François Chesnais *
Este artículo trata de repasar
la raíz y la naturaleza de las crisis capitalistas que se han hecho
particularmente notorias con la actual crisis y situar a esta en la “historia
larga”. La crisis que está en curso estalló al término de una fase muy larga
(más de cincuenta años) de acumulación casi ininterrumpida: la única fase de
esta duración en toda la historia del capitalismo. Por otro lado, la muy
difícil situación de los trabajadores en cualquier parte del mundo resulta de
la posición de fuerza ganada por el capital, gracias a la mundialización del
ejército industrial de reserva con la extensión de la liberación de los
intercambios y de la inversión directa en China.
Después de haber sido
presentada durante mucho tiempo como “deuda de los Estados”, la crisis de los
bancos europeos y del euro se desarrolló con rapidez creciente a partir de
octubre (2011). Su marco es la crisis económica y financiera mundial en curso
desde hace más de cuatro años y constituye un momento de la misma en el terreno
específicamente financiero. En las primeras fases de la crisis, el epicentro de
la misma estuvo en Wall Street y la City. La dimensión y alcance del shadow
banking system y la debilidad de las medidas de seguridad introducidas después
de las declaraciones del G20 de Londres en mayo 2009 hacen que estos dos
centros neurálgicos de las finanzas, tarde o temprano, marcharán hacia nuevas
convulsiones financieras. Por el momento, el escenario está en Europa y la zona
del euro. Desde mediados de octubre, para seguir la crisis harían falta un
artículo o más por semana. Lo impiden tanto la periodicidad de Carré rouge como
los objetivos del colectivo que la edita. Este artículo toma distancia de la
situación inmediata.
La crisis financiera europea
es la manifestación, en la esfera de las finanzas, de la situación de
semiparálisis en que se encuentra la economía mundial. En este momento es su
manifestación más visible, pero de ningún modo la única. Las políticas de
austeridad aplicadas simultáneamente en la mayor parte de los países de la Unión
Europea (UE) contribuyen a la espiral recesiva mundial, pero no constituyen su
única causa. Fueron elocuentes los encabezamientos de la nota de perspectiva de
septiembre de 2011 de la OCDE: “La actividad mundial está cerca del
estancamiento”, “El comercio mundial se contrajo, los desequilibrios mundiales
persisten”, “En el mercado del trabajo, las mejoras son cada vez menos
perceptibles”, “La confianza ha disminuido”, etcétera. Luego de las
proyecciones de Eurostat a mediados de noviembre de una contracción económica
de la UE, a la que no escaparía ni siquiera Alemania, la nota de la OCDE del 28
de noviembre señala un “considerable deterioro”, con un crecimiento del 1,6%
para el conjunto de la OCDE y del 3,4% para el conjunto de la economía mundial.
Comprensiblemente, la atención
de los trabajadores y los jóvenes de Europa está centrada en las consecuencias
del “fin de trayecto” y el “sálvese quien pueda” de las burguesías europeas. La
crisis política de la UE y la zona euro, así como las interminables vacilaciones
del BCE alrededor del financiamiento directo de los países en mayores
dificultades, son sus manifestaciones más visibles. Se tiende a endurecer las
políticas de austeridad y a montar un operativo de “salvataje total” del que no
escape país alguno. Sin embargo, la situación europea no puede ser comprendida
independientemente de la consideración de la situación de la economía mundial
en su totalidad.
La CNUCED comienza su informe
señalando que “el grado de integración e interdependencia económicas en el
mundo actual no tiene precedentes” (CNUCED, 2011).Este reconocimiento es un
innegable progreso intelectual en el que muchos comentadores e, incluso,
militantes de izquierda bien podrían inspirarse. El campo de la crisis es el
del “sistema de cambio internacional más desarrollado” del que ya habla Marx en
sus tempranos escritos económicos (Marx, 1971: 161). Hoy, tras la reintegración
de China y la plena incorporación de la India en la economía capitalista
mundial, la densidad de las relaciones de interconexión y la velocidad de
interacciones en el mercado mundial alcanzan un nivel jamás visto
anteriormente. Este es el marco en el que deben ser abordadas las cuestiones
esenciales: la sobreacumulación y superproducción, los superpoderes de las
instituciones financieras y la competencia intercapitalista.
No hay ningún “fin de crisis”
a la vista
En el usual lenguaje económico
de inspiración keynesiana, el termino “salida de la crisis” indica el momento
en que la inversión y el empleo se recuperan. En términos marxistas, es el
momento en que la producción de valor y plusvalor (tomando y haciendo trabajar
a los asalariados y vendiendo las mercancías a fin de realizar su apropiación
por el capital) está basada en la acumulación de nuevos equipos y la creación de
nuevas capacidades de producción. Son muy raras las economías que, como es el
caso de China, a pesar de estar insertas en relaciones de interdependencia,
sigan disfrutando de cierta autonomía de modo tal que la salida de la crisis
pueda concebirse a nivel de la economía del Estado-nación. Todas las demás
están insertas en relaciones de interdependencia que determinan que el cierre
del ciclo del capital (Dinero-Mercancía-Producto-Mercancía’-Dinero’) de la
mayor parte de las empresas (en cualquier caso, de todas las grandes) se
realice en el extranjero. Y los mayores grupos directamente deslocalizan todo
el ciclo de una parte de sus filiales.
