José A. Estévez Araújo,
catedrático de Filosofía del Derecho en la UB, redactor de mientras tanto y
colaborador de Alba Sud, analiza la obra del criminólogo William K. Black,
especializado en delitos de cuello blanco. Explica qué son los fraudes de
control y su especial importancia en la crisis presente del sector bancario,
inducida en parte también desde dentro.
Este texto no es una reseña en
el sentido habitual del término. Su objetivo no es analizar el contenido de un
libro concreto. Lo que pretende es presentar a un autor y su obra. El autor es
William K. Black. Black es un criminólogo norteamericano especializado en
delitos de cuello blanco.
Es profesor en la universidad de Missouri-Kansas
City. Pero no es sólo un teórico. Es sobre todo una persona que ha luchado
contra el fraude empresarial y la corrupción desde sus diversos puestos en
organismos reguladores y participando en numerosos procesos judiciales. Escribe
jugosas columnas en The Huffington Post. Una síntesis de su
biografía profesional puede encontrarse en la página Web de
ese periódico.
El título de este texto se
basa en el de un libro de William Black del año 2005: The Best Way to
Rob a Bank Is to Own One ("La mejor manera de robar un banco es
ser su dueño"). Black lo eligió porque se trata de una frase literal
pronunciada por un regulador bancario norteamericano. Creo, sin embargo, que mi
título capta mejor el sentido de los planteamientos de Black. Da a entender que
la estrategia del dirigente de un banco puede consistir en transferir los
activos del mismo a su propio patrimonio. Y que él es quien está en mejores
condiciones para hacer eso, es decir, robarlo. Una vista parcial del libro
citado puede conseguirse a través de Google Books. Otros trabajos de Black
pueden encontrarse también en Internet. Los diversos informes y declaraciones
realizados tras la crisis de 2008 tienen especial actualidad.
El concepto central de la
teoría de Black es el de “Control Fraud”. Es una noción que utiliza en todos
sus análisis. El término “Control Fraud” se podría traducir literalmente por
“fraude de control”. Esa expresión se refiere tanto al delito como a la persona
que lo realiza. Es un fraude que anula la eficacia de los mecanismos de control
tanto internos como externos a la empresa. Es también un fraude que se realiza
desde un puesto directivo. Es, por tanto, un fraude del control
y un fraude desde el control. La posición privilegiada para
llevar a cabo este tipo de delitos es la que en Estados Unidos se denomina CEO
(Chief Executive Officer), que se podría corresponder en España con la de
consejero delegado o la de director general, según los casos.
El objetivo del "fraude
del control" es el saqueo de la empresa. Se trata de trasferir los activos
de la empresa a los bolsillos de quien realiza el fraude. El fraude lleva
necesariamente a la quiebra de la empresa. Pues su mecanismo genera y
profundiza la insolvencia de la misma. La idea de que la quiebra de la empresa
sea el objetivo perseguido o, al menos, una consecuencia inevitable de la
estrategia desarrollada me parece extraordinariamente interesante. Yo creía que
la crisis de 2008 se había producido porque los directivos tenían incentivos
para asumir riesgos excesivos para obtener grandes beneficios personales a
corto plazo. El planteamiento de Black pone de manifiesto que, además de eso,
los consejeros delegados podían también estar estafando a su propia empresa. De
hecho, según Black el “fraude del control” ha estado presente en todas las
crisis financieras habidas en Estados Unidos desde los años ochenta hasta la
debacle de 2008. Es un factor central para explicar la crisis de los bancos
comerciales en la era Reagan, el fenómeno de las hipotecas basura y la burbuja
inmobiliaria o la diseminación de los bonos tóxicos.
Para llevar a cabo un fraude
de control se necesita contar con una serie de elementos: en primer lugar, una
contabilidad “creativa”; en segundo lugar, la connivencia de diversos
organismos de control externo; en tercer lugar un esquema de Ponzi, y en cuarto
lugar un ambiente desregulado. Analicémoslos por separado.
a) El arma principal que
utiliza el fraude de control es la contabilidad “creativa”. El objetivo de
la misma es ofrecer una imagen muy rentable de una empresa que, en realidad, es
insolvente. La contabilidad creativa puede hacer maravillas, como presentar los
préstamos incobrables como activos enormemente valiosos. Lo veremos más
adelante en un ejemplo práctico. También puede hacer que la adquisición de una
empresa insolvente aumente los activos de la empresa compradora (cuando, en
realidad, incrementa su pasivo). Puede incluso presentar como pérdidas a
efectos fiscales lo que aparecen como ganancias a efectos de la marcha de la
empresa. Es una capacidad realmente milagrosa. Black utiliza una metáfora que
visualiza el poder mágico de la contabilidad de forma muy plástica: las
operaciones que se realizan para generar estos efectos tienen muchas veces la
forma de “te compro tu vaca muerta si tú me compras la mía”. La contabilidad
consigue que las vacas muertas resuciten. Lo que era un cadáver en manos del
vendedor se convierte en una vaca vivita y coleando en manos de quien la compra
por la magia de la contabilidad. Los mecanismos por medio de los cuales se
pueden realizar estos milagros son bastante complejos. Pero Black los explica
con la mayor claridad con que es posible hacerlo, dada la dificultad del tema
para los legos.
b) El fraude de control
necesita la connivencia de diversos órganos de control externo.
