Augustín Lage /30/05/2012
Revista Temas
El sexto Congreso del Partido
Comunista de Cuba, en abril de 2011, aprobó los Lineamientos de la política
económica y social del Partido y la Revolución «para actualizar el modelo
económico cubano, con el objetivo de garantizar la continuidad e irreversibilidad
del socialismo». 1 En su implementación exitosa los revolucionarios cubanos
ponemos todo el entusiasmo, esfuerzo e inteligencia de que somos capaces. Para
ello, necesitamos extraer conocimiento de cuanta fuente pueda sernos útil, pero
principalmente de nuestras experiencias en la construcción de la sociedad
socialista cubana, que nos permitan ver el mundo desde nuestras propias
perspectivas.
Una de esas experiencias es el surgimiento en Cuba, en los años 80, de la industria biotecnológica —cuando apenas emergía en los países de mayor desarrollo—, y su crecimiento durante las tres décadas siguientes, hasta convertirse en un importante renglón de exportación. 2
Una de esas experiencias es el surgimiento en Cuba, en los años 80, de la industria biotecnológica —cuando apenas emergía en los países de mayor desarrollo—, y su crecimiento durante las tres décadas siguientes, hasta convertirse en un importante renglón de exportación. 2
La experiencia del «polo
científico», como se conoce generalmente a nuestra industria biotecnológica y
farmacéutica de avanzada, tiene especificidades dentro del contexto de la
economía cubana, que es necesario resaltar como punto de partida de este
análisis. A partir de la inauguración, en enero de 1982, por el Comandante en
Jefe Fidel Castro, de un pequeño laboratorio con treinta científicos encargados
de la producción de Interferón, la industria biotecnológica cubana creció
aceleradamente, con nuevas instituciones y productos, hasta convertirse en lo
que es hoy: un conjunto de veintisiete entidades que agrupan más de diez mil
trabajadores, operan fábricas en Cuba y en otros países, aportan 141 productos
al cuadro básico de medicamentos en la Isla, y realizan exportaciones por
varios cientos de millones de dólares a más de cincuenta países.
Este despegue productivo,
exportador y de desarrollo de infraestructura resistió el llamado Período
especial, cuando la economía cubana, a causa de la desaparición del campo
socialista europeo y del reforzamiento oportunista del bloqueo norteamericano,
sufría una importante contracción de su producto interno y de sus mercados; y
otros sectores tuvieron que reducir sensiblemente sus actividades.
Las exportaciones del polo
científico han estado creciendo a más de 30% anual en la última década, y se
han basado en productos no tradicionales (varios de ellos de propiedad
intelectual cubana), con diversidad de destinos, con entornos regulatorios
diferentes, y han requerido esquemas de negociación también no tradicionales.
Tal operación no contó con inversión extranjera ni con créditos externos.
Corrió a cargo del Estado y logró su recuperación y reproducción ampliada en un
plazo sorprendentemente breve. Las negociaciones no comprometieron, en ningún
caso, la propiedad estatal sobre los activos.
Un proceso similar no ha
ocurrido en ningún otro país de América Latina. Tampoco, con esas
características, en otros sectores de Cuba. Las experiencias en el turismo y la
minería en el mismo período, también exitosas, se basaron en esquemas de
inversión, gestión y negociación diferentes.
Por supuesto, hay
determinantes científicas y particularidades del sector biofarmacéutico en la
industria biotecnológica cubana; pero no es donde está lo principal.
Probablemente esta experiencia tenga algo que decirnos sobre el proceso de
conexión directa de la Ciencia con la Economía, y sobre las formas de gestión
de la empresa estatal socialista. Si logramos descifrar estos mensajes, el caso
del Polo científico dejaría de ser algo «particular» para convertirse en
«anticipatorio» de lo que pudiera ser la Empresa socialista de alta tecnología,
construida sobre el terreno fértil del capital humano y la cohesión social
creados por la Revolución.
Intuiciones: ¿que aprendimos
de esa experiencia?
Usamos el término
«intuiciones» para subrayar que un análisis riguroso de los determinantes macro
y microeconómicos de la evolución de la industria biotecnológica en Cuba tendrá
que ser emprendido por especialistas en Ciencias económicas. Aquí nos
limitaremos a exponer las regularidades e ideas generales que quienes hemos
tenido la oportunidad de participar en el desarrollo de estas instituciones —y
que no provenimos del campo de la economía— podemos extraer de la experiencia
concreta. Estas son:
1. Hay un cambio en el
contexto mundial para el desarrollo de nuestra economía, dado por la relación
entre tecnologías y globalización.
Comprensiblemente, cuando se
habla de ese «cambio de contexto», lo primero que viene a la mente es la
desaparición del campo socialista europeo, con el que, hace tres décadas, Cuba
realizaba más de 80% de su comercio exterior y con el que tenía acuerdos de
integración económica a largo plazo. Eso es una enorme verdad; pero a los efectos
del tema de este ensayo es imprescindible identificar otro proceso, que hubiera
creado tensiones para la economía cubana aunque el campo socialista aún
existiese. Se trata del acelerado desarrollo tecnológico de la segunda mitad
del siglo xx y de la globalización de la economía que él hizo posible, y su
efecto sobre los países de pequeño tamaño. Transitamos hacia una economía donde
los productos de la industria se sustituyen muy rápidamente por otros mejores,
y donde las tecnologías permiten enormes escalas de producción, y grandes
reducciones de los costos unitarios.
Estos dos fenómenos se
refuerzan mutuamente: la rentabilidad del proceso productivo moderno solo se
logra con enormes escalas de producción, con grandes mercados para los
productos. A su vez, esas grandes operaciones son las que permiten subsumir los
altos costos fijos de la investigación científica para el desarrollo de nuevos
productos, y de los estándares de calidad que mantienen la competitividad. Esta
es una tendencia objetiva del desarrollo de las fuerzas productivas, y va a
continuar. La consecuencia directa para los países pequeños como Cuba es la
pérdida del poder de la demanda doméstica como motor del desarrollo industrial.
Las teorías «desarrollistas»,
vigentes en el pensamiento económico latinoamericano en los años 60 del siglo
xx , proponían una industrialización nacional, con asimilación de tecnologías
para sustituir importaciones. 3 En Cuba, durante el período revolucionario
anterior a 1986, los ingresos externos se basaban en el azúcar y el níquel. De
ahí debían salir los recursos que financiaran la infraestructura económica para
satisfacer la demanda interna. Fue una estrategia correcta en su tiempo; sin
embargo, ya no es viable en el nuevo contexto.
