AJL 04/16/2012
Esta crisis confirma que el
mundo se ha vuelto loco, Lo que debería ser castigado es recompensado, y
viceversa. Especular es recompensado y trabajar es castigado. Hoy vemos la naturaleza
de este sistema basado en la privatización de las ganancias y en la
socialización de las pérdidas. Eduardo Galeano, 26 de mayo de 2009.
Agosto de 2011. Las bolsas
tiemblan de nuevo. Y vuelven a poner encima del tapete la lancinante pregunta:
¿está paralizado el mercado de valores solamente o la economía camina hacia la
ruina?
En esa mañana de verano,
escucho, en el programa matinal de la RTBF –radio belga-, el debate entre Bruno
Colmant, ex presidente de la Bolsa de Bruselas, y mi camarada Raúl Hedebouw,
portavoz del PTB. La bolsa frente al trabajo, difícilmente se podría encontrar
algo más opuesto[1]. Y sin embargo...
Raúl estima que la montaña
rusa bursátil de esos últimos días se debe al hecho de que la mayoría de los
accionistas ya no encuentran "una tasa de beneficio suficiente en la
llamada economía real". En consecuencia, las inversiones se dirigen a la
"economía de casino" de los mercados financieros. En última
instancia, "economía de casino" y "economía de mercado" se
refieren a la misma realidad. Raúl precisa: "Desde 1973, estamos en
crisis, en lo que Marx llamó una crisis de sobreproducción. Hay demasiada
capacidad producción en comparación con lo que nosotros, los trabajadores
podemos consumir."
Invitado a responder, Bruno
Colmant encuentra este análisis... "extremadamente pertinente". El
economista reconoce que de hecho el capitalismo está hecho de crisis y que
desde 1973, "vivimos a base de crédito." Pero los generosos prestamistas
de ayer, que alimentaban estos créditos, se han convertido en "los
acreedores demandantes". Y reclaman tasas más altas, llevando a las
"economías en cuestión a la asfixia."
Obviamente, en la soluciones,
Bruno Colmant y Raúl Hedebouw no comparten la misma opinión. Colmant quiere
salvar el sistema y piensa que puede encontrar una nueva juventud en la crisis.
Raúl dice que se debe ir más allá de este sistema basado en el beneficio. Un
debate inusual en nuestros medios de comunicación. Debido a que muchos tratan
de evitar este famosos debate de sociedad. Quienes lo llevan a cabo tienen por
lo tanto un mérito mucho mayor.
"El capitalismo daña
seriamente la salud", se puede leer en el lema de la campaña que la FGTB –
NdT: sindicato belga - puso en marcha en febrero de 2009. "Cuando la
crisis haya terminado, lo peor que podría suceder sería que el mundo del
trabajo dijese que se trató de un pequeño contratiempo, y no hacer nada",
explica Thierry Bodson el entonces secretario general de la FGTB en Valonia. Nico
Cué, secretario general de la FGTB en el sector del acero, explicaba
recientemente que "el sistema se cae a pedazos por todas partes. Los
gánsteres intentan aprovecharse, les conocemos. Los burros son los que repiten
que todo está bien cuando todo se viene abajo. Sin hablar de los aduladores que
conocen la situación, pero que están atados a su puesto y no se atreven a ir a
contracorriente. Quiero decir que estamos en una situación en la que no podemos
simplemente dejar las cosas como están. Denuncio a todos estos expertos,
economistas, profesores universitarios, consultores y otros que dicen que el
sistema privado es mejor que el sistema público, mientras que el sector privado
nos ha llevado a una quiebra sin precedentes. Teniendo en cuenta su nivel, deberían
tratar de pensar de forma crítica, pero no. Es algo serio. Estoy seguro de que
se dan cuenta, pero mantienen sus discursos, ya que de un modo u otro están
relacionados con el sistema. En dos años, han desaparecido de la faz de la
tierra 11.400 millones de dólares. ¡Se evaporaron! Una parte de este dinero
representa la riqueza creada a partir de la transformación de la materia, la
riqueza creada por los trabajadores. Este sistema no puede funcionar, debe
cambiarse."[2]
Y no hay tiempo que perder.
Surge la cuestión de la supervivencia del capitalismo. La alter-mundialista
Naomi Klein se pregunta: "¿nuestra tarea consiste en achicar el agua del
barco, el mayor barco pirata que se conoce, o que se hunda y sustituirlo por otro
más sólido, donde haya espacio para todos?"[3]
El aumento de la oferta se ve
obstaculizado por la disminución de la demanda
A menudo se dice que la chispa
de la crisis financiera ha prendido fuego a la economía real. Más bien es lo
contrario. Todo comenzó en la economía real, en la producción de bienes de
consumo y servicios. La crisis de sobreproducción se encontraba temporalmente
cubierta de musgo, bien escondida debajo de las burbujas financieras. Estas
burbujas estallan ahora una tras otra, el sistema se agrieta por todas sus
articulaciones. Hagamos un pequeño recorrido.
