domingo, 1 de enero de 2012

Fin de Año en Crisis


Manuel Riesco
31/12/2011

Transcurridos cuatro años y medio desde que se desató de la mayor crisis mundial desde los años 1930 y sin que se vislumbre todavía el fondo de la misma y menos la ansiada recuperación, vale la pena recordar las principales lecciones que brinda hasta el momento: la ocurrencia de estos ciclos seculares, el fin de la utopía del dinero y el insustituible rol de económico de los Estados. Aparte del recrudecimiento de movimientos irracionales.

Como es bien sabido, en julio del 2007 y a raíz de la quiebra de dos fondos de inversión estadounidenses relativamente pequeños, una gigantesca ola iniciada en la ruptura de la burbuja inmobiliaria estadounidense y expandida por la alquimia de los llamados “derivados” financieros que habían alcanzado proporciones absurdas, se extendió por todo el mundo a una velocidad pasmosa. 

En pocos días al sistema financiero global quedó en la más completa insolvencia e iliquidez. Se comprobó súbitamente que parte significativa y desconocida de sus carteras, mantenida en la opacidad de instituciones relacionadas que conformaban una virtual “banca sombra” como se la denominó y que había alcanzado dimensiones comparables a la de la banca comercial, valían poco o nada. Ello condujo a una inmediata paralización del crédito, el denominado “credit crunch,” que forzó a los mayores bancos del mundo a recurrir desesperadamente a los Estados en busca de ayuda para cumplir sus compromisos del día siguiente.

A los pocos meses, la crisis derrumbó todos los mercados financieros mundiales, precipitó las mayores quiebras bancarias e industriales de la historia y se convirtió en la recesión más profunda y prolongada de la economía mundial desde los años 1930. Una de las esferas más afectadas fue el comercio internacional, que se desplomó en pocos meses a fines del 2008 casi un 40 por ciento En lo esencial, dicha situación se mantiene hasta fines del 2011, aunque la debacle general felizmente ha logrado ser contenida hasta el momento.

En el intertanto, la decidida acción de los bancos centrales y gobiernos de todo el mundo evitaron hasta ahora una depresión como la de los años 1930. Los primeros aplicaron las políticas de expansión monetaria recomendadas para estos casos por Milton Friedman y los segundos las políticas de expansión deficitaria del gasto público recomendadas por Keynes, en ambos casos en una escala sin precedentes.

Sin embargo, la persistente influencia de los grandes bancos ha impedido hasta el momento su nacionalización, a resultas de lo cual el valor de sus carteras continúa incierto mientras las inmensas cantidades de dinero emitidas por los bancos centrales y puestas a su disposición infló nuevas burbujas especulativas, principalmente en las materias primas, bolsas de comercio y monedas de los países emergentes, en el curso de una brevísima y anémica recuperación de la economía mundial que cursó entre marzo del 2009, cuando la crisis iniciada el 2007 tocó fondo, hasta diciembre del 2010. A partir de entonces se viene precipitando en cámara lenta una nueva fase descendente de la crisis, esta vez centrada en la insolvencia de la banca y algunos países europeos, la que amenaza convertirse en una temida recaída de la economía mundial en recesión el 2012.

Esta situación fue agravada por la increíble reversión hacia la aplicación de medidas de austeridad fiscal en medio de la crisis, impuestas por grandes acreedores desesperados por recibir íntegros sus pagos de vencimiento inminente, de parte de deudores, tanto empresas y personas, como asimismo gobiernos en algunos casos, que a estas alturas resultan manifiestamente insolventes. Ciertamente, como lo advirtieron los más respetados economistas mundiales, dicha política francamente suicida tuvo efectos contractivos que pueden resultar letales.

La justeza de varios conceptos económicos clásicos, que fueron abandonados completamente por el más bien simplista esquema neoliberal, ha quedado de manifiesto en los fenómenos ocurridos. El principal de ellos, ciertamente, es la evidencia a estas alturas abrumadora que el movimiento cíclico normal o de corto plazo, de la economía capitalista se inscribe a su vez en una trayectoria cíclica de más largo plazo, que se ha dado en denominar ciclos seculares o de Kondratiev, en honor a su descubridor en los años 1920, el economista soviético Nikolai Kondratiev, posteriormente fusilado por Stalin.