En nuestra experiencia concreta
con los medicamentos de avanzada, aprendimos que no podemos producirlos
solamente para la demanda nacional. Es la limitación del concepto de
«sustitución de importaciones»: en algún momento aparece el razonamiento de que
es más barato importar que producir. Necesitamos grandes operaciones de
exportación para que ocurra el desarrollo tecnológico. Varios de los
medicamentos y vacunas del Polo científico se producen hoy a una escala mayor a
veinte veces la demanda doméstica. Es un cociente superior al que había para el
azúcar.
Los cambios de contexto van
siempre acompañados de nuevas oportunidades, pero también de peligros.
Tendremos que aprender a construir la economía socialista cubana en ese nuevo
escenario; un contexto mundial donde nuestra planificación no puede controlar
—excepto para la pequeña fracción de la demanda nacional— el tamaño del
mercado, ni los precios, ni los estándares técnicos de los productos, ni la
dinámica de los cambios.
2. En el nuevo
contexto, el desarrollo económico pasa obligatoriamente por el desarrollo de
industrias de alta tecnología.
Cuba ha logrado un balance
positivo de su comercio exterior, y eso es un importantísimo logro, después de
la desaparición del campo socialista europeo y ante el mantenimiento de la
guerra económica de los Estados Unidos contra la Isla. Eso no se puede
minimizar, pero también es cierto que ese balance se alcanza a expensas de la
exportación de servicios. En la de bienes, sigue siendo negativo. Tal situación
puede y debe mejorar con la disminución de importaciones de alimentos —cuyos
precios no cesan de crecer—; pero en un país con escasos recursos naturales, y
con una población de edad promedio cada vez mayor, y elevada calificación, el
balance positivo externo hay que lograrlo con productos de alto valor agregado.
Así se recoge en el número 78 de los Lineamientos…, que indica: «Diversificar
la estructura de las exportaciones de bienes y servicios, con preferencia las
de mayor valor agregado y contenido tecnológico». 4
¿De dónde van a salir esos productos?
De nuevo la experiencia del Polo científico puede tener algo que decir en este
tema. Durante más de veinte años, sus organizaciones han negociado con
instituciones privadas y públicas, grandes y pequeñas, de más de cincuenta
países, en todos los continentes. El análisis exhaustivo de esa experiencia
está pendiente, y no forma parte del objetivo de este ensayo. No obstante, en
una primera aproximación, indica que es muy difícil abrir espacios con
productos de bajo contenido innovador, y en competencia con muchos productores
en el mundo.
Para los productos
tradicionales de la industria (textiles, electrónica simple de consumo, y
otros), la tecnología moderna permite escalas de producción muy por encima de
la demanda solvente mundial. Para lo que no hay, ni habrá, sobreproducción es
para los innovadores, y aquellos que todavía no existen. Es imprescindible
entonces tenerlos; lo que no siempre significa que sean únicos, pero sí nada
sencillos de producir, ni por su tecnología, ni por sus estándares de calidad,
ni por la calificación de la fuerza de trabajo requerida. Operan entonces dos
mecanismos que abren los espacios de exportación:
l Cuando existe concertación
entre gobiernos para garantizar amplio acceso a la población y escapar de los
precios abusivos de los productos innovadores cuando vienen de países
industrializados.
l Cuando nuestros productos
son únicos o tienen tan alto contenido innovador, que los haga entrar en los
mercados aun en ausencia de acuerdos entre gobiernos.
Ambos mecanismos se relacionan
y compensan entre sí. Mientras más fuerte es uno, menos debe serlo el otro y
viceversa. Pero los dos requieren un alto «contenido en conocimientos» y
ciencia, en el desarrollo del producto y en el proceso productivo. Eso no se
alcanza simplemente importando tecnologías. Es esa la experiencia de las
vacunas cubanas, la Eritropoyetina, el Heberprot, los sistemas SUMA, los
genéricos de avanzada, los anticuerpos monoclonales y otros tantos. 5 O tenemos
productos innovadores, o no tendremos exportaciones de alto valor agregado para
financiar la continuidad de nuestro desarrollo económico y social.
3. La tarea no se
limita al desarrollo científico. Lo principal es la conexión de la ciencia con
la economía.
La importancia de la
investigación científica, y del proceso más abarcador conocido como «gestión
del conocimiento» para el desarrollo económico, han sido extensamente
discutidos, y existe abundante literatura internacional, y también en Cuba,
sobre el tema. No ampliaremos, pues, sobre la existencia de esa influencia,
sino sobre los mecanismos por los cuales esta se produce.
La idea de que simplemente
«sembrar ciencia» —es decir, formar científicos, crear instituciones, aumentar
el financiamiento a la ciencia— se traducirá, de alguna manera, en desarrollo económico
es vieja e ingenua, que no corresponde al contexto actual. Por supuesto que es
una condición necesaria; lo nuevo es que ya no es suficiente.
Cuando los países hoy
industrializados y técnicamente avanzados emprendieron su desarrollo, hace más
de ciento cincuenta años, tenían, en muchos sectores productivos, un nivel
tecnológico inferior al que tienen en la actualidad los países del Sur. En
1880, la renta per cápita de aquellos era apenas dos veces la de estos; no
obstante, en ese momento eran la avanzada de la tecnología. No había un «primer
mundo» al cual mirar. No existían empresas multinacionales que captaran las
innovaciones e inundaran los mercados; ni «robo de cerebros». El desarrollo
científico nacional y las innovaciones se revertían directamente en la
industria nacional.
Ese no es el mundo actual. Hay
una distancia grande y creciente entre los países industrializados y los
subdesarrollados en cuanto a la producción de ciencia. Pero lo más
importante es que la distancia es mayor en cuanto a la utilización de
la ciencia. Los países del Sur, que tienen 81,7% de la población
mundial, producen 32,4% de las publicaciones científicas, pero poseen solo 4,5%
de las patentes. De los 59 millones de inmigrantes que, según se estima, viven
en los países más desarrollados, 20 millones tienen educación superior.
Aun dentro de las economías
domesticas de los países industrializados, se aprecia, en los últimos cincuenta
años, una internalización de la actividad científica dentro de las empresas. La
fracción de la inversión en ciencia financiada por estas es de 64% en Francia,
71% en los Estados Unidos y Alemania, y 79% en Japón. En los países del Sur ese
proceso no ha ocurrido, y la actividad científica sigue siendo, en esencia,
académica y sufragada mayoritariamente por el Estado. Sus resultados no se
trasvasan a las empresas nacionales, y esa promoción de actividades científicas
desorientadas no genera tecnologías socialmente valiosas. Solo multiplica
información irrelevante y de difícil acceso.
La creación de valor depende,
cada vez más, de un mejor uso del conocimiento; y, a su vez, de la fortaleza de
los vínculos entre los diferentes actores del sistema nacional de innovación.
