Karl P. Sauvant
Nueva York -- La economía de China está dando ahora su nuevo gran salto adelante: algunas partes de su sector manufacturero están subiendo por la cadena del valor añadido y saliendo del país. La amenaza china es ahora mundial.
Las razones no son difíciles de entender. Los costos de producción (salarios, alquileres de oficinas, tierras, capital, etcétera) en las provincias costeras de China, donde están radicadas la mayor parte de la producción manufacturera y de servicios del país y la inversión extranjera directa, han ido aumentando rápidamente. Tan sólo desde el año pasado, los salarios mínimos en nueve de las doce provincias costeras (incluida Beijing) aumentaron más del 21 por ciento por término medio:
Al mismo tiempo, el renminbi se está apreciando, con lo que la producción nacional de bienes y servicios destinados a la exportación resulta aún más cara. Es algo que cuenta, en particular en el caso de las actividades con gran densidad de mano de obra (desde la manifactura de juguetes hasta los servicios de introducción de datos), ya correspondan a filiales de empresas multinacionales extranjeras (que representan más de la mitad de las exportaciones de China) o a empresas locales, que están perdiendo competitividad en los mercados internacionales.
Para mantener su base de producción destinada a la exportación, los productos deben ascender por la escala del valor añadido haciéndose más refinados. Las empresas multinacionales pueden hacerlo dentro de sus redes integradas de producción mundial, lo que les permite organizar una división intraempresarial e internacional del trabajo. Cualquier parte de esas cadenas de producción puede localizarse donde resulte más idóneo para la competitividad internacional de las empresas y éstas cuentan con la experiencia para explorar el planeta en busca de las localizaciones adecuadas para la inversión.
También las empresas nacionales chinas han de reaccionar ante esas presiones. Se ven ayudadas en ese empeño por la rápida profundización de la base de aptitudes y tecnología de China, lo que en parte refleja la capacitación en filiales extranjeras, pero la razón principal ha sido el empeño sostenido del Gobierno de China de fomentar la educación y la capacitación, alentar las transferencias de tecnología de las empresas extranjeras a las nacionales y, en particular, crear capacidades en materia de investigación e innovación.
En una palabra, los productores de bienes y servicios más complejos de los países desarrollados y de los que cuentan con mercados en ascenso han de estar preparados para afrontar una competencia en aumento de China.
Al mismo tiempo, la producción china con gran densidad de mano de obra se trasladará cada vez más a países con menores costos laborales, incluidos Bangladesh, la India, Indonesia y el vecino Vietnam (donde las empresas chinas ya han establecido unas 1.000 filiales), además de diversos países africanos. Ese proceso ya ha comenzado y ha contado desde el comienzo del último decenio con el respaldo de la política “Hacerse mundial” del Gobierno, mediante la cual fomenta la inversión extranjera directa por parte de China.
Los datos lo confirman: las corrientes de inversión directa en el extranjero se duplicaron en 2008, hasta alcanzar 52.000 millones de dólares, frente a 23.000 millones en 2007, y aumentaron aún más en 2009 (cuando las corrientes de inversión extranjera directa mundiales se redujeron en un 50 por ciento, aproximadamente, a consecuencia de la crisis económica y financiera occidental), antes de alcanzar los 68.000 millones de dólares en 2010, lo que, sin contar a Hong Kong, situó a China aquel año en el quinto puesto del mundo por su volumen de inversión en el extranjero.
Ese desarrollo brinda a otros países en desarrollo nuevas oportunidades de cosechar los beneficios comerciales de su introducción en la división internacional del trabajo. Los organismos de promoción de la inversión de esos países –de hecho, los de todos los países, incluidos los desarrollados– deben poner la mira cada vez más en las empresas de China para atraerlas hasta sus costas. Al hacerlo, no deben fijarse sólo en las grandes empresas de propiedad estatal, sino también en el número cada vez mayor de empresas pequeñas o medianas privadas y pujantes que se pueden encontrar en todos los sectores de la economía de China.
Pero conviene hacer una importante salvedad: el inmenso interior de China está mucho menos desarrollado que las provincias costeras. El Gobierno está adoptando medidas especiales para desarrollar esas zonas en el marco de su “Gran Estrategia de Desarrollo Occidental”, que abarca, entre otras cosas, la construcción de infraestructuras modernas, el fomento de la educación de gran calidad, el apoyo a la ciencia y la tecnología (factores, todos ellos, determinantes para la localización de la producción) y la promoción de la inversión en ellas. Gracias a ello, las empresas radicadas en las provincias costeras que deban trasladar su producción (y no vean la necesidad de diversificarse fuera de China) pueden optar por establecerse en el interior de China, en lugar de salir al extranjero.
El modelo está claro: esa clase de transición consistente en el abandono de la manufactura con gran densidad de mano de obra ya se produjo antes en los países actualmente desarrollados, cuando las empresas con sede en Europa, el Japón y los Estados Unidos trasladaron su producción a países en desarrollo. En Asia, Hong Kong, Corea del Sur, Singapur y Taiwán fueron (y han sido) algunos de los beneficiarios.
Cuando los costos de los bienes y servicios con gran densidad de mano de obra llegaron a ser demasiado elevados en esos países, se trasladó la producción a otras localizaciones. Dicho traslado de la manufactura ha ido acompañado desde entonces por el traslado al extranjero de servicios cuyos componentes con gran densidad de información han llegado a ser comercializables.
La propia China se ha beneficiado del actual régimen abierto de inversión y comercio internacionales, que permite a las empresas establecer la producción donde resulte más beneficiosa para su competitividad internacional, y ahora está empezando a deshacerse de sus industrias con gran densidad de mano de obra.
Los gobiernos necesitan políticas para adaptarse a esa transformación mundial de la producción. Deben ayudar a las empresas de sus países a adaptarse a la salida de algunos productores estableciendo programas de capacitación, estimulando la innovación y manteniendo o creando un medio competitivo que fomente la “destrucción creativa” sin por ello dejar de facilitar una red de seguridad social.
Asimismo, los gobiernos que atraigan la producción que se haya abandonado en otros países deben contar con políticas que les permitan beneficiarse lo más posible de esa transformación mundial, con lo que impulsarán su propio desarrollo económico.
Karl P. Sauvant es Director Ejecutivo de Centro Vale Columbia de Inversión Internacional Sostenible de la Universidad de Columbia.
Proyect Syndicate
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