Durante las crisis seculares, que se vienen sucediendo desde 1872 con períodos que abarcan varias décadas, varios ciclos normales cuya duración promedio es de siete años desde 1825 cuando se verificó el primero de ellos, se suceden unos a otros hacia abajo. Es decir, nuevas crisis se precipitan antes que cada ciclo alcance la altura máxima del precedente. Al cabo de un par de décadas y una vez que el ciclo secular topa fondo, se reanuda una sucesión de ciclos en ascenso secular, la que abarca también dos o tres décadas.

La segunda gran lección de la crisis ha consistido en develar la utopía del interés compuesto, es decir, la idea que el dinero hace dinero por sí mismo, sin necesariamente circular a través de todo el ciclo productivo.

La fuerza de la crisis ha vuelto a imponer la vieja verdad que constituye el principal descubrimiento de la economía clásica, según la cual en el largo plazo nada puede crecer mucho más que la economía real, la que a su vez se expande siguiendo el ritmo de aumento en el número de trabajadores y trabajadoras dedicados a la producción de bienes y servicios que logran venderse en el mercado.

De este modo, por ejemplo, a partir del 2007 los principales medios de comunicación especializados del mundo han venido recordado una y otra vez a sus lectores que, si se consideran estas grandes perturbaciones, las mayores bolsas accionarias han aumentado su valor no más de uno por ciento real anual en promedio a lo largo del último siglo, permaneciendo además a pérdida la mayor parte del tiempo. Es decir, aproximadamente la mitad del ritmo de crecimiento de largo plazo del PIB mundial, el cual por su parte ha venido aumentando más o menos a parejas con el incremento de la población urbana y la proporción de ésta que se dedica a la producción de bienes y servicios que se venden en el mercado ¡Adam Smith hubiese considerado tales desarrollos como una consecuencia lógica de su gran descubrimiento!

En este mismo sentido, los chilenos han recibido una lección particular de economía política al descubrirse que La Polar, una de las más antiguas casas comerciales orientadas al público popular, venía haciendo crecer artificialmente su cartera de créditos y consecuentemente sus utilidades, mediante el sencillo expediente de renegociar automáticamente y sin conocimiento de los afectados, a todos sus deudores morosos. Algo parecido ocurrió con las supuestas ganancias espectaculares de los fondos AFP a lo largo de tres décadas, el 60 por ciento de las cuales se esfumó el 2008; la supuesta recuperación de los fondos el 2009 y 2010 mostró su fragilidad al reanudarse sus pérdidas multimillonarias el 2011.   

En esencia, la acumulación de intereses sobre intereses en préstamos continuamente renovados que guardan cada vez menos relación con la solvencia de los deudores, es el mismo mecanismo mediante el cual las carteras de los grandes bancos e instituciones financieras mundiales crecieron desmesuradamente, hasta cuadruplicar y quintuplicar el PIB de las principales economías del mundo. Otro tanto ha ocurrido con los valores de la tierra y otros recursos escasos.

La crisis está justamente atravesando el doloroso proceso de desinflar estas gigantescas burbujas a proporciones más reales, reduciendo los valores de las carteras financieras y el precio de los recursos naturales, principalmente mediante sucesivos “default” y castigo de deudores insolventes así como devaluación de las monedas en las cuales dichos activos se hayan expresados. John Authers, editor de mercados del Financial Times de Londres y uno de los más agudos analistas de la crisis en curso, saludó la llegada del 2012 recordando a sus lectores que según las estimaciones más sensatas, basadas en más de un siglo de estadísticas, el valor de las principales bolsas de comercio tiene que reducirse todavía a la mitad antes que la crisis tope fondo y se inicie su recuperación secular. ¡En circunstancias que expresadas en Euros terminan el 2011 un 40 por ciento por debajo de su valor de inicios del siglo 21!

La bolsa y el peso chilenos, que habían sido los más afectados por la burbuja en que derivó la abundancia de liquidez el 2009 y 2010, se han desplomado asimismo más que el resto durante el 2011. El índice IPSA de la bolsa chilena perdió un 15 por ciento en pesos los que a su vez se depreciaron un 10,8 por ciento, según EMOL. Es decir, expresada en dólares cayó más de un cuarto en el año. El índice DJChile que registra el Financial Times, que reune acciones de empresas chilenas que se transan en Nueva York, fue el que más cayó en el mundo, perdiendo un 25 por ciento expresado en pesos, con lo cual perdió más de un tercio expresada en dólares Aún así la bolsa chilena continúa muy inflada y debe reducir su valor a la mitad sólo para corregir la distorsión producida desde octubre del 2008, respecto del conjunto de las bolsas mundiales. 

