Un debate reciente entre Paul
Krugman y algunos partidarios de las políticas de austeridad que tuvo lugar en
el programa BBC Newsnight en Gran Bretaña.
Paul Krugman /03/06/12
"El auge económico, y no
la crisis, es el momento adecuado para la austeridad”. Eso afirmaba John
Maynard Keynes hace 75 años, y tenía razón. Aun cuando se tenga un problema de
déficit a largo plazo —¿y quién no lo tiene?—, recortar drásticamente el gasto mientras
la economía está profundamente deprimida es una estrategia contraproducente
porque no hace más que agravar la depresión.
¿Y por qué el Reino Unido está
haciendo exactamente lo que no debería hacer? A diferencia de los Gobiernos de,
por ejemplo, España o California, el Gobierno británico puede adquirir
préstamos con total libertad a unos tipos de interés más bajos que nunca. Así
que, ¿por qué el Gobierno está reduciendo drásticamente la inversión y
eliminando cientos de miles de puestos de trabajo en el sector público en vez
de esperar a que la economía sea más fuerte?
En los últimos días he
planteado esa pregunta a algunos defensores del Gobierno del primer ministro
David Cameron, unas veces, en privado, y otras, en la televisión. Y todas esas
conversaciones han seguido la misma pauta: han empezado con una mala metáfora y
han terminado con la revelación de los motivos ocultos.
La mala metáfora —que
seguramente habrán escuchado muchas veces— equipara los problemas de deuda de
una economía nacional con los problemas de deuda de una familia individual. Una
familia que ha asumido una deuda excesiva, cuenta la historia, debe apretarse
el cinturón. De modo que si el Reino Unido en su conjunto ha asumido una deuda
excesiva (cosa que ha hecho, aunque es, en su mayoría, deuda privada, más que
pública), ¿no debería hacer lo mismo? ¿Qué tiene de malo esta comparación?
La respuesta es que una
economía no es como una familia endeudada. Nuestra deuda es en su mayoría
dinero que nos debemos unos a otros; y lo que es aún más importante, nuestros
ingresos provienen principalmente de lo que nos vendemos unos a otros. Sus
gastos son mis ingresos y mis gastos son sus ingresos.
¿Y qué pasa si todo el mundo
simultáneamente reduce drásticamente el gasto en un intento de pagar lo que
debe? La respuesta es que los ingresos de todo el mundo se reducen; mis
ingresos disminuyen porque ustedes están gastando menos, y sus ingresos
disminuyen porque yo estoy gastando menos. Y, a medida que nuestros ingresos se
hunden, nuestro problema de deuda se agrava, no mejora.
Esto no es nada nuevo. El gran
economista estadounidense Irving Fisher ya lo explicó allá por 1933, y resumió
lo que él llamaba “deflación de la deuda” con el conciso y expresivo eslogan:
“Cuanto más pagan los deudores, más deben”. Los acontecimientos recientes, sobre
todo la mortal espiral de la austeridad en Europa, han ilustrado de manera
trágica la verdad de las ideas de Fisher.
Y hay una moraleja clara en
esta historia: cuando el sector privado intenta desesperadamente pagar lo que
debe, el sector público debería hacer lo contrario, y gastar cuando el sector
privado no puede o no quiere. Desde luego que debemos equilibrar nuestro
presupuesto una vez que la economía se haya recuperado, pero no ahora. La
expansión, y no la crisis, es el momento adecuado para la austeridad.
Como ya he dicho, esto no es
nada nuevo. Así que ¿por qué tantos políticos insisten en aplicar medidas de
austeridad durante la crisis? ¿Y por qué no cambian de estrategia ni siquiera
cuando la experiencia confirma las lecciones de la teoría y la historia?
Bueno, aquí es donde la cosa
se pone interesante. Porque cuando uno presiona a los defensores de la
austeridad haciéndoles ver lo malo de su metáfora, casi siempre se refugian en
afirmaciones como: “Pero es esencial que reduzcamos el tamaño del Estado”.
Ahora bien, estas afirmaciones
suelen ir acompañadas de aseveraciones sobre que la propia crisis económica
demuestra la necesidad de reducir el Estado. Pero eso es manifiestamente falso.
Fíjense en los países europeos que han capeado mejor el temporal y, en lo alto
de la lista, encontrarán naciones con grandes Estados como Suecia o Austria.
Y si se fijan, por otro lado,
en los conservadores del país admirados antes de la crisis, encontrarán que
George Osborne, ministro de Economía y Hacienda del Reino Unido y arquitecto de
la actual política económica del país, describe Irlanda como “un magnífico
ejemplo del arte de lo posible”.
Mientras tanto, el Instituto Cato elogia los
bajos impuestos de Islandia y espera que otros países industrializados
“aprendan del éxito de Islandia”.
Así que la defensa de la
austeridad en el Reino Unido no tiene en realidad nada que ver con los
déficits; tiene que ver con usar el pánico al déficit como excusa para
desmantelar programas sociales. Y esto es, por supuesto, exactamente lo mismo
que ha estado pasando en EE UU.
Para ser justos con los
conservadores del Reino Unido, no son tan toscos como sus homólogos
estadounidenses. No claman contra los males de los déficits para, acto seguido,
exigir enormes reducciones de impuestos para los ricos (aunque, de hecho, el
Gobierno de Cameron ha rebajado considerablemente los tipos impositivos más
altos). Y, en general, parecen menos decididos que la derecha estadounidense a
ayudar a los ricos y castigar a los pobres. Aun así, la dirección de la
política es la misma; y también la esencial falta de sinceridad de los
llamamientos a favor de la austeridad.
La gran pregunta aquí es si la
evidente incapacidad de la austeridad para producir una recuperación económica
conducirá a un plan B. Es posible. Pero sospecho que, aun cuando se anuncie
dicho plan, no supondrá gran cosa. Porque la recuperación económica nunca ha
sido el objetivo; la defensa de la austeridad siempre ha pretendido utilizar la
crisis, no resolverla. Y sigue siendo así. J
Paul Krugman es
profesor de Economía de Princeton y Premio Nobel 2008.
(c) New York Times Service
2012.
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