Lo que explica el desarrollo industrial de la biotecnología en Cuba no es
ciertamente una mayor inversión en investigación científica. El porcentaje del
Producto Interno Bruto (PIB) que se dedica en Cuba a ciencia y técnica (0,72%)
es inferior al de América Latina (1,09%). También lo son nuestras cifras de
producción de literatura científica; y, de hecho, el financiamiento
presupuestado a la investigación científica en la Isla, también sufrió los
efectos del Período especial.
Lo que se construyó en el Polo
científico a partir de los años 80 fue un sistema de conexión directa entre la
investigación y la producción, con un ciclo económico de autofinanciamiento. 6
4. Las nuevas
tecnologías requieren un nuevo tipo de empresa.
El principal resultado del
Polo científico no es ninguna de sus vacunas, ni sus anticuerpos: es el tipo de
organización económica. Si analizamos las instituciones de la Biotecnología
cubana no como centros científicos (que también son), sino como organismos económicos,
se dibuja el cuadro organizativo que la experiencia práctica fue construyendo:
l Instituciones «a ciclo
completo» de investigación-producción-comercialización.
l Orientación exportadora y
actividad de exportación (y de importación de insumos) directa.
l Sistema de gestión
descentralizado que no es el clásico esquema empresarial, ni el de la unidad
presupuestada.
l Centros integrados en un
sistema de potenciación mutua para las investigaciones, la producción y las
negociaciones externas; y, a su vez, para la función social de sus productos en
Cuba, fundamentalmente en el sistema de salud.
l Internalización de la
investigación científica como parte de sus costos fijos, potenciada con los
estudios que también se realizan en las instituciones cubanas que usan los
productos.
l Utilización de su potencial
científico como palanca de negociación, valorizando en sus transacciones no
solamente los productos, sino sus «activos intangibles».
La organización productiva de
la economía del conocimiento ya no puede construirse, como las industrias de
mediados del siglo xx , alrededor de un producto o de una tecnología, porque
estos cambian cada vez más rápido. Tiene que hacerse alrededor de una capacidad
continua de crear y asimilar conocimientos que generen nuevos productos y
nuevas tecnologías. De ahí proviene la necesidad de internalizar la
investigación científica dentro de la organización productiva. En el lapso
históricamente breve de treinta años de existencia de la industria
biotecnológica cubana, algunos centros han debido cambiar varias veces el
«producto líder» de sus exportaciones.
Viendo esta experiencia desde
una perspectiva histórica, es un caso más de la regularidad de que las
tecnologías muy novedosas raramente se insertan en las organizaciones ya existentes,
sino que «crean» la suya propia. Así, hace siglos las nuevas tecnologías
agrícolas «inventaron» la granja; la primera revolución industrial «inventó» la
fábrica; y la segunda, sustentada en la electricidad y el petróleo, condujo a
la administración científica industrial tal como hoy la conocemos. En el mundo
actual, la creciente integración entre la ciencia y la producción comienza por
laboratorios científicos en las industrias, pero termina por crear un nuevo
tipo de organización productiva que introduce la investigación científica
dentro de la cadena de valor, y la utiliza como activo en las negociaciones
para la realización comercial del valor agregado. Este proceso de surgimiento
de empresas de alta tecnología no es privativo de la biotecnología (aunque en
Cuba haya empezado por ahí).
5. La Empresa de alta
tecnología requiere un contexto regulatorio específico.
Las empresas surgen y se
desarrollan no solo impulsadas por sus tecnologías y por las oportunidades de
mercado; sino también promovidas o inhibidas por el contexto regulatorio en el
que operan. Las regulaciones económicas se construyen en todos los países en
función de determinados objetivos y valores prevalecientes en cada sociedad.
La atención directa de las
instituciones biotecnológicas emergentes en Cuba, por la instancia superior de
dirección del país (surgieron subordinadas al Consejo de Estado), y en muchos
casos personalmente por el Comandante en Jefe, Fidel Castro, las protegió del
posible efecto inhibidor de regulaciones concebidas con otro propósito y para
otro tipo de emprendimiento.
En los últimos años, la
capacidad de compra de Cuba en el exterior se ha movido alrededor de 20% del
PIB. Aun asumiendo los riesgos de las extrapolaciones lineales a partir de los
indicadores económicos, esta cifra sugiere que hay una pequeña parte de nuestra
economía que opera en función de la demanda externa, mientras que el resto lo
hace para la interna. Las organizaciones productivas que trabajan para el
mercado externo generalmente tienen mayor productividad por hombre, aun
calculando el ingreso en divisas como equivalente 1 a 1 al de moneda nacional.
La diferencia sería aún mayor si se utilizase otra tasa de cambio que reflejara
mejor el poder adquisitivo de la moneda. Las que producen para la demanda
doméstica (numéricamente muchas más) han tenido en estos años, como ha sido
públicamente criticado, y discutido en la Asamblea Nacional, baja productividad
del trabajo.
Obviamente, no podemos regular
ambos espacios económicos de la misma manera. Cuando se intenta disecar los
objetivos de las regulaciones que la rigen, se ve más claramente esta
dicotomía.
l Para la mayor parte de la
economía nacional lo más importante ahora es el incremento de la productividad
del trabajo. Para los sectores exportadores que ya lo tienen, es el crecimiento
del sector, de su volumen de actividad económica. Este crecimiento, aun si
ocurriese a expensas de una menor reducción de la productividad por hombre,
incrementaría la de la media nacional.
l Para la mayor parte de la economía
nacional el «cuello de botella» del crecimiento está hoy en la producción. La
demanda doméstica no está saturada para la gran mayoría de los productos; pero
para los sectores exportadores frecuentemente no es la capacidad de producción,
sino la penetración en mercados externos.
l Para la mayor parte de la
economía nacional es muy importante el ahorro y la reducción del costo unitario
de sus operaciones. En los sectores exportadores que están llamados a crecer es
más importante el costo de oportunidad, en cuanto al mercado, que perdemos por
dejar de hacer algo; y las operaciones que abren mercados pueden tener sentido
aun si aumentan el costo unitario (por supuesto, dentro de la rentabilidad).
l En los sectores que operan
en función de la demanda doméstica, la planificación socialista puede decidir
su satisfacción, los precios internos, y los estándares técnicos de los
productos. En los sectores exportadores, ninguno de estos tres aspectos están
bajo nuestro control y, muy frecuentemente, aparecen oportunidades y problemas
imprevistos.
La conclusión es que un
conjunto de regulaciones que introduzca presiones para el incremento constante
de la productividad (por ejemplo, vinculándola al salario), y para la reducción
continua del costo unitario, será sin dudas conveniente para la mayor parte de
la economía nacional, pero puede resultar corrosivo para los sectores
emergentes exportadores de alta tecnología. La tendencia mundial en estos
sectores ha sido, y seguirá siendo, al incremento de los «costos fijos», dados
por la investigación científica, el desarrollo de nuevos productos y la
evolución de los estándares de calidad. Esta tendencia hay que asumirla y
enfrentarla subsumiendo los costos fijos en operaciones productivas y
exportadoras de mayor volumen, no buscando ahorros marginales en los procesos
que tenemos hoy.
