miércoles, 15 de mayo de 2013

Fusilar economistas: la impostura intelectual mas allá de Reinhart y Rogoff

Juan Carlos Monedero /6 mayo 2013 

En estas semanas saltó a la prensa internacional un “escándalo” vinculado a dos prestigiados economistas de la prestigiosa universidad de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff. Resulta que la conclusión de su estudio “Crecimiento en tiempos de deuda”, publicado en la Revista Americana de Economía en 2010, y que vincula deuda pública y estancamiento económico, era falsa: había errores en las sumas de los totales y no se habían computado algunas fases históricas de crecimiento de uno de los países (Nueva Zelanda).


Si solo fuera un error académico, no iría más allá de ser otra metedura de pata intelectual. El problema es que llevamos dos años escuchando a las diferentes troikas –que continuando el misterio trinitario, son tantas como haga falta– e, incluso, al Comisario europeo Olli Rehn justificar las políticas de austeridad sobre la base del susodicho artículo. Como pareciera demostrado que deudas por encima del 90% limitarían el crecimiento de un país –algunos economistas, a la defensiva, apuntan que eso valdría también para una empresa-, se trataría, pues, de recortar, recortar y recortar hasta que se bajase de esa fatídica suma. Aunque el adelgazamiento extermine. No deja de ser una forma de acabar con los problemas, como bien supo Heydrich cuando no le alcanzaba el Zyclon B.

No se ocupaban Sokal y Bricmon en su afamado libro Imposturas intelectuales de las trapacerías de los economistas. El insulto a la inteligencia provenía en aquella reflexión de filósofos, sociólogos, todo ellos izquierdistas –la verdad, a menudo empachados de malas lecturas mal digeridas e, incluso, de buenas lecturas igualmente mal digeridas– que confundían la curva de Philips –o alguna similar– con una metáfora fálica del patriarcalismo académico o que veían en la expresión “¡no jodas!” siglos de conquista colonial y, obviamente, patriarcado. Nada que reprochar en ese abanico de impostores, bien traído en su día al caso, a la economía oficial, pese a que 40 años antes ya habría denunciado Andresky que las ciencias sociales, en especial la economía, eran una “nueva forma de brujería” en manos de hechiceros que hablaban un lenguaje arcano e ininteligible. Si valía reprochar a Mario Bunge frases del tipo “el mundo mundea”, seguimos sin entender por qué se ha comprado el saldo de los economistas que nos vienen diciendo que la “economía economea” o que los “mercados mercadean”, exigiéndonos de inmediato que usemos paraguas estocásticos o impermeables de fluctuación procíclica.

Como en las películas de Hollywood, la solución viene del mismo sistema. Han sido estudiantes de economía los que se han dado cuenta del engaño. De alguna manera, es el mismo argumento del último Batman o del último James Bond: el sistema es consciente de que el aguante de la gente tiene un límite. Decide, por tanto, después de reconocer el error, castigar a algún culpable que actúe de chivo expiatorio –no es nunca culpa del sistema, sino de algún “loco” que ha actuado de manera irresponsable–. La economía se reconcilia consigo misma y el diario El País recuerda que uno de estos jóvenes “no se declara ni conservador ni liberal”. Todo queda en casa. Hasta la siguiente justificación del ajuste.

Casi al mismo tiempo, un par de locos –estos sí– detonan unas bombas durante la maratón de Boston. Matan a tres personas. La prensa anuncia para los responsables pena de muerte. El mundo del arte hace carteles recordando el atentado. ¿Cuánta gente está muriendo por culpa de las políticas de austeridad? En Grecia ya van 2.500 suicidios por culpa de la crisis financiera. Alimentada por los economistas que no solamente no previeron la crisis ni dan recetas para solventar los problemas creados, sino que insisten, incluso mintiendo o errando, en soluciones que no lo son porque siguen devastando a los pueblos.

Los economistas que han elogiado a Zara o al Corte Inglés han callado cuando se cae un edificio en Bangladesh donde trabajo semi esclavo cose ropa para aumentar la cuenta de beneficios y cubrir con baratos trapos de sangre nuestros cuerpos. Seguirán explicando la capacidad de reubicación industrial de los grandes emprendedores. ¿Qué son esos 500 muertos con los tres de Boston? Los economistas prestigiados lo son porque dicen lo que beneficia a los que les pagan su sobresueldo. Es un prestigio manchado, sucio, intelectualmente prevaricador por mucho que la cuenta del banco crezca en relación inversamente proporcional a su contenido de verdad. Son muy pocos los economistas que soportan una hoja de vida coherente. Su verdadero currículum es una suma de vehementes afirmaciones incompatibles entre sí y por las que siempre han cobrado dinero. Es de las pocas actividades donde la negligencia profesional no parece tener castigo.

No me creo, volviendo a los profesores de Harvard, que los economistas se equivoquen sumando, igual que no me creo que los periodistas se equivoquen cubriendo una noticia o los policías contando manifestantes. Hay dolo. Con resultado de muerte. Tres muertos, sentencia máxima. ¿Va la justicia a fusilar a los economistas? Espero que no. La oposición a la pena de muerte se manifiesta, especialmente, cuando uno está en contra incluso en casos tan evidentes de comportamiento criminal y consciente. Pero treinta años de cárcel antes de que la UE invalide la doctrina Parot…

Juan Carlos Monedero es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid y director del Departamento de Gobierno, Políticas Públicas y Ciudadanía en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales.


No hay comentarios:

Publicar un comentario