Alejandro Nadal /Miércoles 1 de agosto de
2012
Cinco años en la peor crisis en
ocho décadas y el mundo financiero sigue sin cambios significativos. Aquí se
localizó el epicentro del terremoto y las reformas a su sistema regulatorio
debían impedir una nueva debacle. Pero el poderío del sector financiero y
bancario ha impedido que se apliquen restricciones a su actividad especulativa.
La economía mundial enfrenta el riesgo de un nuevo derrumbe. La crisis actual
sería apenas un preámbulo del nuevo Apocalipsis.
Primero los números. El tamaño
del mercado mundial de derivados se estima en mil 200 billones (castellanos) de
dólares, o 20 veces el tamaño de la economía mundial.
La mayoría de las
transacciones en ese gigantesco mercado, desde swaps de deuda y de tasas de
interés hasta exóticos vehículos sintéticos de inversión, escapan a todo
sistema regulatorio. Ese mercado no cumple ninguna función social o económica.
Su razón de ser es la especulación pura.
La volatilidad, el
comportamiento de manada y las expectativas no realizadas son rasgos
característicos de este casino. La inestabilidad es la palabra clave en este
terreno de apuestas peligrosas. Ni siquiera los agentes que participan en dicho
mercado entienden su funcionamiento. Sus modelos de valoración de riesgo son
engañosos porque reducen la incertidumbre a un problema de medición de
probabilidades. El ejemplo más reciente es el de las pérdidas de más de 2 mil
millones de dólares de JP Morgan en mayo, por haber cometido errores
egregios, según las palabras de su arrogante jefe Jamie Dimon.
Esa terminología esconde el
hecho de que el banco hizo apuestas absurdas que salieron mal. Ese episodio
llama la atención porque puede ser un presagio ominoso. Los principales bancos
del mundo tienen niveles de exposición muy fuertes en este mercado en que
cualquier cosa puede suceder, con graves consecuencias para la economía real.
Sin embargo, a la fecha no se
ha establecido un nuevo régimen regulatorio para cambiar este estado de cosas.
En 2010 Obama promulgó la ley Dodd-Frank. Es un documento de 2 mil 300 páginas
con reglas que ya se aplican sobre los riesgos que pueden asumir los bancos y
sobre las atribuciones de los entes reguladores. Pero sus dos componentes más
importantes todavía no entran en vigor. Se trata de las restricciones sobre el
mercado de derivados y la llamada regla Volcker.
El título VII de la ley
establece que las operaciones sobre derivados deberán llevarse a cabo en
mercados públicos, para que los precios sean conocidos y se garantice el
cumplimiento de los contratos. Pero muchas de las reglas en ese título están
siendo atenuadas por el cabildeo de los bancos y sus serviles amigos en la
Securities Exchange Commission y la Commodities and Futures Trading Commission.
En especial, las definiciones sobre los contratos de swaps constituyen
terreno fértil para abrir ventanas por las que se pueda eludir la
reglamentación.
El otro componente clave es la
llamada Regla Volcker, que prohíbe a los bancos realizar operaciones para
su propio beneficio con recursos de sus clientes. Esta pieza regulatoria es de
sentido común, pero para los bancos es una grave amenaza: afecta una de las
fuentes más importantes de sus ganancias especulativas. Todavía no entra en
vigor porque su reglamentación está siendo fuertemente debatida: el poderoso
cabildeo de los bancos ya hizo crecer el capítulo sobre la regla Volcker de
diez a 300 páginas, debido a la infinidad de excepciones y salvedades que
permitirían a los bancos evadir esta prohibición.
Hubiera sido mejor reactivar
una ley equivalente a la Glass-Steagall, que separaba claramente las
actividades especulativas y de alto riesgo de las operaciones tradicionales de
los bancos. Pero el restablecimiento de esa ley (derogada bajo Clinton) es algo
que el sistema financiero combatiría con mucho más tenacidad y nadie en
Washington está dispuesto a jugarse el pellejo político.
Según Bloomberg, sólo en el
primer trimestre de este año los principales nueve bancos de inversión del
mundo obtuvieron ganancias por 55 mil millones de dólares. Es evidente que para
estos bancos el mercado de derivados es un espacio vital al que no están
dispuestos a renunciar. Un nuevo descalabro en el mercado de derivados
afectaría a todos los mercados financieros en Europa, comenzando con el de
bonos soberanos. Por ello urge quitarse de encima la dictadura del capital
financiero.
Mientras la economía real en
Europa y Estados Unidos se hunde en una profunda recesión, los bancos han
subvertido la voluntad popular a través del cabildeo. Sus cómplices son los
partidos políticos: en Estados Unidos el Comité de Servicios Financieros de la
Cámara de Representantes es el que más miembros tiene, porque se ha convertido
en instrumento para allegarse recursos del complejo financiero-bancario y
financiar campañas electorales. Los gobiernos en casi todo el mundo se inclinan
ante sus amos financieros. La izquierda es la única que puede cuestionar este
estado de cosas. Expropiar a los expropiadores, esa es la tarea.
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