Michael Hudson /11(06/2012
Paul Krugman es objeto de gran aprecio por sus
columnas del New York Times en las que critica las exigencias
republicanas de austeridad fiscal. Con razón, argumenta que recortar el gasto
público empeorará la depresión económica en la que estamos hundiéndonos. Y pese
a su politiqueo partidista con los demócratas, avisó desde un principio en 2009
de que el modesto programa anticíclico del presidente Obama no era lo bastante
audaz como para espolear la recuperación.
Estos son los temas de su nuevo libro, End
This Depression Now. [Acabad ya con esta crisis, Crítica, Barcelona,
2012] Al viejo estilo keynesiano, cree que la solución a la insuficiente
demanda del mercado es que el gobierno gestione mayores déficits
presupuestarios. Debería empezar a conceder subvenciones, compartiendo
ingresos, de 300.000 millones de dólares anuales a los estados y poblaciones
cuyos presupuestos se han visto reducidos por la caída de los impuestos
sobre la propiedad y la ralentización económica general.
Todo esto es una buena idea por lo que a eso
respecta. Pero Krugman se detiene aquí, como si fuera eso todo lo
que se necesita hoy en día. De modo que lo que ha hecho básicamente es entrar
en liza con pigmeos intelectuales. Con ello se rebaja su argumentación y
distrae en realidad de lo que se necesita para evitar la depresión financiera y
fiscal de la que avisa.
Este es el problema: para centrar la argumentación
en contra de los “austerianos” que abogan por el equilibrio fiscal, Krugman
espera que los economistas dejen de distraer la atención hablando de lo que él
juzga no necesario. No parece necesario
reducir las deudas, por ejemplo. Todo lo que hace falta es disminuir las tasas
de interés de las deudas ya existentes, permitiendo que se mantengan.
Krugman tampoco aboga por transferir impuestos del
trabajo a la propiedad. Lo que implica es que California puede permitirse su
Proposición #13, la congelación de impuestos sobre la propiedad comercial y
viviendas en los niveles de hace ya mucho tiempo, que ha estrangulado
fiscalmente al estado y ha conducido a una explosión de los precios de la
vivienda apalancados por la deuda, dejando sin tributar el valor inmobiliario y
por tanto con libertad para comprometerlo con los bancos en préstamos sobre
hipotecas cada vez mayores, en lugar de que se pague a las autoridades públicas.
No hay atisbo en el periodismo de Krugman de
la necesidad de invertir la transferencia tributaria del sector inmobiliario y
financiero (al trabajo y los impuestos sobre ventas), salvo para reponer una
fiscalidad un poco más progresista.
El efecto de las sugerencias de Krugman consiste
en que el gobierno subvencione las estructuras financieras y fiscales
existentes, dejando intactas las deudas e ignorando un sistema tributario en
gran medida regresivo, injusto e ineficiente. Es injusto porque las ganancias
de los ricos, y lo que es aun peor, las ganancias derivadas del precio de sus
activos (del “capital”) tributan a tasas inferiores y están plagadas de lagunas
y saldos fiscales. Los opulentos se benefician de las ganancias inesperadas que
conlleva la inversión pública en infraestructuras por la que aboga Krugman,
pero ni una palabra respecto a la recuperación pública de esta inversión. Los
gobiernos pueden desde luego crear su propio dinero como alternativa a la
tributación, pero algunos impuestos – sobre todo sobre ganancias inesperadas,
como el valor de un emplazamiento inmobiliario como resultado de la inversión
pública en carreteras u otras formas de transporte público– se justifican
simplemente sobre la base de la justicia económica.
De modo que es importante hacer notar que Krugman
no encara estas cuestiones que antaño desempeñaban un papel tan importante en
la política del Partido Demócrata, antes de que la facción de Wall Street
consiguiera hacerse con el control por medio del proceso de financiación de la
campaña, antes incluso del caso Citizens United [que permite contribuciones sin
límite]. Durante más de un siglo, los economistas han reconocido la necesidad
de que la reforma fiscal y financiera fuesen de la mano. La incapacidad de
proceder a una reforma conjunta ha conducido al sector bancario y financiero –
junto a su base principal de clientes, el sector inmobiliario – a achicar los
impuestos sobre la propiedad y “liberar” la economía con impuestos de
modo que el ingreso se pueda comprometer con los bancos conforme los intereses
llevan préstamos mayores. El efecto termina consistiendo en cargar la economía
en toda su extensión con deuda privada y pública. .
