Alejandro Nadal /09/12/12
No es fácil a veces deshacerse de un cadáver. Especialmente cuando hay muchos interesados en mantener las apariencias de que el difunto sigue vivito y coleando.
Esto le sucede al Protocolo de Kyoto, el tratado internacional que fijó metas cuantitativas obligatorias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Este tratado fue liquidado en 2009 durante la COP 15, la decimoquinta conferencia de las partes de la Convención marco de Naciones Unidas sobre el cambio climático (UNFCCC). Aunque en las conferencias de Cancún y Durban (COP 16 y COP 17, respectivamente) se trató de mantener la apariencia de buena salud, la verdad es que el Protocolo de Kioto (PK) ya nunca revivió.
Hoy se lleva a cabo en Doha la COP 18 y se vuelve al mismo expediente: exhibir como cuerpo viviente a un tratado al que le han quitado el corazón. Todos en el interior del Centro de convenciones pueden decirle que a pesar de que las metas de carácter vinculante en el tratado expiran el último día de este año, las otras disposiciones del Protocolo de Kyoto (PK) permanecen vigentes. En sentido estricto eso es correcto. Pero las metas obligatorias eran la esencia del tratado. Si bien técnicamente se puede decir que el tratado sigue vivo, también es cierto que el Protocolo de Kyoto ha sido eviscerado. Quizás estamos en presencia de un tratado zombi.
La tragedia arranca al final de la conferencia COP 15 en Copenhague. Un pequeño grupo de jefes de Estado y diplomáticos hicieron a un lado el proceso formal de negociaciones, se reunieron en una sala de juntas y llegaron a lo que se llamó el Acuerdo de Copenhague. Cuando el documento se presentó por el gobierno danés a la reunión plenaria, donde había representantes de 150 países, los delegados fueron informados que tendrían una hora para leerlo antes de la votación. Por supuesto, estalló el caos.
El Protocolo de Kyoto tiene muchos defectos, pero por lo menos fue resultado de un proceso de negociaciones multilaterales que desembocó en metas vinculantes sobre reducción de gases invernadero y consagró el principio de responsabilidad compartida y diferenciada sobre el cambio climático. El Acuerdo de Copenhague perdió las primeras dos características y sólo mantuvo un débil vínculo con la tercera.
Ese Acuerdo reconoció la necesidad de mantener el incremento de temperatura por debajo de los dos grados centígrados. Los países en vías de desarrollo por primera vez fueron conminados a adoptar una estrategia para reducir emisiones y se estableció un fondo de financiamiento (con recursos insuficientes). Pero lo más importante es que ahora los países ricos fijarían voluntariamente nuevas metas para reducir emisiones a partir de 2020. Estas metas deberían ser más estrictas que las del Protocolo de Kioto y debían adoptarse a más tardar el 31 de enero de 2010. Por supuesto, la palabra clave en todo esto es “voluntariamente”: cada país podía fijar sus propias metas y escoger el año base.
La plenaria de Copenhague decidió “tomar nota” del documento, pero no lo aceptó como decisión de la asamblea. Sin embargo, el documento fue el arma para destruir el Protocolo de Kyoto. En su lugar quedaron las metas voluntarias y el esfuerzo para negociar un nuevo acuerdo con metas vinculantes se desdibujó. En la COP 16 de Cancún el gobierno mexicano jugó su conocido papel de recogedor de basura, boicoteó las protestas de los representantes de Bolivia y Venezuela, al tiempo que ayudó a reorientar las “negociaciones” hacia temas supuestamente más específicos.
Al final, las metas voluntarias que los países ricos fijaron para 2020 no son suficientes para cumplir el objetivo de limitar el calentamiento global a dos grados centígrados. Para evitar perturbaciones peligrosas en el clima (para usar el lenguaje de la UNFCCC), la reunión de Doha debería estar considerando opciones como dejar las 2/3 partes de las reservas mundiales de combustibles fósiles en el subsuelo, tal y como apuntan científicos como James Hansen. En lugar de negociar alrededor de metas serias, las que reclama la comunidad científica, la COP 18 está preocupada por temas como REDD y los nuevos esquemas de agricultura ‘inteligente’ que sólo servirán para promover el mercado mundial de certificados de emisiones de carbono, un esquema que no funciona y destruye a la agricultura sustentable. Lo importante es que en ausencia de metas vinculantes de reducción de emisiones, todos estos temas ‘específicos’ son simples instrumentos para promover el mercado mundial de bonos de carbono, un nuevo espacio de especulación financiera.
En Doha no se tomarán decisiones sobre metas efectivas para reducir emisiones de gases invernadero. En cambio, la reunión buscará consolidar la nueva era de instrumentos basados en el mercado de carbono. En muy poco tiempo será demasiado tarde. Si en los últimos 200 años el aumento de temperatura fue de 0.8 grados centígrados, podemos imaginar lo que sucederá con aumentos de 2 y hasta 3 grados. La COP 18 de Doha es una etapa más en ese tormentoso camino.
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