lunes, 30 de julio de 2012

La teoría y la política económicas tienen que aprender de la historia

Alejandro Nadal /29/07/12

Nadie mejor que Keynes para describir las carencias de las visiones que elestablishment en Europa tenía sobre la crisis en 1930. En su artículo “The Great Slump of 1930” (1) hace una crítica al análisis económico que imperaba ese año: “Estamos inmersos en un pantano, nos hemos equivocado por completo en el manejo de una máquina delicada cuyo funcionamiento no comprendemos”. Si Keynes regresara y pudiera observar el desarrollo de la tragedia europea de nuestros días, sólo cambiaría su texto original para enfatizar que la élite política europea nada aprendió de la historia, o aprendió las lecciones equivocadas.


El credo neoliberal se presenta ante el mundo como si sus dogmas fueran verdades absolutas. Lo cierto es que esas ideas son artefactos de guerra, máquinas de dominación para engañar y someter. Compete al análisis crítico desmontar estas piezas que sólo sirven para mantener el embuste y la opresión. Parte del trabajo de crítica debe basarse en el análisis histórico y por eso es importante revisitar los acontecimientos en Europa entre 1919 y 1933.

La historia comienza con la tenaz adhesión al patrón oro al concluir la Primera guerra mundial. Un arreglo que permitía la compra y venta del metal a un precio fijo, es decir, el patrón oro, parecía ser la forma de garantizar la estabilidad económica y los intercambios sin sobresaltos. Este esquema supuestamente promovía las virtudes del ahorro y la inversión, además de obstaculizar la manipulación monetaria por parte de gobiernos irresponsables. En su Breve tratado sobre la reforma monetaria Keynes (2) ya había comenzado la crítica del patrón oro y hasta le calificó de ser una “bárbara reliquia”. Pero la mentalidad que atribuía al patrón oro todo tipo de virtudes estaba lejos de darse por enterada de esas críticas. Por eso los responsables de los bancos centrales de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia e incluso Alemania coincidieron en que después de la guerra era urgente buscar el restablecimiento de dicho sistema. Pero del dicho al hecho hay un largo trecho. Después de la dislocación de la vida económica que había traído la conflagración, el retorno al patrón oro no era fácil. Una estrategia para restablecerlo pasaba por la deflación, otra por la devaluación. Inglaterra, Italia y Alemania siguieron el camino de la deflación. Aunque el proceso en Inglaterra fue algo más ordenado, en Italia y Alemania condujo directamente al ascenso del fascismo.

En su análisis sobre la Gran Depresión y el patrón oro, Eichengreen y Temin (3) citan al historiador Forsyth y relatan cómo en el caso de Italia la deflación condujo a fuertes niveles de desempleo, lo que fue aprovechado por Mussolini en una estrategia que culminó con su marcha sobre Roma. Así, mientras comenzaban a fluir los capitales y las inversiones hacia Italia, el fascismo italiano recogía los frutos del descontento provocado por las medidas para lograr ese resultado.

El caso de Alemania merece atención especial porque las lecciones de la historia que parece recordar el pueblo alemán son las equivocadas. Una referencia pertinente es el libro de Peter Temin, historiador de la economía y del cambio técnico. En su libroLecciones de la Gran Depresión (4) Temin examina la evolución de los gobiernos de la alemana República de Weimar entre 1919-1933, y sus esfuerzos por enderezar una economía devastada por la guerra y los altos costos de las reparaciones impuestas por los aliados en el Tratado de Versalles. Tal y como lo había anunciado Keynes, las reparaciones impuestas sobre Alemania resultaron ser impagables. En 1921 Francia y Bélgica enviaron setenta mil tropas para ocupar el valle del Ruhr en represalia por la falta de pago, y los efectos fueron desastrosos. En reacción el gobierno alemán hizo un llamado a una huelga general. La resistencia fue sofocada con lujo de violencia por parte de las tropas francesas.

La economía se colapsó. La producción se redujo drásticamente y el desempleo se disparó (a más de 23%). La recaudación se desplomó y el gobierno recurrió a financiar su déficit a través de la monetización. Estaban dadas todas las condiciones para el episodio de híper-inflación que dejó una profunda cicatriz en las percepciones del pueblo alemán. Primera lección equivocada: se llegó a considerar que la hiperinflación confirmaba que el restablecimiento pleno del patrón oro se necesitaba urgentemente.

Para 1923 era evidente que la economía alemana estaba a punto de explotar. Estados Unidos e Inglaterra presionaron para aliviar la situación. En 1924 el famoso comité Dawes presentó sus recomendaciones para retirar las tropas francesas del Ruhr, recalendarizar el pago de reparaciones y reestructurar el banco central. El objetivo era dar un respiro a la economía alemana para que pudiera recuperar un ritmo de crecimiento aceptable. La prosperidad (algo artificial) de los años veinte le brindaba a Estados Unidos suficiente margen de maniobra para intervenir en la reconstrucción de la economía alemana: Washington comprometió una cantidad importante de recursos para invertir en la economía alemana.

