Howard Davies /12/09/2012
En un arrebato exasperado,
justo antes de abandonar la presidencia del Banco Central Europeo, Jean-Claude
Trichet se quejó de que «en tanto responsable de las políticas durante la
crisis, los modelos [económicos y financieros] disponibles me resultaron de escasa
ayuda. De hecho, diré incluso más: frente a la crisis, nos sentimos abandonados
por las herramientas convencionales».
Trichet continuó solicitando inspiración en otras disciplinas –física,
ingeniería, psicología y biología– para lograr explicar el fenómeno que había
experimentado. Fue un notable pedido de ayuda, y una dura crítica a la
profesión económica, ni qué decir de todos los profesores de finanzas con
extravagantes remuneraciones en las escuelas de negocios, desde Harvard hasta
Hyderabad.
Hasta ahora, la ayuda que provino de los ingenieros y físicos en los que Trichet depositó su fe ha sido escasa, aunque hubo algunas respuestas. Robert May, un eminente experto en cambio climático, arguyó que las técnicas de su disciplina pueden ayudar a explicar los desarrollos en los mercados financieros. Los epidemiólogos han sugerido que el estudio de la manera en que se propagan las enfermedades infecciosas puede esclarecer los inusuales patrones de contagio financiero que hemos presenciado durante los últimos cinco años.
Estos son campos fértiles para estudios futuros, ¿pero qué sucede con las disciplinas centrales de la economía y las finanzas? ¿No pueden mejorar su capacidad para explicar el mundo tal cual es, en vez de como lo suponen en sus modelos estilizados?
George Soros ha financiado generosamente el Institute for New Economic Thinking (INET). El Banco de Inglaterra también ha intentado estimular nuevas ideas. Las actas de una conferencia que organizó en este mismo año se han editado bajo el provocador título de ¿Para qué sirve la economía?
Algunas de las recomendaciones que surgieron de esa conferencia son directas y concretas. Por ejemplo, debería enseñarse más historia económica. Todos tenemos buenos motivos para estar agradecidos porque el Presidente de la Reserva Federal de EE. UU., Ben Bernanke, sea un experto en la Gran Depresión y en los errores de las políticas de aquella época, y no en los aspectos más sutiles de la teoría del equilibrio general dinámico estocástico. Por ello, estaba preparado para adoptar medidas no convencionales cuando surgió la crisis, y logró persuadir a sus colegas.
Muchos participantes en la conferencia coincidieron en que el estudio de la economía debería enmarcarse en un contexto político mayor, acentuando el énfasis en el rol de las instituciones. Los estudiantes también deberían aprender un poco de humildad. Los modelos a los que todavía se ven expuestos tienen cierto valor explicativo, pero con parámetros limitados. Y la dolorosa experiencia indica que los agentes económicos pueden no comportarse como los modelos suponen que lo harán.
Pero aún no resulta claro que incluso estas modestas propuestas sean aceptadas por la mayor parte de los profesionales de la disciplina. La llamada escuela de Chicago ha desarrollado una robusta defensa de su enfoque basado en las expectativas racionales, rechazando la noción de que es necesario un replanteo. El ganador del premio Nobel, Robert Lucas, ha sostenido que la crisis no fue predicha porque la teoría económica predice que esos eventos no pueden predecirse. Así que, todo está bien.
Y existe perturbadora evidencia que indica que las noticias sobre la crisis no han llegado aún a ciertos departamentos de economía. Stephen King, economista jefe del grupo HSBC, comenta que cuando pregunta a los universitarios recién graduados (y HSBC recluta a una gran cantidad de ellos) cuánto tiempo dedican a conferencias y seminarios sobre la crisis financiera, «muchos admitieron que ni siquiera se había hablado del tema». De hecho, según King, «los jóvenes economistas llegan al mundo financiero con poco o ningún conocimiento sobre cómo funciona el sistema financiero».
