Editorial Cinco Días /03/02/2013
El continuo fortalecimiento que la moneda única ha vivido en los últimos meses, especialmente a partir del verano, cuando alcanzó un cambio de 1,20 respecto al dólar, se está convirtiendo en una amenaza para la competitividad europea, más aún para las perspectivas de crecimiento de las economías más débiles, como la española. Desde noviembre, el euro ha alcanzado máximos -el viernes marcó 1,37 dólares- y se ha revalorizado sustancialmente respecto a la divisa de Estados Unidos.
La explicación de esa trayectoria ascendente no solo hay que buscarla en la relativa calma que ha invadido Europa tras la tormenta de deuda soberana, sino también, y especialmente, en las políticas monetarias de EE UU y Japón, dirigidas a provocar la depreciación de sus respectivas divisas. A todo ello hay que sumar una Europa que acusa los efectos de la crisis económica y arrastra el lastre de la recesión. En el caso de España, esa atonía solo se ve algo compensada por el buen comportamiento de las exportaciones y el sector exterior. Unas exportaciones que pueden verse seriamente amenazadas por el fortalecimiento de la moneda única, cuya primera consecuencia consiste en encarecer las ventas comunitarias y hacerlas menos competitivas respecto a las de otras economías.
Pese a la férrea ortodoxia alemana en cuanto a la política monetaria se refiere, fundada en una prevención histórica frente a la inflación, la canciller alemana Angela Merkel aludía hace unos días a su "preocupación" por la estrategia del Banco de Japón, además de advertir que si todos los bancos centrales actuasen como el europeo, no habría "problemas". La cuestión, sin embargo, es precisamente esa: que ni Estados Unidos ni Japón están actuando como el Banco Central Europeo. Y que ello puede provocar a corto plazo una nueva guerra de divisas de la que ninguna economía -en un mundo donde las relaciones comerciales se han globalizado- sacaría beneficio.
La Europa del euro no dispone de la misma flexibilidad que Washington o Tokio para tomar decisiones de política monetaria. Han sido las estrategias adoptadas por el Banco de Japón, en forma de compra de activos, y de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, a través de inyecciones de liquidez y de una política de tipos de interés cercanos a cero, las responsables del creciente flujo de dinero hacia el euro. Precisamente por ello, y por el riesgo que supone para estadounidenses y nipones una Europa atascada en la recesión, sería aconsejable que las políticas de los bancos centrales de las tres potencias económicas adoptaran una estrategia común no escrita con el fin de evitar una guerra de divisas que nadie puede ganar.
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