Después de la Segunda Guerra
Mundial, Europa y América del Norte experimentaron un período de crecimiento
relativamente estable. En Europa, la reconstrucción era una prioridad. Los
Estados Unidos ofrecieron su ayuda con el famoso Plan Marshall. El plan también
impulsó las exportaciones de Estados Unidos. Y, al mismo tiempo, el plan debía
sostener al capitalismo en Europa frente a la "amenaza comunista". La
industria militar también contribuyó al crecimiento de la economía en un mundo
marcado por el conflicto entre los dos bloques. A finales de 1960, los golden
sixties, el motor de la economía comenzó a fallar. El crecimiento se
desaceleró y la capacidad de producción no se explotaba plenamente. En 1973, el
precio del petróleo se cuadruplicó y la economía mundial sufrió un primer
ataque al corazón. El sistema se bloqueó por un fenómeno de exceso de
capacidad: se puede producir más de lo que la gente puede comprar.
Las crisis de sobreproducción
son inherentes al capitalismo, como explicó Marx hace mucho tiempo. Lo que las
crisis han confirmado.
En la economía de mercado,
cada empresa quiere obtener los máximos beneficios. Algo necesario para
invertir, para perfeccionar la producción y aumentar así los beneficios. Que la
empresa continúe aumentando su capital es fundamental para su supervivencia o
su quiebra. Porque quien amase más capital es el que puede invertir, hacer
innovaciones más sustanciales y adaptarse más rápidamente a las cambiantes
condiciones económicas. Se convierte en líder en el mercado y puede imponer su
propia ley a todo el sector. Las otras empresas deben seguirle. Pero a
condición de ponerse, ellas también, a la búsqueda de nuevos capitales para
invertir a su vez. ¿y dónde conseguir dinero? En el mundo financiero a través
de créditos, ampliaciones de capital, salida a bolsa de la empresa... Este vínculo
entre la industria y las finanzas es un mecanismo esencial de la competencia.
Cada fabricante intenta robar
mercado a sus competidores. Desde esta perspectiva, cada empresa busca mantener
bajos costes de producción. Esto sólo es posible mediante la inversión en
tecnologías innovadoras y máquinas que requieran menos mano de obra, mediante
el aumento de la duración y el ritmo del tiempo de trabajo, o mediante la
reducción de los salarios. En términos patronales es la misma lógica, ya que
esto le permite tener una posición más ventajosa en la carrera competitiva. Sin
embargo, desde una perspectiva global, si todos los fabricantes hacen lo mismo,
aumenta la producción pero el poder adquisitivo disminuye, en la medida en que
la gente gana menos o están desempleados. Un aumento de la producción frente a
una disminución del poder adquisitivo: con el tiempo tiene que explotar. Es una
contradicción inherente al capitalismo. El objetivo de acumular capital y
producir más tropieza con caída de la demanda, con la reducción del poder
adquisitivo.
Aquí se impone un pequeño
paréntesis. Este exceso de capacidad es relativo. El superávit de bienes sólo
se produce porque la gente consume menos. Y no porque las necesidades de la
sociedad estén realmente satisfechas. Durante la Gran Depresión después del
crac de Wall Street en 1929, millones de personas tuvieron frío, y sin embargo,
había montañas de carbón en stock. La gran mayoría pasó hambre, mientras se
destruían toneladas de tomate, trigo y miles de litros de leche. Hoy en día, en
los Estados Unidos, decenas de miles de viviendas permanecen desocupadas,
mientras que cientos de miles de estadounidenses tienen que sobrevivir en
campamentos de fortuna a las afueras de las ciudades.
Durante el crac de los años
1930, la oferta se redujo considerablemente. Se destruyeron stocks y muchas
empresas tuvieron que cerrar la puerta con llave. De esta manera se restableció
el equilibrio entre la producción y el poder adquisitivo. Durante un período de
cuatro años entre 1929 y 1933, la producción industrial en Gran Bretaña se
redujo en una sexta parte, una quinta parte en Francia y Alemania y una tercera
parte en Estados Unidos. Durante este mismo período, el número de trabajadores
en los EE.UU. en el sector manufacturero cayó un 38,8%.
Cuando la crisis de
sobreproducción se manifestó en 1973, la reacción fue más bien lenta y laxa. Ya
pasaría, era una coyuntura débil, era el precio del petróleo... Pero las cosas
evolucionaron y se fue de mal en peor. Así, desde 1978, tuvieron lugar importantes
reestructuraciones, como sucedió en nuestro país con los cierres y despidos en
masa en los cinco sectores "nacionales": la minería del carbón, la
siderurgia, la construcción naval, el vidrio y los textiles. En diez años, el
desempleo en Bélgica pasa de cien mil personas a seiscientas mil, con Valonia
particularmente afectada.