Estoy seguro de que aprenden rápidamente en HSBC. (En el futuro, quiero creer, también aprenderán rápidamente sobre las normas relacionadas con el lavado de dinero). Pero es deprimente escuchar que muchos departamentos universitarios aún se encuentran en estado de negación. No porque a los alumnos no les interese: dicto un curso en Sciences Po, en París, sobre las consecuencias de la crisis para los mercados financieros, y la demanda es abrumadora.
Sin embargo, no debemos centrar nuestra atención exclusivamente en los economistas. Podría decirse que los elementos más deficientes en el juego de herramientas intelectual convencional son el modelo de valuación de activos de capital y su pariente cercana, la hipótesis del mercado eficiente. Sin embargo, sus protagonistas no perciben ningún problema del cual ocuparse.
Por el contrario, Eugene Fama, de la Universidad de Chicago, ha dicho que sostener que la teoría financiera es culpable es una «fantasía», y postula que los «mercados financieros y las instituciones financieras fueron víctimas y no causantes de la recesión». Y no puede culparse a la hipótesis del mercado eficiente que él defiende, porque «la mayor parte de las inversiones está en manos de administradores con estrategias activas, que descreen de la eficiencia de los mercados».
Esto constituye lo que podríamos llamar una defensa de «irrelevancia»: ¡No es posible responsabilizar a los teóricos financieros porque nadie en el mundo real les presta atención!
Afortunadamente, otros miembros de la profesión sí aspiran a la relevancia, y escarmentado ante los eventos de los últimos cinco años, en los que movimientos de precios que según las predicciones de los modelos deberían ocurrir una vez cada un millón de años se observaron varias veces por semana. Están trabajando duro para entender el por qué y desarrollar nuevos enfoques para medir y controlar el riesgo, que constituye la mayor preocupación actual de muchos bancos.
Puede argumentarse que estos esfuerzos son tan importantes como los cambios específicos y detallados, de los que nos enteramos mucho más. Nuestro enfoque respecto de la normativa en el pasado se basaba en el supuesto de que los mercados financieros podían en gran medida ocuparse de sí mismos, y las instituciones financieras y sus directorios era los indicados para controlar el riesgo y defender a sus empresas.
Estos supuestos sufrieron un duro golpe durante la crisis, lo que causó un giro abrupto en dirección a regulaciones que generan muchas más interferencias. Encontrar una relación nueva y estable entre las autoridades financieras y las empresas privadas dependerá de manera crucial de la adaptación de nuestros modelos intelectuales. Por lo tanto, el Banco de Inglaterra está en lo correcto al lanzar un llamado a las armas. Es aconsejable para los economistas que respondan a él.
Hasta ahora, la ayuda que provino de los ingenieros y físicos en los que Trichet depositó su fe ha sido escasa, aunque hubo algunas respuestas. Robert May, un eminente experto en cambio climático, arguyó que las técnicas de su disciplina pueden ayudar a explicar los desarrollos en los mercados financieros. Los epidemiólogos han sugerido que el estudio de la manera en que se propagan las enfermedades infecciosas puede esclarecer los inusuales patrones de contagio financiero que hemos presenciado durante los últimos cinco años.
Estos son campos fértiles para estudios futuros, ¿pero qué sucede con las disciplinas centrales de la economía y las finanzas? ¿No pueden mejorar su capacidad para explicar el mundo tal cual es, en vez de como lo suponen en sus modelos estilizados?
George Soros ha financiado generosamente el Institute for New Economic Thinking (INET). El Banco de Inglaterra también ha intentado estimular nuevas ideas. Las actas de una conferencia que organizó en este mismo año se han editado bajo el provocador título de ¿Para qué sirve la economía?
Algunas de las recomendaciones que surgieron de esa conferencia son directas y concretas. Por ejemplo, debería enseñarse más historia económica. Todos tenemos buenos motivos para estar agradecidos porque el Presidente de la Reserva Federal de EE. UU., Ben Bernanke, sea un experto en la Gran Depresión y en los errores de las políticas de aquella época, y no en los aspectos más sutiles de la teoría del equilibrio general dinámico estocástico. Por ello, estaba preparado para adoptar medidas no convencionales cuando surgió la crisis, y logró persuadir a sus colegas.