A esto se debe el alcance del
atolladero registrado durante el último G20. A más de cuatro años del comienzo
de la crisis (agosto 2007) y tres desde las convulsiones provocadas por la
quiebra del banco Lehmannn (septiembre 2008), el conjunto de la situación está
marcado por la incapacidad, al menos por el momento, del “capital” –los
gobiernos, los bancos centrales, el FMI y los grupos privados de centralización
y poder del capital colectivamente considerados– para encontrar medios que
permitan crear una dinámica como la indicada a nivel de la economía mundial o,
como mínimo, en muy grandes sectores de la misma. La crisis de la zona euro y
sus impactos sobre un sistema financiero opaco y vulnerable son una expresión
de esto. Pero esa incapacidad no implica pasividad política. Lo que ocurre
simplemente es que la acción de la burguesía está cada vez mas movida
exclusivamente por la voluntad de preservar la dominación de clase, en toda su
desnudez. En lo que hace de manera inmediata y directa a los trabajadores de
Europa, los centros de decisión capitalista buscan activamente soluciones
capaces de proteger los bancos y evitar el inmenso choque financiero que
significaría el default de pago de Italia o España, haciendo caer más que nunca
todo el peso de la crisis sobre las clases populares. Un testimonio de esto es
el desembarco (con pocos días de intervalo), en la cúpula de los gobiernos
griego e italiano, de comisionados del capital financiero que fueron designados
directamente por este, “evadiendo los procedimientos democráticos”. Lo
testimonia asimismo la danza de rumores sobre proyectos de “gobernancia”
autoritaria que están siendo discutidos en el seno de la zona euro. Esto tiene
implicaciones políticas aún más graves para los trabajadores, porque viene
acompañado por el refuerzo del carácter procíclico de las políticas de
austeridad y privatización que contribuye a la nueva recesión en marcha.
Los incesantes llamados que
desde el otro lado del Atlántico Norte hacen Barak Obama y el Secretario del
Tesoro Tim Geithner para que los dirigentes europeos den una rápida respuesta a
la crisis del euro traducen el hecho de que “el motor americano”, como dicen
los periodistas, está “averiado”. Desde 1998 (rebote de la crisis asiática), el
funcionamiento macroeconómico estadounidense fue construido casi enteramente
sobre la base del endeudamiento de los hogares, las PyMEs y las colectividades
locales. Este “régimen de crecimiento” está muy arraigado: reforzó con tanta
fuerza el juego de los mecanismos de distribución desigual de los ingresos[1]
que los dirigentes no tienen otra perspectiva a la cual aferrarse que el
momento –lejano– en que la gente pueda (o esté en realidad obligada a)
endeudarse nuevamente. Las diferencias “irreconciliables” entre Demócratas y
Republicanos hacen a dos cuestiones interconectadas: cuál sería la mejor manera
de desendeudar al Estado Federal desde esa perspectiva y si puede o, incluso
debe endeudarse más para alcanzar tal objetivo. La incapacidad de concebir
cualquier otro “régimen de crecimiento” refleja la casi intocable fuerza
económica y política de la oligarquía político-financiera que constituye ese 1%.
El movimiento OWS es un primer signo del resquebrajamiento de esta dominación,
pero, hasta que no se produzca un terremoto mundial que incluya a los Estados
Unidos, la política económica norteamericana seguirá reducida a las inyecciones
de dinero del Banco Central (la Fed), o sea, a hacer funcionar la máquina de
fabricar billetes, sin que nadie sepa hasta cuándo puede durar eso.
China e India pueden ayudar,
como lo hicieron en 2009, a limitar la contracción de la producción y del
comercio. En particular, China seguirá –pero con más dificultades que antes–
ayudando a surfear la contracción mundial. Con la plena integración de India y
de China en la economía se produjo un salto cualitativo en la dimensión del
ejército industrial de reserva a disposición del capitalismo mundial en su
conjunto. Adicionalmente, debe recordarse que en China se encuentran algunos de
los más importantes focos de sobreacumulación y de sobreproducción. Se habla
mucho del efecto de tijeras entre la gran baja de los PIB de los países capitalistas
industriales “viejos” y el ascenso de los “grandes emergentes”, y la crisis
también aceleró la finalización del período de hegemonía mundial de los Estados
Unidos (hegemonía económica, financiera y monetaria desde los años 1930,
hegemonía militar no compartida a partir de 1992). Sin embargo, China no está
de ninguna manera en condiciones de tomar la posta de los Estados Unidos como
potencia hegemónica.
Lo novedoso de la gran
cuestión política del período
Este artículo trata de repasar
la raíz y la naturaleza de las crisis capitalistas que se han hecho
particularmente notorias con la actual crisis y situar a esta en la “historia
larga”. La crisis que está en curso estalló al término de una fase muy larga
(más de cincuenta años) de acumulación casi ininterrumpida: la única fase de
esta duración en toda la historia del capitalismo. Precisamente, la crisis
puede durar muchos años, hasta una década, porque tiene como sustrato una
sobreacumulación de capacidades de producción especialmente elevada y, como
excrecencia, una acumulación de capital ficticio de un monto también sin
precedente. Por otro lado, la muy difícil situación de los trabajadores en
cualquier parte del mundo –por diferenciada que sea la misma de continente a
continente e, incluso, de país a país, debido a sus anteriores trayectorias
históricas– resulta de la posición de fuerza ganada por el capital, gracias a
la mundialización del ejército industrial de reserva con la extensión de la
liberación de los intercambios y de la inversión directa en China.
Si en un horizonte temporal
previsible no hay “salida de la crisis” para el capital, de manera
complementaria y antagónica, el futuro de los trabajadores y de los jóvenes
depende, en gran medida, si no enteramente, de la capacidad para abrirse espacios
y darse “tiempos de respiración” políticos propios, a partir de dinámicas que,
hoy, solo ellos pueden movilizar. Estamos en una situación mundial en la cual
lo decisivo ha pasado a ser la capacidad que logren estos movimientos –nacidos
sin aviso– para organizarse de tal modo que conserven una dinámica de
“autoalimentación”, incluso en situaciones en las que no existan, a corto
plazo, desenlaces políticos claros o definidos. En Túnez, Grecia o Egipto, pero
también en los Estados Unidos el movimientos OWS, en el especial contexto
nacional de la principal potencia capitalista del mundo y un espacio geográfico
continental, lo mejor que los militantes pueden hacer es ayudar a que los
actores de los movimientos con esta potencialidad afronten los diversos y
numerosos obstáculos con que chocan, y defender la idea de que, en última
instancia, las cuestiones sociales decisivas son “quién controla la producción
social, con qué objetivo, según qué prioridades y cómo puede ser construido
políticamente ese control social”. Posiblemente sea este el sentido de los
procesos y consignas “transicionales” hoy en día. Algunos podrán decir que
siempre fue así... Pero, dicho en los términos que acabo de utilizar, para gran
cantidad de militantes constituye una formulación en gran medida –si no
completamente– novedosa.