La segunda crisis del petróleo
en 1979 marcó el inicio de la administración Reagan-Thatcher. Fue el comienzo
de un largo período de veinte años de estimulación más o menos artificial del
crecimiento. El mundo de las finanzas recibió una libertad de acción casi
ilimitada, la avanzada ingeniería financiera invadió el mundo con nuevos
productos y nuevos socios. La globalización y la liberalización rompieron todas
las barreras y se dio libertad a especuladores y otros financieros. Estos
nuevos canales de financiación de la economía fueron impulsados por las
reformas fiscales aprobadas por Thatcher y Reagan. Los afortunados nadaban en
maravillosos regalos. De Reagan a Clinton, el tipo impositivo para los ingresos
más altos en los Estados Unidos se redujo desde un 70% a un 28%. Estos
incentivos para los ricos amplió la brecha social hasta un vertiginoso abismo.
Estos ricos que disponían de una fortuna cada vez más impresionante podrían pedir
dinero prestado de manera casi infinita en el sector financiero, insaciable y
en plena expansión.
Y de esta manera, la economía
de los EE.UU., que representa un tercio del consumo mundial, sacó a la economía
mundial del atolladero en el que se había deslizado.
La middle class (clase
media), y los estratos más pobres de la población fueron animados a consumir a
crédito. El golpe de gracia sucedió cuando, a raíz de la crisis económica
causada por una burbuja tecnológica en el año 2000, el banco central estadounidense
rebajó su tasa de interés rectora al 1%, para estimular la economía. Los bancos
respondieron de inmediato. Nacieron unos préstamos a tasas que desafiaban toda
competencia, hipotecas a precios imbatibles, fueron concedidas hipotecas de hasta
el 100% del precio de compra a hogares sin ninguna condición acerca de sus
ingresos. Incluso los estadounidenses con ingresos muy bajos podrían obtener
una hipoteca subprime, aunque no tuviesen patrimonio. Aunque
“obtenerla” no es la palabra más exacta. Todo tipo de asesores financieros se
especializaron en la venta de estos préstamos a particulares. Incluso
asesoraron a algunas personas a mentir sobre sus salarios (los liar´s
loans, préstamos del mentiroso). Otros, incluso omitían toda clase de
pregunta sobre la renta, el empleo o la propiedad. Eran los ninja-loans (préstamos
ninja). Ninja significa no income, no job, no assets (sin
ingresos, sin trabajo, sin propiedades). Incluso se utilizó una palabra para
describir esta forma de forzar a la gente a endeudarse: predatory
lending, préstamos abusivos. De esta manera, seis millones de personas que
no eran solventes compraron una casa. El número total de créditos hipotecarios
en los EE.UU. llegó a los 11.500.000 millones de dólares. Una burbuja
financiera astronómica.
Las consecuencias eran
previsibles. Toda América - el Estado, las empresas y los particulares – vivían
a base de crédito. Las deudas alcanzaron cifras inéditas. Durante años, los
Estados Unidos consumieron dos mil millones de dólares más de lo que producían.
Toda la maquinaria de la sociedad funcionaba a crédito.
Cuando las finanzas burbujean
De esta manera, colosales
cantidades de dinero se pusieron a buscar mega-ingresos en el sector
financiero. La economía financiera se propagó por todo el mundo: es la
mundialización.
Durante los años 1970, cuando
el motor de la economía comenzó a fallar, la tasa de rendimiento de las
inversiones industriales no eran lo suficientemente altas y habían perdido su
atractivo. Pero capital, había un montón. A medida que los sectores productivos
dejaron de ser realmente atractivos, los capitales se desplazaron hacia el
sector financiero. La globalización abrió una multitud de territorios
rentables, siempre ascendiendo. Los fondos de inversión y fondos especulativos privados
hacían la competencia a los bancos. La ingeniería financiera compleja estaba en
boga. Comprar compañías, dividirlas y luego revenderlas reportaba más que
producir. Los capitales inundaron el mercado de valores, y todas las empresas
que quisiesen seguir siendo atractivas tenían que aumentar el precio de sus
acciones.
Esta tendencia fue introducida
por General Electric, la mayor multinacional electrónica del mundo. La compañía
fundó su propio centro financiero, General Electric Capital, que sin demora abrió
el juego en el casino financiero. Los beneficios fueron espectaculares. General
Electric fijó incluso de antemano los dividendos otorgados a los accionistas.