Este razonamiento no implica
que el ahorro no sea importante, pero sí que en la vida real de la
microeconomía —no en la macro— puede suceder que los objetivos del ahorro y del
crecimiento entren en contradicción; y cuando eso sucede, en algunos casos hay
que priorizar uno u otro. En una actividad social «presupuestada», la prioridad
será siempre el ahorro; y también lo será en una productiva, para satisfacer
una demanda cautiva, de volumen y precios bajo control del Estado. Pero en una
destinada a abrir espacio en la demanda externa, la prioridad es el
crecimiento. El propio esfuerzo por el ahorro y la mayor eficiencia no tiene
como objetivo primario incrementar la ganancia por unidad física producida,
sino disponer de márgenes de precios para aumentar la penetración en mercados
externos.
No se trata de que los
sectores exportadores de alta tecnología no deban ser regulados; sino de que
hay que hacerlo de manera diferenciada. Ello no supone contraponer la
productividad al crecimiento; sino comprender que hay acciones para el
incremento de la productividad a corto plazo —frecuentemente concentradas en la
organización del trabajo— y otras para su sostenibilidad en el mediano plazo,
que dependen, con frecuencia, de gestión del conocimiento e inversión; y en los
sectores de alta tecnología el «mediano plazo» llega muy rápido.
El problema no es nuevo, ni es
exclusivo de Cuba. En otros países que se han planteado estimular el
crecimiento de esos sectores, hay antecedentes del establecimiento de contextos
regulatorios diferenciados. La creación en los Estados Unidos, en 1971, de un
nuevo mercado de valores (NASDAQ) —complementario de la bolsa clásica (New York
Stock Exchange)—, con regulaciones diferentes, el surgimiento análogo, en 1995,
del Alternative Investment Market, en Londres; las Zonas Económicas Especiales,
en China e India, y otras experiencias, tienen en común el intento de construir
un contexto regulatorio que incentive el surgimiento de empresas tecnológicas
basadas en productos novedosos, y la inversión de riesgo. Usualmente son
pequeñas, y concentradas en crecer. Ninguna de estas experiencias es idéntica a
otra, y ninguna es «copiable» para Cuba, pero lo que siempre aparece como
constante es la necesidad de regulaciones específicas para estimular y proteger
el crecimiento de estos sectores.
Mientras más avanzada es la
tecnología, y más novedosos los productos de una empresa, menos predecibles se
hacen sus operaciones y sus indicadores. El contexto regulatorio tiene que
prever un espacio de exploración, riesgo y adaptación rápida para este tipo de
empresa; mayor que el tolerable para otras de tecnologías más convencionales y
de mercado conocido.
La conexión directa de la
ciencia con la economía no es un proceso espontáneo; ni bajo las presiones del
mercado, ni como consecuencia de la inversión social en desarrollo científico.
Requiere intencionalidad y conducción.
6. La inversión
extranjera no es la palanca adecuada para el desarrollo de la Empresa de alta
tecnología.
Uno de los rasgos que más
sorprende a quienes, en el exterior, escriben sobre la biotecnología cubana, es
que esta se desarrolló como una inversión del Estado, sin acudir a la
extranjera. Quizás su desarrollo se deba precisamente a eso. En ningún país del
mundo, que conozcamos, ha surgido un sector biotecnológico innovador a partir
de la inversión proveniente de los países industrializados. Ni China, ni India,
ni Brasil —países «emergentes»— han logrado un despegue acelerado de la biotecnología.
La primera instalación productiva de anticuerpos monoclonales terapéuticos en
China, y la primera en India, fueron empresas mixtas en colaboración con Cuba.
La primera fábrica de proteínas recombinantes de Brasil, también.
La iniciativa del «corredor
biotecnológico» del gobierno de Malasia, que intentó atraer inversión
extranjera en este campo, no logró cristalizar. La estrategia de los parques
tecnológicos en China, sin desconocer los innegables logros de ese país,
también ha sido criticada, en el sentido de que las empresas multinacionales
que invierten transfieren allí la etapa de manufactura masiva de determinados
productos, pero retienen en sus países de origen las etapas de investigación
científica, desarrollo de productos, y evaluación post-venta, que es donde
radica lo más importante de la cadena de valor de las industrias intensivas en
conocimiento. 7 La globalización económica del mundo actual ha sido construida
por las naciones ricas para su propio beneficio; y las relaciones económicas internacionales
prevalecientes en el capitalismo neoliberal, tienen mucho de relación
«depredador-presa».
Las justas relaciones
económicas que Cuba construyó con la Unión Soviética y el campo socialista eran
un modelo diferente; pero ya no existen. Las que está construyendo con
Venezuela en el contexto del ALBA también son un modelo diferente, pero todavía
en construcción.
Las fuentes de inversión
extranjera directa de los países capitalistas industrializados operan con las
reglas de la competencia por la apropiación de la máxima ganancia, y ello
implica la retención de los eslabones esenciales de la cadena de valor. El
tránsito a una economía basada en el conocimiento ha ido desplazando esos
eslabones, desde la manufactura al desarrollo de productos, y de este a la
investigación científica, y no serán transferidos por la inversión extranjera.
Los países del Norte que
comenzaron el tránsito hacia una economía basada en el conocimiento, lo
hicieron internalizando capacidad científica en las industrias que ya tenían, y
a partir de las fortalezas financieras y de control de mercados que también
tenían. La historia de la industria biotecnológica cubana es exactamente la
inversa: construcción de capacidades productivas a partir de las científicas y
del capital humano pre-existente. Esa trayectoria retiene en Cuba las fuentes
principales de valor agregado. No se puede recorrer basándose en inversión
extranjera, lo que no quiere decir que dejemos de utilizarla selectivamente en
determinadas operaciones.
Ello explica —adicionalmente
al bloqueo extraterritorial norteamericano— la infertilidad de los
acercamientos de la industria farmacéutica europea a la biotecnología cubana.
La experiencia concreta de múltiples negociaciones indica la incompatibilidad
entre el interés de esas empresas en «alquilar» capacidad científica en Cuba o
comprar nuestras patentes, y el reclamo cubano de abrir las murallas del
proteccionismo y obtener acceso a sus mercados, desde la industria cubana.
7. El enfrentamiento a
los monopolios de las empresas multinacionales requiere acuerdos regionales
entre gobiernos.
