Alejandro Nadal /12/09/2012
Hace cinco años reventó la
burbuja de las hipotecas chatarra en Estados Unidos, arrastrando al sector
financiero de ese país a una profunda crisis. En vista de que los títulos
relacionados con esas hipotecas estaban diseminados por todo el sistema, el crédito
interbancario se congeló y se paralizó el sistema bancario.
Debido a las interdependencias
financieras las malas noticias no tardaron en llegar a Europa: los vientos de
recesión contrajeron los ingresos fiscales, al mismo tiempo que se inyectaban
recursos para estimular la demanda y se rescataba a los bancos con problemas.
De ahí el aumento espectacular en los déficit de varias economías europeas y el
surgimiento de la crisis de deuda soberana.
Pero la crisis global no es
única y exclusivamente una crisis financiera. Tampoco es una crisis causada por
simples fallas de mercado. Es una catástrofe de dimensiones
macroeconómicas y no es posible pensar en su largo tiempo de gestación sin
considerar las fuerzas macroeconómicas que la provocaron.
Una de esas fuerzas es la
desigualdad económica. Sin un análisis cuidadoso de este hecho no se puede
comprender la naturaleza y alcances del colapso. Lo cierto es que a mediados de
la década de los años setenta, los salarios dejaron de crecer en las economías
de Estados Unidos y las de los principales países europeos. Es un hecho de
fundamental importancia: en términos reales, es decir, descontando los efectos
de la inflación, los salarios dejaron de aumentar. Se rompió así la tendencia
que venía manifestándose desde 1945 (los salarios habían seguido de cerca el
incremento de la productividad). En 1973, la evolución de los salarios acusa
una clara tendencia al estancamiento.
Una manifestación de este
hecho puede observarse en la participación de la masa salarial en el ingreso
nacional. Para el G-7, responsable de 50 por ciento del producto mundial
(Estados Unidos, Alemania, Francia, Inglaterra, Japón, Canadá e Italia) la
declinación de la masa salarial es notable a partir de 1975. Eso significa que
durante los últimos 40 años los aumentos salariales fueron inferiores a los
incrementos en la productividad y las ganancias vieron aumentar su parte del
ingreso nacional.
Aunque ya hemos señalado que
el fenómeno se presenta en las principales economías capitalistas, las
consecuencias no fueron siempre las mismas. En Estados Unidos el consumo siguió
siendo el principal motor del crecimiento. ¿Cómo fue eso posible? La respuesta
es que el retraso en el comportamiento de los salarios se acompañó de un fuerte
crecimiento del endeudamiento de las familias. Los salarios fueron reemplazados
por el crédito, como el principal instrumento para la reproducción de la fuerza
de trabajo.
Este aumento en la deuda
privada permitió mantener los niveles de vida a los que ya se había
acostumbrado el grueso de la clase media estadunidense. La tasa de ahorro se
desplomó estrepitosamente. Innovaciones como las tarjetas de crédito y otros
instrumentos (como el uso de la apreciación en el valor de las casas como
garantía para respaldar nuevos créditos en los años noventa) facilitaron el
proceso. El sector bancario dio la bienvenida a esta nueva clientela mientras
la desregulación bancaria, la bursatilización y una política monetaria
acomodaticia dieron impulso al proceso. La mesa estaba puesta para la crisis.
En Europa el proceso fue
diferente. En Alemania, por ejemplo, el ritmo lento de los salarios y los
recortes en el gasto social se acompañaron de una caída en el consumo y un
aumento en la tasa de ahorro. Debido a diversos factores, las familias alemanas
prefirieron sustentar sus niveles de consumo a partir del ingreso corriente en
lugar de recurrir al endeudamiento. Esto se tradujo en una importante represión
de la demanda agregada, un freno para el crecimiento y un factor de desempleo.
El descenso en el consumo doméstico tuvo que compensarse a través de fuentes
alternativas de demanda agregada. Los mercados de exportaciones fueron la
solución para este problema.
Tanto en el caso de Estados
Unidos, como en Alemania, el estancamiento de los salarios provocó un aumento
en la desigualdad. Esa intensificación en la desigualdad en casi todas las
economías capitalistas en las últimas décadas trajo aparejada una mayor
inestabilidad en los patrones de inversión. Pero también trajo consigo un
incremento en los desequilibrios internacionales (entre países superavitarios y
países deficitarios) que son un importante marco de referencia de la crisis
global.
En los últimos días se
anunciaron medidas para rescatar a la muy golpeada economía mundial. Tenemos la
comprailimitada de bonos soberanos por el BCE en el mercado secundario,
anunciada por Mario Draghi. Y también el estímulo fiscal planeado en China.
Pero ninguna de estas medidas ayudará a la recuperación y ciertamente tampoco
son una respuesta al problema de los salarios reprimidos. La desigualdad
seguirá siendo característica esencial de las economías capitalistas y la
crisis se profundizará.
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