La tasa del 15%, netamente superior a la media, se convirtió en la norma. Y la
recogida de ganancias no se hacía después del negocio. Se calculaba antes de
que se realizase. Para seguir esta lógica, todas las empresas están obligadas a
adoptar planes de reorganización y reestructuración continuamente, año tras
año. Forzadas a tomar siempre a más riesgos. El rendimiento para los
accionistas se convirtió en el criterio último. El valor de una empresa se mide
ahora por su salida a Bolsa. El mundo copió este modelo de gestión. Si en 1982,
las instituciones financieras en los Estados Unidos eran responsables de menos
del 5% de los beneficios totales de las empresas, veinticinco años más tarde la
cifra había aumentado al 41%.
Se soltaron todas las amarras.
No se evitó ningún riesgo. Los monstruosos financieros deglutían cada vez más
riqueza, sin relación alguna con la producción real. En la década de 1990, bajo
la presidencia Clinton, el líder del banco central de EE.UU., Alan Greenspan y
el Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Robert Rubin, diseñaron una
política que poco a poco ponía fin a la regulación existente. Ya no quedaba
prácticamente cortafuego alguno para la concesión de créditos. Todas las normas
de precaución fueron arrojadas por la borda.
Un gran paso se dio cuando se
pudieron utilizar títulos de deuda para comprar valores inmobiliarios.
Prácticamente cualquier título de deuda podía transformarse en obligación
bursátil, y por lo tanto venderse e intercambiarse. Los bancos que habían
concedido préstamos a los estadounidenses más pobres sin tener en cuenta los
riesgos, se pusieron a vender estos préstamos – junto con el riesgo que
conllevaban - a empresas especializadas. Gracias a la alquimia de Wall Street,
la relación entre el banco y el propietario de la casa desaparecía totalmente.
La obligación del banco de actuar como un buen padre de familia con el cliente
ya no estaba presente. Las empresas especializadas empaquetaron de nuevo estos
valores de deuda. Los títulos de deuda con mayor riesgo se mezclaron con la de
los deudores más fiables, como las cartas en una mano de póker. De esta manera
nacieron los créditos podridos, los peores de todos, verdaderas termitas al
asalto del sistema financiero, que llegaron a roer el hueso.
Una vez más los despidos en
masa: ¡beber, eliminar!
Pero la situación cambió
cuando la tasa de interés rectora subió al 5,25%. Nadie podía seguir pagando
los créditos, todo el mundo trataba de vender a cualquier precio. El mercado de
la vivienda da un vuelco. Los morosos se cuentan por millares. El consumo de
los EE.UU. dopado por la deuda no había resuelto la crisis de sobreproducción,
sólo la había retrasado. Hasta que todo estalla irreversiblemente en 2008.
Desde hacía treinta años la crisis de la economía real había sido
"postergada" por los comerciantes de burbujas financieras. Pero una
sociedad no puede vivir en el crédito para siempre. Y, en 2008, allí estaba,
enorme: la crisis de producción se pone al descubierto ante nuestros ojos.
En 2009, por primera vez desde
la década de 1930 y en todo el mundo, la producción de bienes y servicios de
consumo comienza a declinar. En los Estados Unidos, un promedio del 3%, en
Europa, del 4%. Ese año, el comercio mundial se redujo en un 20%. Se extiende
una ola mundial de despidos, cierres, fusiones, moderación salarial y
flexibilidad de toda clase. Es la drástica manera elegida para adaptar el
proceso de producción a la caída de la demanda. Sobre las espaldas de quienes
producen la riqueza.
En la mayoría de los países,
el desempleo ha aumentado en casi la mitad. En Europa, la recesión ha destruido
8 millones de puestos de trabajo, 4 millones de en la industria y 2,5 millones
en el sector de la construcción. Sería en Irlanda, el paraíso liberal, donde
desaparecen proporcionalmente una mayor cantidad de puestos de trabajo: el 13%.
En un solo año, 375.000 personas perdieron sus empleos, sus ingresos y su
esperanza, sobre todo en el sector inmobiliario y el de la construcción,
sectores que fueron los más estimulados artificialmente. Lo mismo sucede en
España, donde el 9,6% de la fuerza de trabajo pierde sus ingresos en el lodazal
de la crisis. Cuando el mercado de la vivienda se derrumba, 1,9 millones de
personas se quedaron sin techo[4].
“¿Por qué medio supera las
crisis la burguesía? Por una parte, mediante la destrucción forzosa de una masa
de fuerzas productivas. Por otra, mediante la conquista de nuevos mercados y la
explotación más a fondo de los existentes. Bien mirados, estos medios equivalen
a la preparación de crisis más amplias y violentas y a la reducción de los
medios para prevenirlas."[5] escribieron Marx y Engels en su
Manifiesto Comunista.
La destrucción de las
"fuerzas productivas" son las empresas que realizan
reestructuraciones y que cierran, son los millones de personas que de repente
ya no tienen ni trabajo ni ingresos. Las grandes empresas han puesto en marcha
planes de reestructuración - a veces preparados desde hace mucho tiempo - y se
fortalecieron para enfrentar la futura competencia.
