lunes, 17 de octubre de 2011

Nouriel Roubini: Los peligrosos efectos de la desigualdad


Las protestas de este año por todo el mundo han expresado la preocupación de la clase media y trabajadora ante su futuro económico, el aumento de la desigualdad de los salarios y la riqueza, y la concentración de poder por la élite.

El argumento de que el 99% de la población se hunde, mientras que el 1% prospera, tal vez simplifique una realidad compleja, pero suena certero; el capitalismo no regulado y la globalización no han beneficiado a todos, y entre sus consecuencias adversas se incluyen las pérdidas masivas de empleo, un crecimiento salarial mediocre y un aumento de las desigualdades.

La desigualdad alimenta la inestabilidad sociopolítica y reduce el crecimiento económico. También conlleva la ausencia de demanda agregada que debilita el crecimiento porque redistribuye las rentas de los actores con mayor propensión marginal a gastar a los actores con mayor propensión a ahorrar.

Un año turbulento

Este año se ha caracterizado por los disturbios sociales y políticos, y la inestabilidad en todo el mundo, con multitudes de personas manifestándose en las calles reales y virtuales del planeta.

Los levantamientos y las revueltas árabes, los últimos disturbios en Inglaterra y las protestas anteriores en ese mismo país contra los recortes de pensiones y la subida de las tasas académicas, las protestas de la clase media israelí contra el alto precio de la vivienda y la presión de una inflación alta, la preocupación de los estudiantes chilenos sobre la educación y el empleo, el vandalismo de coches caros de los peces gordos alemanes, las manifestaciones griegas contra la austeridad fiscal. Aunque no todas compartan un mismo lema, expresan (de formas diferentes) la preocupación de la case media y trabajadora sobre su futuro económico, los problemas de acceso a las oportunidades económicas y la concentración de poder por las élites económicas, financieras y políticas.

Las causas de la desigualdad

En síntesis,podría decirse que la desigualdad procede de los siguientes factores:

La mano de obra extranjera. La incorporación de 2.500 millones de chindios a la mano de obra internacional, que reduce los puestos de trabajo y los salarios de los obreros y oficinas externalizables de las economías avanzadas.

El cambio tecnológico, que hace que los puestos de trabajo estén orientados a unas habilidades y a una formación específicas.

El aumento de la desigualdad en economías anteriormente de rentas bajas pero en rápido crecimiento, (la curva de Kuznets o relación desigualdad/rentas en u invertida).

El crecimiento de los oligopolios menos competitivos y que aumentan los márgenes.

Diversos efectos de la globalización económica y financiera, así como una fiscalización menos progresiva.

En EEUU, en 2010 la desigualdad salarial recuperó valores de 1928 (ver gráfico). El año pasado, la proporción de los ingresos del 1% superior (es decir, de la parte de la población más rica) fue del 23% tras un aumento del 10% en dos décadas. El 5% superior controla el 75% de la riqueza. El coeficiente de Gini (que mide la desigualdad) indica un aumento brusco de la misma. La media de ingresos de los hogares estadounidenses ha vuelto a niveles de 1999. Las clases trabajadoras se encuentran muy oprimidas en términos de salarios y riqueza.

Las consecuencias

El aumento de las desigualdades y el consiguiente débil crecimiento de los salarios de las clases medias y trabajadoras obedecen a muchas y complejas causas. También es problemático por muchos motivos, incluso sin tener en cuenta la cuestión de la justicia de la desigualdad.

En primer lugar, el aumento del apalancamiento público y privado, y las correspondientes burbujas de crédito y activos, son en parte consecuencia de la desigualdad. El mediocre crecimiento de los sueldos de las últimas décadas ha creado un vacío entre los salarios y las aspiraciones de gastos.

En los países anglosajones (no sólo Estados Unidos y el Reino Unido, sino también en otros que han seguido ese modelo en los últimos años, como Islandia, Irlanda, España o Australia), la respuesta ha sido una democratización del crédito (mediante la liberalización financiera) que ha permitido a los hogares en apuros pedir prestado para compensar la diferencia entre gastos e ingresos, y ha conducido a un aumento de la deuda privada.

En las economías del Estado del bienestar social de la Europa continental, ese vacío se ha ido llenando mediante el suministro de servicios públicos (educación gratuita, sanidad, etcétera), aunque no se cubren íntegramente con los impuestos y, por lo tanto, provocan un aumento del déficit público y de la deuda.