Todo esto implicaba que cualquier descalabro en Estados Unidos significaría el colapso de la economía de la república de Weimar. Por otra parte, las recomendaciones del comité Dawes eran de corto plazo y la carga de las reparaciones siguió siendo un gravamen muy pesado. En 1929, poco antes del colapso en Wall Street, se estableció otro mecanismo para aligerar el peso de las reparaciones. El resultado fue el llamado plan Young, anunciado en 1930. Pero para entonces ya era demasiado tarde, pues era claro que Estados Unidos tendría que interrumpir el suministro de préstamos e inversiones que necesitaba la maltrecha economía de Weimar. Alemania nunca podría pagar las reparaciones.

Las autoridades en Berlín se manejaban dentro del marco de referencia de las finanzas ortodoxas y del sistema de pagos internacionales que imponía el patrón oro. Y tuvieron que responder a las restricciones que este entorno internacional imponía con una fuerte depresión interna. Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank y su sucesor, Hans Luther, aplicaron políticas restrictivas y mantuvieron la tasa de descuento muy por arriba de las tasas de Londres y Nueva York con el fin de reducir la pérdida de oro. Las autoridades fiscales fueron aún más agresivas en su afán deflacionario: desde principios de 1930 el canciller Heinrich Brüning mantuvo recortes fiscales brutales y una política deflacionaria (reducciones salariales y de la ayuda por desempleo) para restablecer un ‘equilibrio’ en el contexto del patrón oro.

En vista de que Alemania tenía que pagar sus cuentas externas con poder de compra equivalente en términos del patrón oro, el ajuste tenía que pasar por la deflación en el plano interno hasta alcanzar ese objetivo. Brüning consideraba que era indispensable sacrificar todo con el fin de mantener el flujo de créditos e inversiones desde Estados Unidos. Ese flujo llegaba a su fin por la crisis, pero Brüning se mantuvo aferrado a la política de austeridad creyendo que esas inversiones regresarían. Su política deflacionaria acabó por hacer añicos a la República de Weimar. Entre 1929 y 1932 el partido nacional socialista pasó de 12 a 107 diputados.

Los pilares de la política macroeconómica que hoy aplican los poderes establecidos frente a la crisis en Europa tienen sus equivalentes en ese trágico período entre las dos guerras mundiales. Los amarres que ahora impone la unión monetaria al estilo neoliberal se parecen en mucho a las restricciones que infligió antes el patrón oro. La exigencia de una disciplina fiscal en plena espiral descendiente tiene su equivalente directo en la política deflacionaria impuesta en Alemania para restablecer dicho patrón oro.

La exigencia de que los países del Mediterráneo europeo paguen la deuda que resulta de la expansión crediticia generada en y por el sistema bancario, tiene su equivalente en el apremio para el pago de reparaciones de guerra. Las ominosas frases de la señora Lagarde o de la canciller Merkel se parecen a aquélla sentencia de Clemenceau en 1919: “Exprimiremos al limón alemán hasta hacerlo rechinar”. Sólo que el limón a exprimir parece estar ahora en la cuenca del Mediterráneo.

La política restrictiva que hoy se impone sobre los países sometidos a “rescate” es la misma que se aplicó en Alemania al estallar la crisis de 1929, lo que llevó al desempleo masivo que alimentó todos los resentimientos frente al Tratado de Versalles y su odiado régimen de reparaciones.

La política de austeridad impuesta sobre Grecia, España, Italia, Portugal e Irlanda responde al mismo reflejo de una política de deflación y sacrificio de una generación que dio el tiro de gracia a la república de Weimar y sentó las bases para el ascenso del nazismo. Hasta las insinuaciones de lección de moral que se esconden detrás de las declaraciones de Merkel y Lagarde resultan similares a la “cláusula de culpa” que tenía el artículo 231 del Tratado de Versalles. Por medio de esa cláusula humillante Alemania aceptaba la responsabilidad de haber provocado todos los daños y de haber causado la guerra. El artículo 231 fue uno de los blancos favoritos del revanchismo alemán. Las frases de moralina del dúo Lagarde-Merkel ya son combustible para el resentimiento anti-germano en Grecia.

En síntesis, los acontecimientos y la retórica en los años 1919-1933 en Europa tienen paralelismos de pesadilla con los eventos que rodean el hundimiento de la Europa del euro hoy. El delirio de la política neoliberal en tempos de crisis llevará necesariamente a la destrucción de la economía europea. El paisaje político tendrá que modificarse. La tarea política de la izquierda es la de construir los caminos alternativos a esta pesadilla neoliberal.   

Notas:
(1)    Disponible en www.gutemberg.ca/ebooks/keynes-slump)
(2)    A Tract on Monetary Reform, Collected Writings, Vol. IV. Londres: Palgrave Macmillan.
(3)    Eichengreen, B. y P. Temin, “The Gold Standard and the Great Depression”, NBER Working Paper Series”, no. 6060 (disponible en www.nber.org)
(4)    Temin, Peter. Lessons from the Great Depression, (MIT Press, 1989)


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