La valorización “sin fin y sin
límites” del capital como motor de la acumulación
Antes de retomar la crisis
iniciada en 2007, es preciso explicitar los resortes de la acumulación
capitalista. Detengámonos un instante en la teoría de la acumulación en el
largo plazo. El objetivo es ayudar, partiendo de una comprensión precisa de los
resortes del movimiento de acumulación capitalista, a facilitar la
explicitación de la naturaleza de las crisis y a situar cada gran crisis en la
historia social y política mundial. Como escribió Paul Mattick, al comentar una
indicación de Engels, “ninguna crisis real puede ser entendida si no se la
sitúa en el contexto más amplio de desarrollo social global” (Mattick, 1977:
39). La magnitud y los rasgos específicos de las grandes crisis son la
resultante de los medios a los que el capital (en un sentido que incluye a los
gobiernos de los países capitalistas más importantes) utilizó en el período
precedente para “superar estos límites inmanentes” antes de ver “que vuelven a
levantarse estos mismos límites todavía con mayor fuerza” (Marx, 1973: III,
248). Las crisis estallan en el momento en que el capital queda nuevamente
“reatrapado” por sus contradicciones, enfrentado a las barreras que él mismo se
crea. Mientras más importantes hayan sido los medios utilizados para superar
sus límites, más prolongado haya sido el tiempo en que esos medios de
superación lograron su objetivo, y más pudieron diferir su revelación, más
importante será la crisis y más difícil la búsqueda de nuevos medios para
“superar estos límites inmanentes”. De este modo, la historia invade la teoría
de las crisis.
Cada generación lee y relee a
Marx. Y lo hace tanto para seguir la evolución histórica como también para dar
cuenta de la experiencia de dificultades teóricas con las que tropezó. Durante
muchas décadas predominó la problemática del desarrollo de las fuerzas
productivas en sus distintas variantes, con las reminiscencias de las teorías
del progreso que la misma podía todavía arrastrar. Hoy, el Marx que, como
militante-investigador, hay que leer es el que ayuda a comprender lo que
significa la toma del poder de las finanzas D, el dinero en toda su brutalidad,
aquel sobre el que escribió en los Manuscritos de 1857-58 diciendo que “el
capital […] en tanto representante de la forma universal de la riqueza –el
dinero– constituye el impulso desenfrenado y desmesurado de pasar por encima de
sus propias barreras” (Ibíd.: 276). O también el que sostiene, en El capital, que
la “la circulación del dinero como capital lleva en sí mismo su fin, pues la
valorización del valor sólo se da dentro de este proceso constantemente
renovado. El movimiento del capital es, por tanto, incesante” (Ibíd.: I, 108).
A lo largo del siglo XX, mucho más que en el momento en que Marx lo estudiara,
el capital evidenció un profundo nivel de indiferencia en cuanto al uso social
de las mercancías producidas o a la finalidad de las inversiones.
Desde hace treinta años, la
“riqueza abstracta” ha tomado cada vez más la forma de masas de capital-dinero
en busca de valorización colocadas en las manos de instituciones –grandes
bancos, sociedades de seguro, fondos de pensión y Hedge Funds – cuyo “oficio”
es el de valorizar sus haberes de manera puramente financiera, sin salir de la
esfera de los mercados de títulos y de activos ficticios “derivados” de
títulos, sin pasar por la producción. En tanto que las acciones y los títulos
de deuda –pública, de las empresas o los hogares– solo son “vales”, derechos a
apropiarse de una parte del valor y de la plusvalía, concentraciones inmensas
de dinero se vuelcan al “ciclo corto Dinero-Dinero” que representa la suprema
expresión de lo que Marx llama el fetichismo del dinero. Expresada mediante
formas cada vez más abstractas, ficticias, “nocionales” (término utilizado por
los economistas de las finanzas) de dinero, la indiferencia ante las
consecuencias de la valorización sin fin y sin límites del capital impregna la
economía y la política, incluso en “tiempos de paz”.
Los rasgos principales del
capital a interés que fueron destacados por Marx –mantenerse “al margen del
proceso de producción” y presentar “el interés como el verdadero fruto del
capital, como lo originario, y con la ganancia transfigurada ahora como
ganancia de empresario, como simple accesorio y aditamento añadido en el
proceso de reproducción” (Ibíd.: III, 374)– hoy enfrentan a los dirigentes
capitalistas con toda la sociedad, con el conjunto de la sociedad. Lo que
ocurre a nivel de la distribución (el 1% frente al 99%, según dice la consigna
de los militantes de OWS) es solo la expresión más fácilmente perceptible de
procesos mucho más profundos. En la cúspide de los grandes grupos financieros
–tanto en los llamados “con predominio industrial” como en los demás–, existe
una fusión casi completa entre el “capital-propiedad” y el “capital-función”,
que Marx identificara para oponerlos parcialmente. “La era de los managers”
dejó lugar a otra en la cual hay una identidad de visión casi completa entre
los accionistas y los dirigentes. Para un capital en el que las finanzas están
en el puesto de mando, la búsqueda “desenfrenada y desmesurada” de la
valorización debe ser conducida mucho más implacablemente si el sistema está en
crisis. Los “vales” sobre la producción en forma de dividendos o intereses
están amenazados y alcanzan montos que después de los años 1920 nunca habían
sido tan elevados. Es por esto que, ya sea que se trate de los trabajadores que
el capital emplea pese a la situación de sobreproducción, o de los recursos
básicos que se rarifican o incluso de la posición a adoptar frente al cambio
climático y sus previsibles consecuencias, el reflejo predominante en el
capital tomado de conjunto es intensificar la explotación de “las dos fuentes
originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” (Ibíd.: I, 424) y esto,
ilimitadamente, hasta el agotamiento, sean cuales fueren las consecuencias. No
puedo extenderme acá en el análisis de las cuestiones ecológicas y su
interacción con el movimiento de la acumulación y sus contradicciones, pero
cabe señalar que, con la crisis, estas interacciones se hacen aún más
estrechas, como lo muestra el último informe de la Agencia Internacional de la
Energía (Reverchon, 2011).