A pesar del discurso
neoliberal sobre el libre comercio, la práctica histórica del capitalismo en
los países desarrollados ha sido esencialmente proteccionista. El tránsito a
una economía basada en el conocimiento refuerza ese proteccionismo en los
productos de alto valor agregado. En estos sectores de la economía, esos países
y sus empresas han acudido a dos tipos principales de barreras no arancelarias:
las de la propiedad intelectual (patentes) y las técnicas. Ambas funcionan como
frenos para que el Sur no produzca bienes y servicios de alta tecnología.
En los últimos años, hemos
visto debilitarse la barrera de patentes, especialmente en el sector
farmacéutico. Es cierto que el reconocimiento mundial de estas es exigido por
la Organización Mundial de Comercio, pero también ocurre que muchos productos
de altas ventas están llegando al momento de expiración de sus patentes, y que
incluso antes, el mantenimiento de precios altos de medicamentos, por el solo
hecho de tener protección de propiedad intelectual, se vuelve políticamente
insostenible, como se demostró en los enfrentamientos exitosos de los gobiernos
de Sudáfrica y Brasil a las patentes de los medicamentos contra el SIDA. 8
Pero, al mismo tiempo, las barreras técnicas, bajo la forma de regulaciones
sobre los atributos que deben tener los productos y los procesos, están
creciendo aceleradamente. Esta forma de «proteccionismo tecnológico», además,
no se circunscribe a las limitaciones de entrada que imponen los países
desarrollados para proteger sus propios mercados domésticos; sino que el
reclamo de armonización mundial de las regulaciones les permite proteger los de
todos los países del mundo y preservarlos para sus propias empresas.
Estas tendencias se expresan
en el sector farmacéutico de forma más visible, pero va emergiendo también en
sectores como en la producción de alimentos, y se irá extendiendo a otros. La
consecuencia inmediata es que el desarrollo de industrias de alto valor
agregado en Cuba, y en países del Sur, requerirá acuerdos regionales entre
gobiernos, que abran espacio a nuestros propios productos y construyan un
contexto regulatorio donde la prioridad sea su impacto social. Varias de las
grandes operaciones exportadoras y de transferencia de tecnología del Polo
científico han tenido este enfoque, en el que el desarrollo industrial desborda
el campo de la interacción económica entre empresas, para vincularse, cada vez
más, con las estrategias políticas.
El reto del mediano plazo
Cuando en Cuba se habla de la
economía, la expresión cotidiana es la de «dificultades económicas». Estas son
muy reales, y sería irresponsable desconocerlas. Pero todo análisis serio tiene
que empezar reconociendo que, en los veinte años que precedieron al VI Congreso
del Partido, nuestro país libró una batalla colosal en el campo de la economía,
enfrentando el Período especial, y emergió, con heridas y secuelas, pero
esencialmente victorioso.
Una pérdida abrupta de más de
80% del comercio exterior, una caída de más de 30% del PIB, un incremento
enorme de los precios del petróleo, y la continuidad de una agresión económica
externa sin precedentes en la historia, fueron enfrentados sin deterioros
significativos de los indicadores básicos de educación, salud, seguridad
ciudadana, equidad y empleo; como se reconoce en los estudios del Índice de
Desarrollo Humano, publicados por Naciones Unidas. 9 El país reorientó su
comercio exterior, requilibró sus finanzas externas e internas, remprendió el
crecimiento del PIB, y en importantes indicadores recuperó las cifras
anteriores a 1989.
Ahora emprendemos una segunda
batalla, para enfrentar las secuelas del Período especial, que exige, como se
expone en los Lineamientos del VI Congreso del Partido,
soluciones a corto plazo
encaminadas a eliminar el déficit de la balanza de pagos, que potencien la
generación de ingresos externos y la sustitución de importaciones, y a su vez
den respuesta a los problemas de mayor impacto inmediato en la eficiencia
económica, la motivación por el trabajo y la distribución del ingreso. 10
Pero después (y aun
simultáneamente) vendrá una tercera batalla en la que debemos enfrentar retos
ante nuestra economía que tienen un carácter permanente. Estos son, en esencia,
el de la estructura demográfica de la población cubana, y el de la
globalización de la economía, así como la interacción entre ambos. En los años
50, teníamos una pirámide etaria de base ancha, con muchos jóvenes,
prácticamente igual a la de 1907. En las cinco décadas transcurridas desde el
triunfo revolucionario de 1959, esa estructura se modificó. Tenemos ahora más
de 18% de la población por encima de los sesenta años de edad, y un pronóstico
de que llegará a 30% en el año 2030. La natalidad cayó por debajo del nivel de
remplazo, y las cifras de los que arriban a la edad laboral apenas alcanza a
las de los que llegan a la jubilación.
En la compleja causalidad de
esta transición demográfica está el aumento de la esperanza de vida al nacer, y
la reducción de la natalidad que sigue al incremento del nivel educacional de
la mujer y su incorporación social. Un fenómeno similar ocurrió en el siglo xx
, en Europa y Norteamérica, pero allí fue mucho más lento, y paralelo al
desarrollo industrial. En Cuba produjimos un desarrollo social por delante del
económico. Y eso es esencialmente positivo: refleja el principio político de
que los derechos humanos a la salud y la educación deben ejercerse de manera
inmediata, repartiendo lo que tengamos. Es algo de lo que debemos sentirnos
orgullosos; pero no por eso deja de ser un problema, cuya solución hay que
encontrar. Si logramos construir desarrollo social desde la política (no desde
la economía), ahora tenemos que construir desarrollo económico a partir de
aquel. Ello va a requerir mucha creatividad. No hay referentes externos para un
desafío de esta naturaleza.
Una estructura demográfica
como la que tenemos demanda una economía tecnológica, de alto valor agregado.
Pero ese aparato productivo hay que construirlo en el contexto de la
globalización de la economía; que es muy diferente de la que había en los años
60, cuando la Revolución emprendió sus primeros programas de desarrollo. El
capitalismo ha sido «globalizante» desde su surgimiento, pero el ritmo de esa
globalización y el crecimiento del comercio internacional se han acelerado en
los últimos cincuenta años. La economía cubana —como la de todos los países
pequeños— será cada vez más dependiente de sus relaciones externas. Y no
podremos equilibrar nuestra balanza de exportación con productos tradicionales,
y menos aún con recursos naturales no renovables, de los que tenemos pocos. El
turismo y los servicios médicos están funcionando como compensación y factores
de estabilidad económica, pero tienen límites de crecimiento.