De acuerdo con la lectura de Krugman, no hace
falta reducir las deudas privadas o aumentar la eficacia del sistema fiscal. Se
ha de subvencionar mejor, principalmente mediante un crédito bancario más fácil
y mayor gasto público. De modo que me temo que su libro podría haberse
subtitulado “Cómo puede salir la economía de la deuda a base de pedir
prestado”. Eso es lo que hacen los déficits presupuestarios: se añaden a la
deuda general. En Europa, donde no hay un banco central al que se le permita
monetizar el gasto del déficit, esto paga intereses a las transferencias a los
tenedores de bonos (y sus descendientes). En los Estados Unidos, la Reserva
Federal puede monetizar su endeudamiento, pero el efecto viene a ser
subvencionar el servicio de la deuda nacional. Krugman se muestra censorio
respecto a la cuestión de la deuda en el último mes, más o menos. En su columna
del último viernes en el New York Times, escribió: “Cada vez que
algún político o entendido de los que se dan importancia empiece a perorar
sobre cómo los déficits suponen un gravamen para la siguiente generación,
recuerden que el mayor problema al que se enfrentan los jóvenes norteamericanos
de hoy no es el peso futuro de la deuda”.[1] Por desgracia, la
incapacidad de Krugman de contemplar el problema económico de hoy como una
cuestión de deflación de la deuda refleja su fracaso (que sufre la mayoría de
los economistas, a buen seguro) a la hora de reconocer la necesidad de
reducciones de la deuda, de reestructurar el sistema bancario y financiero, y
de volver a transferir los impuestos del trabajo a las ganancias de propiedad,
renta económica y precios de activos (de “capital”). El efecto de
este estrecho conjunto de recomendaciones consiste en defender el status quo, y
por mi dinero que, pese a su reputación como liberal, eso convierte a Krugman
en conservador. Veo poco en su lógica que se oponga a la Rubinomics, [de
Robert E. Rubin, secretario del Tesoro con Clinton, política centrada en el
equilibrio presupuestario y la reducción del déficit] que ha continuado siendo
el programa del Partido Demócrata con el gobierno de Obama.
Muchos de los lectores de Krugman le consideran la
esperanza principal para oponerse a una política republicana todavía peor.
Pero, ¿qué puede ser peor que laRubinomics abrazada por Larry
Summers, Tim Geithner, Rahm Emanuel y otros remanentes de Wall Street en el
Democratic Leadership Committee? [Comité Directivo Demócrata, el verdadero
órgano supremo que marca la timorata política de los demócratas
norteamericanos].
Acaso pueda pinchar a Krugman para que adopte una
posición más contundente en esta cuestión. Pero lo que me preocupa es que se ha
pasado bruscamente al ala “rubinómica” de su partido. Insiste en que la deuda
no importa. El fraude bancario, las hipotecas basura y el capitalismo de casino
no son problema, o al menos no tan graves que no pueda curarlo un mayor gasto
del déficit. Criticando a los republicanos por poner énfasis en el desempleo
estructural, escribe: “las cifras que resuenan con autoridad insisten en que
nuestros problemas son ‘estructurales’, que no pueden arreglarse rápidamente…
¿Qué significa decir que tenemos un problema de desempleo estructural? La
versión habitual incluye la afirmación de que los trabajadores norteamericanos
están atrapados en los sectores equivocados o tienen las capacidades laborales
equivocadas”. [2]
Haciendo uso de la prestidigitación neoclásica
para dar gato por liebre, restringe el significado de “reforma estructural”
para referirse a los economistas de la Escuela de Chicago que culpan al
desempleo actual por ser “estructural,” en el sentido de trabajadores
preparados para ocupar los empleos equivocados. Con ello se desvía la atención
de los apremiantes problemas que son genuinamente estructurales.
