Jagdish Bhagwati /29/05/2012
Nueva York – La Ronda de Doha,
la última fase de las negociaciones comerciales multilaterales, fracasó en
noviembre de 2011, después de diez años de conversaciones, pese a las gestiones
oficiales de muchos países, incluidos el Reino Unido y Alemania, y de casi
todos los eminentes estudiosos actuales del comercio. Aunque los funcionarios
del comercio de los Estados Unidos y de la Unión Europea culparon a las
exigencias excesivas de los países en desarrollo del G-22 del fracaso de las
anteriores negociaciones celebradas en Cancún en 2003, existe coincidencia
general en que esta vez han sido los EE.UU., cuyas injustificadas (e
inflexibles) exigencias dieron la puntilla a las conversaciones. Y ahora, ¿qué?
El fracaso en el intento de
conseguir la liberalización multilateral del comercio concluyendo la Ronda de
Doha significa que el mundo ha perdido los beneficios resultantes del comercio
que un tratado logrado habría brindado, pero no acaba ahí la cosa precisamente:
el fracaso de Doha detendrá prácticamente la liberalización comercial
multilateral durante años.
Naturalmente, las
negociaciones comerciales multilaterales son una de las tres patas que
sostienen la Organización Mundial del Comercio, pero la rotura de esa pata
afecta negativamente al funcionamiento de las otras dos: la autoridad de la OMC
para formular normas y su mecanismo de solución de controversias. También a ese
respecto los costos pueden ser cuantiosos.
Hasta ahora, los acuerdos
comerciales preferenciales (ACP) entre pequeños grupos de países coexistían con
las rondas de liberalización comercial multilateral y no discriminatoria. A
consecuencia de ello, las normas que rigen el comercio, como, por ejemplo, los
derechos contra la competencia desleal y los derechos compensatorios de las
subvenciones ilegales, eran competencia de la OMC y de los ACP, pero, cuando
había un conflicto, prevalecían las de la OMC, porque conferían derechos
aplicables a todos los miembros de ésta, mientras que los derechos
correspondientes a los ACP sólo lo eran a los escasos miembros de éstos.
De modo, que, mientras que
poderosos países “hegemónicos”, como los Estados Unidos, lograban imponer sus
normas a socios más débiles de los ACP, a cuya proliferación contribuyeron,
grandes economías en ascenso como la India, el Brasil, China y Sudáfrica
insistieron en rechazar esas peticiones cuando formaban parte de rondas comerciales
multilaterales como la de Doha.
Sin embargo, ahora, cuando la
época de las rondas comerciales multilaterales y las normas generales del sistema
es cosa del pasado, los ACP son la única opción y los modelos establecidos por
las potencias hegemónicas en tratados comerciales desiguales con países
económicamente más débiles se llevarán la palma cada vez más. En realidad, los
modelos no se limitan ahora a las cuestiones comerciales tradicionales (por
ejemplo, la protección de la agricultura), sino que abarcan gran número de
sectores sin relación con el comercio, incluidas las normas laborales, las
normas medioambientales, las políticas en materia de expropiaciones y la
capacidad para imponer controles de las cuentas de capital en las crisis
financieras.
La guerra relámpago del
eufemismo en materia de relaciones públicas dirigida por los EE.UU. ya ha
comenzado, pues el Representante Comercial Adjunto de los EE.UU., Wendy Cutler,
ha calificado el último ACP, la Asociación Transoceánica, de acuerdo
“excelente”. Otros funcionarios americanos acostumbran a llamar a los ACP
“acuerdos comerciales para el siglo XXI”. ¿Quién podría ser contrario al siglo
XXI?
Lo preocupante es la forma en
que algunos economistas comerciales de Ginebra y de Washington han capitulado
ante semejante propaganda y consideran la capitulación por parte de la OMC una
forma de “salvar” y remodelar la organización. La OMC, como una aldea durante
la guerra de Vietnam, debe ser destruida para ser salvada.
Lamentablemente, el insidioso
ataque a la segunda pata de la OMC se extiende también a la tercera, el
mecanismo de solución de diferencias. Éste es el mayor motivo de orgullo de la
OMC: es el único mecanismo imparcial y vinculante para ejercer el arbitraje e
imponer el cumplimiento de las obligaciones contractuales formuladas por la OMC
y aceptadas por sus miembros. Concede a todos los miembros, grandes o pequeños,
una plataforma y voz.
Sin embargo, una vez creados
los mecanismos de solución de diferencias basados en los ACP, el arbitraje de
las controversias ha de reflejar por fuerza la asimetría de poder, que
beneficia al socio comercial más fuerte. Además, los terceros países tendrán
poco margen para hacer aportaciones a los mecanismos de solución de diferencias
basados en los ACP, aun cuando sus intereses puedan muy bien resultar afectados
por la forma como se estructure el arbitraje.
En vista de que los EE.UU. han
abandonado cualquier pretensión de dirección del comercio mundial, corresponde
a las mayores economías en ascenso y a países desarrollados de la misma opinión
crear su propio modelo, que se atenga a los objetivos comerciales y deseche lo
que los grupos de presión con intereses especiales en países hegemónicos como
los EE.UU. intentan imponer a los ACP. Eso es exactamente lo que la India ha
hecho con la UE, que ahora está eliminando esos elementos de su propuesta de
ACP.
Otros países –el Brasil,
Sudáfrica y China, entre las mayores economías en ascenso, y el Japón y
Australia, entre los países desarrollados– deben apoyar también esos ACP “sin basura”.
Podría ser perfectamente un desplante adecuado ante el aumento de los ACP cuyo
objetivo principal es el de servir exclusivamente a los intereses hegemónicos…
y tal vez suficiente incluso para volver a encarrilar el planteamiento
multilateral.
Traducido del inglés por
Carlos Manzano.
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