Tras un año de disminución de
los beneficios, los grandes monopolios batieron récords en 2010. La prensa
financiera habló de un año de "gran cosecha". "Cuando el absceso
de la crisis de crédito estalló, todas las empresas accionaron el freno de
emergencia. Tomaron nota de una recesión prolongada, y a continuación redujeron
gastos y agotaron las existencias. Cuando se restauró el volumen de negocios,
se creó un potente efecto palanca para el beneficio ", analiza un
periódico financiero[6].
"¡Beber, eliminar!
", proclama la publicidad. En términos patronales "¡desengrasar,
ajustar!." Son las palabras de moda. "Desengrasar" es el término
educado para decir que las empresas se deshagan de departamentos enteros en sus
organigramas, o que subcontraten, dando la impresión de estrecharse, aunque no
sea así. De hecho, desde la década de 1980, la mayoría de las multinacionales
han abandonado la diversificación para centrarse en su core business (negocio
principal). El resto se subcontrata. Las grandes empresas se han transformado
en gigantes líneas de producción conectadas a una casa matriz, que engloba a
todo un sector periférico de empresas subcontratadas repartidas por todo el
mundo.
Las empresas desengrasan a
todo vapor, y recortan en todo mientras que las ganancias se hinchan
visiblemente. "Las multinacionales no financieras de Europa alcanzaron un
récord de quinientos mil millones de euros de beneficios, lo que representa un
incremento de casi el 30% en comparación con la víspera de la crisis, a finales
de 2007. Las empresas belgas y europeas logran reservas de efectivo como nunca
lo han hecho. Sienten demasiada incertidumbre para reanudar sus inversiones
", constata la prensa financiera en 2010.[7]
Esta explosión de los
beneficios no se ha utilizado pues para inversiones productivas, si no que se
amasa durante un tiempo. Para que las empresas más fuertes, cuando llegue el
momento, puedan utilizarlo para segar la hierba bajo los pies de sus
competidores debilitados y ganar cada vez más cuota de mercado. Las
multinacionales se preparan de esta manera para una nueva competencia más dura,
sembrando las semillas que florecerán en el futuro en forma de nuevas crisis de
sobreproducción, cada vez más globales y más virulentas. Es la otra cara de la
moneda de aumentar la producción y disminuir el poder adquisitivo.
Es cierto, no toda la liquidez
se acumula: las empresas también abren el grifo de los dividendos a los
accionistas y los beneficios siguen llegando a chorro a sus bolsillos.
Los estados asumen las deudas
del sector privado
Londres, abril de 2009:
"La cumbre del G-20 busca medidas para ayudar a la economía mundial a
salir de la recesión." El G-20 indica la cantidad necesaria a escala
mundial para generar el impulso necesario para la recuperación económica: la
increíble suma de 5 billones de dólares. Esta suma debe dar oxígeno a las
economías gravemente enfermas. De esta manera, la deuda del Estado aumenta en
varios puntos porcentuales de un solo golpe. Una elección deliberada para
"evitar lo peor". Pero ya en ese momento, las deudas del Estado
llegaban a niveles insostenibles.
Las intervenciones masivas de
los Estados venían – provisionalmente – de evitar por un estrecho margen el
colapso total del sector financiero. Mediante nacionalizaciones temporales,
inyecciones de capital y garantías bancarias, los estados fueron capaces de
contener el pánico por un tiempo. Esta intervención del Estado fue vendida al
público con la promesa de que las autoridades reformarían el mundo financiero a
fondo. Todos los políticos juraron, en 2008 y 2009, que se emprenderían severas
represalias contra el sector financiero, contra la especulación y los fondos
especulativos. Pero una vez que los banqueros, las aseguradoras y los
especuladores recibieron la ayuda solicitada, regresaron a su negocio como si
nada hubiera pasado. Business as usual. Podían seguir como antes,
las medidas de control no habían servido para nada, más que para alimentar a
los medios de comunicación, y los bonos podían subir de nuevo. ¿Quién puede
olvidar que Pierre Mariani Dexia recibió en el año 2010, además de su salario
de un millón de euros, un bono de 600.000 euros, y de una prima adicional de
200.000 euros? En cuanto al director ejecutivo de Goldman Sachs Lloyd
Blankfein, fue recompensado en 2010 con un bono de 19 millones de dólares. Ver
para creer….
Nada ha cambiado, mas bien
todo lo contrario, se llega más lejos incluso. Los principales bancos han
aprendido que son inexpugnables, que son too big to fail -
demasiado grandes para quebrar. Pueden seguir especulando en paz, porque si las
cosas van mal, de todos modos los estados le ayudarán. En Davos, David
Rubenstein del Carlyle Group, una de las empresas de inversión más grandes del
mundo, dijo sin rodeos: "Hemos aprendido que un ataque al corazón no es
fatal."