La palabra “estructural” se refiere a los
desequilibrios sistémicos que los economistas neoclásicos desechan como
“institucionales”: la deuda general, el sistema legal, especialmente las
injustas y disfuncionales leyes de bancarrota y ejecución hipotecaria, las
regulaciones contra el fraude financiero, y la distribución de la riqueza en
general. En 1979, por ejemplo, yuxtapuse el estructuralismo económico al
monetarismo de la Escuela de Chicago en mi monografía sobre Canada in
the New Monetary Order. He entrado en detalle en esa discusión en mi
libro de texto sobreTrade, Development and Foreign Debt (reeditado
en 2010). La tradición se asienta en el programa de reformas de la Era
Progresista [época de gran activismo social y reformista en los EE. UU. entre
1880 y 1920]. Corregir esos defectos estructurales e institucionales, el
parasitismo y los privilegios que buscan “almuerzos de gorra” es todo en
lo que se centraba la economía política clásica…y lo que la reacción neoclásica
trataba de excluir del programa económico. Pero desde la perspectiva de los
autores neoclásicos hasta los desreguladores de la Rubinomics, el
problema de una elevada deuda masiva impagable que se expande inexorablemente
por el interés compuesto (y las tasas de penalización) sencillamente
desaparece.
De modo que el gran problema de hoy en día se
cifra en si detener el desvío de ingresos y riqueza a las instituciones
financieros que se encuentran en lo más alto de la pirámide económica, o
invertir la polarización que se ha producido en los últimos treinta años entre
acreedores y deudores, las instituciones financieras y el resto de la economía.
Me doy cuenta de que resulta más difícil criticar a alguien por un error de
omisión que por un error de comisión. Pero la distinción quedó
borrada hace un mes cuando Krugman se perdió en el agujero negro de la teoría
de la banca, las finanzas y el comercio internacional que ha engullido a tantos
economistas neoclásicos y keynesianos de vieja escuela. Pero el mes pasado
Krugman insistió en que los bancos no crean crédito, salvo cuando piden
prestadas reservas que (a su modo de ver) traspasan meramente los ahorros de
préstamo de la gente opulenta a aquellos con una mayor propensión a consumir.
Criticando a Steve Keen (que acaba de publicar una segunda edición de su
excelente Debunking Economics para explicar la dinámica de la
creación monetaria endógena), escribió:
“Keen prosigue después afirmando que el préstamo
es, por definición (al menos tal como yo lo entiendo), una adición a la demanda
agregada. Me da la impresión de que no entiendo nada en absoluto. Si yo decido
recortar mis gastos y guardar mis fondos en un banco, que se los presta a algún
otro, esto no tiene que representar un aumento neto de la demanda. Sí, en
algunos (muchos) casos, el préstamo se asocia a una demanda más alta, porque
los recursos se transfieren a gente con una mayor propensión a gastar, pero
Keen parece estar diciendo otra cosa, y no estoy seguro de qué. Creo que tiene
algo que ver con la noción de que crear dinero = crear demanda, pero nuevamente
se trata de algo que no es correcto en ningún modelo que yo entienda. Keen
afirma que es porque una vez se incluye a los bancos, prestar incrementa la
oferta de dinero. De acuerdo, pero ¿por qué importa eso? Parece asumir que la
demanda no puede crecer a menos que aumente la oferta de dinero, pero eso es
cierto solamente si se fija la velocidad del dinero;”[3]
Pero la “velocidad” no es más que una variable de
juguete para “equilibrar” cualquier ecuación dada, una tautología, no una
herramienta analítica. Como economista neoclásico, Krugman se muestra remiso a
reconocer que los bancos no solo crean crédito; al crearlo, crean deuda.
Esa es la esencia de la contabilidad de balances. Pero escribiendo como un
principiante, Krugman ofrece la mitología de que los bancos solo pueden prestar
el dinero que toman de los depositantes (como si esos bancos fueran las buenas
cajas de ahorro o bancos de ahorro y préstamo de antaño, no lo que Keen llama
“creadores de dinero endógeno”). Los bancos crean electrónicamente
depósitos en el proceso de hacer préstamos.