Las auditoras son los más importantes. Los tasadores de inmuebles o las
agencias de rating pueden ser fundamentales en otros casos.
Black pone de manifiesto la connivencia generalizada de las empresas de
auditoría en los casos de fraude de control. Eso no significa necesariamente
complicidad consciente en el delito. La actitud complaciente ante sus clientes
es la razón más frecuente de la connivencia. Eso es así especialmente con los
buenos clientes. Una actitud demasiado exigente puede tener como consecuencia
que los pierdan. Las auditoras pueden, además, ampararse en las decisiones de
otros órganos de control. Ése es el caso de las valoraciones infladas de
inmuebles avaladas por tasadores. Las auditoras pueden remitirse a esas
evaluaciones para eludir la responsabilidad. Es muy frecuente que unos órganos
de control se remitan a otros volatilizándose así la responsabilidad de cada
uno de ellos.
c) El fraude de control
conlleva generalmente alguna forma de esquema de Ponzi. Ponzi atraía
inversores prometiéndoles grandes beneficios y pagaba los intereses de los
inversores más antiguos con las aportaciones de los nuevos incautos. Es lo que
hacía también Bernard Madoff. Las famosas pirámides, que han servido para
estafar a tanta gente, serían asimismo un ejemplo de esquema de Ponzi.
d) La desregulación genera
un ambiente que propicia este tipo de fraude, fomentando un entorno
“criminógeno”. Eso ha quedado especialmente claro en el caso de la
desregulación financiera. Además, la disminución de los medios a disposición de
las agencias reguladoras potencia los efectos de la desregulación. El
presupuesto, la tecnología, los sueldos pagados a los funcionarios de las
agencias, etc. han disminuido radicalmente desde la era Reagan. Las normas
sobrevivientes a la desregulación ni siquiera pueden ser aplicadas
adecuadamente. Los medios para comprobar su cumplimiento son insuficientes. La
inaplicación de las escasas normas se acentúa aún más en situaciones de crisis.
La tolerancia se utiliza como un presunto medio para propiciar la recuperación
económica. Pero eso no hace sino aumentar aún más el carácter criminógeno del
ambiente. Se da así un nuevo impulso al fraude.
Uno de los casos de fraude del
control que analiza Black tiene que ver con la concesión de créditos a
promotores inmobiliarios. Un banco comercial autoriza la concesión de un
crédito a un promotor de edificios de oficinas. El director general da el visto
bueno a la operación. Los “futuros” edificios de oficinas son un activo difícil
de valorar. Se trata, por tanto, de algo cuyo valor es fácil de inflar,
especialmente en el contexto de una burbuja inmobiliaria. El banco puede
encontrar un tasador que acepte la valoración inflada. Es cuestión de ir
probando hasta encontrar uno que esté de acuerdo. Los tasadores saben que si no
concuerdan con las expectativas del banco pueden perder un cliente para
siempre.
El esquema de Ponzi viene
favorecido por la desregulación. Los bancos diseñan unos préstamos que sólo se
pagan al vencimiento y que no requieren ningún desembolso inicial. Cuando llega
el plazo, el crédito se refinancia y se sigue así mientras el cuerpo (es decir,
la apariencia de solvencia) aguante. Los gastos y comisiones de apertura los
financia el propio crédito.
Esos créditos tienen unos
intereses y comisiones más altos que la media del mercado. Eso se traduce en un
alza de los beneficios contables. Los prestatarios aceptan esas condiciones
porque no tienen intención de devolver el importe del crédito. Se produce
entonces la paradoja de que cuanto peor sea el crédito, mayores beneficios
contables se reflejan para la empresa. El crédito es un activo de gran valor
por las garantías que lo respaldan y por los altos intereses que el prestatario
debe pagar. La multiplicación de esos créditos justifica el aumento de sueldos,
los “bonuses”, las “stock options”, provoca subidas de las acciones y un
aumento de los dividendos… Todos esos mecanismos permiten al director general
embolsarse grandes cantidades de dinero. En realidad se está produciendo un
gran drenaje de recursos de la empresa a los bolsillos del director. Son los
capitales concedidos en préstamo y las refinanciaciones de los mismos los que
permiten que la ficción se mantenga.
