Samuel García Arencibia /06/06/2012
La generación sobrevalorada de
líderes como Mitterrand, Kohl, González, Delors, ... redactó el Tratado de la
Unión Europea cuando ya los principios neoliberales (Pinochet, Tatchert,
Reagan) habían desplazado al consenso socialdemócrata de las décadas anteriores
a los setenta. En ese Tratado de Maastricht se definió el sistema de
desintervención pública en el sector financiero. Por ejemplo, se favoreció la
libertad de movimientos de capital, se desregularon las entidades de
crédito, se le dio independencia a los bancos centrales, se les
prohibió la financiación a los estados, se creó la unión económica y
principalmente monetaria, que en unos años significaría la llegada a la calle
del euro.
Por aquellos años España se
encontraba inmersa en una crisis de modelo. La integración en las Comunidades
Europeas en 1986 había descubierto las debilidades de su economía para
participar en el juego de la competencia en una economía abierta.
La España sin modelo coincidió
con la Europa con excesos de capitales y la Europa de los movimientos
libérrimos de capital. La España atolondrada abrió sus puertas al capital ávido
por posar sus alas en prometedores negocios. Así fue como llegaron a España
todos esos millones desde otros países europeos, principalmente
Alemania. Más de un tercio de la deuda española (de las familias, de las
empresas, del Estado) tiene acreedores externos, ya que los bancos españoles no
encontraban ahorros suficientes en España para mantener el vertiginoso
endeudamiento inmobiliario. Por el tamaño de la deuda exterior se explica tanto
interés exterior por la solvencia española.
El Tratado de Maastricht al
mismo tiempo que hiperliberaba-estimulaba el endeudamiento privado, como se ve
en el gráfico, imponía un corsé al endeudamiento público. No más del 60%, una
cifra que se ha considerado caprichosa. No es lo mismo un 60% de deuda para un
país con una economía fuerte en el juego de roles de la economía mundo, un
sector público potente y un sistema fiscal suficiente que para un país como
España. No es lo mismo un 60% de deuda con unos intereses bajos que con unos
intereses altos.
Alguna vez le he preguntado a
economistas dogmáticos y a economistas críticos por qué a los poderes públicos
se le ponía ese límite de endeudamiento y a la economía privada no se le ponía
ninguno. Nadie nunca me dio una buena respuesta. En realidad, la respuesta es
más ideológica que técnica: la deuda privada en el juego económico de
especulación de 1993-2007 era un gran negocio para los grandes jugadores que
participaban; ellos ponen las reglas.
La deuda privada fue un
engañabobos. Demasiado grande y no fue usada para el diseño de un modelo válido
para nadie con sensatez; ni para los capitalistas responsables, que
buscarían un modelo de crecimiento y competitividad; ni para los socialistas,
que exigirían un modelo social justo e igualitario. Se usó para fundar un
modelo de pan (o ladrillo) para hoy y hambre para mucho tiempo. Un modelo de
depredación del territorio, de subasta permanente con un derecho social
mercantilizado recogido en la Constitución (vivienda), de euforia consumista y
cortoplacista.
Se hizo demasiado grande por
la facilidad de endeudarse. Era sostenible sólo mientras siguieran entrando
nuevos postores en la subasta. Desde que se alcanzó la sobreproducción de
viviendas, la retirada del juego de la especulación de los que sólo querían una
casa para vivir porque los precios para ellos eran prohibitivos, la
desconfianza interbancaria porque todos sabían que habían abusado y que se
había rebasado el límite, la espiral crediticia-especulativa se convirtió en
contracción.
Si la maquinaria en aceleración
provocó grandes enriquecimientos, aberraciones como la de Seseña (caso que
habría que estudiar bien para ver hasta dónde llegó la locura), derroches de
una administración pública con ingresos tributarios extraordinarios por
compra-venta de casas (esos aeropuertos sin aviones, esos puertos sin barcos,
esos trenes de alta velocidad sin viajeros), ... El sistema en contracción
provoca ejecuciones hipotecarias con perduración de la deuda para las familias
(más de 300.000 desde 2007, más de un millón de personas sin casa y con deuda),
administración endeudándose no para acometer inversión sino para costear unos
servicios públicos básicos en constante degradación.
Otro grave problema, el
endeudamiento de las grandes empresas y sobre todo de las entidades de crédito.
Los bancos privados y las cajas, gestionadas generalmente por los otros
miembros elevados del sistema (miembros de partidos políticos convertidos en
padrinos). Ellas empezaron el juego. Lo enardecieron. Lo prorrogaron hasta más
allá de los límites. Los gestores y grandes accionista (coincidentes en muchos
casos) aumentaron sus patrimonios inmoralmente. Después de la constatación de
que el jueguito había terminado escondieron el problema. Los medios de
comunicación han distraído a quienes quieren saber por qué el feo mundo aumenta
su fealdad señalando pesadamente al déficit y a la deuda pública. Ahora que el
problema es demasiado evidente como para esconderlo con balances ingeniosos o
hablando de la deuda pública, comprobamos la determinación de los grandes
partidos en las instituciones de salvar al sistema financiero y a sus
propietarios sin pedir responsabilidad.
La mejor respuesta a mi
pregunta de si los economistas no han teorizado sobre el exceso de
endeudamiento de las familias y los bancos me la dieron los inspectores de
entidades de crédito del Banco de España. En 2006, le enviaron una carta a Solbes indicando que las entidades de crédito
se desenvolvían irresponsablemente, que la deuda privada había engordado
demasiado y que sólo se estaba usando la arriesgada deuda para crear un sector
inmobiliario monstruoso. La advertencia no fue tenida en cuenta.
A los altos gestores de este
sistema no les vamos a pedir que nos conduzcan a un modelo de verdadera
austeridad material de todos, garantizando los derechos materiales básicos y
desarrollando aspectos no materiales de la vida. Sin embargo, ni siquiera se
les puede pedir responsabilidad para diseñar un modelo económico basado en sus
palabras (crecimiento sostenible, productividad, competitividad). Ellos están
ahí más bien para que sus negocios les reporten grandes rentas, importando poco
cualquier consecuencia social o medioambiental nociva, la inestabilidad. El
mundo está diseñado a imagen y semejanza de sus intereses.
Serían los pueblos conscientes
e inteligentes (¿de Utopía?) los únicos que pudieran pretender modelos sin
drenajes de patrimonio hacia unos pocos y sin irresponsabilidad infinita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario