Vicenç Navarro /10 /09/2012
Por definición, dogma es un
sistema de creencias basadas en la fe y no en la evidencia científica. Y
mientras que hay conciencia de las consecuencias, muchas de ellas negativas,
que los dogmas religiosos han tenido a lo largo de la historia, hay poca percatación
de los impactos sumamente negativos que los dogmas económicos han tenido en
nuestra realidad, como lo demuestra la aplicación del dogma neoliberal en la
situación presente.
La aplicación de las políticas derivadas de tal dogma está
llevando a España, a Europa y al mundo a un desastre. Y la evidencia científica
de que esto es así es robusta y abrumadora, lo cual no es un obstáculo para que
tales políticas continúen promocionándose en los medios y aplicándose por las
autoridades públicas.
Un principio básico de tal
dogma neoliberal es lo que éste define como “austeridad expansiva” (en inglés,
Expansionary Austerity). Los generadores de tal principio son dos profesores de
la Harvard University, Alberto Alesina y Silvia Ardagna que, a través de sus
escritos sostienen que las políticas de austeridad (la manera como definen los
recortes de gasto público y muy en especial del gasto público social, así como
las medidas orientadas a reducir los salarios) estimulan el crecimiento
económico, pues, según ellos, tales políticas de rectitud fiscal y ortodoxia
económica dan confianza a los mercados financieros, que son los que en
definitiva juegan un papel clave en la provisión de fondos invertidos en un
país. Que la deuda pública de un país tenga unos intereses altos o bajos
depende primordialmente –según tales autores- de la famosa confianza de los
mercados financieros (que quiere decir de la Banca, de las compañías de
seguros, de los capitales de alto riesgo y de otras entidades financieras) en
la capacidad de los Estados de poder pagar los intereses de su deuda pública.
Y la reducción de los salarios
es –de nuevo, según ellos- buena, pues facilita la competitividad y las
exportaciones, que son el motor de la economía. Esta bajada de salarios
(facilitada por las reformas laborales, cuyo objetivo, casi nunca explicitado
en sus propuestas, es precisamente bajar los salarios) y la eliminación o
reducción de la protección social y del Estado del Bienestar, que protege
primordialmente a las clases populares, incluyendo a los trabajadores, es parte
de lo que se llama la devaluación doméstica. Al no poder reducir el precio de
los productos mediante la devaluación de la moneda, los países de la Eurozona
tienen que conseguir la reducción de los precios de los productos y servicios
que produce, a fin de hacerlos más competitivos, a base del descenso de los
salarios.
Hasta aquí el dogma. Y las
políticas que del dogma se derivan (recortes de gasto público y bajada de
salarios) se han implementado en los países de la Eurozona durante estos años
de crisis bajo el supuesto de que, a más recortes, habrá mayor crecimiento
económico y, a más reducción de los salarios, habrá más crecimiento de las
exportaciones y más estímulo y crecimiento económico. Este dogma tiene sus
sacerdotes –los economistas que gozan de gran proyección mediática, algunos con
llamativas chaquetas que ayudan a dar visibilidad a tales argumentos, otros con
la pomposidad de autodefinirse como los guardianes de la ortodoxia económica-.
Todos ellos gozan, no sólo de amplias cajas de resonancia en los medios, sino
de amplio apoyo financiero de la banca y de las grandes empresas en el país.
Existe así toda una retahíla de centros llamados de investigación económica
(FEDEA, IESE, y centros de estudios del BBVA y del Banco de España, entre
otros) financiados o próximos a la banca que promueven el dogma.
El hecho de que, a pesar de
que la evidencia científica muestra lo erróneo de sus supuestos, se continúe
promoviendo es porque, como todo dogma, sirve a unos intereses financieros y
económicos: la banca y la gran patronal, que lo financian y promueven. La gran
mayoría de medios de información están profundamente endeudados y son
dependientes de la banca. De ahí la gran visibilidad mediática de tales
economistas, visibilidad que se debe a su función apologética del poder
financiero y empresarial y no a su fortaleza argumentativa que es escasa,
cuando no nula.
Hoy la Eurozona está en una
crisis profunda, muy acentuada en los países GIPSI (Grecia, Irlanda, Portugal,
España e Italia). Tras cuatro años de aplicación de tales políticas, ¿dónde
está la expansión económica prometida? En realidad, no está, pues el dogma es
profundamente erróneo. Estos recortes han contribuido a crear la recesión. Han
creado un problema gravísimo de falta de demanda. El enorme endeudamiento de
las familias (endeudamiento que benefició a la banca) limita las posibilidades
de reavivar la economía, problema agravado todavía más con la reducción
salarial. En estos momentos, el único sector que puede reavivar la economía es
el público, que precisamente está siendo también recortado, creando la enorme
recesión (ver “El euro no tiene problemas; las clases populares sí que los
tienen”. Social Europe Journal. 17.08.12, en www.vnavarro.org).
Lo que estamos viendo es un ataque
frontal al mundo del trabajo (la mayoría de la población) por parte del mundo
del capital especulativo (una minoría de la población) que controla las
instituciones europeas, incluyendo el BCE, que no protege a los Estados frente
a la especulación de los mercados. Es la lucha de clases, no sólo de la
burguesía frente al mundo obrero (que existe y continúa), sino de una minoría
frente a la gran mayoría de la población.
Una última observación. En
2010, veinte economistas escribieron una carta en el Sunday Times de apoyo a
las propuestas de austeridad del Ministro de Economía del gobierno conservador,
el Sr.George Osborne (medidas llevadas a cabo al poco de proponerse), indicando
la urgencia y necesidad de que se tomaran tales medidas para reavivar la economía
de Gran Bretaña. Tales economistas eran economistas de universidades europeas
de gran prestigio o miembros de grandes empresas financieras. Este Agosto, más
de dos años después, y en la economía británica casi en recesión, la revista
semanario News Statesman les ha entrevistado preguntándoles si, a la luz del
fracaso de tales políticas de austeridad, cambiarían de opinión (“Even the
economists who endorsed the Chancellor are abandoning him” New Statement.
20.08.12). La revista ha publicado algunas de las respuestas. Y es interesante
que algunos (como el profesor Danny Quah, de la London School of Economics, y
el economista de Capital Economics, el Sr. Roger Bootle) tienen ahora dudas de
la utilidad de tales medidas.
Los economistas españoles
firmantes de la carta mostrando la intensidad de su fe en el dogma vigente, no
admiten ningún error ni ninguna duda. La mayoría, sin embargo, sí que
manifiestan reservas. Está claro que se encuentran incómodos.
Es una lástima que ningún
diario o semanario español haya hecho la misma pregunta a los casi cien
economistas, la mayoría académicos, que firmaron la carta, promovida por Fedea,
pidiendo políticas de austeridad (que incluiría las reformas del mercado
laboral) a fin de –según su discurso- facilitar la creación de empleo y
disminución del desempleo. A la luz del fracaso de tales medidas, uno esperaría
un mínimo de autocrítica. Pues no, aunque ninguna revista española les ha
preguntado si se arrepienten de su firma, es predecible que la respuesta sería
un rotundo no, afirmando que llevaban y continúan llevando razón. En realidad,
la gran mayoría de firmantes continúan promoviendo tales políticas. Los dogmas
en España, sean religiosos o económicos, siempre han dominado la vida política,
económica y cultural del país. Y así nos va.
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