Centralización y concentración
del capital e intensificación de la competencia intercapitalista
La idea asociada a la
expresión “los amos del mundo”, la de una sociedad planetaria del tipo de
Metrópolis de Fritz Lang, acaba de ser reforzada por la difusión de un estudio
estadístico muy importante sobre las interconexiones financieras entre los más
grandes bancos y empresas transnacionales, publicado por el Instituto Federal
Suizo de la Tecnología de Zurich (Vitali et al.). Sería necesario un artículo
entero para examinar la metodología, los datos de base y las conclusiones de
este ambicioso estudio, cuyos resultados tienen importantes implicaciones pero
deben ser cruzados con otros hechos. ¿Qué sentido tiene clasificar a cinco
grupos financieros franceses (Axa en el cuarto lugar y la Société Générale en
el puesto veinticuatro) entre los cincuenta primeros grupos mundiales en base
al número de sus lazos (caracterizados como de “control”) con otros bancos y
empresas? ¿Cómo reconciliar esta información, con la exigencia de acudir al
salvataje de esos mismos grupos? ¿No será que la densidad de interconexiones
financieras traduce sobre todo el flujo de operaciones financieras en las que
los grupos en cuestión son intermediarios, y los numerosos lazos solo tendrían
el estatuto de nudos del sistema y no el de centralizadores de valor y de
plusvalía?[2]
En todo caso, la publicidad
dada al estudio exige hacer dos tipos de observaciones teóricas que son, al
mismo tiempo, indispensables para comprender la situación mundial. Los procesos
de liberalización y privatización fortalecieron muchísimo los mecanismos de
centralización y de concentración del capital, tanto a nivel nacional como de
manera transnacional. Son procesos que alcanzaron tanto al “Sur” como al
“Norte”. En determinados sectores de los países llamados “emergentes” –la banca
y los servicios financieros, la agroindustria, la minería y los metales
básicos– hemos visto la centralización y la concentración del capital y su
expansión hacia los países vecinos. En Brasil y Argentina, por ejemplo, la
formación de poderosas “oligarquías” modernas marchó a la par de fuertes
procesos endógenos de acumulación financiarizada y la valorización de “ventajas
comparativas” acordes a las necesidades en materias primas de esta acumulación
mundial en la que China pasó a ser el pivote.
Especialmente en Brasil se han
constituido oligopolios que rivalizan con sus pares norteamericanos o
australianos en la extracción y la transformaciónde metales y la agroindustria.
Debido a la mundialización, las interconexiones entre los bancos y entre bancos
y empresas comprometidas con la producción industrial y los servicios, ha
pasado a ser más fuertemente transnacional que en cualquier otro momento. El
campo de acción de lo que Lenin llamaba “entrelazamiento”, es la economía
mundial. No por eso el capital es monolítico. El entrelazamiento no borra la
competencia entre los oligopolios que, en ocasión de la crisis, recuperan
rasgos nacionales y comportamientos poco cooperativos. Lo que hoy prevalece en
el arena mundial es lo que Marx llama “la anarquía de la producción”, cuyo
aguijón es la competencia, incluso si el monopolio y el oligopolio son la forma
absolutamente dominante de los “múltiples capitales” que conjuga el capital
considerado como totalidad. Los Estados, o más exactamente, algunos Estados,
los que todavía tienen medios para ello, son cada vez más los agentes activos
de esta competencia. El único Estado que en Europa continental conserva esos
medios es Alemania. No ocurre lo mismo en Francia, donde la burguesía se hizo
nuevamente financiera y rentista, dejó que se produjera un proceso de
desindustrialización, se encerró en la opción energética de lo nuclear y ve
ahora que sus “campeones nacionales” caen uno tras otro. Por eso las dudas
respecto a la presencia de bancos franceses entre los cincuenta “amos del
mundo”.
La otra gran observación
referida a la centralización-concentración del capital nos devuelve a nuestro
hilo conductor. La razón por la cual las leyes coercitivas de la competencia
deshacen las tendencias que van en el sentido del acuerdo entre los oligopolios
mundiales, es que el capital, por centralizado que sea, no tiene, sin embargo,
el poder de liberarse de las contradicciones que le son consustanciales, así
como no puede bloquear el momento en que vuelve a encontrarse con sus “límites
inmanentes”.
