Alberto Garzón Espinosa /30/03/2012
En Estados Unidos el movimiento de los indignados, conocido como The Occupy Wall Street, ha utilizado el lema “we are the 99%” para manifestar su visión de lo que es la sociedad moderna. Lo que ese lema expresa es que hay un sector minoritario de la población, el del 1%, que tiene el poder político y es capaz de determinar las políticas que llevan a cabo los gobiernos. Pero aún va más lejos, puesto que lo que aseguran es que esas políticas responden a unos intereses, los de ese 1%, que son antagónicos de los intereses del resto de la población, esto es, el 99%.
Esta es una versión moderna y algo difusa de algo bastante clásico: la lucha de clases. En este blog hemos hablado mucho de ello (y queda recogido de forma ordenada en este nuevo libro, cuyo objetivo central es explicar precisamente esta cuestión), señalando que para analizar adecuadamente la dinámica del sistema económico capitalista hay que atender a la posición de cada individuo en la actividad productiva, es decir, hay que asignarle una clase social. Esto no quiere decir que las clases sociales en la práctica se limiten a dos, capitalistas y trabajadores, o que debamos mantener una posición maniquea de buenos contra malos. No es una tarea sencilla. Ni siquiera significa que el control político sea mantenido completamente por el 1% y que las víctimas del proceso de la crisis seamos el 99% restante. La enseñanza principal es poner el acento en los intereses contrapuestos y por lo tanto negar el clásico recurso al “esto lo arreglamos entre todos”.
Esta es una versión moderna y algo difusa de algo bastante clásico: la lucha de clases. En este blog hemos hablado mucho de ello (y queda recogido de forma ordenada en este nuevo libro, cuyo objetivo central es explicar precisamente esta cuestión), señalando que para analizar adecuadamente la dinámica del sistema económico capitalista hay que atender a la posición de cada individuo en la actividad productiva, es decir, hay que asignarle una clase social. Esto no quiere decir que las clases sociales en la práctica se limiten a dos, capitalistas y trabajadores, o que debamos mantener una posición maniquea de buenos contra malos. No es una tarea sencilla. Ni siquiera significa que el control político sea mantenido completamente por el 1% y que las víctimas del proceso de la crisis seamos el 99% restante. La enseñanza principal es poner el acento en los intereses contrapuestos y por lo tanto negar el clásico recurso al “esto lo arreglamos entre todos”.
Pero todo esto sería literatura si no lo acompañáramos del rigor de los datos. Y en Estados Unidos unos investigadores de la universidad de Berkeley (Enmanuel Saez, Facundo Alvaredo, Tony Atkinson, y Thomas Piketty) comenzaron hace unos años a recoger y sistematizar datos de distribución personal de la renta. Esta distribución personal es una de las formas por las cuales puede medirse la desigualdad entre individuos y hogares en lo que se refiere a renta y riqueza. Sus trabajos se centraron en un comienzo en Estados Unidos, pero con el tiempo han logrado abrir un instituto llamado “The World Top Income Database” que incluye datos de prácticamente todos los países desarrollados. Incluido España.
En esta web hemos analizado muchas veces algunos de esos datos, llegando siempre a la misma conclusión: la desigualdad personal se ha disparado desde 1980 en todo el mundo desarrollado. En otros artículos, de hecho, hemos visto cómo también lo ha hecho la distribución de la riqueza y la distribución funcional (que mide el reparto entre capitalistas y trabajadores). Pero ahora traigo algunos datos más para el caso de España que vienen a confirmar dicha tesis.
En el año 2008 el ingreso medio del 90% más pobre era de 13.741 euros anuales. Piénsese que aquí está el 90% de la población y que es una media, lo que significa que es un conjunto muy heterogéneo (habrá sueldos mucho más altos y sueldos mucho más bajos). El 10% más rico ingresaba, sin embargo, una media de 61.500 euros anuales. A su vez el 5% más rico ingresaba 83.856 euros anuales, mientras que el 0’01% (los súper-ricos) ingresaban 2.381.284 de euros de media anual. Todos estos datos confirman que hay una gran desigualdad, pero no nos sorprenden ni nos dicen nada de la evolución de dicha desigualdad.
Para averiguar la evolución necesitamos comparar estos datos de 2008 con los datos de 1980, por ejemplo, que es el primer año para el que existe base de datos. La variación de ingresos nos mostrará cuánto cobran más en 2008 que en 1980 los diferentes grupos sociales. Eso es lo que muestra el siguiente gráfico: (Ver gráfico del encabezado)
El 90% más pobre de la población ingresa en 2008 un 60% más que lo que ingresaba en 1980 (aunque recuerdo la heterogeneidad que existe dentro de este inmenso grupo). Lo interesante es comprobar cómo según miramos a los grupos más ricos vemos más enriquecimiento en términos de ingresos. Es decir, desde 1980 a 2008 los que más se han beneficiado del proceso económico han sido los más ricos. En especial los más ricos dentro de los ricos, que en el caso de los súper-ricos han visto incrementarse sus ingresos medios anuales un 275%.
Con unos cuantos cálculos obtenemos otra forma de analizar este fenómeno. En 1980 los súper-ricos ingresaban 74 veces más al año que el 90% de la población, mientras que en 2008 ingresan 173 veces más. En el siguiente gráfico lo podemos ver mejor.
Todo lo anterior nos revela cómo es cierta la afirmación de que la dinámica de crecimiento económico ha beneficiado especialmente a los más ricos. Y demuestra por ello que el crecimiento económico no es neutral y que la distribución de sus ganancias depende de la posición que cada uno tiene en la actividad productiva, es decir, de la clase social. Aunque aquí hay que señalar que estos datos no hacen referencia a la clase social en sentido marxista sino en sentido de renta, que es parecido pero no igual.
Si nos metemos más en harina tenemos que preguntarnos por qué ha pasado esto. Y analizando los datos podemos sacar algunas conclusiones interesantes. Mi hipótesis de partida sería la siguiente: dado que los más ricos tienen ingresos que fundamentalmente dependen de otras fuentes como las financieras (propiedad de acciones, fondos de inversión, especulación, etc.) mientras que los más pobres tienen ingresos casi debidos en su totalidad a las rentas del trabajo, es de esperar que en épocas de auge financiero los más ricos se beneficien más. Es decir, ante un panorama de rentas del trabajo (salarios) estancados o ligeramente en ascenso, el mayor auge de las rentas del capital incrementa automáticamente la desigualdad.
Dado que en las últimas décadas y como consecuencia de procesos políticos vinculados con el surgimiento del neoliberalismo (desregulación financiera, privatizaciones, globalización financiera, etc.) los procesos financieros han dominado la esfera productiva, a la vez que los mecanismos de redistribución se han deteriorado (menor peso de los servicios públicos y mayor efecto de los paraísos fiscales) es normal que la desigualdad se haya disparado.
En otra anotación examinaremos los datos con algo de estadística y econometría para demostrar que, en efecto, los ingresos de los más pobres son más estables mientras que los ingresos de los más ricos son más volátiles. Además, los ingresos de los más ricos caen antes de que caiga la economía mientras que los ingresos de los más pobres caen después. Eso es así porque al tener los ingresos de los ricos un componente vinculado a la propiedad de las empresas y sus beneficios son también una forma de indicador de la salud del crecimiento económico futuro. Los ingresos de los súper-ricos serían, por decirlo así, una especie de proxy de la tasa de ganancia marxista, la cual opera como sismógrafo de la salud del capitalismo.
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