domingo, 18 de diciembre de 2011

Londres contra la eurozona

Howard Davies
14/12/2011


Londres– Desde que el Reino Unido se sumó a la Comunidad Económica Europea en 1973, luego de que los franceses retirasen el veto de Charles de Gaulle, la relación británica con el proceso de integración europeo ha sido tensa. Los británicos son europeos renuentes, por motivos históricos y culturales.

Durante siglos, la política exterior británica luchó para evitar involucrarse permanentemente con Europa; pero, lo más importante, buscó evitar que una única potencia continental se convirtiese en dominante –particularmente si esa potencia era Francia. Mientras tanto, los británicos colonizaron grandes porciones del globo. Luego, cuando el sol se puso sobre su imperio, trataron de mantener una «relación especial» con los Estados Unidos. Formar parte de la Unión Europea no fue una afirmación de su creencia en la integración europea, sino un reticente reconocimiento de que la estrategia transatlántica había completado su ciclo. Desde entonces, la opinión pública británica respecto de la UE ha sido poco entusiasta, en el mejor de los casos.

En los últimos años, con su negativa a la moneda única y el área Schengen (que permite a los europeos cruzar las fronteras sin pasaportes), el RU se ha distanciado de importantes iniciativas de la UE. Sin embargo, el primer ministro David Cameron sorprendió a todos al vetar un nuevo tratado de la UE el 9 de diciembre –la primera vez desde que el RU se sumó a la Unión– dejando que los restantes 26 estados miembro siguieran adelante con una mayor integración fiscal propia. Lo más sorprendente es que las negociaciones fracasaron por arcanos detalles de regulación financiera.

Por ejemplo, Cameron deseaba «tachar» la propuesta de someter la directiva del plan del Esquema de Garantías de Depósitos al Procedimiento de Voto de la Mayoría Cualificada (lo que significaba que ninguno de los miembros tendría poder de veto). Cameron también objetó el requisito de exigir a las empresas financieras de otros países en Londres sin negocios en otros estados de la UE un «pasaporte único», que les permitiría operar en cualquier país miembro, pero también les exigiría someterse a las regulaciones europeas.

Esos puntos no son completamente insignificantes, pero no me preocuparía por explicarlos en una reunión de votantes comunes asombrados por la nueva política europea británica. Entonces, ¿por qué la regulación financiera se ha convertido en el improbable casus bellientre el RU y sus socios?

La explicación es, en parte, política. El Partido Conservador de Cameron incluye a miembros que han estado buscando pelea con la UE desde hace ya mucho tiempo. Para ellos, cualquier excusa es buena, y el Comisionado del Mercado Interno de la UE, Michel Barnier, les ha proporcionado municiones al pretender lo que muchos ven como una agenda regulatoria excesivamente restrictiva. Cuando los tires y aflojes por los empleos en la Comisión tuvieron lugar en 2009, el ex primer ministro del RU, Gordon Brown, fue prevenido sobre el peligro de permitir que los franceses ocuparan el puesto correspondiente al Mercado Interno. Pero eligió buscar el puesto de Política Extranjera de la UE para su aliada en el Partido Laborista, la baronesa Ashton.

Cuando Barnier fue nombrada, el presidente francés Nicolas Sarkozy describió el hecho como una «derrota del capitalismo anglosajón». Y así ha resultado –aunque tal vez no como él lo previera.

Pero debajo de la política existen otros conflictos sustanciales entre el RU y sus vecinos continentales. Barnier está a favor de las directivas europeas que imponen reglas uniformes para todos los estados miembro –llamadas medidas de «máxima armonización». Previamente, las directivas de la UE tendían a imponer estándares mínimos, que cada país podía complementar si así lo deseaba. Podían proscribir las iniciativas que el RU tiene en gran estima, como nuevas reglas para proteger a las filiales de los bancos minoristas e imponerles mayores requisitos de capital. El gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, ha dado a conocer sus preocupaciones respecto de ese punto.

Los funcionarios británicos también están profundamente preocupados por las medidas que obligarían a las cámaras de compensación que realizan sus negocios principalmente en euros a localizarse dentro del área de la moneda única. Ciertamente, el gobierno británico ya había comenzado un juicio contra el Banco Central Europeo para desafiar esa política antes del veto al tratado. Es posible que tengan razón; posiblemente, la propuesta del BCE sea inconsistente con los principios del mercado único.

El punto clave de la disputa, sin embargo, es el Impuesto Paneuropeo sobre las Transacciones Financieras, propuesto por la Comisión Europea con el apoyo de Sarkozy y la canciller alemana Angela Merkel. Desde la perspectiva del RU, el ITF es muy poco atractivo. Entre el 60 y el 70% de los ingresos se generaría en Londres, pero la UE usaría la mayor parte de ese dinero en apuntalar las finanzas de la zona del euro.

Para los británicos, esta idea despierta sentimientos semejantes a los que tendrían los alemanes si la UE propusiera un nuevo impuesto sobre el leberwurst, enviando lo recaudado al fondo común. También destacan que, a menos que se acuerde un ITF global, las empresas financieras migrarían rápidamente desde Londres a Nueva York.

Este es el mejor argumento de Cameron en el frente financiero. Pero no lo presentó con fuerza por una sencilla razón: las políticas fiscales europeas aún están sujetas a la regla de la unanimidad. En otras palabras, Gran Bretaña puede bloquear el ITF propuesto sin un protocolo especial. Esto presta veracidad al argumento de que el veto de Cameron fue básicamente una decisión política para reafirmar su apoyo local.

Es una apuesta fuerte, dado que el RU ahora parece arrastrar los pies camino a la salida de la UE. Ciertamente, el nuevo status quo no parece sostenible, con 26 países que avanzan hacia una mayor integración mientras el número 27 se mantiene distante.

¿Cómo reaccionarán las empresas financieras? ¿Les complacerá que Londres haya prestado voz a su discurso colectivo, incluso si las demandas regulatorias de Cameron no fueron aceptadas? ¿O algunas comenzarán sencillamente a contactar agentes de bienes raíces para buscar oficinas en París o Fráncfort?

El partido –Londres contra la eurozona– recién ha comenzado. Será un encuentro fascinante de ver durante los próximos meses y años.

Howard Davies fue presidente de la Autoridad Británica de Servicios Financieros, subgobernador del Banco de Inglaterra y director de la London School of Economics, es profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po).

Traducido al español por Leopoldo Gurman


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