Matthew Lynn /02/09/2013
El guión estaba escrito para el resto del año. Llegado el otoño, la Reserva Federal empezaría lentamente a retirar la inyección de dinero fresco que ha estado bombeando a los mercados. Los rendimientos de los bonos subirían poco a poco. La economía podría titubear pero demostraría ser lo bastante fuerte como para soportarlo y, gradualmente, la política monetaria volvería a la normalidad.
Las cosas no están funcionando como deberían. La amenaza del final de la financiación en EEUU ya ha generado una crisis en los mercados emergentes. Ahora, la amenaza de una acción militar en Siria no hará más que intensificar la espiral descendente para después propagarse a Europa (ya ha llegado a la costa de los países periféricos). A medida que la perturbación empeore, detendrá el crecimiento global en seco. ¿El resultado neto? La Fed seguirá imprimiendo dinero durante más tiempo de lo que pensaba (no le quedará otro remedio).
Los mercados emergentes ya empezaron a tambalearse la semana pasada. India parecía adentrarse en una crisis financiera pura y dura. La rupia había caído en valor y las acciones se llevaron un buen golpe. En vez de convertirse en una superpotencia económica (como se suponía cuando los BRIC hacían furor), ahora cada vez parece más un caso perdido. El crecimiento se ha ralentizado, la inflación aumenta y el Gobierno se ha enganchado a los déficits masivos. El capital empieza a huir del país.
Brasil no está mucho mejor. La semana pasada, su banco central tuvo que poner 60.000 millones de dólares para apuntalar la moneda después de caer a su mínimo en cinco años contra el dólar. Y la crisis empieza a extenderse por otros grandes mercados. Turquía ya ha pasado por una rebelión política este año y ahora hay agitación económica también. La lira turca está en caída libre y los rendimientos de los bonos a diez años saltaron la última semana por encima del 10%. Las acciones indonesas cayeron un 5% en una sola sesión y se han sumergido a mínimos anuales. Los inversores se han asustado y, después de años apilándose en los mercados emergentes, ahora se dirigen a la puerta de salida.
También está la posibilidad de una intervención militar de EEUU y Gran Bretaña en la guerra civil siria. El uso de armas químicas deja a las grandes potencias con pocas opciones relativamente: si aceptan que un régimen brutal gasee a su propia gente para seguir en el poder, su uso se acabará generalizando. La intervención limitada en Libia servirá de aliento (una breve guerra aérea desbancó al antiguo régimen, con poco coste económico y humano). Y es un mal momento para los mercados. La intervención en Siria amenazará con convulsionar Oriente Medio y mandar el precio del petróleo por las nubes. Los inversores nerviosos se volverán más volubles. Si los rusos insisten en respaldar al régimen de Assad hasta el final, podría convertirse en un conflicto bastante más serio de lo que cualquiera se imagina. ¿Y hasta ahora, qué? Las nuevas economías emergentes siempre han sido volátiles y, después de más una década de estabilidad y crecimiento, se merecen una liquidación. La guerra civil en Siria lleva meses retumbando y el desenlace sólo podía ser incómodo (y siempre ha sido improbable que occidente se quede del todo fuera). Nadie puede decir que le sorprenda que ninguna de las dos cosas estalle. Pero la crisis de los mercados emergentes y el conflicto sirio plantean dos consecuencias importantes para el resto de la economía global.
La primera es que esos países son mucho más importantes que antes. El mundo no ha vivido una crisis verdadera en los mercados emergentes desde el hundimiento financiero de Asia en los noventa y desde entonces han avanzado a un ritmo sostenido hacia el desarrollo. El resultado de más de una década de crecimiento interrumpido es que son mucho más ricos y representan una proporción mucho más alta del comercio global que antes.
Casi el 50% de la economía mundial corresponde ahora a los mercados emergentes. Allá por los años noventa, si el crecimiento en esas economías se hundía, sus efectos podían contenerse fácilmente. Ahora podría sumir al mundo en otra recesión. La segunda es que, a estas alturas, gran parte de la Eurozona se puede considerar un mercado emergente. Los países periféricos de Europa (Grecia, Chipre, Italia, España, Portugal e Irlanda) presentan muchas características similares a las de Tailandia o Malasia en los noventa. Tienen enormes deudas en lo que, en efecto, es una moneda extranjera (el euro, sobre la que no ejercen ningún control). El capital es probable que huya al primer signo de problema grave. Si la crisis de los mercados emergentes se contagia y una intervención militar en Siria empuja el precio del petróleo, la Eurozona caerá también en recesión. Enseguida, el 70% o más de la economía global podría detenerse en seco.
Eso deja a la Fed en una situación complicada. En realidad, EEUU no puede encogerse de hombros ante una crisis de los mercados emergentes o un conflicto en Oriente Medio como si fueran asuntos intranscendentes. Su propio crecimiento depende del comercio con esos países, tanto como la estabilidad de su sistema bancario. Sin expansión en esos mercados, el crecimiento de EEUU se evaporará (y, con él, la justificación de la retirada).
La lección de Japón es que es mucho más fácil iniciar la facilitación cuantitativa que detenerla. La Reserva Federal está a punto de descubrirlo. En las próximas semanas, la retirada de septiembre se aparcará en silencio. Puede que se intente terminar la facilitación cuantitativa en febrero o marzo del año que viene pero, para entonces, podría haber surgido otra nueva crisis que vuelva a desviar el rumbo.
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