viernes, 9 de diciembre de 2011

¿Se ha acabado el sueño europeo?


Ian Buruma
2011-12-08

Nueva York -- ¿Estarían en lo cierto los euroescépticos, a fin de cuentas? ¿Fue el sueño de una Europa unificada –inspirado por los temores a otra guerra europea y sostenido por la esperanza idealista de que los Estados-nación eran algo superado y cederían el paso a unos europeos ejemplares– un callejón sin salida utópico?

En la superficie, la crisis actual de Europa, que, según predicen algunos, romperá la Unión Europea, es financiera. Jacques Delors, uno de los arquitectos del euro, afirma ahora que su idea de una moneda única era buena, pero que su “ejecución” fue defectuosa, porque se permitió a los países más débiles endeudarse demasiado.

Pero la crisis es fundamentalmente política. Cuando los Estados soberanos tienen sus propias divisas, los ciudadanos están dispuestos a aceptar que se transfiera el dinero de sus impuestos a las regiones más débiles. Es una expresión de solidaridad nacional, la sensación de que los ciudadanos de un país están unidos y, en una crisis, están dispuestos a sacrificar sus propios intereses por el bien colectivo.

Incluso en los Estados-nación, no siempre resulta evidente. Muchos italianos del norte no entienden por qué deben pagar por el sur, más pobre. A los opulentos flamencos de Bélgica no les gusta nada tener que mantener a los valones desempleados. Aun así, del mismo modo que los ciudadanos de los Estados democráticos toleran al gobierno que ganó las últimas elecciones, suelen aceptar, en conjunto, la solidaridad económica como parte de su nacionalidad.

Como la UE no es ni un Estado-nación ni una democracia, no hay un “pueblo europeo” para ayudar a la UE a superar los tiempos difíciles. Los alemanes y los holandeses ricos no quieren pagar por el embrollo económico en que se encuentran ahora los griegos, los portugueses o los españoles.

En lugar de demostrar solidaridad, moralizan, como si todos los problemas de la Europa mediterránea se debieran a la pereza o al carácter corrupto de sus ciudadanos. A consecuencia de ello, los moralizadores corren el riesgo de hacer caer el techo común sobre la cabeza de Europa y haber de afrontar los peligros nacionalistas que la creación de la UE estaba destinada a prevenir.

Se debe reparar a Europa políticamente, además de financieramente. Es un tópico –pero no por ello deja de ser cierto– que la UE padece un ”déficit democrático”. El problema estriba en que la democracia sólo ha funcionado dentro de los Estados-nación. Éstos no tienen por qué ser monoculturales ni monolingües siquiera. Piénsese en Suiza o la India. Tampoco tienen por qué ser democracias: China, Vietnam y Cuba nos vienen al pensamiento. Pero la democracia sí que requiere que los ciudadanos tengan una sensación de pertenencia.

¿Es eso posible en un órgano supranacional como la UE? Si la respuesta es negativa, puede ser mejor restablecer la soberanía de los Estados-nación europeos particulares, abandonar la moneda común y renunciar al sueño que amenaza con convertirse en una pesadilla.

Eso es lo que piensan los euroescépticos más radicales de Gran Bretaña, por no haber compartido nunca el sueño de la UE, para empezar. Resulta fácil desecharlo como un patrioterismo británico típico: la actitud insular de un pueblo que vive en un espléndido aislamiento, pero, dicho sea en defensa de Gran Bretaña, sus ciudadanos han tenido una historia democrática más larga y lograda que la mayoría de los europeos continentales.

Sin embargo, aun cuando el desmembramiento de Europa fuera posible, tendría un costo enorme. El abandono del euro, por ejemplo. destrozaría el sistema bancario del continente, lo que afectaría tanto a Alemania y al norte opulento como a los países del Sur, presa de las dificultades, y, si las economías griega e italiana afrontan una difícil recuperación dentro de la zona del euro, piénsese en lo difícil que sería pagar las deudas denominadas en euros con unos dracmas o unas liras devaluados.

Aparte de los aspectos financieros, habría un auténtico peligro de echar a perder los beneficios que ha aportado la UE, en particular desde el punto de vista de la posición de Europa en el mundo. Aislados, los países europeos tendrían una importancia mundial limitada. Como unión, Europa sigue contando en gran medida.
La opción substitutiva del desmantelamiento de la UE es la de fortalecerla: mancomunar la deuda y crear un tesoro europeo. Sin embargo, para que los ciudadanos europeos lo acepten, la UE habrá de ser más democrática, pero eso depende de un decisivo sentido de solidaridad europea que ni los himnos, ni las banderas ni otros reclamos ideados por los burócratas de Bruselas aportarán.

Para empezar, hay que convencer a los opulentos europeos del norte de que el fortalecimiento de la UE redundará –como así será, en efecto– en su beneficio. Al fin y al cabo, son los que más se han beneficiado del euro, que les ha permitido exportar, sin grandes costos, a los países europeos del sur. Aunque corresponde a los políticos nacionales argumentarlo, hay que acercar más a los ciudadanos europeos las instituciones rectoras de la UE de Bruselas, Luxemburgo y Estrasburgo.

Tal vez los europeos podrían votar a los miembros de la Comisión Europea y los candidatos deberían hacer campaña en otros países y no sólo en el suyo. Tal vez los europeos podrían elegir a un Presidente.

La democracia puede parecer un sueño imposible en una comunidad de 27 Estados-nación y tal vez así sea, en efecto, pero, a no ser que se esté dispuesto a abandonar la idea de construir una Europa más unida, no cabe duda de que vale la pena examinar esa posibilidad.

¿Y quién puede decir lo que es o no posible? Piénsese en los clubes de fútbol, las instituciones más insulares, tribales incluso, del mundo. Hace treinta años, ¿quién habría imaginado que dos de los clubes más populares de Londres –el Arsenal y el Chelsea– tendrían un entrenador francés y uno portugués, respectivamente, y jugadores de España, Francia, Portugal, Brasil, Rusia, Servia, República Checa, Polonia, México, Ghana, Corea del Sur, Holanda, Bélgica, Nigeria y Costa de Marfil? Ah, sí, también tienen uno o dos de Gran Bretaña.

Ian Buruma es profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College y autor de Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents (“La doma de los dioses. Religión y democracia en Tres continentes”).
Copyright: Project Syndicate, 2011.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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