León Bendesky / 16/07/2012
A pesar de que la crisis no
cede y sus efectos se propagan cada vez más a todas las sociedades, los bancos
mantienen sus formas de operación y la regulación que los rige está
prácticamente de rodillas. Los incentivos y las responsabilidades en ese sector
siguen siendo los mismos de antes de la crisis.
Las evidencias se acumulan.
Sólo en los días recientes se ha sabido que Barclays participó activamente
desde hace varios años en la manipulación de la tasa Libor para los créditos
entre bancos. Esta sirve de referencia para muchas transacciones cuyo valor se
estima en 360 trillones de dólares (según la medida estadunidense) en
operaciones con derivados, préstamos, hipotecas y que se liga con otras tasas
como la Euribor.
En J. P. Morgan estalló el
riesgo en exceso que tomó su unidad de inversiones, provocando una pérdida de
5.8 billones de dólares a los que se pueden sumar otros 1.7 billones. Esto se
confronta con la Regla Volcker, que limita la actividad de inversión de los
fondos propios de los bancos por su posible efecto nocivo sobre la estabilidad
del sistema en su conjunto. El director del área de inversiones de Morgan
administra 350 billones de dólares, lo que equivale al PIB de países como
Suiza, Singapur, Ucrania o Perú.
Los bancos venden a sus
clientes productos sin la suficiente información y con altos riesgos, aunque
muy rentables para ellos. Así ocurrió en el caso de Novagalicia en España, que
ha pedido perdón por colocar participaciones preferentes que han perdido su
valor. HSBC está acusado de tener controles muy laxos para prevenir el lavado
de dinero asociado con el narcotráfico y las actividades terroristas. Así, la
reputación de los bancos es bastante mala aunque no todas sus operaciones sean
de este tipo.
Este es ya el cuarto año desde
que quebró Lehman Brothers y se desató en Estados Unidos y Europa la recesión
productiva, el desempleo y la extensa intervención de los gobiernos para
reordenar la economía.
Hasta ahora ni se ha
restaurado el crecimiento, ni absorbido el desempleo y, menos aún se ha ordenado
el sistema financiero. Lejos de ello, los bancos más grandes, con sus
diferentes brazos operativos, siguen en el centro de la crisis y generan mucha
inestabilidad e inequidad. La contraparte es la recesión y mayor deuda pública.
Se crea así una fuerte
discordancia en las políticas de los gobiernos, sobre todo en la asignación de
los recursos. El ajuste económico y las medidas para enfrentar la crisis chocan
con la operación del sistema financiero, concentrado en relativamente pocos
grandes bancos con un enorme poder.
La política va a la zaga en
este proceso. La creación de enormes cantidades de dinero por parte de la
Reserva Federal con tasas de interés de casi cero, no ha sido capaz de promover
la demanda y el gasto en inversión.
En Europa el camino ha sido
distinto, pero igualmente ineficaz. El ajuste del gasto pretende reducir el
alto nivel de la deuda pública, cuyo crecimiento se debe a la misma crisis
financiera. El círculo vicioso no se puede romper.
Las calificadoras de riesgo
castigan la deuda soberana y los inversionistas exigen altas tasas de interés
para comprar los bonos de los países más débiles. Mientras, otros como Alemania
y Francia colocan deuda a tasas reales negativas (por debajo de la inflación).
Esta disparidad no es sostenible por mucho tiempo.
Un aspecto clave de la crisis
tiene que ver con el modo de operación de los bancos. Durante largo periodo el
financiamiento de activos creó episodios especulativos cuyo fin acarrea costos
cada vez más altos. El caso de las hipotecas basura fue uno más en una serie de
eventos que desde mediados de la década de 1980 han provocado crecientes
tensiones en los mercados financieros y requerido rescates, acomodos de las
bolsas de valores, mantenimiento de políticas de bajas tasas de interés y ajustes
fiscales.
La amplia desregulación de las
transacciones ha creado un conjunto de instrumentos que facilitan la
especulación y el aumento de los riesgos, los que llegaron a ser de carácter
sistémico.
La expansión económica que se
creó llegó a su fin en 2008 y se requiere un balance concienzudo para apreciar
la naturaleza sus repercusiones frente a las condiciones de la crisis que
finalmente se provocó. Los costos de la crisis parece que serán más grandes que
los beneficios del largo proceso de crecimiento y estabilidad. Eso que se ha
llamado la era de la Gran Moderación en el desarrollo del capitalismo
en los países avanzados desde mediados de 1980, se acabó abruptamente.
En medio de este ciclo de auge
y crisis, los bancos han desempeñado un papel crucial. Las reglas cambiaron con
la revocación de la Ley Glass Steagall en 1999 y la separación de las funciones
de la banca de inversión y la banca comercial. Junto con las innovaciones
financieras y los cambios tecnológicos se alteró el papel de financiamiento y se
separó de forma creciente la relación con las actividades productivas. Se creyó
haber alcanzado una especie de nirvana, donde se podía pasar de dinero a más
dinero sin necesidad de distraerse en las creación de mercancías, de empleo e
ingresos para la gente. El ideal del dinero como expresión general del valor
parecía haberse consumado.
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