El capital “reatrapado” por
los métodos elegidos durante cuarenta años para superar las barreras inmanentes
Como ya dijimos, la actual
crisis se produce al término de la fase de acumulación ininterrumpida más larga
de toda la historia del capitalismo. Las burguesías aprovecharon plenamente la
política aplicada por la URSS y más tarde por la China (especialmente en
Indonesia entre 1960 y 1965) para contener la revolución social anticapitalista
y antiimperialista en donde esta apareciera y para quebrar al movimiento
antiburocrático, desde Berlín en 1953 y Budapest en 1965 hasta Tiananmen en
1989. El capital –los gobiernos de los principales países capitalistas con sus
cambiantes relaciones con los núcleos privados de centralización del capital y
de poder de las finanzas y de la gran industria– pudieron encontrar, a partir
de 1978-1980, respuestas a las barreras resultantes de sus contradicciones
internas. En 1973-1975, con la recesión, terminó el período llamado “los
treinta gloriosos” cuyo fundamento fue –nunca será superfluo repetirlo– la
inmensa destrucción de capital productivo y de medios de transporte y
comunicación provocada por el efecto sucesivo de la crisis de los años 1930 y
de la Segunda Guerra Mundial. El capital se encontró nuevamente confrontado con
sus contradicciones internas, bajo la forma de lo que algunos han llamado
“crisis estructural del capitalismo”.
Se dieron tres respuestas
sucesivas –que no se reemplazaron, sino que se superpusieron unas a otras– que
permitieron al capital prolongar la acumulación de más de treinta años. Fue en
primer lugar –tras un último intento de “relanzamiento keynesiano” en 1975-77–
la adopción, a partir de 1978, de políticas neoconservadoras de liberalización
y de desreglamentación con que se tejió la mundializacion del capital. La
“tercera revolución industrial” de las Tecnologías de la Información y la
Comunicación estuvo estrechamente asociada con esto. Pero si bien las TIC
fueron un factor que contribuyó a asegurar su éxito, se trató de una respuesta
ante todo política. Estuvo basada en el fuerte basamento ideológico-político
construido por Friedrich Hayek y Milton Friedman (Dardot & Laval, 2009).
Luego, el “régimen de crecimiento” antes descrito, en el cual el sostén central
de la acumulación pasaron a ser el endeudamiento privado y, en menor medida, el
endeudamiento público. Y la tercera respuesta fue la incorporación, por etapas,
de China en los mecanismos de la acumulación mundial, coronada con su ingreso
en la Organización Mundial del Comercio.
Tomando como hilo conductor la
idea de que el capital se encuentra con que “vuelven a levantarse los mismos
límites todavía con mayor fuerza” y, partiendo de los tres factores que acabo
de señalar, puede apreciarse la magnitud y la probable duración de la gran
crisis comenzada en agosto de 2007.
La sobreacumulación como
fundamental sustrato de la crisis
La excepcional duración de la
fase de acumulación, que tuvo momentos de desaceleración y una cantidad
creciente de advertencias (especialmente la crisis asiática de 1988), pero
nunca un verdadero corte, a la que se suma la integración de China, al finalizar
ese período, en el mercado mundial, hacen que la sobreacumulación sea la mayor
barrera que el capital encuentra, nuevamente, frente sí. Más allá de los rasgos
específicos de cada gran crisis, la razón primera de todas ellas es la
sobreacumulación de capital. La insaciable sed de plusvalía del capital y el
hecho que el capital “se paraliza, no donde lo exige la satisfacción de las
necesidades, sino allí donde lo impone la producción y realización de la
ganancia” (Marx, 1973: III, 276), explican que las crisis siempre sean crisis
de sobreacumulación de medios de producción, cuyo corolario es la
sobreproducción de mercancías. Esta sobreacumulación y sobreproducción son
“relativas”, su punto de referencia es la tasa mínima de ganancia con la cual
los capitalistas continúan invirtiendo y produciendo. La amplitud de la
sobreacumulación hoy se debe a que las condiciones específicas que condujeron a
la crisis y a su duración ocultaron durante mucho tiempo el subyacente
movimiento de caída de la ganancia. Es algo completamente distinto a la clásica
euforia de los booms de fin de ciclo. Menos aún se trata de acciones imputables
a los traders.
En el caso de los Estados
Unidos y los países de la UE, hubo una desactivación de los mecanismos de
advertencia debido al endeudamiento cada vez más elevado posibilitado por las
“innovaciones financieras”. En el caso de China, son razones políticas las que
impiden que la caída de la tasa de ganancia llegue a frenar la acumulación de
nuevas capacidad productivas y, menos aún, a detenerla (Gaulard, 2010).
En cada gran crisis, la
sobreacumulación de capacidades de producción y la superproducción de
mercancías se da en sectores e industrias específicas. La crisis conduce por
contagio al estado de superproducción en otras industrias y sectores. El nivel
de análisis pertinente es sectorial y, frecuentemente, nacional. A partir del
momento en que la crisis financiera comenzó, en 2007-2008, a dificultar los
mecanismos de endeudamiento y provocar la contracción del crédito (el “credit
crunch”), algunos sectores (el inmobiliario y la construcción en los EEUU,
Irlanda, España y el Reino Unido) y algunas industrias (la automotriz en los
EEUU y todos los países fabricantes en Europa) evidencian estar con una muy
fuerte sobrecapacidad. Aún hoy se encuentran stocks de edificios de
habitaciones y oficinas sin vender ni alquilar. En las industrias eléctricas y
mecánicas, las sobrecapacidades de los rivales oligopólicos más débiles
(Renault, Peugeot, Fiat, Goodyear) y de sus proveedores fueron reabsorbidas por
el cierre de establecimientos y la destrucción o deslocalización de las
maquinarias. Pero las sobrecapacidades mundiales se mantienen intactas.
