Alejandro Nadal /29/07/12
Nadie mejor que Keynes para describir las
carencias de las visiones que elestablishment en Europa tenía sobre
la crisis en 1930. En su artículo “The Great Slump of 1930” (1) hace una
crítica al análisis económico que imperaba ese año: “Estamos inmersos en un
pantano, nos hemos equivocado por completo en el manejo de una máquina delicada
cuyo funcionamiento no comprendemos”. Si Keynes regresara y pudiera observar el
desarrollo de la tragedia europea de nuestros días, sólo cambiaría su texto
original para enfatizar que la élite política europea nada aprendió de la
historia, o aprendió las lecciones equivocadas.
El credo neoliberal se presenta ante el mundo como
si sus dogmas fueran verdades absolutas. Lo cierto es que esas ideas son
artefactos de guerra, máquinas de dominación para engañar y someter. Compete al
análisis crítico desmontar estas piezas que sólo sirven para mantener el
embuste y la opresión. Parte del trabajo de crítica debe basarse en el análisis
histórico y por eso es importante revisitar los acontecimientos en Europa entre
1919 y 1933.
La historia comienza con la tenaz adhesión al
patrón oro al concluir la Primera guerra mundial. Un arreglo que permitía la
compra y venta del metal a un precio fijo, es decir, el patrón oro, parecía ser
la forma de garantizar la estabilidad económica y los intercambios sin
sobresaltos. Este esquema supuestamente promovía las virtudes del ahorro y la
inversión, además de obstaculizar la manipulación monetaria por parte de
gobiernos irresponsables. En su Breve tratado sobre la reforma
monetaria Keynes (2) ya había comenzado la crítica del patrón oro y
hasta le calificó de ser una “bárbara reliquia”. Pero la mentalidad que
atribuía al patrón oro todo tipo de virtudes estaba lejos de darse por enterada
de esas críticas. Por eso los responsables de los bancos centrales de Estados
Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia e incluso Alemania coincidieron en que
después de la guerra era urgente buscar el restablecimiento de dicho sistema.
Pero del dicho al hecho hay un largo trecho. Después de la dislocación de la
vida económica que había traído la conflagración, el retorno al patrón oro no
era fácil. Una estrategia para restablecerlo pasaba por la deflación, otra por
la devaluación. Inglaterra, Italia y Alemania siguieron el camino de la
deflación. Aunque el proceso en Inglaterra fue algo más ordenado, en Italia y
Alemania condujo directamente al ascenso del fascismo.
En su análisis sobre la Gran Depresión y el patrón
oro, Eichengreen y Temin (3) citan al historiador Forsyth y relatan cómo en el
caso de Italia la deflación condujo a fuertes niveles de desempleo, lo que fue
aprovechado por Mussolini en una estrategia que culminó con su marcha sobre
Roma. Así, mientras comenzaban a fluir los capitales y las inversiones hacia
Italia, el fascismo italiano recogía los frutos del descontento provocado por
las medidas para lograr ese resultado.
El caso de Alemania merece atención especial
porque las lecciones de la historia que parece recordar el pueblo alemán son
las equivocadas. Una referencia pertinente es el libro de Peter Temin,
historiador de la economía y del cambio técnico. En su libroLecciones de la
Gran Depresión (4) Temin examina la evolución de los gobiernos de la
alemana República de Weimar entre 1919-1933, y sus esfuerzos por
enderezar una economía devastada por la guerra y los altos costos de las
reparaciones impuestas por los aliados en el Tratado de Versalles. Tal y como
lo había anunciado Keynes, las reparaciones impuestas sobre Alemania resultaron
ser impagables. En 1921 Francia y Bélgica enviaron setenta mil tropas para
ocupar el valle del Ruhr en represalia por la falta de pago, y los
efectos fueron desastrosos. En reacción el gobierno alemán hizo un llamado a
una huelga general. La resistencia fue sofocada con lujo de violencia por parte
de las tropas francesas.
La economía se colapsó. La producción se redujo
drásticamente y el desempleo se disparó (a más de 23%). La recaudación se
desplomó y el gobierno recurrió a financiar su déficit a través de la
monetización. Estaban dadas todas las condiciones para el episodio de
híper-inflación que dejó una profunda cicatriz en las percepciones del pueblo
alemán. Primera lección equivocada: se llegó a considerar que la hiperinflación
confirmaba que el restablecimiento pleno del patrón oro se necesitaba
urgentemente.
Para 1923 era evidente que la economía alemana
estaba a punto de explotar. Estados Unidos e Inglaterra presionaron para
aliviar la situación. En 1924 el famoso comité Dawes presentó sus
recomendaciones para retirar las tropas francesas del Ruhr, recalendarizar el
pago de reparaciones y reestructurar el banco central. El objetivo era dar un
respiro a la economía alemana para que pudiera recuperar un ritmo de
crecimiento aceptable. La prosperidad (algo artificial) de los años veinte le
brindaba a Estados Unidos suficiente margen de maniobra para intervenir en la
reconstrucción de la economía alemana: Washington comprometió una cantidad
importante de recursos para invertir en la economía alemana.
