Marx, como otros autores clásicos, consideraba que las reglas de juego
del capitalismo, y en particular el motor de la competencia, obligaría a las
empresas a luchar entre sí incrementando la explotación sobre sus trabajadores.
Al fin y al cabo el objetivo de las empresas es mantener o ampliar espacios de
rentabilidad, para lo cual es necesario sobrevivir en la selva de la guerra
competitiva. Si una determinada empresa se despista y se muestra menos belicosa
en esa tarea, por ejemplo subiendo salarios, las empresas rivales pueden tomar
la delantera y aprovechar para rebajar sus costes en relación a la empresa en
cuestión.
Esos menores costes se traducirán en mayores ventas y en consecuencia en
mayores beneficios, asumiendo que los compradores prefieren el producto más
barato al más caro. Sabedora de este hecho, la empresa tendrá que reaccionar
tratando de reducir sus costes al nivel de sus rivales. Es decir, volviendo a
bajar los salarios. La amenaza es desaparecer en tanto que empresa.
Por estas razones apuntadas, Marx y los clásicos consideraban que la
tendencia del salario era a alcanzar un nivel de mera subsistencia. La coerción
de la competencia llevaría a todas las empresas a alcanzar equilibrios de
mercado donde el salario estuviera totalmente deprimido y con ello se
mantuvieran condiciones de precariedad absoluta para los trabajadores. Dado que
además la coerción de la competencia también obligaba a reinvertir los
beneficios empresariales, Marx sumaba a la predicción de los salarios
de subsistencia la famosa
advertencia de que el capitalismo estaba cavando su propia tumba al aplicarse
la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Pero el desarrollo del sistema capitalista, bajo la tendencia de la
concentración y centralización (empresas cada vez más grandes formando
monopolios u oligopolios), junto con el ascenso al poder de partidos
socialdemócratas y la aplicación de reformas que tenían como objetivo paliar
las consecuencias de dicho desarrollo, mostraron una realidad histórica bien
diferente a la que Marx había predicho. Las tesis de los revisionistas como
Bernstein aparecían triunfantes en la creencia, aparentemente demostrada, de
que el capitalismo podía domesticarse para evitar el negro oscuro que predecía
el marxismo original.
Lo cierto es que la emergencia de las grandes empresas formando
monopolios consiguió neutralizar la dinámica competitiva que, según Marx,
debería haber conducido a salarios de subsistencia para los trabajadores. En un entorno de
monopolio no es necesario luchar por reducir los costes laborales y en
consecuencia se pueden compartir ciertos espacios de ganancia con los
trabajadores si las instituciones, como el Estado, presionan para que así sea.
El problema que puede emerger tiene más que ver, como apuntaron los autores
neomarxistas (Sweezy, Foster, Magdoff), con la acumulación de ganancias por
parte del capital que no puedan encontrar espacios de inversión (tesis del
subconsumo). En cualquier caso, en ese marco de falta de competencia, los
salarios no tienden hacia niveles de subsistencia. La socialdemocracia y el
Estado del Bienestar pueden sobrevivir, si bien a costa de la sobrexplotación
de recursos naturales y de los países en desarrollo.
Sin embargo, entre los ochenta y los noventa la caída del llamado
socialismo real y la crisis de las organizaciones de izquierdas condujo a la
hegemonía neoliberal y a la puesta en marcha de políticas económicas que
promovían la libre circulación de capitales por todo el mundo. Estaba en marcha
un nuevo estadio de globalización financiera y productiva, donde la competencia
volvía a tener un lugar central en la actividad económica.
Las empresas de todos los países desarrollados, incluso aquellas que
habían mantenido por mucho tiempo sus monopolios, tuvieron que entrar de nuevo
en el tablero de la lucha competitiva. Y ese nuevo marco condujo de nuevo a la
vigencia de la dinámica propia del capitalismo y, en consecuencia, a la validez
de la predicción original de Marx. En todas partes las empresas luchaban por
reducir sus costes laborales para poder vencer en una competición que ahora les
enfrentaba con empresas de todo el mundo. Este sigue siendo nuestro contexto
actual. El llamado capitalismo salvaje o capitalismo sin máscara.
Este marco de libre competencia mundial trasciende a los Estados y, en
consecuencia, anula de facto la capacidad de la socialdemocracia de poder
enfrentar esa dinámica a través de la actividad parlamentaria. Es decir,
incapacita a las instituciones estatales para domesticar el capitalismo. Cualquier
intento de alcanzar a nivel estatal políticas reformistas conduce
necesariamente a una pérdida de competitividad de las empresas nacionales, lo
que se traduce en mayores tasas de desempleo. He ahí el actual drama teórico y la confusión ideológica de los
partidos políticos socialdemócratas en toda Europa, más allá de sus resultados
electorales, al tener que enfrentar el dilema de precariedad o paro. Es decir,
salarios de subsistencia o desempleo.
La socialdemocracia tiene que elegir entre aspirar a vencer en la lucha
competitiva, aceptando un modelo de sociedad basado en salarios de
subsistencia, o mantener nichos reformistas construyendo de nuevo monopolios,
bien porque temporalmente domina tecnológicamente a partir de una determinada
estructura productiva (modelo alemán) o bien porque introducen medidas
proteccionistas que le aíslan de la lucha competitiva (modelo de capitalismo
occidental de posguerra).
En un contexto de globalización financiera y productiva, estadio al que
tiende siempre el capitalismo, Marx recupera su vigencia y sus tesis se
reafirman. Al capitalismo le sobran, en este contexto, todos aquellos elementos
que obstaculizan la posible victoria en una lucha competitiva. Dicho de otra
forma, al capitalismo le sobran actualmente los servicios públicos y los
derechos laborales. Y ante eso reaparece el viejo dilema de escoger entre un
modelo de sociedad bárbaro y un modelo de sociedad alternativo. Y ese modelo
alternativo sólo puede constituirse fuera del espacio capitalista, fuera del
capitalismo.
Gracias por tu excelebte análisis Alberto, creo que sería oportuno señalar que la dinámica que está tomando la competencia hará que sobre un número creciente de trabajadores en muy poco tiempo y que la propiedad capitalista se concentrará aún más, esto deja claro que la lucha es por un sistema que quite la capacidad de decisión a lo capitaistas. Saludos, CB
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