Las instituciones financieras
se declaran too big to fail, y el establishment financiero too
big to jail(demasiado grandes para ir a la cárcel). "Es escandaloso
que las cárceles no estén llenas de estos banqueros de Wall Street", tronó
un día el director de Inside Job, Charles Ferguson.
Los fondos públicos no se
dirigieron sólo al mundo financiero, también fueron para el mundo industrial.
Principalmente en los EE.UU., donde se pusieron en marcha programas de apoyo
económico para la industria, para salvar, entre otros, a General Motors.
Estados Unidos y Alemania
impulsaron la industria del automóvil mediante el un descuento en el importe,
con una suma que puede llegar hasta los 2.500 euros por un coche viejo para
comprar uno nuevo. A pesar de todos estos planes de apoyo, las plantas de Opel
en Amberes y de ArcelorMittal en Lieja se cerraron.
El economista Nouriel Roubini
resume el problema: "Una crisis financiera y económica causada por el
exceso de deuda y apalancamiento del sector privado condujeron a un masivo
re-apalancamiento del sector público con el fin de evitar la Gran Depresión
2.0"[8] Su colega
Joseph Stiglitz señala, "los bancos, los fabricantes de automóviles y
otras industrias pueden apelar al Estado cuando tienen problemas. Por lo menos
en los países industrializados. Los países en desarrollo, por sí mismos, no
pueden pagar. Las empresas en el norte pueden por lo tanto correr riesgos si lo
consideran conveniente, sabiendo que van a ser salvados si las cosas van mal. »[9]
¿Nuevo Mundo, Nuevo
Capitalismo?
8 de enero de 2009. Sarkozy y
Merkel se entienden remarcablemente bien en el simposio "Nuevo Mundo,
Nuevo Capitalismo", en la escuela militar de París, al pie de la Torre
Eiffel.
Los invitados, sentados junto
a célebres economistas como Joseph Stiglitz y Amayrta Sen, y los líderes del
BCE y de la Organización del Mundial del Comercio, no se andan con rodeos.
Merkel adelanta distintas ideas como la de establecer un consejo económico
mundial, que serviría para controlar las acciones de los bancos e instituciones
financieras. Europa debe tomar la iniciativa: los que quieran, que nos sigan.
Cada uno a un lado, Merkel y
Sarkozy tiran salvas de advertencia. La primera promete "responder con
firmeza" si el mundo financiero llega a atreverse, una vez superada la
crisis, a reclamar menos supervisión y menos regulación. "No podemos
repetir los errores del pasado", añade el segundo en forma de advertencia,
llegando a declarar que "Hoy en día, ningún país puede imponer sus ideas a
los demás" - palabras claramente dirigidas a Obama. Advierte a los
oyentes de honor que "o volvemos a las raíces del capitalismo, o lo
destruimos. El capitalismo puramente financiero ha pervertido la lógica del
sistema. Es inmoral. Se trata de un sistema en el que se lleva la lógica del
mercado a perdonar todo."
Tony Blair, asiste al show. El
ex primer ministro británico palidece bajo los fuegos artificiales. Como la
crisis puede ser reducida a una cuestión de funcionamiento de los mercados
financieros, un "enfoque técnico" es, pues, a su criterio,
básicamente suficiente. Pero aún así termina por reconocer que "el sistema
internacional de vigilancia, inevitablemente, debe ser reformado."
Los pirómanos que redujeron a
cenizas metódicamente cada una de regulaciones de los mercados de repente se
transforman en esta escuela militar en bomberos profesionales. Sin duda esa es
la impresión que dan. Pero aquellos que leen entre líneas observan, en este
torrente de altisonantes palabras contra el capitalismo, precisamente la
preocupación de salvar al capitalismo. Estos adictos a la pirotecnia
reconvertidos a bomberos atribuyen la crisis a los excesos del mundo
financiero, a la codicia desmedida de los banqueros, en definitiva, a los
excesos. El mundo financiero pesa demasiado. El enemigo es el capital
financiero, que parasita a la sociedad. Juntos, los trabajadores, empleados y
empresarios industriales deben enfrentarse a este "capitalismo
financiero". El ex Primer Ministro de Francia, Michel Rocard (PS),
comparte esta visión. Declara que "hace falta defender a quien produce
frente a quien especula. Esa es la nueva lucha de clases".
La canción entonada en el
simposio, "Nuevo Mundo, Nuevo Capitalismo" no es tan nueva. También
fue tarareada en la década de 1920. Entre otros, por el fundador de Ford, Henry
Ford. Que defendía que "los empresarios y los empleados tienen un interés
común en contra de los especuladores capitalistas." Así hablaba la persona
que introdujo el sistema de trabajo de cadena. En Tiempos modernos,
Charles Chaplin plasma en imágenes la realidad de este "interés
común".
