Sergio Reuben Soto /15 de junio del 2012
Por el prestigio que ha
adquirido Paul Krugman como crítico de la política económica neoliberal, y
particularmente de la política restrictiva del gasto público; sus recetas para
salir de la crisis económica en que se encuentra el mundo desarrollado gozan de
gran audiencia y consideración.
No obstante, desde la
perspectiva que se ha venido desarrollando sobre los orígenes de la crisis,
fundando ésta en la enorme desigualdad en la distribución del ingreso acumulada
durante la reformas neoliberales, las propuestas de política económica que
formula el laureado economista no tienen un asidero teórico.
Y no es tanto por la crítica
que ya desde ciertas instancias académicas se le ha comenzado a hacer a sus
propuestas -como por ejemplo el reciente comentario de Michael Hudson
http://bit.ly/KyIoEo, criticando el descuido del efecto de la deuda creciente
sobre la economía real que contienen tales propuestas-, sino más bien, y sobre
todo, por la falta de reconocimiento de los efectos de desproporción en la
estructura productiva y en la de distribución que tiene el aumento del gasto
público y privado, mientras no se corrija debidamente la distribución del
capital y la riqueza. O, en plata blanca, mientras no se reforme la estructura
de la propiedad del capital.
Hudson tiene razón, cuando
dice que el aumento del gasto público -y por su vía del privado-, por el camino
fácil del crecimiento de la deuda, limita el crecimiento económico cuando el
servicio de ésta impone en el consumidor una restricción intuitiva al gasto.
¿Cómo pueden gastar los trabajadores norteamericanos -se pregunta- cuando más
del 75% de su salario se va en pagos a su deuda? Amén que, cuando esta deuda es
en divisas -como sucede en los países periféricos-, la inflación que provoca el
gasto financiado con deuda determina una devaluación de la moneda doméstica que
hiperboliza en términos nacionales el costo de la deuda internacional.
Difícilmente el aumento de las exportaciones que provocara la devaluación
cubriera el aumento exponencial de la deuda internacional (recordemos la
América Latina entre 1980 y 2000).
Pero Hudson le queda debiendo
a la teoría económica, como también Krugman, cuando no logran advertir otro
efecto económico fundamental que han causado los rescates financieros a la
carta; y desde luego, cualquier política económica que en las condiciones
actuales, ponga dinero impreso en manos privadas. Es cierto que éstos, a su
manera, han impedido el colapso del sistema financiero; hoy día a la base del
proceso de acumulación de capital, y por tanto de la actividad económica. Pero
han impedido que las desproporciones en la distribución del capital, acumuladas
por varías décadas, se redujeran creando condiciones más favorables para una
distribución del ingreso nacional más proporcional a las necesidades y
contribuciones de los distintos estratos sociales y sectores productivos. Sólo
el colapso de estos sectores habría podido restablecer proporcionalidad en una
estructura con atrofias e hipertrofias sectoriales; pero éstas ya eran
demasiado grandes y fundamentales para quebrar…
He ahí la cola del Diablo.
¿Cómo hacer para que una estructura con una alta concentración de capital, con
mercados imperfectos, monopolizados, cartelizados, como la actual, distribuya
cabalmente el producto colectivo de manera que esta distribución active la
producción? Keynes divisaba el gasto público dinamizando la demanda agregada,
pero cuando ésta está fundamentalmente en manos de unos pocos, los recursos
públicos se esterilizan en forma de ganancias corporativas; con poco efecto
estimulador en la actividad productiva y económica general.
Así, la quiebra (la
destrucción positiva de Shumpeter) mecanismo fundamental del capitalismo
primitivo, ya no es una solución; el Estado capitalista actual ve en ella una
amenaza a todo el sistema…, y no se equivoca. El colapso de los grandes bancos
estadounidenses rescatados con billones de dólares entre el 2009 y el 2010
hubiera sido catastrófico para todo el sistema económico norteamericano; como
sería hoy el colapso de los bancos españoles para toda la eurozona.
El aumento del gasto público
por medio de rescates públicos a las empresas quebradas, en el marco de una
estructura altamente concentrada de la propiedad de los medios de producción y
trabajo, no puede actuar estimulando la economía como en el modelo keynesiano
clásico. Los canales por donde fluyen los recursos frescos hacia la economía
real, hacia la demanda efectiva, hacia el estímulo del emprendedor, de la
innovación y del esfuerzo para ofrecer los bienes demandados por la sociedad,
han sido tupidos por las cortapisas puestas por las grandes corporaciones para
hacerse de una creciente tasa de ganancia.
Más aún, el mero gasto público
en infraestructura, o en las mismas educación o salud públicas -una receta que
vienen repitiendo algunos economistas como solución a la crisis actual- sólo
limitadamente puede contribuir (si nos atenemos a este razonamiento) a
estimular la actividad económica. La altísima concentración y centralización de
la propiedad del capital en nuestras sociedades, actúa como un remolino en el
mercado, succionando estos recursos; evitando su dispersión en forma proporcional
a la contribución de los factores productivos reales.
La solución hay que buscarla
entonces por el lado de la reestructuración de la propiedad del capital, del
estímulo de la pequeña y mediana propiedad, del rompimiento de las grandes
corporaciones, de la participación estatal, colectiva, cooperativa en la
propiedad de grandes empresas, por el lado de la creación de empresas estatales
en sectores estratégicos para un desarrollo socialmente sostenible, y por el
lado del mejoramiento de la distribución del ingreso entre capital y trabajo.
Es una solución económica y
política.
Sergio Reuben Soto es Profesor
retirado de la Universidad de Costa Rica.
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