miércoles, 13 de junio de 2012

El rescate tiene un pasado con responsables

Samuel García Arencibia /06/06/2012

La generación sobrevalorada de líderes como Mitterrand, Kohl, González, Delors, ... redactó el Tratado de la Unión Europea cuando ya los principios neoliberales (Pinochet, Tatchert, Reagan) habían desplazado al consenso socialdemócrata de las décadas anteriores a los setenta. En ese Tratado de Maastricht se definió el sistema de desintervención pública en el sector financiero. Por ejemplo, se favoreció la libertad de movimientos de capital, se desregularon las entidades de crédito, se le dio independencia a los bancos centrales, se les prohibió la financiación a los estados, se creó la unión económica y principalmente monetaria, que en unos años significaría la llegada a la calle del euro.


Por aquellos años España se encontraba inmersa en una crisis de modelo. La integración en las Comunidades Europeas en 1986 había descubierto las debilidades de su economía para participar en el juego de la competencia en una economía abierta.

La España sin modelo coincidió con la Europa con excesos de capitales y la Europa de los movimientos libérrimos de capital. La España atolondrada abrió sus puertas al capital ávido por posar sus alas en prometedores negocios. Así fue como llegaron a España todos esos millones desde otros países europeos, principalmente Alemania. Más de un tercio de la deuda española (de las familias, de las empresas, del Estado) tiene acreedores externos, ya que los bancos españoles no encontraban ahorros suficientes en España para mantener el vertiginoso endeudamiento inmobiliario. Por el tamaño de la deuda exterior se explica tanto interés exterior por la solvencia española.

El Tratado de Maastricht al mismo tiempo que hiperliberaba-estimulaba el endeudamiento privado, como se ve en el gráfico, imponía un corsé al endeudamiento público. No más del 60%, una cifra que se ha considerado caprichosa. No es lo mismo un 60% de deuda para un país con una economía fuerte en el juego de roles de la economía mundo, un sector público potente y un sistema fiscal suficiente que para un país como España. No es lo mismo un 60% de deuda con unos intereses bajos que con unos intereses altos.

Alguna vez le he preguntado a economistas dogmáticos y a economistas críticos por qué a los poderes públicos se le ponía ese límite de endeudamiento y a la economía privada no se le ponía ninguno. Nadie nunca me dio una buena respuesta. En realidad, la respuesta es más ideológica que técnica: la deuda privada en el juego económico de especulación de 1993-2007 era un gran negocio para los grandes jugadores que participaban; ellos ponen las reglas.

La deuda privada fue un engañabobos. Demasiado grande y no fue usada para el diseño de un modelo válido para nadie con sensatez; ni para los capitalistas responsables, que buscarían un modelo de crecimiento y competitividad; ni para los socialistas, que exigirían un modelo social justo e igualitario. Se usó para fundar un modelo de pan (o ladrillo) para hoy y hambre para mucho tiempo. Un modelo de depredación del territorio, de subasta permanente con un derecho social mercantilizado recogido en la Constitución (vivienda), de euforia consumista y cortoplacista.

Se hizo demasiado grande por la facilidad de endeudarse. Era sostenible sólo mientras siguieran entrando nuevos postores en la subasta. Desde que se alcanzó la sobreproducción de viviendas, la retirada del juego de la especulación de los que sólo querían una casa para vivir porque los precios para ellos eran prohibitivos, la desconfianza interbancaria porque todos sabían que habían abusado y que se había rebasado el límite, la espiral crediticia-especulativa se convirtió en contracción.

Si la maquinaria en aceleración provocó grandes enriquecimientos, aberraciones como la de Seseña (caso que habría que estudiar bien para ver hasta dónde llegó la locura), derroches de una administración pública con ingresos tributarios extraordinarios por compra-venta de casas (esos aeropuertos sin aviones, esos puertos sin barcos, esos trenes de alta velocidad sin viajeros), ... El sistema en contracción provoca ejecuciones hipotecarias con perduración de la deuda para las familias (más de 300.000 desde 2007, más de un millón de personas sin casa y con deuda), administración endeudándose no para acometer inversión sino para costear unos servicios públicos básicos en constante degradación.

Otro grave problema, el endeudamiento de las grandes empresas y sobre todo de las entidades de crédito. Los bancos privados y las cajas, gestionadas generalmente por los otros miembros elevados del sistema (miembros de partidos políticos convertidos en padrinos). Ellas empezaron el juego. Lo enardecieron. Lo prorrogaron hasta más allá de los límites. Los gestores y grandes accionista (coincidentes en muchos casos) aumentaron sus patrimonios inmoralmente. Después de la constatación de que el jueguito había terminado escondieron el problema. Los medios de comunicación han distraído a quienes quieren saber por qué el feo mundo aumenta su fealdad señalando pesadamente al déficit y a la deuda pública. Ahora que el problema es demasiado evidente como para esconderlo con balances ingeniosos o hablando de la deuda pública, comprobamos la determinación de los grandes partidos en las instituciones de salvar al sistema financiero y a sus propietarios sin pedir responsabilidad.

La mejor respuesta a mi pregunta de si los economistas no han teorizado sobre el exceso de endeudamiento de las familias y los bancos me la dieron los inspectores de entidades de crédito del Banco de España. En 2006, le enviaron una carta a Solbes indicando que las entidades de crédito se desenvolvían irresponsablemente, que la deuda privada había engordado demasiado y que sólo se estaba usando la arriesgada deuda para crear un sector inmobiliario monstruoso. La advertencia no fue tenida en cuenta.

A los altos gestores de este sistema no les vamos a pedir que nos conduzcan a un modelo de verdadera austeridad material de todos, garantizando los derechos materiales básicos y desarrollando aspectos no materiales de la vida. Sin embargo, ni siquiera se les puede pedir responsabilidad para diseñar un modelo económico basado en sus palabras (crecimiento sostenible, productividad, competitividad). Ellos están ahí más bien para que sus negocios les reporten grandes rentas, importando poco cualquier consecuencia social o medioambiental nociva, la inestabilidad. El mundo está diseñado a imagen y semejanza de sus intereses.

Serían los pueblos conscientes e inteligentes (¿de Utopía?) los únicos que pudieran pretender modelos sin drenajes de patrimonio hacia unos pocos y sin irresponsabilidad infinita.

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