Laura Tyson /06/06/12
Berkeley - El despilfarro
fiscal no ha causado la crisis de la deuda soberana que envuelve a Europa, y la
austeridad fiscal no la resolverá. Por el contrario, no ha hecho más que
agravarla y ahora amenaza con derribar al euro y arrojar la economía global a
otra caída en picada.
En 2007, España e Irlanda eran
modelos de rectitud fiscal, con relaciones de deuda a PIB mucho más bajas que
Alemania. A los inversores no les preocupaba el riesgo de impago de la deuda
soberana de estos países, ni el desmesurado tamaño de la deuda soberana de
Italia.
De hecho, Italia mostraba la menor relación de déficit respecto al PIB
de la eurozona, y el gobierno italiano no tenía ningún problema para
refinanciar a atractivas tasas de interés. Hasta Grecia, a pesar de una
competitividad que se iba erosionando rápidamente y una senda presupuestaria
cada vez más insostenible, era capaz de atraer el capital que necesitaba.
Engañados por la convergencia
de los rendimientos de los bonos tras el lanzamiento del euro, los inversores
impulsaron un auge del crédito del sector privado de más de una década de
duración en los países europeos periféricos menos desarrollados. No advirtieron
las burbujas inmobiliarias en España e Irlanda, ni la deriva de Grecia hacia la
insolvencia. Cuando el crecimiento se desaceleró fuertemente y los flujos de
crédito se secaron tras la Gran Recesión, los ingresos presupuestarios se
desplomaron, los gobiernos se vieron obligados a socializar los pasivos del
sector privado, y aumentaron fuertemente el déficit fiscal y la deuda.
Con la excepción de Grecia, el
deterioro de las finanzas públicas fue un síntoma de la crisis, no su causa.
Más aún, era previsible: la historia muestra que el nivel real de deuda pública
se eleva exponencialmente en las recesiones provocadas por crisis financieras.
Soslayando la evidencia, los
líderes europeos, encabezados por Alemania, diagnosticaron erróneamente el
problema como uno de despilfarro fiscal para el que la única cura era una
dolorosa austeridad. Desde esta perspectiva, la reducción significativa y
rápida de los déficits y la deuda pública es una condición previa para
restablecer la credibilidad de los gobiernos y la confianza de los inversores,
con lo que supuestamente se limitaría el contagio, se reducirían las tasas de
interés y se reactivaría el crecimiento económico.
Hay además un aspecto de
riesgo moral en el argumento de la austeridad: flexibilizar los términos de
pago a los gobiernos derrochadores no hace más que estimular un comportamiento
imprudente en el futuro; el perdón de los pecados hace que se siga pecando. Más
aún, los acreedores virtuosos no tendrían por qué rescatar a los deudores
irresponsables, sean privados o públicos. Desde esta perspectiva, la austeridad
es la penitencia necesaria y justa para países réprobos como Grecia, España e
Italia.
Pero la austeridad no está
funcionando; de hecho, es contraproducente. En el corto y mediano plazo, la
consolidación fiscal -ya sea en forma de reducción del gasto público o aumento
de los ingresos- genera menores niveles de producción y empleo, lo que significa
una más baja recaudación de impuestos, el aumento del déficit y la elevación de
la deuda en relación con el PIB. Los inversores inteligentes, al igual que los
votantes frustrados, reconocen que el bajo crecimiento y el alto desempleo en
realidad profundizan el déficit y la deuda en el corto plazo. Es por eso que,
después de más de dos años, las tasas de interés están aumentando en lugar de
bajar en los países aplastados por las onerosas medidas de austeridad.
De hecho, no existe una
relación simple entre la magnitud del déficit o la deuda de un gobierno y
la tasa de interés que debe pagar. Los bonos del gobierno británico hoy ofrecen
tasas de interés significativamente más bajas que las de Francia, Italia o
España, a pesar de que la posición fiscal del Reino Unido es mucho peor.
Grecia está atrapada en la
clásica trampa de la deuda, ya que las tasas de interés sobre su deuda pública
se han disparado más allá de su tasa de crecimiento (y por un margen
considerable), mientras que España se debate en la cuerda floja. La austeridad
en Europa ha confirmado la advertencia del Fondo Monetario Internacional de que
la exageración de la consolidación fiscal debilita la actividad económica,
socava la confianza del mercado y disminuye el apoyo popular a los ajustes.
En el largo plazo, muchos
países de la eurozona -incluida Alemania- deberán recurrir a la consolidación
fiscal para estabilizar y reducir sus relaciones de deuda a PIB. Pero el
proceso debe ser gradual e intensificarse solamente después de que las
economías europeas hayan vuelto a una senda de crecimiento sostenible.
Asimismo, en la mayoría de las
economías europeas es necesario aplicar reformas estructurales para reforzar la
competitividad e impulsar el potencial de crecimiento. Pero toman su tiempo: la
canciller alemana Angela Merkel parece haber olvidado que para que la antigua
Alemania del Este pudiera llegar a ser competitiva con el resto del país
fueron necesarios más de una década y aproximadamente € 2 billones (2,5
billones de dólares) en subsidios.
El primer ministro italiano
Mario Monti y el presidente francés François Hollande tienen razón: Europa
necesita políticas audaces y coordinadas para promover el crecimiento, junto
con reformas estructurales de mercado que fomenten la competencia, y que se reduzcan
las metas fiscales hasta que la producción y el empleo se recuperen.
Pero, ¿cómo financiar
iniciativas de crecimiento nuevas e importantes? La realidad es que el resto de
Europa no puede hacerlo sin Alemania, que sigue muy apegada a la cura de
austeridad.
Con un modesto déficit fiscal,
costes del crédito históricamente bajos y un enorme superávit de cuenta
corriente, Alemania tiene la capacidad financiera para lanzar un estímulo
importante. Sin embargo, no ve ninguna necesidad de estimular su propia
economía y está dispuesta a considerar solo medidas modestas para la eurozona,
como el capital adicional para el Banco Europeo de Inversiones, un pequeño
programa piloto de "bonos de proyectos" de la Unión Europea para la
inversión en infraestructura, y un despliegue más rápido de los fondos estructurales
comunitarios no utilizados. Se niega incluso a permitir que el gasto en
proyectos de infraestructura de alta prioridad quede exento de los poco
realistas objetivos de déficit fijados por el nuevo "pacto fiscal" de
la UE.
A pesar de las súplicas del
FMI y la OCDE, Alemania también sigue oponiéndose implacablemente a los
eurobonos, que podrían aliviar las restricciones de financiación de otros
miembros de la eurozona y reforzar los recursos del Mecanismo Europeo de
Estabilidad, que actualmente no es un muro creíble frente a una potencial
corrida sobre la deuda soberana italiana o española, o sobre los bancos
europeos que la poseen. De hecho, la profundización de la crisis bancaria, con
la huida de depósitos de la periferia de la eurozona, limita todavía más las
perspectivas de crecimiento de Europa.
Probablemente ya sea demasiado
tarde para salvar a Grecia. Sin embargo, un giro hacia políticas de
crecimiento, con el apoyo de la flexibilización de los objetivos de déficit y
la emisión de eurobonos, es esencial para evitar que Europa termine cayendo en una
larga recesión, estabilizar los mercados financieros europeos y prevenir otro
serio trastorno en los mercados de capitales globales.
Traducido del inglés por
David Meléndez Tormen
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