Ello se aprecia en el gráfico adjunto (arriba), elaborado por CENDA en base a www.mscibarra.com, que muestra la evolución del conjunto de las bolsas mundiales (azul), las de países desarrollados (rojo), emergentes (naranja) y la bolsa chilena (verde), todas expresadas en Euros desde marzo del 2000, al inicio de la crisis secular y hasta el 30 de diciembre del 2011. Se aprecia que mientras las primeras nunca han recuperado su nivel del 2000 y hoy se encuentran un 40 por ciento por debajo de aquel, las últimas fueron afectadas por un gigantesco burbujazo que reventó el 2007 y luego otro que se pinchó a fines del 2010, el cual afectó a la bolsa chilena de forma grotesca y se encuentra en pleno proceso de desinflarse.

Una consecuencia de la constatación anterior ha sido develar como el desmesurado y en buena medida ficticio abultamiento de los precios de los activos financieros y recursos naturales a lo largo de las últimas décadas, había fortalecido extraordinariamente el poder y la influencia de las grandes corporaciones financieras y rentistas, quienes por su parte fueron los grandes auspiciadores del insospechado auge del neoliberalismo en todo el mundo durante el mismo período.

En efecto, la prédica anarquista burguesa, como la denomina Hobsbawm, de estos profesores se avenía bien con el interés de aquellos por eliminar las barreras estatales al libre movimiento de capitales y su libre acceso sin cobro a los recursos naturales en todo el mundo, lo cual lograron imponer en buena medida. Precisamente en eso consistió la tan bullada globalización, la cual nunca alcanzó los mismos éxitos en el ámbito del libre comercio de mercancías y mucho menos el libre tránsito de personas, los cuales constituyen la verdadera base de los modernos mercados.

La tercera gran lección de la crisis ha sido el traer a la memoria el rol esencial y creciente que los Estados modernos han venido jugando en la creación, protección y regulación, de los modernos mercados. Ambos nacieron juntos en el curso de los últimos dos siglos y forman una unidad tan inseparable como el huevo de la gallina. Ya se ha mencionado como la bien extraordinaria y decidida acción coordinada de todos los principales Estados y también los más pequeños - bancos centrales proporcionando liquidez ilimitada y gobiernos aumentando fuertemente su gasto público deficitario, en buena medida destinado a proteger a la población de los efectos de la crisis - lograron hasta el momento salvar al mundo de una nueva gran depresión.

La crisis vino a develar la utopía neoliberal acerca de la supuesta existencia de un mercado mundial antes que se construya un Estado mundial. Ha recordado que lo que existe realmente es comercio e interacción global entre un conjunto de mercados nacionales, al interior de cada uno de los cuales circulan libremente el dinero, las mercancías y las personas, en un espacio creado, protegido y regulado por el Estado respectivo.

Ello ha venido a ser confirmado por las tribulaciones de la Unión Europea (UE), la única experiencia exitosa hasta el momento de conformar un verdadero mercado supranacional. A pesar de haber establecido desde hace algunos años la libre circulación de mercancías, dinero y hasta cierto punto de personas a través de todo su territorio, en buena parte del cual han logrado establecer asimismo moneda y banco central únicos, ello no ha resultado suficiente. La crisis ha forzado a la UE a extender extraordinariamente el ámbito de autoridad de sus instituciones estatales compartidas, a riesgo de hacer estallar la obra de medio siglo de integración si no logran hacerlo.

Al mismo tiempo que las lecciones anteriores, la crisis ha revivido los demonios que asolaron al mundo durante el siglo 20. No sólo ha promovido la emergencia de movimientos teóricos y políticos y corrientes que pueden ser consideradas como de amplia base, racionales, sensatos, democráticos y progresistas. Aunque la experiencia histórica muestra que son estas tendencias las que terminan prevaleciendo, en el corto plazo el temor y la incertidumbre también estimulan las corrientes opuestas. Movimientos extremistas que intentan superar la crisis exacerbando hasta al límite precisamente el tipo de políticas – en este caso el Neoliberalismo – que condujo a ella en primer lugar, mientras exacerban la intolerancia de la población para culpar a grupos minoritarios de todos los males. La experiencia histórica, así como los peligrosísimos eventos internacionales que están actualmente en pleno desarrollo, no permiten descartar esta amenazante posibilidad alternativa.


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