Los fraudes de control no
tienen un carácter anecdótico. Según Black constituyen una verdadera epidemia:
esos fraudes producen más perjuicios que todos los demás delitos contra la
propiedad juntos. Los fraudes de control han sido una constante en el sector de
la banca comercial norteamericana. Ése es el ámbito analizado con más detalle
por Black. Pero la epidemia de fraudes de control no se restringe al ámbito de
los bancos comerciales o “Savings & Loans.” No se limita tampoco al ámbito
financiero. Y la epidemia afecta a muchos países, no sólo a Estados Unidos. No
estamos ante un problema de moralidad individual sino ante un problema
sistémico.
Los mecanismos de mercado
incentivan la propagación del fraude. El mercado es presentado por los
neoliberales como un mecanismo que asegura la eficiencia. El mercado realiza,
según esto, una especie de selección darwiniana. Quienes ofrecen los mejores
productos o la mejor relación calidad-precio son los que sobreviven. Los no
aptos son expulsados del mercado.
Akerlof, que recibió el Premio
Nobel de Economía en 2001, demostró ya en 1970 la falsedad de este presupuesto.
En determinadas circunstancias, el mercado podía hacer todo lo contrario. Podía
expulsar a los vendedores más honestos y permitir sobrevivir sólo a los más
deshonestos. Akerlof defendió esta tesis analizando el caso del mercado de
coches usados. Los vendedores que ofrecían productos de mejor calidad eran
expulsados del mercado y sólo sobrevivían los que eran capaces de endosar a los
clientes auténticas “cafeteras” (lo hizo en un artículo titulado “El mercado de
los limones”, nombre que se da en Estados Unidos a los coches que
hemos llamado aquí “cafeteras”). Las circunstancias que dan lugar a esa
“selección adversa” por parte del mercado se producen en muchos otros sectores.
El mercado financiero es especialmente propicio para generar ese tipo de
dinámicas perversas.
Los mecanismos de mercado
pueden propiciar, pues, la extensión del fraude. No actuar fraudulentamente
puede significar no ser competitivo. Esto se contrapone radicalmente a la visión
habitual del neoliberalismo. Generalmente los mecanismos de mercado son
presentados como frenos eficientes frente al fraude. Por ejemplo, las empresas
de auditoría tienen un interés en su reputación. Ese interés impide su
connivencia con cualquier tipo de fraude. Amparar un fraude sería una actitud
irracional… en teoría. La práctica ha puesto de manifiesto la falsedad de esta
presunción. El fraude de control también se considera irracional desde la
perspectiva del neoliberalismo. Ningún empresario racional buscaría la quiebra
de su propia empresa. La epidemia del fraude de control pone de manifiesto
también la falsedad de esa presunción.
Hubo un emperador chino que
prohibió las jirafas. Según él, eran animales “imposibles”. La epidemia de
fraudes de control es también imposible para los neoliberales. Por eso dicen
que no existe. Desde sus presupuestos son incapaces de percibirla. Esa no es
sólo una postura teórica. La presunción de esas imposibilidades informa también
la actuación de las agencias reguladoras. La (no) actuación de Greenspan para
detener a tiempo la crisis financiera es un caso conocido: los directivos de
los bancos no pueden llevar a éstos a la quiebra para conseguir beneficios a
corto plazo; eso es irracional; no puede ocurrir; por tanto, no es necesario
adoptar medidas para prevenirlo.
La desregulación no es una
“variable independiente” para los defraudadores. Estos pueden influir en la
creación de un entorno desregulado. Pueden movilizar los recursos de su empresa
para ello. Pueden utilizar a la prensa. Pueden realizar presiones por medio de
lobbies. La importancia de las contribuciones económicas de las instituciones
financieras para las campañas políticas es una palanca enormemente efectiva. En
su libro, Black relata los recursos movilizados contra la re-regulación por las
entidades financieras durante la época en que él trabajó para la
Administración. Algunas no se detenían ante nada. Montaron campañas de prensa
calumniosas contra los gestores con inclinaciones re-reguladoras. Esto lo vivió
Black muy de cerca. Él mismo fue objeto de amenazas de diverso tipo: desde ser
procesado hasta amenazas de “muerte” profesional.
Los recursos que pueden
movilizar las instituciones financieras contra la regulación son, pues,
impresionantes. Eso ha quedado puesto de manifiesto también tras la crisis de
2008. Ninguno de los proyectos reguladores ha podido ser llevado a la práctica.
Ni en Estados Unidos, ni en Gran Bretaña. Ni en la Unión Europea, ni en el
Comité de Basilea. El ambiente desregulado (y, por tanto, criminógeno) sigue
siendo la tónica dominante en el sector financiero.
La obra de Black es
enormemente importante no sólo para los reguladores financieros sino también
para el público en general. El problema a combatir no es sólo la asunción
excesiva de riesgos. El problema es también un fraude a gran escala. Es
necesario adoptar medidas para atajarlo y poder exigir las correspondientes
responsabilidades penales. Si no, incluso las ayudas estatales a los bancos
seguirán el mismo camino hacia los pozos sin fondo de los bolsillos de sus
directivos…, si es que eso no está pasando ya.
José A. Estébez Araujo /29/05/2012
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