Si no logramos que nuestro
aparato industrial transite rápidamente hacia productos de alto valor agregado,
con capacidades productivas para aquello que está en la frontera entre la
ciencia y la tecnología, corremos el riesgo de desindustrialización, pérdida de
empleos fabriles, expansión desmedida de los servicios, déficit comercial
persistente, y erosión del propio capital humano. El reto es muy grande y muy
importante. Establecer relaciones económicas diversificadas y simétricas con el
mundo es, en última instancia, un problema de soberanía nacional. Si no
construimos aceleradamente capacidades productivas para bienes de alta
tecnología, el país estaría en un plano de subordinación, porque sería
abastecido de cosas complejas desde fuera, incapacitado de potenciar los nuevos
conocimientos. En esa batalla tiene que involucrarse todo el potencial
científico cubano. Pero no podemos desconocer un tercer desafío: recuperarnos
del daño que hizo el Período especial, en todas las esferas de la vida
nacional. Sería pretensioso e ingenuo afirmar que la ciencia no recibió ese
impacto. En 2001, el porcentaje del PIB invertido en ciencia y técnica era de
0,98%, superior al promedio de América Latina. 11 En 2007, decreció hasta
0,72%, por debajo de la media latinoamericana de 1,09%. Nuestra producción de
publicaciones científicas fue, en 2007, de 6,67 artículos por cada cien mil
habitantes, cifra inferior a la media de 8,20 para América Latina y el Caribe.
En una compilación hecha para la UNESCO por el Observatorio Canadiense de
Ciencia y Tecnología, se registraron 775 publicaciones científicas de
instituciones cubanas, contra 6 197 provenientes de Argentina, 8 262 de México
y 26 482 de Brasil. La cifra de usuarios de Internet era, en 2008, de 12,94 por
cada cien personas, también inferior a la de 28,11 en Argentina, 21,43 en
México y 37,52 en Brasil.
Mas allá de las cifras, la
percepción compartida por muchos es que las dificultades económicas del Período
especial afectaron sensiblemente la actividad científica, y que precisamente el
sector de la biotecnología es una de las excepciones. De hecho, en el capítulo
sobre Cuba del Informe UNESCO sobre la Ciencia en 2010, 12 al tratar de los
resultados de la investigación, prácticamente todos los ejemplos que se citan
son de este sector. Debemos preguntarnos por qué. Obviamente, no se trata de
que en unas instituciones laboren científicos más competentes o más dedicados
que en otras. La respuesta hay que buscarla precisamente en el modelo de
interacción directa, a ciclo completo, que se construyó con un doble trasvase:
el de los resultados científicos a la actividad productiva en la misma
organización; y el de recursos de la actividad comercial y exportadora hacia la
científica.
Encontrar dentro del modelo
económico que estamos rediseñando un esquema viable de financiamiento de la
investigación científica, dentro y fuera del sistema empresarial, es uno de los
retos importantes que tenemos, no solo para la ciencia, sino para el propio
modelo económico. En tal sentido, el número 24 de los Lineamientos establece:
«Los centros de investigación que están en función de la producción y los
servicios deberán formar parte de las empresas o de las organizaciones
superiores de dirección empresarial, en todos los casos que sea posible». 13
Ahí está uno de los componentes de la estrategia. No el único.
Los frentes de la batalla
Los Lineamientos de la
Política Económica y Social aprobados en el VI Congreso del Partido Comunista
de Cuba establecen claramente que el enfrentamiento a los problemas de la
economía debe transitar por dos tipos de soluciones: las de corto plazo, que
deben buscar un equilibrio rápido de la balanza de pagos y un aumento de la
eficiencia económica y la motivación por el trabajo, y las sostenibles a más
largo plazo. Estas últimas deben conducir a «una autosuficiencia alimentaria y
energética altas [...] así como el desarrollo de nuevas producciones de bienes
y servicios de alto valor agregado». 14
Estas tienen tres orígenes
posibles: o importamos tecnologías con nuestros limitados recursos, o buscamos
inversión extranjera que las traiga (con el riesgo de construir nuevas
dependencias), o las extraemos de nuestra propia capacidad científica. Las dos
primeras pueden ser rápidas, pero son poco sostenibles. La tercera es robusta.
Los países siempre se han construido de dentro hacia fuera, y no al revés; pero
¿puede esta vía ser también rápida? Esa es precisamente la batalla que debemos
dar ahora quienes trabajamos en el sector de la ciencia, y la responsabilidad
histórica que asumimos en la defensa de nuestro socialismo en el campo
económico, y hay que darla, al menos, en cuatro frentes:
1. La Empresa socialista
de alta tecnología. Con independencia del sector especifico de la
producción, una Empresa de alta tecnología es una organización que ha sido
capaz de construir un ciclo completo de
investigación-producción-comercialización, que le permite tener productos
novedosos, de alto valor agregado, y sustituirlos periódicamente por otros
mejores, con estándares de calidad elevados y crecientes. Opera generalmente a
bajo costo por peso y alta productividad del trabajo, y emplea recursos humanos
de alta calificación. En los países grandes, puede operar en función de la
demanda doméstica. Para los pequeños, hay un vínculo inescapable entre alta
tecnología y exportaciones.
Ahora es el momento de
capturar, en nuestras leyes y regulaciones, la existencia de este tipo de
empresa y sus formas de funcionamiento, e identificar cuáles organizaciones, en
este u otros sectores de la economía, pudieran serlo. En estas empresas, las
conexiones entre la ciencia y la economía funcionan en ambas direcciones: los
resultados de la ciencia se convierten rápidamente en nuevos productos y
servicios, y su realización comercial (sobre todo exportadora) es una fuente de
financiamiento de la investigación científica. Tal nexo ocurre en el contexto
de la misma organización, sin los costos de la transacción academia-empresa en
instituciones diferentes.
El surgimiento, a partir de
colectivos científicos, de empresas de alta tecnología es expresión de madurez
de nuestro sistema de ciencia y técnica. Son el instrumento principal por el
cual las «entradas» de inversión social en estas se transforman en «salidas» de
impacto económico. Estas organizaciones tienen rasgos de la empresa tradicional
y de la unidad presupuestada: deben ser rentables y eficientes en el corto
plazo y crecer en sus operaciones; pero también cuidar el mediano plazo,
subsumir importantes gastos de investigación y desarrollo de nuevos productos,
y asumir misiones sociales relacionadas con el impacto de estos.
Ellas requerirán de una clara
conceptualización en nuestro modelo económico, y un «traje a la medida» para
sus formas de funcionamiento y control. También será imprescindible un diseño
cuidadoso de las organizaciones superiores de dirección empresarial para que
sean capaces de diseñar y conducir las estrategias, y de evaluar el desempeño
de las empresas de base, no solo en función de los planes anuales, sino en el
más complejo proceso a mediano y largo plazo, y que puedan manejar las
incertidumbres de los mercados externos, y extraer ventaja de la integración
que deriva de la propiedad social sobre las empresas. En los sectores
contentivos de empresas de alta tecnología, tendrán que ser dotadas de
capacidad de interpretar las tendencias de la ciencia y la técnica en su área.