A fines de 2008 y el 2009 hubo
una destrucción de “capital físico”, de capacidades de producción en Europa y
los EEUU. Los efectos de saneamiento con vistas a una “recuperación” fueron
contrarrestados por la continuación de la acumulación en China. De 2000 a 2010,
el crecimiento de la inversión fija bruta en China fue de un promedio del 13,3%
por año, de tal modo que el porcentaje de la inversión fija en el PBI saltó del
34% al 46%. Esta expansión de la inversión no se debe tanto al aumento de los
gastos gubernamentales del que los otros miembros del G20 se felicitaron en
2009, sino que, más bien, es la resultante de mecanismos profundos reveladores
de procesos incontrolados o se debe a una verdadera a fuga hacia adelante. Los
primeros están relacionados con la encarnizada competencia que las provincias y
las grandes municipalidades mantienen por la inversión en las industrias
manufactureras y la construcción. Está en juego el prestigio, pero también los
ingresos ocultos de sectores enteros de la “burocracia-burguesía” china. Los
ministerios en Beijing reconocen la existencia de sobrecapacidades muy importantes
en las industrias pesadas.[3]
¿Por qué, entonces, no
intervienen? Porque las relaciones políticas y sociales características de
China han encerrado al Partido Comunista Chino en la siguiente situación. Como
condición para un mínimo de paz social (ver la multiplicación de huelgas y el
artículo de Jacques Chastaign), la dirección del PCC prometió al pueblo “el
crecimiento” e, incluso, ha calculado que una tasa de crecimiento del 7-8% era
el mínimo compatible con la estabilidad política. Pero el crecimiento no puede
descansar sobre el consumo de la mayoría de la población, el PCC no puede
conceder a los trabajadores las condiciones políticas que le permitan luchar
por alza de salarios, ni establecer servicios públicos (salud, educación
universitaria, seguros a la vejez), puesto que en la tradición política china,
de la cual Tienanmen fue el gran jalón, esto sería interpretado como un signo
de debilitamiento de su control político. Los 7-8 % de tasa de crecimiento
fueron obtenidos, entonces, mediante una demencial expansión del sector de
bienes de inversión (el sector I en los esquemas de reproducción ampliada). La
caída, entre 2000 y 2010, del porcentaje del consumo privado en el PBI del 46%
al 34% da una dimensión de la encrucijada en que se colocó el PCC. El excedente
comercial de China es “solamente” del 5-7% del PBI, pero sus ventas representan
casi el 10% de las exportaciones mundiales. Las exportaciones son la sopapa de
la sobreacumulación de China y el canal a través del cual esta crea un efecto
depresivo sobre todos los países que sufren la competencia de los productos
chinos. Esto provoca un efecto de rebote de tal modo que, desde el verano,
China experimenta una disminución de sus exportaciones. La destrucción de las
capacidades de producción de la industria manufacturera de muchos países de los
que se habla poco (textil en Marruecos, en Egipto y Túnez, por ejemplo), pero
también en otros de los que se habla más, en donde fue contrapartida de la
exportación de productos resultantes de las ramas tecnológicas de metales
ferrosos y no ferrosos y de la agroindustria (caso de Brasil), expresa el peso
que la superproducción china hace caer sobre el mercado mundial en su conjunto.
Peso aplastante del capital
ficticio y poder casi inconcebible de los bancos
Volvamos ahora a las finanzas
y al capital ficticio, que vengo tratando desde 2007 en mis artículos y en el
reciente libro Les dettes illégitimes. Efectivamente, el segundo rasgo
específico de la crisis actual es que estalló después de haber recurrido, como
mínimo durante veinte años, al endeudamiento como la gran forma de sostén de la
demanda en los países de la OCDE. Este proceso conllevó una creación
extremadamente elevada de títulos que tienen el carácter de “vales” sobre la
producción presente y futura. Estos “vales” tienen un fundamento cada vez más
estrecho. Al lado de los dividendos sobre las acciones y de los intereses sobre
préstamos a los Estados, estuvo el crecimiento del crédito al consumo y del
crédito hipotecario, que son punciones directas sobre los salarios. El peso del
capital se ejerce sobre los asalariados, simultáneamente, en el lugar de
trabajo y como deudor ante los bancos. Son, pues, “vales” cada vez más frágiles
los que sirvieron como base para una acumulación (utilizo este palabra a falta
de una mejor) de activos “ficticios a la enésima potencia”. La crisis de los
créditos hipotecarios subprimedestruyó momentáneamente una pequeña parte. Pero
ni siquiera los bancos centrales conocen realmente su astronómico monto, ni –en
razón del sistema financiero “en la penumbra”– los circuitos y tenedores
exactos. Apenas disponemos de muy vagas estimaciones. Lo que hemos denominado
financiarización ha sido la inmersión casi estructural en una situación
descripta por Marx en un párrafo poco comentado del primer capítulo del libro
II de El capital.
Señala que, por extraño que
pueda parecer en pleno triunfo del capital industrial, “El proceso de
producción no es más que el eslabón inevitable, el mal necesario para poder
hacer dinero. Por eso todas las naciones en que impera el sistema capitalista
de producción se ven asaltadas periódicamente por la quimera de querer hacer
dinero sin utilizar como medio el proceso de producción” (Marx, 1973: II, 52).
A partir de los años 1980, en
los países capitalistas centrales encabezados por los Estados Unidos, la
“quimera” comenzó a tomar un carácter casi estructural. Las finanzas han dado a
esta quimera, fruto del fetichismo del dinero, respaldos
político-institucionales muy fuertes. Consiguió hacer que el “poder de las finanzas”,
y las fetichistas creencias que el mismo arrastra, se sustenten en un grado de
mundialización especialmente financiera inédito en la historia del capitalismo.
