Viernes 20 de enero del 2011
El mundo contemporáneo es, sin duda alguna, víctima de una expoliación global planificada, cuyos antecedentes se pueden rastrear en la última década del siglo pasado, teniendo como primer escenario las naciones endeudadas de nuestra América.
Desde entonces, los grandes centros de poder -manejados por quienes integran las grandes corporaciones transnacionales, siendo el caso más representativo el gobierno de George W. Bush, cuyos miembros provenían de las nóminas de algunas empresas petroleras- han impuesto sus condiciones a casi la totalidad del planeta, en un juego que pretende salvar las economías en crisis a cambio de concesiones que, en la práctica, significan hipotecar la soberanía y el futuro de muchos países.
En todo ello, los grandes ganadores son las transnacionales, a tal punto que se han dado el lujo de colocar directamente en el poder en algunos países de Europa a personeros formados bajo sus directrices.
Esta situación coloca al planeta en un escenario de alta conflictividad social, como ha quedado evidenciado suficientemente con el movimiento de los indignados, tanto en Europa como en Estados Unidos, lo que da cuenta de las consecuencias desfavorables que tienen en las personas las medidas adoptadas por sus gobiernos en beneficio de los intereses de las grandes corporaciones. En este caso, ya poca gente da cuenta de los beneficios inherentes al capitalismo, pero tal cosa no significa que exista aún una conciencia revolucionaria que postule al socialismo como su contrapartida. Quizás ello pueda derivar más tarde en una lucha social que vaya transformando en política, cuestión ésta que pretende minimizarse alegando que son ajustes necesarios que se deben implementar para rescatar y consolidar las economías nacionales en bancarrota, quedándole a los ciudadanos la amarga convicción de ser manipulados por los grupos empresariales en connivencia con el estamento gobernante.
Ya en nuestra América la experiencia neoliberal demostró que a los empresarios sólo les importa disponer de mecanismos flexibles para la obtención segura y a corto plazo de mayores ganancias, dejando en la intemperie -literalmente- a familias enteras, cuyos ingresos económicos rozan los niveles de sobrevivencia. Esto se ha extendido a otros continentes, siendo ya una situación común en todo el mundo, asignando al sector privado de la economía un papel destacado como agente del desarrollo de cada país en llave con sus gobiernos, en lo que algunos han llamado capitalismo inclusivo, capitalismo real y, hasta, capitalismo popular, buscando hacer menos visible el carácter depredatorio y anti-ecológico de tal sistema. Como lo hace ver C.K. Prahalad, en su libro La fortuna en la base de la pirámide: Cómo crear una vida digna y aumentar las opciones mediante el mercado, “el compromiso activo de las empresas privadas con la base de la pirámide es un elemento esencial para la creación de un capitalismo incluyente en la medida en que la competencia del sector privado por dicho mercado fomenta la atención hacia los pobres como consumidores y crea opciones para ellos”. Ésta es la esencia real de tal preocupación empresarial: disponer de un mercado de consumo. Allí no entra ninguna otra consideración, así se esté a las puertas de un gran cataclismo mundial, como parecen estar animadas a provocarlo las transnacionales que controlan la economía global, en su empeño por tener en sus manos los recursos estratégicos de cada nación y obtener grandes ganancias, como lo han estado haciendo en los países árabes invadidos por el imperialismo gringo y sus aliados en las últimas décadas.
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