2. La innovación en
todo el sistema empresarial. La segunda de las funciones de la ciencia
en el modelo económico es la de incrementar el valor añadido de los bienes y
servicios de todo el aparato productivo. Con independencia del nivel
tecnológico que tenga hoy cualquiera de nuestras operaciones productivas, su
valor agregado debe crecer. El esquema clásico de innovación espontánea más
«introducción de resultados» (con estímulo moral y material al innovador), que
funcionó durante décadas, está agotado, y hay que identificar las causas. La
queja tan persistente de muchos dirigentes científicos de que el aparato
empresarial no utiliza los resultados de nuestra ciencia, indica que hay
razones de fondo en esto. O bien los resultados no son tan «introducibles», o
las empresas carecen de incentivos para introducirlos, o hay una mezcla de
ambas cosas. La imagen del innovador individual con la idea brillante, de
aplicación inmediata, es del siglo xix ; no funciona en el xxi . La innovación
en la empresa moderna es una actividad de toda la organización, integrada a sus
procesos esenciales. No tiene que partir siempre de «descubrimientos
científicos» de la propia empresa, ni siquiera de instituciones científicas
cubanas. La revolución de la informática hace que haya mucha información y
tecnologías disponibles en las redes, de acceso barato. Lo que es
imprescindible es que la empresa tenga capacidad para absorberlas. La
innovación debe ser «guiada por la demanda», es decir, incentivada por las
oportunidades que se identifiquen para nuevos productos y servicios que incrementen
la rentabilidad. Su introducción pasa, con frecuencia, por decisiones de
inversión, o al menos por un lapso entre el esfuerzo innovador y su retorno
económico. Estos procedimientos, y los incentivos para emplearlos, deben ser
capturados en la nueva Ley de Empresas e implementados en todos los sectores de
nuestra economía.
3. Las universidades. Una
tercera función de la ciencia en el modelo económico cubano está en el
acercamiento del dispositivo docente al productivo. La mayor parte del capital
humano para la investigación científica, y el que tiene, como promedio, mayor
calificación académica, está en las universidades. Precisamente una de las
principales heridas del Período especial, que debemos curar con prisa, es que
aflojó los lazos entre ellas y la economía, construidos desde los años 60 a
partir del pensamiento de Fidel Castro y Ernesto Guevara. Recuperar y
multiplicar el espacio de la educación superior en la economía, y no solamente
en la formación de cuadros, es una de las urgencias del momento. Una vez más,
es una interacción en ambos sentidos: el del impacto de las ideas y resultados
del potencial universitario sobre la economía, y el de esta sobre la calidad de
la docencia.
La «conectividad social» de la
ciencia no se limita a sus vínculos con el aparato productivo, sino, de manera
muy relevante, con la educación. Es de la única manera que el potencial
científico se reproduce. Sobre las relaciones Universidad-Empresa hay una
enorme literatura. Otros compañeros en Cuba han producido importantes
reflexiones sobre el tema. 15 Aquí solamente subrayaremos algunas intuiciones
surgidas de la experiencia del sector de la biotecnología. Hay dos distorsiones
que evitar: la primera es la copia del modelo de propiedad intelectual más
negociación de patentes, que ha guiado la interacción entre universidad e
industria en los países capitalistas desarrollados. Es un modelo que introduce
«relaciones de mercado» en el uso del conocimiento, genera nuevos costos de
transacción, y debilita el compromiso de los investigadores con el impacto
final de sus resultados en la sociedad. Los propios pensadores de los países
que lo aplican cada vez lo critican más, por disfuncional. Ese no es nuestro
camino.
La segunda distorsión que
evitar es la visión de las áreas universitarias construyendo pequeñas fábricas
y comercializando productos. Ese tampoco es el camino. El vínculo hay que
construirlo preservando las especificidades de la actividad científica en cada
espacio. La investigación universitaria tiene mayor contenido de exploración,
mientras que la de empresa se concentra más en la explotación de los resultados
y su escalada. La primera es el espacio para proyectos científicos de mayor
riesgo (y mayor retorno potencial), que es necesario financiar con un esquema
presupuestado, pues su ciclo de recuperación no cabe en los ejercicios
económicos de la vida empresarial. Opera con mayor abundancia de recursos
humanos, entre ellos los estudiantes, y es más multidisciplinaria porque su
función incluye la formación de cuadros. Lo fértil está precisamente en la
interacción de enfoques diferentes. Para estudiar cómo se hace esto en el
socialismo no tenemos puntos de referencia. La experiencia de la URSS no fue
exitosa en la movilización del ambiente académico en función del desarrollo
económico. 16 La débil vinculación entre la ciencia y la producción, a pesar de
tener 25% de todos los científicos del mundo, fue uno de los factores
determinantes del estancamiento que precedió a su desintegración. En Cuba,
tendremos que ser muy creativos en la construcción de nuestro propio modelo.
4. Los centros
universitarios municipales y el desarrollo local. Esta cuarta función
de la ciencia en el modelo económico es la más ambiciosa: se trata de construir
un sistema de producción, estructuración, circulación y absorción de
conocimiento en toda la sociedad. El concepto de «gestión del conocimiento»
incluye la investigación científica tal como la conocemos, pero también otros
propósitos como la identificación de las necesidades de conocimiento y sus
fuentes posibles, la construcción de capacidad absortiva para la ciencia y la
tecnología en el aparato empresarial, la captación del saber tácito que se
genera en las empresas, la formación de cadenas productivas a nivel local, y la
asimilación del método científico como un componente de la cultura general en
la sociedad cubana.
La extensión del uso de tal
método (de pensamiento, generación y evaluación objetiva de hipótesis), y de la
capacidad de interpretación y asimilación social de la ciencia, podrá parecer
un objetivo demasiado audaz; pero no lo es más que la Campaña de Alfabetización
en un año, que ya hicimos con éxito en 1961. Nuestra sociedad socialista puede
planteárselo. Las primeras experiencias en programas de desarrollo local
basados en la gestión del conocimiento ya están indicando que es alcanzable, 17
y que tiene enormes potencialidades para la economía, la docencia, la ciencia y
la cultura. La conexión entre la ciencia y la economía no es un proceso
espontáneo: requiere dirección consciente, estrategia, y dispositivos de
intermediación y catálisis. En estos propósitos, los 123 Centros universitarios
municipales, que surgieron en Cuba a partir de 2004, pueden ser un dispositivo
muy poderoso, convertirse en uno de los actores principales del desarrollo
económico a nivel local asumiendo funciones de captación y distribución de
conocimientos, y llegar a ser la institución docente y científica principal del
municipio, y construir conexiones entre las instituciones del territorio y las
de otros, incluyendo los centros científicos de carácter nacional.
