martes, 6 de marzo de 2012

Extractivismo y desarrollo: la polémica en América Latina

Imagen satelital de la Mina Yanacocha, Cajamarca-Perú. El polémico proyecto "Conga" de la minera amenaza con desaparecer cuatro importantes lagunas: entre ellas El Perol, Mala, Chica y Azul que abastecen la actividad productiva local y el ecosistema. La presión social ha sometido hoy a "Conga" a un peritaje internacional

Juan Diego García 
5/03/2012

La oposición popular a determinados proyectos empresariales que se produce hoy en Latinoamérica y el Caribe tiene sus orígenes en su impacto negativo en la vida de las comunidades directamente afectadas y en los efectos negativos que tienen sobre la sociedad en general.
En muchas ocasiones podría pensarse que se trata de una oposición de las formas tradicionales al avance de la modernidad (como suele ocurrir en un proceso de desarrollo) sobre todo cuando la manera como se legitima la protesta remite a elementos míticos y se hace uso de un lenguaje cargado de romanticismo, o cuando las justificaciones enfatizan sobre perjuicios particulares que, al menos en apariencia, resultan menores frente a los beneficios supuestos de las obras a emprender.

Casi ningún país del área escapa a este tipo de conflictos. Desde México hasta Chile y Argentina, afectado a todos los gobiernos con independencia de su tendencia conservadora o progresista. Los lugares afectados comprenden desde grandes ciudades hasta apartados rincones de las zonas rurales y registran la movilización de comunidades indígenas y negras, campesinos y colonos y gentes de la más variada extracción social.

Se trata de grandes proyectos mineros para la extracción de oro, plata, níquel, carbón, coltan, litio, minerales estratégicos y similares, en particular mediante la llamada minería “a cielo abierto”; se producen conflictos igualmente en torno a la extracción de petróleo y gas natural, la explotación de bosques y fuentes de agua, el aprovechamiento de la biodiversidad y, por supuesto, en torno a las enormes haciendas dedicadas a la producción de alimentos y aceites destinados a la obtención de carburantes que acaparan tierras y desplazan poblaciones enteras.

En defensa de estos proyectos se aduce con frecuencia el ejemplo de Noruega y la exitosa explotación de sus yacimientos de petróleo, olvidando que cuando este país escandinavo lo encontró en su territorio ya era un país desarrollado y una democracia madura y estable, dos condiciones que están muy lejos de satisfacer las naciones latinoamericas y que resultan definitivas para dar fuerza a los argumentos en favor del “extractivismo” como recurso para el progreso.

Es un hecho que esta región cuenta con grandes recursos de todo tipo y es cierto también que de forma coyuntural el precio de las materias primas ha alcanzado niveles muy elevados que sería necesario aprovechar. Así ha sido en años recientes permitiendo a muchos gobernantes presentar balances muy alentadores de crecimiento (aunque no de desarrollo) y aliviar los efectos más perniciosos de la crisis mundial; mientras a gobernantes progresistas les ha hecho posible dedicar muchos recursos al combate de la pobreza, a la disminución de las desigualdades y a una cierta recuperación del estado y del tejido económico propio que el neoliberalismo de las últimas décadas redujo a su mínima expresión.


La laguna Yanacocha en 1992 y en 2006, antes y después de la cirugía extractivista operada por la Minera.

Pero no es menos cierto que los elevados precios de las materias primas son tan solo un producto de la coyuntura y que la actual crisis amenaza con una recesión mundial que traería como consecuencia la disminución drástica de la demanda y la consiguiente caída en picado de las exportaciones. Volver esas exportaciones hacia el mercado interno solo es viable si existe un tejido económico de suficiente entidad que las pueda demandar como sucede parcialmente en Brasil y claramente en China, y tan solo en una medida modesta sucedería en países que en los últimos años han hecho un esfuerzo para fomentar su propia industria, como Argentina o Venezuela.

