martes, 1 de noviembre de 2011

Los problemas de China con sus vecinos

BEIJING – La política de “buena vecindad" de China se ve sometida a unas presiones sin precedentes; de hecho, está en su peor momento desde el final de la Guerra Fría. Recientemente, han surgido, una tras otra, fricciones con los países vecinos.

De las disputas territoriales con Vietnam y las Filipinas en el mar de la China Meridional a las tensiones con Birmania (Myanmar) y Tailandia, unas relaciones que eran correctas, ya que no siempre amistosas, se han agriado. La decisión de Myanmar de abandonar el proyecto de presa de Myitsone, que contaba con el respaldo de China, ha asombrado a este país. Asimismo, el asesinato de trece tripulantes de un barco chino en el río Mekong en este mes de octubre sirve para recordar inequívocamente que la supuestamente pacífica frontera terrestre meridional de China, que llevaba veinte años sin causar problemas, hoy parece propia de la vecindad más hostil.

El pueblo y el Gobierno de China se sienten particularmente consternados por los asesinatos en el Mekong, que parecieron demostrar, una vez más, la incapacidad del Gobierno para proteger a sus ciudadanos contra el asesinato en el extranjero, pese a la recién conseguida categoría de potencia mundial por el país. A consecuencia de ello, se han formulado dos preguntas: ¿por qué han optado los vecinos de China por desatender sus intereses? ¿Y por qué, pese al ascenso de China, parecen sus autoridades cada vez menos aptas para garantizar la seguridad de las vidas y los intereses comerciales chinos en el extranjero?

La ansiedad de China por esos asuntos constituye la atmósfera que está inspirando la política china. Con la caída de Muamar El Gadafi del poder en Libia, las empresas chinas han perdido inversiones que ascienden a unos 20.000 millones de dólares y, según ha dado a entender el nuevo gobierno de Libia, no es probable que se recuperen. Muchos chinos se inquietaron ante la decisión de su gobierno de evacuar de Libia a los ciudadanos de China y habrían preferido medidas más audaces para proteger los activos comerciales del país allí.

Asimismo, el posterior y totalmente repentino giro radical de reconocer al Consejo Nacional de Transición rebelde como gobierno de Libia inspiró considerables burlas en el país. Al fin y al cabo, China gastó un valioso capital político al oponerse a los ataques aéreos de la OTAN al comienzo de la intervención, para acabar simplemente respaldando a las fuerzas a las que la OTAN ayudó a tomar el poder. Fue el ejemplo más transparente de la vaciedad de la utilitaria diplomacia de China, impulsada por los intereses comerciales.

Para la mayoría de los chinos, Libia es un país lejano e inalcanzable, dada la limitada capacidad de China para proyectar su poder. Así, pues, se acepta a regañadientes la insistencia en el restablecimiento de los intereses comerciales chinos, aunque no se acaba de entender, pero Myanmar y los demás países ribereños del Mekong son supuestamente los “buenos vecinos” del país y están totalmente al alcance del poder chino, por lo que la irritación ante las amenazas a los intereses del país en ellos es intensa.

Entre esos intereses figura un nuevo oleoducto que enlaza Myanmar con Kunming, la capital de la provincia de Yunnan. China está trabajando también en proyectos de conexión –a saber, una red de ferrocarriles y autopistas– encaminados a incrementar los vínculos económicos y sociales entre China y los países de la ASEAN. Los incidentes de Myitsone y del Mekong han ensombrecido ahora dichos proyectos y han despertado el temor a una reacción en cadena que podría dar al traste con los esfuerzos hechos por China durante dos decenios para lograr una integración regional más profunda.

Evidentemente, el nuevo gobierno de Myanmar no quiere provocar malestar en sus zonas fronterizas, ya inestables, donde grupos de oposición estaban aprovechando el proyecto de la presa para conseguir nuevos partidarios. Las medidas adoptadas por el nuevo gobierno para compartir el poder con las fuerzas políticas de las regiones inestables de Myanmar y debilitar, así, a los señores de la guerra, contribuyeron claramente a la decisión de detener su construcción.

Por su parte, los inversores chinos en la presa confiaron demasiado en la solidez de los vínculos bilaterales entre los dos países, por lo que descartaron totalmente los riesgos políticos del proyecto. Su conducta refleja también la garantía implícita del mercantilismo oficial del Gobierno, como también la complacencia de las empresas de propiedad estatal de China, que representan la mayor parte de las inversiones exteriores chinas. Como dan por sentado que el Gobierno las respaldará –o las rescatará, si fracasan–, pueden permitirse el lujo de adoptar una actitud despreocupada.

El incidente del Mekong constituye otra historia desalentadora. El río, que vincula a cinco países, hace mucho que es famoso como escenario de delitos trasnacionales, como, por ejemplo, el tráfico de drogas, el juego y el contrabando. El auge económico de China ha propiciado una relación cada vez mayor entre China y las economías sumergidas del Mekong. Se ha vinculado el asesinato de los 13 tripulantes del barco chino con esa tendencia, pero la mejor forma como China puede evitar tragedias similares no es la de hacer demostraciones de fuerza, sino la de crear una mayor cooperación multilateral para luchar contra el delito transnacional a lo largo del Mekong.

Los episodios de Myitsone y del Mekong ponen de relieve las relaciones repentinamente tensas de China con sus vecinos meridionales. Resulta que su política de buena vecindad ha conducido la diplomacia regional de China a aguas inexploradas.

De hecho, los vecinos de China no adoptarán una actitud positiva y digna de fiar para con los intereses chinos a no ser –y hasta– que China empiece a aportar bienes públicos esenciales: no sólo comercio, sino también una gobernación regional enteramente basada en el imperio de la ley, el respeto de los derechos humanos y el crecimiento económico regional. De lo contrario, rupturas como las de Myitsone y del Mekong volverán a producirse e intensificarán la sensación de aislamiento y pánico de China.

Zhu Feng es subdirector del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de la Universidad de Peking.

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