Todo esto implicaba que cualquier descalabro en
Estados Unidos significaría el colapso de la economía de la república de
Weimar. Por otra parte, las recomendaciones del comité Dawes eran de corto
plazo y la carga de las reparaciones siguió siendo un gravamen muy pesado. En
1929, poco antes del colapso en Wall Street, se estableció otro mecanismo para
aligerar el peso de las reparaciones. El resultado fue el llamado plan Young,
anunciado en 1930. Pero para entonces ya era demasiado tarde, pues era claro
que Estados Unidos tendría que interrumpir el suministro de préstamos e
inversiones que necesitaba la maltrecha economía de Weimar. Alemania nunca
podría pagar las reparaciones.
Las autoridades en Berlín se manejaban dentro del
marco de referencia de las finanzas ortodoxas y del sistema de pagos
internacionales que imponía el patrón oro. Y tuvieron que responder a las
restricciones que este entorno internacional imponía con una fuerte depresión
interna. Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank y su sucesor, Hans Luther,
aplicaron políticas restrictivas y mantuvieron la tasa de descuento muy por
arriba de las tasas de Londres y Nueva York con el fin de reducir la pérdida de
oro. Las autoridades fiscales fueron aún más agresivas en su afán
deflacionario: desde principios de 1930 el canciller Heinrich Brüning mantuvo
recortes fiscales brutales y una política deflacionaria (reducciones salariales
y de la ayuda por desempleo) para restablecer un ‘equilibrio’ en el contexto
del patrón oro.
En vista de que Alemania tenía que pagar sus
cuentas externas con poder de compra equivalente en términos del patrón oro, el
ajuste tenía que pasar por la deflación en el plano interno hasta alcanzar ese
objetivo. Brüning consideraba que era indispensable sacrificar todo con el fin
de mantener el flujo de créditos e inversiones desde Estados Unidos. Ese flujo
llegaba a su fin por la crisis, pero Brüning se mantuvo aferrado a la política
de austeridad creyendo que esas inversiones regresarían. Su política
deflacionaria acabó por hacer añicos a la República de Weimar. Entre 1929 y
1932 el partido nacional socialista pasó de 12 a 107 diputados.
Los pilares de la política macroeconómica que hoy
aplican los poderes establecidos frente a la crisis en Europa tienen sus
equivalentes en ese trágico período entre las dos guerras mundiales. Los
amarres que ahora impone la unión monetaria al estilo neoliberal se parecen en
mucho a las restricciones que infligió antes el patrón oro. La exigencia de una
disciplina fiscal en plena espiral descendiente tiene su equivalente directo en
la política deflacionaria impuesta en Alemania para restablecer dicho patrón
oro.
La exigencia de que los países del Mediterráneo
europeo paguen la deuda que resulta de la expansión crediticia generada en y
por el sistema bancario, tiene su equivalente en el apremio para el pago de
reparaciones de guerra. Las ominosas frases de la señora Lagarde o de la
canciller Merkel se parecen a aquélla sentencia de Clemenceau en 1919:
“Exprimiremos al limón alemán hasta hacerlo rechinar”. Sólo que el
limón a exprimir parece estar ahora en la cuenca del Mediterráneo.
La política restrictiva que hoy se impone sobre
los países sometidos a “rescate” es la misma que se aplicó en Alemania al
estallar la crisis de 1929, lo que llevó al desempleo masivo que alimentó todos
los resentimientos frente al Tratado de Versalles y su odiado régimen de
reparaciones.
La política de austeridad impuesta sobre Grecia,
España, Italia, Portugal e Irlanda responde al mismo reflejo de una política de
deflación y sacrificio de una generación que dio el tiro de gracia a la
república de Weimar y sentó las bases para el ascenso del nazismo. Hasta las
insinuaciones de lección de moral que se esconden detrás de las declaraciones
de Merkel y Lagarde resultan similares a la “cláusula de culpa” que tenía el
artículo 231 del Tratado de Versalles. Por medio de esa cláusula humillante
Alemania aceptaba la responsabilidad de haber provocado todos los daños y de
haber causado la guerra. El artículo 231 fue uno de los blancos favoritos del
revanchismo alemán. Las frases de moralina del dúo Lagarde-Merkel ya son
combustible para el resentimiento anti-germano en Grecia.
En síntesis, los acontecimientos y la retórica en
los años 1919-1933 en Europa tienen paralelismos de pesadilla con los eventos
que rodean el hundimiento de la Europa del euro hoy. El delirio de la política
neoliberal en tempos de crisis llevará necesariamente a la destrucción de la
economía europea. El paisaje político tendrá que modificarse. La tarea política
de la izquierda es la de construir los caminos alternativos a esta pesadilla
neoliberal.
Notas:
(1) Disponible en www.gutemberg.ca/ebooks/keynes-slump)
(2) A Tract on Monetary
Reform, Collected Writings, Vol. IV. Londres: Palgrave Macmillan.
(3) Eichengreen, B. y P.
Temin, “The Gold Standard and the Great Depression”, NBER Working Paper
Series”, no. 6060 (disponible en www.nber.org)
(4) Temin, Peter. Lessons
from the Great Depression, (MIT Press, 1989)
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