En ambos casos, la creciente deuda pública y privada se acabó volviendo insostenible y condujo a una crisis financiera. Cuando la burbuja de la deuda privada estalló con el hundimiento del precio de los activos, los déficits públicos y las deudas subieron incluso en las economías anglosajonas porque se socializaron las pérdidas privadas, irrumpieron los estabilizadores automáticos y se implantaron políticas fiscales contra-cíclicas para evitar que la Gran Recesión de 2007/ 2009 se convirtiera en la Gran Depresión 2.0.

En segundo lugar, las empresas de las economías avanzadas están recortando las plantillas porque aseguran que existe incertidumbre, exceso de capacidades e insuficiente demanda final. Pero suprimir puestos de trabajo reduce las rentas del trabajo, incrementa las desigualdades y limita la demanda final. Es decir, que lo que es racional individualmente (las empresas necesitan sobrevivir y prosperar) es destructivo en el agregado macro porque los costes laborales de una empresa son las rentas individuales del trabajo y la demanda.

Hacia un equilibrio

Aunque los economistas clásicos (desde Malthus hasta Ricardo o Marx) creían que la clase trabajadora estaría siempre atrapada en un nivel próximo a la subsistencia porque la oferta ilimitada de mano de obra evita que los salarios reales asciendan por encima de ese nivel, los salarios reales y las condiciones económicas mejoraron notablemente en la segunda mitad del siglo XIX.

En aquel periodo, las innovaciones tecnológicas de la Revolución Industrial conllevaron un aumento del crecimiento de la productividad que fue compartido entre los trabajadores y el capital. Esa relación entre una productividad en aumento y el ascenso de las rentas de la clase media y trabajadora no fue automática en ningún momento. Exigió que los trabajadores tuvieran la oportunidad y las destrezas necesarias para aumentar su propia productividad y poder participar en el aumento salarial derivado del crecimiento de la produc- tividad que ofrecían las nuevas tecnologías.

También hizo falta la existencia de un Estado del bienestar que suministrara servicios públicos como la seguridad social y la antigua garantía de ingresos. Todas esas políticas estatales fueron fundamentales para evitar un aumento de las desigualdades, que en los mercados del laissez-faire suele ser resultado de una concentración excesiva del poder económico, político y financiero por una élite reducida.

Para que las economías de mercado puedan operar de una forma más estable y equilibrada debemos recuperar el equilibrio correcto entre los mercados y el suministro de servicios públicos. Y eso implica alejarse tanto del modelo anglosajón del capitalismo desregulado del laissez-faire y la economía vudú, como del modelo continental europeo del estado de bienestar deficitario.

Ni siquiera el modelo alternativo del crecimiento asiático (si es que existe) ha evitado el aumento de las desigualdades en China, la India y muchos otros lugares del continente. Las economías emergentes (desde Asia a Latinoamérica) necesitan desarrollar más algunas de las instituciones fundamentales del estado moderno del bienestar social para evitar la inestabilidad sociopolítica y promover el crecimiento de una economía de consumo.

Conclusión

Cualquier modelo económico que no aborde debidamente las desigualdades suministrando servicios públicos y oportunidades económicas a todos está abocado a enfrentarse a una crisis de legitimidad. Muchos estudios de investigación académica, incluido uno reciente del Fondo Monetario Internacional (FMI), demuestran que el ensanchamiento de la desigualdad conduce a un menor crecimiento económico.

Incluso dejando de lado la cuestión de la justicia, la desigualdad también es negativa siguiendo el criterio tradicional económico de la "eficiencia". Y la frecuencia, gravedad y consecuencias recientes de las crisis económicas y financieras, en parte provocadas por el aumento de la desigualdad y la inseguridad salarial, son perjudiciales y podrían provocar una reacción contra la globalización y las reformas de mercado. Por ello, es necesario encontrar una tercera vía que equilibre el papel de los mercados y los estados en la economía.

De lo contrario, las protestas de 2011 adquirirán más importancia y provocarán una inestabilidad social y política trastornadora, que acabará minando el crecimiento económico a largo plazo y el bienestar, y desencadenará una reacción contra la globalización y las economías de mercado tanto en las economías avanzadas como en las emergentes.

Nouriel Roubini. Presidente de RGE. © Roubini Global Economics (RGE)

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