Robert G. Eccles · George
Serafeim /16/09/2012
La globalización ha
concentrado el poder económico en un grupo de grandes empresas que están en
condiciones de cambiar el mundo a una escala históricamnete reservada a las
naciones. Tan solo 1.000 empresas son responsables de la mitad del valor total
de mercado de las más de 60.000 empresas del mundo que cotizan en bolsa.
Virtualmente controlan la economía global.
Esta gran concentración de
influencia debería ser el punto de partida de cualquier estrategia de cambio
institucional hacia una sociedad sostenible.
Consideremos la rapidez con la
que ha aparecido esta situación. En 1980 las 1.000 mayores empresas del mundo
tenían unos beneficios de 2,64 billones $, o 6,99 billones en dólares del 2010,
ajustados según el índice de precios al consumidor. Empleaban a unos 21
millones de personas directamente y tenían una capitalización total de mercado
de cerca de 900.000 millones $ (2,38 billones en dólares del 2010), o 33 % del
total mundial.
Hacia 2010 las 1.000 mayores
empresas del mundo tenína unos beneficios de 32 billones $. Empleaban a 67
millones de personas directamente y tenían una capitalización total de mercado
de 28 billones $. Esto supone un 49% del total de la capitalización mundial de
mercado, habiendo descendido desde un 64 % respecto al 2.000, en el punto
culminante de la burbuja de internet y antes de la crisis del 2008.
Asimismo hay una concentración
substancial dentro de las primeras 1.000. Ochenta y tres empresas representan
un tercio de los 32 billones $ de los beneficios del grupo. Las primeras 172
empresas representan cerca de la mitad de ellos. La 172ª mayor empresa, la
petrolera rusa Rosneft Oil, tuvo una beneficio equivalente al PIB del 74º país
del mundo, Uruguay.
Estas empresas y sus cadenas
de aprovisionamiento tiene un impacto enorme sobre la sociedad tanto para lo
bueno como para lo malo. Crean bienes y servicios para los clientes, riqueza
para los accionistas y trabajos para millones de personas. También consumen
ingentes cantidades de recursos naturales, contaminan el medioambiente local y
global a un pequeño o ningún coste y, en algunos casos, limitan el bienestar de
los empleados si los salarios y las condiciones de trabajo son inadecuados.
Estas prácticas indeseables hacen insostenible esta sociedad a la que estamos
acostumbrados.
Actualmente muchas empresas
reconocen alguna responsabilidad hacia el mundo más allá de sus operaciones. Lo
que es más, saben que si quieren continuara con un crecimiento tan rápido en
los mercados en desarrollo -o, como diría Willie Sutton, « donde está el
dinero »- puede que tengan que proporcionar más que bienes y servicios,
por ejemplo mejoras en la sociedad civil allí donde más se necesitan: vivienda,
salud y educación.
Las oportunidades de mercado,
la presión de los competidores, la de los inversores y la reputación de la
marca están consiguiendo en estas empresas lo que de otra forma solamente se
conseguiría a través de la regulación y, puesto que la regulación la llevan a
cabo las agencias nacionales, los aproximadamente 200 países del mundo tendrían
que introducir y hacer cumplir regulaciones similares. Menudo quebradero de
cabeza.
En vez de esto, el mismo
mercado ha recorrido ya un largo trecho hacia la adaptación de la economía
global al concentrar liderazgo de mercado y también moral en los 1.000 consejos
de administración. El número 1.000 es algo arbitrario. Lo escogemos en parte
porque es un número relativamente fácil de manejar y las instituciones de la
sociedad civil y las ONGs se están volviendo cada vez más sofisticadas en las
formas de hacer precisamente esto.
Los grandes inversores
constituyen también un poderoso cuerpo electoral que pide un cambio. La riqueza
está todavía más concentrada por lo que respecta a la gestión de activos que
respecto a la de empresas. Los 500 mayores gestores de fondos tienen más de 42
billones $ en activos para gestionar. Los 10 primeros gestores de fondos representan
un tercio de esta cantidad; los 50 primeros los dos tercios. Esto significa que
un pequeño número de inversores institucionales podría ocasionar un gran cambio
en los negocios. Están haciendo progresos.
Puede que muchas empresas
consideren las prácticas sostenibles solamente como desventajas competitivas a
corto plazo. Pero este no es necesariamente el caso. A través de innovaciones
en procesos, productos y modelos de negocios, las 1.000 Globales pueden hacer
más dinero mejorando su actividad en medidas clave de sostenibilidad –
denominadas ESG (Environmental and Social issues and corporate Governance):
medioambiente, asuntos sociales y gobernanza corporativa.
Los mismos informes
financieros están cambiando lentamente, reflejando la importancia de estos
indicadores no-financieros. Los informes integrales – la publicación de datos
financieros y ESG en un solo documento – ayuda a las empresas a comprender de
donde pueden venir las nuevas iniciativas y ayuda a los inversores a entender
si una empresa se da cuenta de como está cambiando el mundo.
El cambio de comportamiento de
estas 1.000 empresas ayudará al de millones de otras empresas, a medida que
prácticas de negocios más saludables degoteen en sus cadenas de suministros y
hacia la constelación de empresas privadas. Finalmente, la creación de una
sociedad sostenible – una sociedad que atiende las necesidades de la generación
actual sin sacrificar las de las generaciones futuras – requiere un
comportamineto responsable por parte de cada individuo, siendo más fácil el
cambio individual si las instituciones que estructuran nuestras vidas y nuestra
sociedad allanan el camino.
Robert G. Eccles es profesor
de gestión en la Harvard Business School y George Serafeim es profesor adjunto
de administración empresarial en la
Harvard Business School.
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