Krugman doblaba luego su apuesta en su afirmación
de que la creación de deuda bancaria no tiene importancia. La gente decide qué
ingresos quiere ahorrar, o decide cuánto pedir prestado para comprar bienes que
sus estancados niveles salariales ya no les permiten pagar. Todo es cuestión de elección,
y no una necesidad (“inelástico en precio” es el eufemismo
neoclásico):
En primer lugar, cualquier banco determinado
tiene, de hecho, que prestar el dinero que recibe en depósitos. Los
funcionarios de préstamos de los bancos no pueden emitir cheques así por las
buenas, del aire; como empleados de cualquier intermediario financiero, deben
comprar activos con los fondos que tienen a mano.
Así que, ¿cuánta moneda decide retener el público,
por oposición a lo que supone guardar fondos en depósitos bancarios? Bien, se
trata de una decisión económica, que responde a cosas tales como ingresos,
precios, tasas de interés, etc. Dicho de otro modo, de nuevo nos encontramos
firmemente en el terreno de la economía corriente, en el que las decisiones se
toman al margen y todo lo demás. Los bancos son importantes, pero no nos llevan
a un universo económico alternativo.
Conforme leo materiales diversos sobre banca —
comentarios aquí, pero también escritos varios aquí y allá — a menudo me topo
con la opinión de que los bancos pueden crear crédito del aire. Hay vehementes
negativas en torno a la propuesta de que el préstamo de los bancos se ve
limitado por sus depósitos, o que la base monetaria desempeña algún tipo de
papel importante; los bancos, se nos dice, apenas si mantienen reservas (lo que
es verdad), así que la creación o destrucción de reservas de la Fed no tiene
efecto alguno.[4]
No solo crean los bancos nuevo crédito – deuda,
desde la ventajosa perspectiva de sus clientes – sino que en ausencia de gasto
y regulación públicos siguiendo trazas más progresistas, esta nueva creación de
deuda es el único modo de que le economía haya evitado una brusca contracción
de del consumo a medida que los salarios reales han permanecido estancados
desde finales de los años 70. La oferta de los bancos no es de las que la gente
pueda rechazar: “Llévese un crédito o quédese sin casa”, o “Acepte un préstamo
para estudiar o quédese sin formación e intente conseguir un empleo en
McDonald’s.” Dicho de otro modo: “la bolsa o la vida”. Es lo que los bancos han
venido diciendo a lo largo de la historia. La diferencia es que ahora pueden
crear libremente crédito – y como Alan Greenspan apuntó ante los comités del
Senado, los trabajadores se encuentran tan abrumados por las deudas (“a un
cheque de distancia de quedarse sin casa”) que tienen miedo de que, si se
quejan de las condiciones de trabajo, piden salarios más altos (por no decir
nada de que intenten sindicalizarse), los despidan. Si fallan a la hora de
pagar un cheque, las tasas de sus tarjetas de crédito subirán un 29%. Y si se
saltan un pago de la hipoteca, pueden enfrentarse a un desahucio y perder su
casa. De manera que el sistema ha intimidado a la población con su poder de
creación de crédito y deuda.
El punto ciego de Krugman con respecto a la deuda
general hace descarrilar también la teoría del comercio. Si Grecia
abandona el euro y devalúa su moneda (el dracma), por ejemplo, las deudas
cifradas en euros o en otra divisa fuerte aumentarán de modo proporcional. De
manera que Grecia no puede marcharse sin repudiar sus deudas en la en la
litigiosa economía global de hoy. Sin embargo, Krugman cree en el viejo
sinsentido neoclásico según el cual todo lo que se necesita es la “devaluación”
para rebajar el coste laboral interno. Es como si se mostrase indiferente al
sufrimiento que impone esa austeridad, como la que sufrieron los países
latinoamericanos a manos de los planes de austeridad desde 1970 en adelante.