Muchos participantes en la conferencia coincidieron en que el estudio de la economía debería enmarcarse en un contexto político mayor, acentuando el énfasis en el rol de las instituciones. Los estudiantes también deberían aprender un poco de humildad. Los modelos a los que todavía se ven expuestos tienen cierto valor explicativo, pero con parámetros limitados. Y la dolorosa experiencia indica que los agentes económicos pueden no comportarse como los modelos suponen que lo harán.
Pero aún no resulta claro que incluso estas modestas propuestas sean aceptadas por la mayor parte de los profesionales de la disciplina. La llamada escuela de Chicago ha desarrollado una robusta defensa de su enfoque basado en las expectativas racionales, rechazando la noción de que es necesario un replanteo. El ganador del premio Nobel, Robert Lucas, ha sostenido que la crisis no fue predicha porque la teoría económica predice que esos eventos no pueden predecirse. Así que, todo está bien.
Y existe perturbadora evidencia que indica que las noticias sobre la crisis no han llegado aún a ciertos departamentos de economía. Stephen King, economista jefe del grupo HSBC, comenta que cuando pregunta a los universitarios recién graduados (y HSBC recluta a una gran cantidad de ellos) cuánto tiempo dedican a conferencias y seminarios sobre la crisis financiera, «muchos admitieron que ni siquiera se había hablado del tema». De hecho, según King, «los jóvenes economistas llegan al mundo financiero con poco o ningún conocimiento sobre cómo funciona el sistema financiero».
Estoy seguro de que aprenden rápidamente en HSBC. (En el futuro, quiero creer, también aprenderán rápidamente sobre las normas relacionadas con el lavado de dinero). Pero es deprimente escuchar que muchos departamentos universitarios aún se encuentran en estado de negación. No porque a los alumnos no les interese: dicto un curso en Sciences Po, en París, sobre las consecuencias de la crisis para los mercados financieros, y la demanda es abrumadora.
Sin embargo, no debemos centrar nuestra atención exclusivamente en los economistas. Podría decirse que los elementos más deficientes en el juego de herramientas intelectual convencional son el modelo de valuación de activos de capital y su pariente cercana, la hipótesis del mercado eficiente. Sin embargo, sus protagonistas no perciben ningún problema del cual ocuparse.
Por el contrario, Eugene Fama, de la Universidad de Chicago, ha dicho que sostener que la teoría financiera es culpable es una «fantasía», y postula que los «mercados financieros y las instituciones financieras fueron víctimas y no causantes de la recesión». Y no puede culparse a la hipótesis del mercado eficiente que él defiende, porque «la mayor parte de las inversiones está en manos de administradores con estrategias activas, que descreen de la eficiencia de los mercados».
Esto constituye lo que podríamos llamar una defensa de «irrelevancia»: ¡No es posible responsabilizar a los teóricos financieros porque nadie en el mundo real les presta atención!
Afortunadamente, otros miembros de la profesión sí aspiran a la relevancia, y escarmentado ante los eventos de los últimos cinco años, en los que movimientos de precios que según las predicciones de los modelos deberían ocurrir una vez cada un millón de años se observaron varias veces por semana. Están trabajando duro para entender el por qué y desarrollar nuevos enfoques para medir y controlar el riesgo, que constituye la mayor preocupación actual de muchos bancos.
Puede argumentarse que estos esfuerzos son tan importantes como los cambios específicos y detallados, de los que nos enteramos mucho más. Nuestro enfoque respecto de la normativa en el pasado se basaba en el supuesto de que los mercados financieros podían en gran medida ocuparse de sí mismos, y las instituciones financieras y sus directorios era los indicados para controlar el riesgo y defender a sus empresas.
Estos supuestos sufrieron un duro golpe durante la crisis, lo que causó un giro abrupto en dirección a regulaciones que generan muchas más interferencias. Encontrar una relación nueva y estable entre las autoridades financieras y las empresas privadas dependerá de manera crucial de la adaptación de nuestros modelos intelectuales. Por lo tanto, el Banco de Inglaterra está en lo correcto al lanzar un llamado a las armas. Es aconsejable para los economistas que respondan a él.
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