Siguiendo los pasos de Henry
Ford, Merkel, Sarkozy y Blair sostienen que los empresarios industriales tienen
una aportación positiva, pero que los especuladores financieros la destruyen.
La solución es simple: controlar la especulación e instalar una economía de
mercado bien regulada.
Aquellos que se niegan a
considerar el socialismo como una alternativa al capitalismo aún siguen
tratando de buscar otra salida. Esta nueva ruta todavía lleva el mismo nombre
desde hace cincuenta años, el de la "tercera vía", también conocida
como el "capitalismo con rostro humano".
La versión anterior de la
"tercera vía" fue la que se incluyó en el manifiesto Neue
Mitte (el nuevo centro) de Blair y Schröder. Al parecer, esta
"tercera vía" era de facto la primera, es decir, el
camino del capitalismo. Bajar los salarios, una menor protección del empleo, el
camino del abandono de los servicios públicos. Y, hete aquí que con un clic, al
igual que un irritante pop-up en la pantalla de nuestros
ordenadores, resurge la tercera vía. "No tenemos una idea clara sobre cómo
lograr esta tercera vía. Un camino entre el socialismo y su estado invasivo y
el Estado mínimo - al estilo de Reagan y Thatcher - de la derecha", dice
el ex economista jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz. Sí, otro capitalismo
es posible, cantan al unísono Merkel, Sarkozy y Blair. El profesor de economía
Arnsperger de la Universidad de Louvain-la-Neuve, bromea: "salvar al
capitalismo de los capitalistas, este parece ser el lema eterno de nuestros
reguladores."[10]
El mito de la tercera vía
renace de nuevo y como siempre apela al "capital bueno" para derrotar
al "capital malo", y el Estado debe ayudarle. Esta es también la
afirmación de Elio di Rupo. Pero el capital industrial y el capital financiero
están relacionados, íntimamente imbricados como en una fogosa relación
amor-odio.
Este amor pasa a través de la
cartera. Su interés común es sacar el máximo provecho de la producción, ya que,
en última instancia, toda la riqueza proviene de la producción. El dinero no
crea dinero, sólo el trabajo crea riqueza. Los buitres financieros exigen un
15% de rendimiento de la producción por la única razón de que es lo que hace
funcionar sus órganos vitales.
En cuanto al odio, se alimenta
por el líquido glacial de ese 15% y la caída de la demanda que provocará. En
este caso, los gigantes industriales pueden tener intereses distintos a los de
sus acreedores y accionistas. Pero los grupos industriales dependen de sus
financieros para su crecimiento económico y para vencer a sus competidores.
Los sectores industrial y
financiero son tan dependientes el uno del otro que terminan por soldarse. Los
gigantes financieros acuerdan crédito por un lado y, por otro, compran acciones
en actividades industriales y comerciales. Al mismo tiempo, las empresas
transnacionales fundan su propios departamentos financieros. Durante años,
General Motors obtuvo beneficios mucho mayores en su departamento financiero
que en el productivo. Hete aquí, que los vemos convertidos en hermanos
siameses.
Albert Frère, amigo de Nicolás
Sarkozy, probablemente haya tenido que sonreír ante la retórica y las
emocionantes batallas lingüísticas del presidente francés. Frère, conoce bien
el tema. El vínculo entre el mundo financiero e industrial es inseparable.
Tomemos el ejemplo del mismo Frère. Es un magnate financiero, patrón de
holdings y socio de BNP Paribas –Ndt: banco francés-. Pero sus holdigns
invierten en sectores industriales como el de la energía, el cemento, el
sector agroalimentario. Por tanto, también es un industrial. ¿Quién puede
separar a Albert Frère de su otro Albert Frère? Nadie.
Por lo tanto, la "tercera
vía" de Stiglitz y su "capitalismo con rostro humano" es una
ilusión, la ilusión de que sería posible separar los dos sectores.
"¡Dejemos de ser hipócritas y reconozcamos de una vez por todas que la
especulación bursátil que precipita las instituciones privadas en las aguas
poco profundas de la falta de liquidez es el fundamento del capitalismo!