La pieza clave de este poder
es la deuda pública del los países de la OCDE. En un primer tiempo, a partir de
1980, el servicio de la deuda produjo, por medio de los impuestos, una inmensa
transferencia de valor y plusvalor hacia los fondos de inversión y los bancos,
con el canal de la deuda del Tercer Mundo, por supuesto, pero a una escala mucho
más elevada por las de los países capitalistas avanzados. Esta transferencia es
una de las causas de la profunda modificación en la distribución del ingreso
entre el capital y el trabajo. A medida que más reforzaba el capital su poder
social y político, en mejores condiciones estaban las empresas, los tenedores
de títulos y los mayores patrimonios de actuar políticamente para liberarse de
las cargas impositivas. La obligación de que los gobiernos recurrieran a los
préstamos creció continuamente. A partir del primer gobierno de Clinton, en los
Estados Unidos comenzaron a verse, no ya políticas monetarias de regulación de
las finanzas, sino un principio de “captura del Estado” por los grandes bancos
(Johnson & Kwak, 2010). La designación de Robert Rubin, Presidente de
Goldmann Sachs, constituyó un momento de esa captura. La crisis de septiembre
de 2008, con Henry Paulson en las palancas de mando, completó el proceso. Este
condujo a la fase actual, que está marcada por una contradicción característica
del respaldo al crecimiento durante un período tan prolongado.
En los meses que vienen
tomaremos conciencia de manera cada vez más aguda –no sólo los redactores y
lectores de esta publicación, ¡sino también los “actores” y los que deciden!–.
Los “mercados”, es decir, los bancos y los inversores financieros, dictan la
conducta de los gobiernos occidentales poniendo como eje –como tan claramente
pudo verse en Grecia– la defensa de los intereses económicos y políticos de los
acreedores, sean cuales fueren las consecuencias en términos de sufrimiento
social. Pero en razón del monto y de las condiciones de acumulación de activos
ficticios, en cualquier momento puede desencadenarse una gran crisis
financiera, aunque no puedan preverse ni el momento ni el lugar del sistema
financiero en que estalle.
Las razones van más allá de
las características de las operaciones bancarias en las que generalmente se
pone el acento –naturaleza de los activos ficticios, depuración muy incompleta
de los activos tóxicos de 2007, especialmente por los bancos europeos,
dimensión de lo que acaba de designarse como “efecto palanca”,[4] etcétera–. El
capital sufre de una aguda falta de plusvalía, carencia que la sobreexplotación
de los trabajadores empleados (consecuencia del ejército industrial de
reserva), así como el pillaje de recursos del planeta, compensan cada vez
menos. Si la masa de capital puesto en la extracción de plusvalía se estanca o
retrotrae, llega un momento en que ningún incremento de la tasa de explotación
puede contrarrestar sus efectos. Es lo que ocurre cuando el poder de los bancos
es casi inconcebible y cuando existe, como nunca anteriormente, una masa muy
importante y muy vulnerable de “vales” sobre la producción, así como productos
derivados y otros activos “ficticios a la enésima potencia”. Contra un telón de
fondo de sobreacumulación y de superproducción crónicos, tenemos diversas
consecuencias.
En primer lugar, se da paso a
políticas económicas y monetarias que persiguen dos objetivos que producen
efectos contradictorios. Es preciso, mediante las privatizaciones, abrir al
capital sectores protegidos socialmente, para ofrecerles oportunidades de
ganancia hasta tanto o, mejor dicho, con la esperanza de que se reconstituyan
condiciones de conjunto para la “salida de la crisis” y, para eso, son
aplicados y reiterados proyectos de privatización y de “apertura a la
competencia”. Pero es también preciso tratar de evitar que se produzca un
hundimiento económico que necesariamente representaría la destrucción de una
parte del capital ficticio, comenzando por el que tenga la forma de acreencias,
de títulos de la deuda, pero el carácter procíclico (acentuando la recesión)
del primer objetivo tiene el efecto de reforzar la posibilidad de tal
hundimiento. Existe, paralelamente, la contradicción, algo semejante pero
diferente, que consiste en la imposición por los “mercados” de políticas de
austeridad por temor al default de pagos, provocando que este sea cada vez más
inevitable por el solo hecho mecánico de la acentuada contracción de la
actividad económica. Y otra importante consecuencia del poder de las finanzas y
de su incapacidad para limitar la destrucción de capital ficticio en los países
de la OCDE es la existencia de esta inmensa masa de dinero –masa ficticia pero
con efectos reales– que continuamente pasa de una a otra forma de colocación,
creando una muy fuerte inestabilidad financiera, generando burbujas que pueden
ser desencadenantes de crisis generalizada y frecuentemente agudizando
–especialmente cuando la especulación se realiza con los productos
alimentarios– conflictos sociales.
La extrema debilidad de los
instrumentos de política económica
Finalmente, el último gran
rasgo de la crisis es que la misma estalló y se desarrolló después que las
políticas de liberalización y desreglamentación hubieran llegado a destruir las
condiciones geopolíticas y macrosociales en las que instrumentos anticíclicos
de cierta eficacia habían sido preparados precedentemente. Para el capital, las
políticas de liberalización han tenido su “lado bueno”, pero tienen también su
“lado malo”. La liberalización puso a los trabajadores a competir de país a
país y de continente a continente como nunca antes. Abrió la vía a la
desreglamentación y a las privatizaciones. Las posiciones del trabajo ante el capital
fueron muy debilitadas, eliminando hasta el presente “el miedo a las masas”
como aguijón de las conductas del capital. El otro lado de la medalla está
constituido por esta carencia de instrumentos anticíclicos, debido a que no se
ha encontrado ningún sustituto a los del keynesianismo, así como a la intensa
rivalidad entre los grandes protagonistas de la economía capitalista
mundializada, en una fase en la que la potencia hegemónica establecida ha
perdido todos los medios de su hegemonía –con la excepción de los medios
militares de los que puede utilizar solo una parte, y hasta el momento sin gran
éxito–. El único instrumento disponible es la emisión de moneda, la plancha de
impresión de billetes por cuenta de los gobiernos (en el caso de los Estados Unidos,
donde la Fed compra una parte de los bonos del Tesoro), pero, sobre todo, en
beneficio de los bancos. Este terreno es también el único en que cierta forma
de cooperación internacional funciona. El anuncio el 30 de noviembre 2011 de la
creación de liquideces en dólares, de común acuerdo entre Bancos centrales y
por iniciativa de la Fed, para contrarrestar el agotamiento de las fuentes de
refinanciamiento de los bancos europeos por parte de sus homólogos
estadounidenses, ha sido el último ejemplo.