Las palancas del socialismo
En el mundo interconectado de
hoy, el desarrollo científico no puede verse como equivalente a «volumen de la actividad
científica» —cantidad de investigadores, centros, porcentaje del PIB que se
invierte en ciencia, publicaciones, etc.—, sino como la combinación de este más
sus conexiones con la economía, la educación, y otros sectores sociales. La
construcción de vínculos entre la ciencia y la producción, de la que depende el
valor agregado de nuestros productos, y el desempeño exportador de la economía
cubana tienen como actor principal a la empresa estatal socialista, a través de
la cual se expresa la propiedad social sobre los medios fundamentales de
producción, y la distribución del producto social con arreglo al trabajo. El
modelo económico cubano deberá incluir los mecanismos concretos por medio de
los cuales esa conexión de la ciencia con la economía debe producirse. A eso
nos convoca precisamente el Lineamiento 132, cuando habla de perfeccionar las condiciones
organizativas, jurídicas e institucionales para establecer tipos de
organización económica que garanticen la combinación de investigación
científica e innovación tecnológica, desarrollo rápido y eficaz de nuevos
productos y servicios, su producción eficiente con estándares de calidad
apropiados y la gestión comercializadora interna y exportadora. 18
Los treinta años de la
biotecnología en Cuba nos aportan una experiencia concreta sobre este proceso.
De hecho, los centros del Polo científico han estado operando como empresas
socialistas de alta tecnología, donde ha funcionado muy bien la
combinación de propiedad social y gestión descentralizada. Ha demostrado
también de qué manera puede el socialismo expresar sus ventajas para la
conexión de la ciencia con la producción, y el tránsito hacia una economía basada
en el conocimiento. La propiedad privada y la economía de mercado no son
dispositivos de conexión de la ciencia con la economía; son obstáculos.
La limitación en el desarrollo
de la biotecnología en otros países de América Latina parte del carácter privado
del aparato productivo, y su subordinación a los países centrales. Ello lo
desarticula del proceso social de creación del conocimiento científico. Ambos
sectores, el de la ciencia y el de la producción, se conectan por separado con
los dispositivos científicos y productivos en el exterior, pero no interactúan.
Solamente el socialismo puede romper ese círculo vicioso de dependencia. En
Cuba esta afirmación ya no es «teórica». Hay evidencias de que se puede lograr.
Pero junto con ellas está ahora la responsabilidad de capturar esas
experiencias y dibujar, dentro de nuestro modelo económico y sus diversos
escenarios, los procesos por los cuales el desarrollo científico irá asumiendo
una función directa como motor del desarrollo económico, y no simplemente de
consecuencia distal de este.
La Revolución, con su obra
masiva de formación de capital humano, de cohesión social y de valores,
ensanchó el espacio de lo posible. Ni la biotecnología, ni la Universidad de
las Ciencias Informáticas, ni los médicos de «Barrio Adentro», hubiesen podido
existir en los años 60. Fueron necesarias tres décadas de construcción
socialista para hacerlo posible.
Ahora hay que partir de esa
base y vislumbrar «el país posible» que podemos construir: una sociedad justa y
solidaria, con una población saludable y culta, sustentada por una economía de
alta tecnología enraizada en empresas de propiedad social, y protagonista de la
integración latinoamericana. Así lo vio Fidel cuando dijo, en medio de las
tensiones de aquel duro 1993, que
la ciencia y las producciones
de la ciencia, deben ocupar algún día el primer lugar de la economía
nacional. Pero partiendo de los escasos recursos, sobre todo de los
recursos energéticos que tenemos en nuestro país, tenemos que desarrollar las
producciones de la inteligencia, y ese es nuestro lugar en el mundo, no
habrá otro. 19
Notas
1. Partido Comunista de Cuba,
«Resolución del VI Congreso sobre los Lineamientos de la política económica y
social del Partido y la Revolución», junio de 2011, disponible en www.cubadebate.cu.
2. Agustín Lage, «La economía
del conocimiento y el socialismo: reflexiones a partir de la experiencia de la
biotecnología cubana», Cuba Socialista, n. 30, La Habana,
2004, pp. 2-28.
3. Agustín Lage, «La economía
del conocimiento y el socialismo: ¿hay una oportunidad para el desarrollo?», Cuba
Socialista, n. 41, La Habana, 2006, pp. 25-43.
4. Partido Comunista de Cuba,
ob. cit.
5. Agustín Lage, «Conectando
la ciencia a la economía: las palancas del socialismo», Cuba
Socialista, n. 45, La Habana, 2007, pp. 2-26.
6. Agustín Lage, «Sociedad del
conocimiento y soberanía nacional en el siglo xxi : el nexo necesario», Cuba
Socialista, n. 50, La Habana, 2009, pp. 19-31.
Parks in China’s Regional
Economy: Empirical Evidence from the IC Industry in the Zhangiang Hight-Tech
Park»,Erdkunde, a. 65, n. 1, Shanghai, 2011, pp. 43-53.
8. Agustín Lage, «Global
Pharmaceutical Development and Access: Critical Issues of Ethics and Equity»,
MEDICC Review, v. 13, n. 3, La Habana, julio de 2011, pp. 16-22.
9. Kevin Watkins et
al., «Informe sobre Desarrollo Humano 2005. La cooperación
internacional ante una encrucijada. Ayuda al desarrollo, comercio y seguridad
en un mundo desigual», Ediciones Mundi-Prensa, 2005.
10. Partido Comunista de Cuba,
ob. cit.
11. «UNESCO Science Report
2010. The Current Status of Science around the World», UNESCO Publishing, 2010.
12. Ídem.
13. Partido Comunista de Cuba,
ob. cit.
14. Ídem.
15. Jorge Núñez, Conocimiento
académico y sociedad. Ensayos sobre política universitaria de investigación y
posgrado, Editorial UH, La Habana, 2010; Fidel Castro, Ciencia,
tecnología e innovación: desafíos e incertidumbre para el Sur, Ediciones
Plaza, La Habana, 2006.
15. José Luis Rodríguez, El
derrumbe del socialismo en Europa: del socialismo real al capitalismo salvaje, Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 2011. (En proceso de edición).
17. Agustín Lage, «La economía
del conocimiento y el socialismo (II): reflexiones a partir del proyecto de
desarrollo territorial en Yaguajay», Cuba Socialista, n. 33,
La Habana, 2004, pp. 3-23.
18. Partido Comunista de Cuba,
ob. cit.
19. Fidel Castro Ruz,
«Intervención en la inauguración del Centro de Biofísica Médica», Santiago de
Cuba, 10 de febrero de 1993.
Agustín Lage. Director
Centro de Inmunología Molecular.
Fuente: Revista Temas, Nº 69,
páginas 31-42, de enero-marzo de 2012.
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