Como estrategia, jugarlo todo a exportar materias primas (y mano de obra) resulta demasiado arriesgado y cuenta con antecedentes nefastos. En el fondo, esa ha sido la dinámica principal desde siempre de estas economías de vocación complementaria, socios menores y desechables de las economías metropolitanas. La supuesta división racional del trabajo a nivel mundial entre países ricos y países pobres ha condicionado en buena medida la dependencia, el atraso y la pobreza de estos últimos y la prosperidad y desarrollo de los primeros. No por azar se habla de un proceso de nuevo colonialismo, producto de las políticas neoliberales impuestas por el capitalismo internacional a la periferia pobre del planeta. No hay motivos para pensar que ahora será diferente de entonces.

Tampoco debe extrañar que la población reaccione de manera tan radical y vehemente oponiéndose a estos proyectos mineros, petroleros, de grandes hidroeléctricas, de explotación de bosques y extensión febril de las grandes haciendas sobre la economía campesina tradicional o inclusive en contra de la construcción de vías de comunicación y otras obras de infraestructura. La amarga experiencia (pasada y reciente) y los hechos cotidianos de la actualidad muestran cómo las compensaciones a las comunidades -cuando se dan- siempre son infinitamente menores que los perjuicios ocasionados; los controles de las autoridades sobre las empresas (por lo general grandes multinacionales) son mínimos o sencillamente inexistentes, de forma que abusan de los trabajadores, envenenan el medio ambiente, evaden de mil maneras el pago de impuestos y la satisfacción de diversas obligaciones (solemnemente asumidas a la firma de los contratos de explotación), fomentan aún más la tradicional corrupción de los funcionarios, y cuando han saqueado a placer los recursos, se van en búsqueda de “nuevas oportunidades” dejando la naturaleza destruida, el paisaje desolado, los obreros silicosos, las poblaciones enfermas y el país huérfano de recursos con que emprender su propio desarrollo. Eso si, los beneficios de las empresas alcanzan niveles de escándalo y los cómplices locales (gobernantes, funcionarios y demás) enriquecidos a costa de los intereses de su propio país.

Al parecer, desde que comenzó en firme la explotación del petróleo hasta la crisis de 1973 cuando los países productores mediante la OPEP impusieron nuevas condiciones y nuevos precios, el barril del crudo se pagó a precios irrisorios (un dólar o menos) de manera que los países pobres estuvieron financiando generosamente el desarrollo de las grandes potencias industriales del siglo XX a costa de su propia pobreza. ¿Sorprende la dura oposición de Occidente a los gobiernos nacionalistas que intentaron -a veces con éxito- recuperar el control de sus recursos naturales?.

No se trata pues de oponerse al progreso. Los movimientos populares en todo el continente entienden muy bien cuál es la dinámica del “extractivismo” y en qué medida les amenaza. Es posible que no alcancen a formular de manera académica toda la complejidad del asunto pero la experiencia les enseña que nada bueno se avecina cuando llegan las grandes empresas con su discurso de “desarrollo” y sus amenazas de desplazamiento, cuando aparecen militares y policías (o paramilitares como en Colombia) asegurando “el orden”.

Solo la extensión y consolidación de las formas de gobierno democrático (tan recientes en algunos países y tan escasas en el resto) harán posible que se decida de manera adecuada la forma de explotar los recursos naturales de la región. Solo así podrá decidirse con criterio nacional en qué medida esos recursos van a fortalecer los proyectos de un desarrollo equilibrado y dinámico y cómo han de resolverse las inevitables contradicciones entre las formas concretas de la modernidad y las formas tradicionales, sin destruir el medio y sobre todo sin sacrificar a las poblaciones. En todos los casos, aquellos procedimientos estatales que generan los actuales conflictos dan razón al dirigente indígena panameño que afirmaba, “este desarrollo me empobrece”. Por desgracia para no pocos -sobre todo los pueblos originarios- no se trata tan solo de verse condenados a una mayor pobreza sino a su misma desaparición física.

Caballo Loco cabalga de nuevo.


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