Los costes se pueden “poner bajo control ajustando los tipos de cambio”.[5] El
problema es sencillamente, por lo tanto, una cuestión de tipos de cambio (que
se traduce al poco en costes laborales). La depreciación de la moneda reducirá
(según la teoría del comercio de Krugman) los costes laborales y otros costes
internos hasta un punto en que los gobiernos puedan exportar lo bastante no
sólo para cubrir sus importaciones sino pagar sus deudas en divisas extranjeras
(que se dispararán en términos de moneda local).
Si fuera este el caso, Alemania podría haber
pagado su deuda por reparaciones [de guerra] depreciando el marco en 1921. Pero
lo hizo un millón de veces, y ni siquiera eso bastó para pagarla. Ni los
teóricos neoclásicos del comercio ni los monetaristas de la Escuela de Chicago
entienden el hecho de que cuando las deudas públicas o privadas se cifran en divisa
extranjera (fuerte), la devaluación destroza la economía. El último medio siglo
ha demostrado esto una y otra vez (muy recientemente en Islandia). Los activos
internos se transfieren a manos extranjeras, incluyendo los de las oligarquías
domésticas que operan desde sus cuentas en paraísos fiscales en dólares o
francos suizos.
La ceguera ante la cuestión de la deuda tiene como
resultado un especial sinsentido cuando se aplica al análisis de por qué la
economía norteamericana ha perdido su competitividad en las exportaciones.
¿Cómo demontre se puede esperar que compita la industria norteamericana cuando
los empleados han de pagar cerca del 40% de su salario en vivienda apalancada
con deuda, cerca del 10% en préstamos para estudios, tarjetas de crédito y
demás deudas bancarias, 15% en FICA [Federal Insurance Contribution Act,
impuesto sobre el empleo o la nómina para pagar la Seguridad Social y programas
como Medicare], y cerca de un 10% a un 15% más en ingresos e impuestos
sobre ventas? ¡Entre el 75% y el 80 % del pago salarial queda absorbido por el
sector de Finanzas, Seguros e Inmobiliario
(Finance, Insurance and Real Estate - FIRE) antes
de que los empleados puedan empezar a comprar bienes y servicios! No es de
extrañar que la economía se esté contrayendo, caigan las ventas y las nuevas
inversiones y contrataciones hayan hecho lo propio.
¿Cómo se las va a arreglar con la dimensión actual
de la deuda un gobierno que gestiona un déficit mayor, salvo adoptando la
sugerencia de Krugman de permitir a estados y poblaciones gastar marginalmente
más ingresos y evitar más despidos, mientras el complejo militar industrial
incrementa su “capitalismo del Pentágono”? Hasta ahora, el mayor incremento en
la deuda pública reciente se ha cifrado en rescatar al sector bancario, no en
contribuir a que se recupere la economía “real”.
Aumentar el gravamen de la deuda de las naciones
europeas tiene las mismas consecuencias funestas. Alemania se muestra reacia a
rescatar a Grecia a menos que Grecia se mueva para hacer más eficiente su
desmesurada administración e ineficaz burocracia, detenga la evasión fiscal por
parte de los opulentos, limpie la corrupción y, en una palabra, se muestre más
germánica. Los recortadores presupuestarios “austerianos” norteamericanos a los
que Krugman critica de modo semejante pueden señalar al despilfarrador gasto
público, sin llegar a distinguir entre una positiva inversión en
infraestructuras y las “carreteras a ninguna parte” propias del amiguismo y las
lagunas fiscales promovidas por políticos del Congreso cuyas campañas están
patrocinadas por intereses financieros especiales, el sector inmobiliario y los
monopolios.