Resistir y lanzarse en aguas
en las que hasta ahora nunca navegamos
Al igual que otros[5] he
explicado la necesidad inevitable, absoluta, de prepararse para la perspectiva
de un gran crack financiero y para tomar los bancos. Pero este artículo
requiere de una conclusión más amplia. A nivel mundial, no se avizora ninguna
“salida de la crisis” en un horizonte temporal previsible. Para los grandes
centros singulares de valorización del capital, que son los grupos industriales
europeos, es tiempo de migrar hacia cielos más benevolentes, hacia economías
que combinen una taza de explotación alta y un mercado doméstico importante.
Las condiciones de la reproducción social de las clases populares están
amenazadas. El ascenso de la pobreza y la pauperización rampante que afecta a
capas cada vez más importantes de asalariados lo demuestra.
El Reino Unido fue uno de los
laboratorios, antes incluso del estallido de la crisis.[6] Mientras más dure,
más se alejará para los asalariados cualquier otro futuro que no sea la
precarización y la caída del nivel de vida. Las palabras clave que se repiten
son “adaptación”, “sacrificio necesario”. Cada tanto, para mantener un mínimo
de legitimidad, los sindicatos pueden llamar a jornadas de acción. La huelga de
un día de los empleados públicos en el Reino Unido es el ejemplo más reciente.
Pero, como escribí antes, el porvenir de los trabajadores y de los jóvenes
depende, sobre todo, si no enteramente, de su capacidad para darse espacios y
“tiempos de respiración” propios, a partir de dinámicas que solo ellos mismos
pueden motorizar. Otro mundo es posible, seguramente, pero no podrá diseñarse
sino en la medida en que la acción abra camino al pensamiento que, más que
nunca, no puede sino ser colectivo. Es una completa inversión de los períodos
en que existían, al menos aparentemente, planes preestablecidos de la sociedad
futura, fuesen los de algunos socialistas utópicos o los de la Komintern de
Dimitrov. En el siglo XVI, los navegantes ingleses forjaron la bella expresión
“uncharted waters”: aguas que nunca se navegaron y para las cuales no hay
ningún mapa o carta marítima. Hoy estamos en esa situación.
Bibliografía
Chesnais, François. Les dettes
illégitimes. Raisons d’Agir: París, 2011
CNUCED, “L’économie mondiale
face aux enjeux politiques d‘après crise”, Ginebra, septiembre 2011.
Dardot, Pierre; Laval,
Christian. La nouvelle raison du monde. Essai sur la société néolibérale. La
Découverte: París, 2009.
Gaulard, Mylène, “Los límites
del crecimiento chino”. En: Herramienta web 4 (febrero de 2010)
http://www.herramienta.com.ar/content/herramienta-web-4
Gill, Louis, La crise
financière et monétaire mondiale. Endettement, spéculation, austérité. M
éditeur: Quebec, 2011.
Johnson, S.; Kwak, J. 13
Bankers – The Wall Street Take Over and the Next Financial Meltdown. Pantheon
Books: Nueva York, 2010.
Jones, Owen. Chavs. The
Demonization of the Working Class. Verso: Londres, 2011.
Marx, Karl, El capital. 3
vols. Trad. de Wenceslao Roces. México: FCE, 1973. –, Elementos fundamentales
para la crítica de la economía política (borrador). 1857-1858. Trad. de Pedro
Scaron. Edición a cargo de José Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scaron. 3 vols.
Siglo XXI: Buenos Aires, 1972.
Mattick, Paul, Crisis &
Teoría de la Crisis. Península: Barcelona, 1977. Disponible en http://www.geoticies.com/cica_web
Reverchon, Antoine, “Quelle
est la vraie valeur des réserves d’énergie fossile (valeur boursière ou valeur
pour la société humaine)”. En: Le Monde de l’économie (15 de noviembre de
2011).
Vitali, S.; Glattfelder, J.B.;
Battiston, S. The network of global corporate control. Chair of Systems Design,
ETH: Zurich, www.plosone.org
Notas:
1. La consigna del movimiento
Ocupar Wall Street “Somos el 99%”, refleja la tremenda distancia entre los muy,
muy altos ingresos y los del resto de los norteamericanos.
2. Algunas de las preguntas
que sería preciso responder para ver si el estudio de Zurich puede aplicarse a
una problemática relacionada con el capital financiero de Hilferding y Lenin.
3. El sitio de la edición en
inglés del diario del PCC abunda en ejemplos.
http://english.peopledaily.com.cn/Basta tipear las palabras “China
overcapacity” para encontrarlos. Puede consultarse también el estudio realizado
por la Cámara de Comercio de Europa: http://www.rolandberger.com/media/pdf/Roland_Berger_Overcapacity_in_China_20091201.pdf
4. Ver mi libro Les dettes
illégitimes y el de Louis Gill, La crise financière et monétaire mondiale.
Endettement, spéculation, austérité.
5. En primer lugar, Frédéric
Lordon.
6. Ver el libro de Owen Jones,
Chavs. The Demonization of the Working Class.
* Profesor emérito en la
Universidad de París 13-Villetaneuse; investigador marxista del Consejo
científico de ATTAC-Francia, director de Carré rouge, y miembro del Consejo
asesor de Herramienta. Es autor de La Mondialisation du capital y coordinador
de La finance mondialisée, racines sociales et politiques, configuration,
conséquences. La finance capitaliste, último libro bajo su dirección, acaba de
ser publicado por Ediciones Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr.
Fuente:
http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-49/la-lucha-de-clases-en-europa-y-las-raices-de-la-crisis-economica-mundialTomado
de sinpermiso.info
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