Replica Arnsperger, investigador en Economía en la UCL. Es una indecencia
hablar en contra de las actitudes especulativas, pretendiendo creer que el
capitalismo financiero (y el capitalismo en general) podría existir sin la
especulación.»[11]
Los bonos del Estado, la
última burbuja
Durante los últimos treinta
años, se han sucedido una serie de burbujas especulativas para hacer frente a
la crisis de sobreproducción. Era la fiesta del sobreconsumo permanente del 10%
más rico de la población. Pero el pastel fue deglutido antes de hornearse
correctamente. En este área, Japón se lleva la palma, con una deuda total de
los poderes públicos, corporaciones, instituciones financieras y ciudadanos,
todos ellos juntos, superior al 450% de su PIB. Gran Bretaña, es la segunda con
un 380%, y los Países Bajos después con un 350%. Esto significa que
toda la riqueza de los próximos tres o cuatro años ya se ha consumido incluso
antes de haber sido producida.
Por lo tanto, los juerguistas
la toman ahora con las obligaciones del estado, la última burbuja especulativa
de este sistema congestionado. La enorme inyección de miles de millones, una
cantidad nunca antes alcanzada en la historia de la humanidad, sin duda ha
causado una recuperación temporal. Pero, en el primer semestre de 2011, sus
efectos ya se habían disipado. El crecimiento se estanca de nuevo, la economía
se vuelve a bloquear.
Esta situación debería
resolverse compensando el consumo artificial de ayer por una caída en el
consumo de hoy. Pero mientras que el consumo excesivo de ayer fue el de las
capas superiores de la población, hoy en día es compensada por la reducción del
poder adquisitivo de los otros segmentos de la población. En todas partes los
planes de austeridad se ponen a la orden del día. El gobierno de EE.UU. ha
anunciado planes para reducir el multimillonario déficit del presupuesto anual
en 1.625.000 millones de dólares en 2020. Los países europeos también prevén
severos recortes presupuestarios: 86.000 millones de euros en Alemania hasta
2014, 100.000 millones de euros en Francia a logar en 2013, 95.000 millones de
euros en el Reino Unido programados para el año 2015, 70.000 millones de euros
en España para el 2014.
El Parlamento Italiano ha
aprobado recientemente, bajo la presión de los mercados financieros y de las
instituciones europeas, un paquete de restricciones de 180.000 millones de
euros, a lograr en el 2014. Esta cifra representa el 12% de su PIB. Un programa
de esta magnitud llevó a la economía griega a la ruina y sólo aumentó la deuda del
país heleno. Es lo que le espera a Italia. Una bomba de relojería para el
futuro de la Unión Europea.
Y nuestro país pretende
ahorrar por lo menos 22.000 millones de euros para el año 2015.
Son cantidades astronómicas,
nunca antes vistas, difícilmente imaginables, y menos aún concebibles. Pero
sólo empeoran las cosas. Terminan por obstruir la economía. Si todos los países
se aprietan el cinturón al mismo tiempo, todos ellos se encuentran en
situaciones idénticas: el gasto se incrementará debido al aumento del
desempleo, el ingreso se reducirá a causa de los menores ingresos fiscales y de
la caída del poder adquisitivo. El déficit presupuestario puede disminuir, pero
también disminuye el PIB, porque se producirá menos riqueza. El sistema parece
rodar cuesta abajo en un proceso auto-destructivo que va a devorar sectores
enteros de la economía.
Nouriel Roubini, uno de los
pocos economistas que predijo la crisis de 2008, lo expresa así: "Karl
Marx tenía razón, llegados un punto, el capitalismo puede autodestruirse,
porque no se pueden seguir trasladándo los ingresos del trabajo al capital sin
tener un exceso de capacidad y una falta de demanda agregada. Y eso es lo que
sucedió. Pensamos que los mercados funcionaban. No están funcionando. Y lo que
es racional individualmente, que cada empresa quiera sobrevivir y prosperar,
significa recortar costos laborales aún más. Mis costos laborales son los
ingresos laborales y el consumo de otros. Por eso es un proceso
autodestructivo.»[12]
[1] RTBF radio, 12 de agosto de 2011, http://www.rtbf.be/info/economie/detail_faire-tourner-la-planche-a-bille... nationaliser-le-systeme-bancaire?id=6583003.
[2] « La nationalisation, seule
alternative. interview de nico Cué », Solidaire, 31 de octubre
de 2011.
[3] Naomi Klein, « Kapitalisme à la sarah
Palin », De Morgen, 3 de agosto de 2009.
[4] Entre el tercer trimestre de 2008 y el
primer trimestre de 2010. Eurostat, « emploi par sexe, tranche d’âge et
nationalité, 2010 ».
[5] Karl Marx y Friedrich Engels, El
Manifiesto del Partido Comunista, op.cit., p. 58.
[6] De Tijd, 22 de octubre de
2010.
[7] De Tijd, 12 de agosto de
2010.
[9] MO*Magazine, noviembre de
2009, p. 21.
[10] Le Soir, 3 de octubre de
2008.
[11] Le Soir, 3 de octubre de
2008.
[12]The Wall Street Journal, 12 de
agosto de 2011.http://online.wsj.com/article/SB1000142405311190348090457650878340806712...
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