Pero me temo que Krugman se ve atraído por el
tirón gravitacional de la Rubinomics, el agujero negro del partido
Demócrata del que sencillamente no puede escapar la luz de la claridad en lo
que toca a la cuestión de la deuda y las malas estructuras financieras y
legales. Las únicas variables que admite están libres de estructuras: el gobierno
federal puede ciertamente gastar más y reducir las tasas de interés (sobre todo
sobre las hipotecas) de manera que una deuda hipotecaria más alta, un préstamo
para estudios más abultado, la deuda personal y empresarial más elevadas se
puedan afrontar más fácilmente. No hay necesidad de reducir ninguna de estas
deudas. Esa solución aparentemente obvia y sensata queda fuera del alcance de
la economía neoclásica de Krugman. No consigue reconocer que las deudas que no
se pueden pagar no se pagarán. Este es el problema inmediato al que se
enfrentan las economías de los EE. UU. y Europa hoy en día, y la forma en que
se resuelva va a dar forma a la siguiente generación.
El problema del análisis de Krugman es que la
creación de deuda bancaria no desempeña ningún papel analítico en las
propuestas de Krugman para rescatar la economía. Es como si la economía operase
sin riqueza o deuda, simplemente sobre la base del poder de gasto que fluye a
la economía desde el gobierno, y se gastase en bienes de consumo, bienes de
inversión e impuestos – no en el servicio de la deuda, lo que se aparta para
fondos de pensiones o la inflación de precios de los activos. Si el
gobierno gasta lo suficiente – acumular un déficit lo bastante grande como para
bombear dinero a la corriente de gasto, al estilo keynesiano – la economía
puede reanimarse “ganándose su salida de la deuda”. El supuesto consiste
en que el gobierno reanimará la economía a una escala lo bastante amplia como
para permitir que quienes se han endeudado con hipotecas, préstamos para
estudios y otras deudas – y supuestamente hasta los estados y poblaciones que
se han quedado atrás en la financiación de sus planes de pensiones – se “pongan
a la par”.
Sin reconocer el papel de la deuda y tener en
cuenta la magnitud del patrimonio negativo y la caída de las ganancias, no se
llega a ver que lo que impide a la industria norteamericana exportar más es la
onerosa deuda general que desvía ingresos para pagar los gastos de Finanzas,
Seguros e Inmobiliario (Finance, Insurance and Real Estate - FIRE). ¿Cómo puede
competir el trabajo norteamericano cuando los empleados y sus patronos se ven
obligados a pagar una deuda por hipoteca tan elevada por su vivienda, una deuda
por estudios tan alta por su educación, un seguro médico y Seguridad Social tan
elevadas (retención de FICA), una deuda tan alta por tarjeta de crédito – todo
esto antes incluso de gastar en bienes y servicios?
De hecho, ¿cómo pueden permitirse siquiera los
asalariados adquirir lo que producen? El problema que interfiere con el flujo
circular entre productores y consumidores (“Ley de Say”) no constituye “ahorro”
como tal. Es pago de la deuda. Y a menos que se reduzcan las deudas, la
economía norteamericana se contraerá del mismo modo que las economías de Grecia,
España, Portugal, Italia, Irlanda, Islandia y otros países sometidos al
Consenso de Washington de la austeridad neoliberal.
1] Paul Krugman, “Easy Useless Economics,” The
New York Times, 11 de mayo de 2012.
[2] Ibid.
[3] Paul Krugman, “Conscience of a Liberal” blog,
27 de marzo de 2012, Minsky and Methodology(Wonkish).
[4] Banking Mysticism, Continued, “The Conscience
of a Liberal,” 30 de marzo de 2012.
[5] Paul Krugman, “The Euro Trap,” The New
York Times, 30 de abril de 2010.
Hola Michael, me parece evidente que los bancos, al otorgar crédito, crean deuda, esto se ha visto en la contabilidad de la reserva fraccionaria de los bancos y en el temor de un retiro masivo de fondos que los dejaría al descubierto, lo que creo es que Krugman defiende la existencia de la deuda por todas las implicaciones y beneficios que representa para sus paisanos judíos que manejan los grandes bancos como Goldman Sachs y la calificadora Moody´s, estos entes han obtenido grandísimos beneficios de la deuda que han manipulado, como en el caso claro del manejo de la contabilidad de la deuda pública de Grecia.
ResponderEliminarLa minimización del papel de los bancos es interesada, trata de ocultar el papel que juegan en las crisis de deuda.
Saludos Michael, CB