Juan Tórrez López /17 de enero de 2013
Un obstáculo posiblemente insuperable para poder salir de la crisis es el actual estatuto y el modo de actuar de la inmensa mayoría de los Bancos centrales. Desde los años ochenta del pasado siglo se fue modificando la naturaleza de casi todos ellos para declararlos independientes del Gobierno (y, en general, de los poderes representativos) y para obligarles a centrar su actividad en la lucha por la estabilidad de los precios. El fundamento de ese “encargo” era puramente ideológico, puesto que no había evidencia solvente alguna (como comentaré enseguida) que permitiera afirmar que eso sería bueno para las economías.
Su propósito real no era otro que favorecer aún más a los grandes propietarios de capital. Para justificarlo se decía que los Gobiernos buscan el voto y que para ello aumentan irresponsablemente el gasto público, provocando deuda e inflación, mientras que unos Bancos centrales independientes de esa veleidad política podrían evitar que los precios se disparasen, manteniendo una severa disciplina monetaria que solo así se podría imponer.
Además, se aseguraba que un Banco central independiente tendría mucha más credibilidad y que eso, entre otras cosas, evitaría que los sujetos económicos elaborasen expectativas erradas que al final podrían anular la eficacia de las políticas económicas. Y los defensores más monetaristas de la independencia y la estabilidad de los precios declaraban que si se conseguía esta última se aseguraría también la deseada estabilidad financiera, la que tiene que ver con los flujos de crédito que satisfacen las necesidades de financiación de empresas y consumidores.
Sin embargo, la realidad de los hechos ha sido otra completamente distinta a la prevista por los defensores de los Bancos centrales independientes.
La estabilidad de los precios se ha conseguido en gran medida pero antes de que los Bancos fueran independientes y actuaran como tales, y los estudios empíricos muestran que si bien puede detectarse una cierta relación negativa entre independencia y nivel de inflación, no se puede asegurar que la primera sea la causa que la segunda, ni tampoco que la independencia produzca automáticamente una disminución de los índices de precios.
Además, no se puede olvidar que si bien la etapa de independencia de los Bancos centrales ha estado asociada a baja inflación (aunque no necesariamente por su causa, como acabo de señalar), ésta última se ha manifestado en algunos índices de precios pero no en los relativos a bienes que son determinantes de lo que ocurre en la economía, como la vivienda.
Tampoco ha resultado cierto que la estabilidad en los precios haya llevado consigo la estabilidad financiera, como habían pronosticado los defensores de establecer este objetivo como esencial o único de los Bancos centrales. Todo lo contrario. La etapa de Bancos centrales independientes está igualmente asociada al mayor número de crisis y perturbaciones financieras de toda la historia. Y eso ha sido así porque la estabilidad de los precios mediante las políticas monetarias restrictivas de los Bancos centrales resultaron ser, primero, una bicoca para los propietarios de capital financiero (cuanto más altos son los tipos de interés con la excusa de controlar los precios, mayor rentabilidad reciben). La alta remuneración al capital financiero absorbió una ingente cantidad de recursos que dejó de ir a la actividad productiva. Y más tarde, cuando la estabilidad se consiguió y los tipos se relajaron, la política monetaria relajada de los Bancos centrales favoreció un ingente incremento del crédito, que se unió a esa enorme masa capital financiero provocando burbujas en diferentes ámbitos hasta que estalló en la crisis que estamos viviendo.
Lo que ha ocurrido ha sido algo que la ceguera ideológica y la servidumbre hacia los intereses privados con la que actúan los Bancos centrales les impidió lo evidente: de nada sirve que los Bancos centrales sometan a una severa disciplina la circulación del dinero que ellos crean (que es una mínima parte del total del dinero que circula) si incentivan el crecimiento del dinero que crea la Banca privada.
Como hemos explicado Vicenç Navarro y yo en ‘Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero’, la Banca privada crea mediante la deuda el 95% del dinero circulante, y lo que ha sucedido es que con la excusa de controlar el crecimiento del 5%, los Bancos centrales han permitido que explote el que ha llegado a ser el 95%. Algo que, lógicamente no ha sucedido por casualidad puesto que ha supuesto un enriquecimiento extraordinario de la Banca privada.
Ahora bien. La paradoja es que permitiendo que se genere tanta deuda privada y añadiendo a eso que el salvamento que han realizado de los Bancos privados ha sido a costa de aumentar sus balances en unos nueve billones de dólares, lo que puede ocurrir es que la propia política estabilizadora de los Bancos centrales haya creado la bomba de una hiperinflación futura (y, desde luego, de la nueva crisis financiera que veremos más pronto que tarde).
Y además de eso, la obsesión estabilizadora de los Bancos centrales ha supuesto un obstáculo constante para que los gobiernos pudieran poner en marcha políticas de creación de empleo, algo que, por cierto, también venía muy bien a los grandes capitales, porque con niveles de paro elevados se pueden conseguir más fácilmente condiciones laborales favorables frente a los trabajadores.
Adicionalmente, en algunos Bancos centrales independientes (como el europeo) se impuso también el criterio de que no podrían financiar a los gobiernos, obligándoles a financiarse por la Banca privada a intereses, lógicamente mucho más elevados.
Y, para colmo, los Bancos centrales independientes, que se suponía que iban a ser un ejemplo de credibilidad y de buen hacer, han resultado ser unos vigilantes desastrosos, cuando no corruptos, que han mirado a otro lado cuando se han estado produciendo los desmanes en el sistema financiero. Los inspectores del Banco de España han denunciado en diversas ocasiones la pasividad de los directivos y en otros países se ha podido comprobar igualmente que hicieron oídos sordos a las denuncias de las irregularidades que han provocado la crisis.
Los resultados de todo esto están siendo fatales: la estabilidad de precios, que se estaba consiguiendo o se había conseguido sin necesidad de la independencia, ha pasado a ser utilizada como coartada para imponer políticas monetarias contra el empleo, muy rentables para el capital financiero más improductivo pero generadoras de burbujas, de inestabilidad financiera y de una expansión terrible de la deuda privada, y allí donde los Bancos centrales dejaron de financiar a los gobiernos, también de una gran deuda pública. Además de permitir la comisión de docenas de fraudes bancarios y engaños de todo tipo.
Y todo ello por no hablar del déficit peligroso que supone que algo de tanto interés público como el dinero y la financiación de la economía se gobierne justamente al margen de las preferencias del público.
Es muy difícil, por no decir imposible, que se pueda salir de la crisis con un instrumento tan esencial como los Bancos centrales viciados y desnaturalizados tan solo para favorecer al capital bancario y financiero y que frena constantemente las políticas
Algunos gobiernos empiezan a ser conscientes de ello y toman medidas que deberían servir de ejemplo. El último ha sido el de Japón, que se dispone a intervenir modificando el estatuto y la naturaleza del Banco central para que abandone el objetivo exclusivo de la inflación, para que financie inmediatamente al Gobierno comprando títulos y para que aporte más liquidez a una economía que se encuentra, en gran parte por culpa de la política del Banco central, en situación deflacionaria.
Si hay un lugar en donde eso sería incluso aún más necesario es la Unión Europea. Si no se interviene y se modifican pronto las funciones y el modo de actuar del Banco Central Europeo es seguro que nos quedan por delante muchos años de zozobra y padecimientos.
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