llamó Marx, fue el panorama reinante durante toda la década de 90 y el inicio del recién nacido tercer milenio. Sin embargo, no es posible afirmar que durante este período de gloria para los capitalistas, ebrios de satisfacción, hayan desaparecido totalmente los proyectos de construir el nuevo modo de producción más justo.
Cuatro países persistieron, por necesidad o convicción (o ambas inclusive), en su empeño, a pesar de los pesares, de seguir adelante en la construcción de la nueva sociedad. No había vivido la izquierda mundial peores momentos. Muchos dentro de sus filas sucumbieron al desánimo provocado por el aparente fracaso de un lado y la feroz campaña triunfalista del capitalismo por el otro y decidieron bajar los brazos, lo cual se muestra en el hecho de que ejemplares de las obras de los clásicos fueron lanzados a la basura. En Miami el sector más reaccionario de la comunidad cubana preparó sus maletas para un regreso triunfante a una Cuba “post – comunista” que, según su lógica, sucumbiría sin el apoyo de sus principales y casi únicos socios comerciales y volvería a ser el paraíso de oligarcas y gángsteres que verían vía libre a su acumulación de riquezas y recuperarían las propiedades nacionalizadas y abandonadas al principio del proceso revolucionario.
Pero, como dijo Fidel: “Nada podrá detener la marcha de la Historia”. La insostenibilidad de la sociedad capitalista, las acentuadas diferencias sociales y más de 30 años de políticas neoliberales han acentuado las contradicciones inherentes del sistema y el viejo capitalismo se haya en un callejón sin salida. Si en la década de 1950 la acción conjunta del estado y los monopolios provocaron un crecimiento económico acelerado, sobre todo en la etapa de post-guerra, y si a partir de 1973 las políticas neoliberales de privatización y no intervención estatal permitieron también un crecimiento, a un ritmo no muy acelerado, de las economías que lo aplicaron hasta principios de la década de 1990, actualmente el régimen mundial se encuentra en un callejón sin salida que hace presagiar su fin inevitable.
La deformación que padece el capitalismo en su fase monopolista, provoca que cada vez los ciclos económicos sean más cortos y las crisis se sucedan cada vez con más frecuencia y profundidad. Una economía que depende del capital ficticio para su crecimiento, donde la obtención de riquezas no radica en la producción de bienes de consumo, premisa enunciada por Marx como única fuente posible de creación de plusvalía, sino en la mera especulación, en el acto de manipular mercados con el fin de comprar barato para luego vender caro, no puede gozar de buena salud y presenta enormes deformidades en su estructura que solo podrán ser superadas con la sustitución de un modo de producción por otro.
El neoliberalismo, esa doctrina, engendro de laboratorio surgido en la Universidad de Chicago, gracias a cerebros como el de Milton Friedman, que pondera las virtudes del libre mercado, la privatización desmedida de toda la economía y la no intervención del estado en esos asuntos, parece haberse agotado irremediablemente. A pesar de esto se intenta salvar al capitalismo europeo con recortes sociales y políticas neoliberales, o sea, resolver una crisis neoliberal con más neoliberalismo ¿Ha probado usted apagar un fuego arrojándole gasolina?
Si el capitalismo monopolista de estado fracasó en su momento por haberse agotado las posibilidades reales de estabilidad económica y también lo hizo el neoliberalismo; o sea, si el estado dentro de la economía y fuera de esta fracasó en ambas formas ¿qué camino seguir para salvar al viejo régimen? La respuesta es sencilla: ¡Ninguno! Cuando la solución no es posible hallarla dentro del propio sistema hay que buscarla, inexorablemente, fuera de él.
Cierto es que la clase obrera mundial no ha asumido el papel protagónico que le corresponde, debido, en parte, al escepticismo existente a causa el derrumbe de la URSS y el campo socialista provocado por una incorrecta implementación del modelo político y no por la carencia de validez de la teoría marxista leninista sobre la que se sustentó. Pero no es menos cierto que al capitalismo neoliberal está totalmente agotado. Si en el pasado esta misma clase obrera pudo ser sobornada por la gran burguesía que les vendió un puñado de acciones en las propias empresas donde laboraban, utilizando muy convenientemente en beneficio del gran capital el precepto marxista y socialista de que el obrero al participar en el proceso productivo debe sentirse propietario de los medios de producción para que redunde en estímulo y crear la falsa ilusión de la no existencia de clases sociales dentro del capitalismo moderno, actualmente, ante la situación imperante es muy difícil que el proletariado se contente con semejantes dádivas, cuando no basta con sentirse propietario para quedar inmune a la enfermedad reinante.
No es casual el movimiento hacia la izquierda que se ha venido dando, primero en América Latina con los triunfos de movimientos populares que han ascendido al poder; el primero de todos en 1998 con la victoria de Hugo Chávez en Venezuela, más tarde Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua y Rafael Correa en Ecuador, entre otros, y actualmente en países capitalistas con sonadas protestas en varios de la UE, en Chile y hasta en el mismo corazón de los Estados Unidos, ante el empeoramiento de la situación socioeconómica de las clases bajas. Y es que las masas populares están despertando, se han sentido engañadas y robadas por las clases dominantes y sienten que su presente es intolerable y su futuro negro.
Por sí o por no, varios han optado por romper con el viejo capitalismo y construir una sociedad mejor. Podrá llamársele Revolución Bolivariana o Sandinista, Socialismo del Siglo XXI o Revolución Ciudadana, lo cierto es que el mundo transita, inobjetablemente, hacia una sociedad de trabajadores, donde el interés de la clase obrera sea primordial y dominante basado en una verdadera democracia en que el poder real lo posea el proletariado, pero siempre apuntando hacia el futuro de la humanidad en bien de las mayorías y, en un final, de todos los individuos. Y esta transformación no deberá ser ajena a los postulados enunciados por los clásicos del marxismo y, por tanto, deberá realizarse de acuerdo con lo enunciado por Marx, Engels, Lenin, Fidel y el Che en cuanto a la metodología para la construcción de la nueva sociedad y formación del hombre nuevo, por supuesto, de acuerdo con las condiciones históricas, políticas, económicas y sociales de cada momento y lugar. Pero esto no será posible sin que la clase obrera decida, de una vez y para siempre, asumir el papel histórico que le corresponde y erigirse en protagonista del cambio. Dijo Lenin que no nos podemos sentar a mirar pasar el cadáver del capitalismo, porque de por sí solo no morirá. Las condiciones subjetivas se deben ir creando en mismo proceso revolucionario para fructificar cuando se llega a una situación revolucionaria.
Por eso, al cabo de 20 años sería conveniente preguntarle al señor Fukuyama si cuando escribió sobre el fin de la historia, en realidad se refería solo al fin de la historia del capitalismo.
*Licenciado en Economía y profesor de Economía Política de la Universidad "Máximo Gómez Báez" en Ciego de Ávila, Cuba.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario