jueves, 16 de febrero de 2012

¿De la Argentina a Atenas?

Mohamed A. El-Erian
15/02/2012

Newport Beach- Fijemos la escena: un enfoque de política económica cada vez más desacreditado da lugar a una creciente oposición social y política, protestas callejeras y violencia, desacuerdos entre los acreedores oficiales y una creciente preocupación entre los acreedores privados sobre la posibilidad de un impago caótico. En medio de todo esto, las autoridades se comprometen a más de las mismas duras medidas de austeridad que han sido incapaces de poner en práctica durante dos años. Los acreedores oficiales expresan su escepticismo, en privado y en público, pero se tapan las narices y se preparan para desembolsar otro paquete de ayuda en lo que temen sea un pozo sin fondo.
¿Suena familiar? Debería, pero no sólo porque se refiere a Grecia hoy en día. También es lo que la Argentina enfrentó en 2001. A menos que Europa reflexione sobre las principales lecciones de esa experiencia, los paralelos que se extienden a Grecia también pueden llegar a incluir una catástrofe financiera, un profundo colapso de la producción, y agitación social y política.


Me acuerdo bien de 2001. Trabajaba en la sección de Mercados Emergentes de PIMCO, donde seguíamos de cerca los acontecimientos en Argentina. En agosto de ese año, el país volvía a mendigar al Fondo Monetario Internacional más dinero para evitar la suspensión de pagos. Las autoridades estaban dispuestas a entrar en otra serie de compromisos, a sabiendas de que prometían una y otra vez más de lo que cumplían, y que el país no había hecho ningún avance en cuanto al restablecimiento del crecimiento, la detención del declive de su competitividad y el freno al aumento de la deuda .

Se desató un juego de culpas sobre quién fue el responsable de "perder" la Argentina. Los acreedores oficiales, encabezados por el FMI, apuntaron a las repetidas fallas del gobierno argentino en materia de políticas. El gobierno respondió que los acreedores oficiales exprimían el país, en lugar de proporcionar el colchón financiero necesario para restaurar la confianza y volver a involucrar el capital privado. Ninguno parecía dispuesto a reconocer lo que era obvio para muchos: su marco económico y financiero le daba escasas posibilidades de hacer frente al doble problema del crecimiento insuficiente y el excesivo aumento de la deuda.

No es de sorprender el que los ciudadanos argentinos se sintieran cada vez más hartos de todo el asunto, sin distinguir entre el Gobierno y los acreedores oficiales. Habían perdido la confianza en un enfoque que seguía vendiendo la austeridad como el precio de la estabilidad, a pesar de que prácticamente todos los indicadores económicos y financieros habían empeorado, con pocas esperanzas de un futuro mejor.

Y además estaban los vecinos de la Argentina (en particular los otros miembros del Mercosur, el acuerdo político y económico regional) que temían una ola de contagio. Tras haber experimentado trastornos técnicos en sus mercados financieros, instaban a la Argentina a solucionar la situación, al tiempo que erigían defensas más fuertes en caso de que no lo hiciera. Mientras tanto, la Argentina se quejaba de que las políticas de los otros países del Mercosur agravaban sus problemas económicos.

Para entender gran parte de lo que está ocurriendo hoy en Europa, no hay más que reemplazar a Argentina con Grecia, y el Mercosur con la eurozona. Por supuesto, Grecia posee una economía más avanzada que la Argentina. Es parte de un acuerdo regional mucho más sólido que el Mercosur, con recursos financieros mucho mayores y bases económicas e institucionales más desarrolladas. Sin embargo, las similitudes son lo suficientemente fuertes como para preguntarse si Europa puede aprender de lo ocurrido en la Argentina hace una década.

Después de que el congreso argentino aprobara un nuevo paquete de austeridad, el FMI accedió a otorgar otro paquete de financiación. Pero ya era demasiado tarde para salvar un enfoque desacreditado, socavando aún más la posición del Fondo.

De hecho, en vez de suscitar confianza en los ciudadanos argentinos, estos comenzaron a retirar sus depósitos bancarios en los meses siguientes. Se aceleró la fuga de capitales. Otra vez el gobierno incumplió sus compromisos de políticas. Y lo más importante: se elevó la presión social y política, llegando a un punto de inflexión.

Argentina suspendió pagos en diciembre de 2001, cerró sus bancos y experimentó "la madre de todos los parones económicos". El país se vio obligado a desmantelar su estructura económica de manera muy desorganizada, con una transición desordenada y sin planeación de una nueva moneda en medio de controles de capitales y la confiscación de activos locales.

El futuro de Grecia se parecerá al de la Argentina si su gobierno y sus acreedores oficiales (es decir, el Banco Central Europeo, la Unión Europea y el FMI) no internalizan algunas de estas lecciones ni emprenden una urgente corrección a mitad de camino.

En concreto, deben adoptar cuatro pasos. En primer lugar, deben dejar de repetir que no hay "Plan B". Decirle a la gente que no hay alternativa a una política desacreditada simplemente les empuja a resistir un enfoque que no funciona, u optar por el caos. Las recientes declaraciones oficiales que se han escuchado en Grecia ("Tenemos que mostrar a los griegos que, cuando hay que elegir entre lo malo y lo peor, es mejor elegir lo malo para evitar lo peor") generan muy poca esperanza.

En segundo lugar, Grecia y sus interlocutores extranjeros deben reconocer que el Plan B, aunque no sea fácil, se ha convertido en una necesidad fundamental. Implica una mucho más profunda reestructuración económica y de la deuda, así como cambios institucionales para que Grecia pueda lograr una mayor flexibilidad de políticas, mejore la competitividad y promueva la inversión. Todo esto conlleva inevitablemente riesgos de corto plazo, pero también promete mejores perspectivas de crecimiento, empleo y restablecimiento de la solidez financiera.

Tercero, los acreedores oficiales de Grecia deberían prestar más atención a la rentabilidad esperada de su ayuda. Cada euro que se entrega ​​a Grecia en virtud del enfoque actual se diluye de muchas maneras. En lugar de un enfoque general que implica múltiples "fugas", los acreedores oficiales harían mejor en abordar las necesidades claves del país de forma más directa. Más aún, teniendo en cuenta las preocupaciones de Europa sobre su sistema bancario, las intervenciones deben ir acompañadas de una mayor presión sobre los bancos para recaudar capital y mejorar la calidad de los activos.

Por último, la integridad y la credibilidad del BCE y el FMI requieren un nivel de protección mucho mayor. El oportunismo de Europa socava la eficacia futura de estas dos instituciones fundamentales en un momento en que serán necesarias no solo para estabilizar Grecia, sino también para evitar que los problemas de liquidez se conviertan en una crisis de solvencia en otros países europeos y áreas del mundo, así como para limitar el contagio global .

Grecia no tiene por qué seguir el triste ejemplo de la Argentina hace diez años. Sin embargo, a menos que las autoridades griegas y europeas reflexionen sobre ese ejemplo y actúen en consecuencia, acabará por ser empujada al mismo y peligroso callejón sin salida.

Mohamed A. El-Erian es Director Ejecutivo y co-Presidente en funciones de PIMCO, y autor de When Markets Collide (Cuando los mercados colisionan).

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen


No hay comentarios:

Publicar un comentario