miércoles, 18 de julio de 2012

La economía alemana no es un ejemplo

Vicenç Navarro  17/07/2012

La canciller alemana Angela Merkel ha indicado que el supuesto éxito del modelo alemán se debe a las políticas de austeridad que el gobierno alemán realizó en la primera década de este siglo, políticas iniciadas por el gobierno de coalición socialdemócrata-verde, y continuadas por la coalición gobernante cristianodemócrata-socialdemócrata, y más tarde por la coalición cristianodemócrata-liberal. De ahí que la Sra. Angela Merkel y su gobierno estén presionando para que todos los países de la Eurozona hagan lo mismo.


El problema con esta postura es que ignora u oculta varios hechos esenciales. Uno es que su éxito como país exportador se debe a una situación de dominio sobre su propia clase trabajadora y sobre otros países que bien podría definirse como explotación. Puesto que este tipo de terminología raramente aparece en los medios, siento la necesidad de explicar el significado de tal término. A explota a B cuando A vive mejor a costa de B, que vive peor. A y B pueden ser clases sociales o países. Pues bien, comencemos por clases. El complejo exportador alemán ha basado su éxito (que ha repercutido en una explosión de sus beneficios) en parte en que ha evitado que la clase trabajadora alemana sea beneficiaria del incremento de su productividad. Como bien ha dicho Mark Weisbrot, el Estado y el mundo empresarial alemanes no han permitido un aumento de los salarios paralelo al crecimiento de su productividad. La mayoría de este crecimiento ha enriquecido las rentas del capital, y no las del trabajo. En realidad, estas últimas, como porcentaje de todas las rentas, han disminuido. Al capital le ha ido muy bien a costa de que al mundo del trabajo no le haya ido tan bien como podría o debería haberle ido.

Veamos ahora explotación de nación. Alemania es el centro de la Eurozona. Sus partners son los países de tal unidad monetaria cuya competitividad es menor que la alemana, lo cual favorece el crecimiento de las exportaciones alemanas a estos países. Pero el hecho de que todos utilicen la misma moneda explica que a los países con menor competitividad les es imposible ganar competitividad porque no se les permite la devaluación de la moneda (que conllevaría una reducción de costes de producción). Ello limita sus posibilidades de poder ser más competitivos. Y una de las pocas maneras posibles es bajando los salarios (como constantemente los autores neoliberales insisten), bajada que tiene que ser muy acentuada para alcanzar mayor competitividad como consecuencia que los salarios alemanes son más bajos de lo que podrían y deberían ser, asegurándose así diferencias de competitividad que favorecen únicamente a Alemania, a costa de los demás. Así es como ocurre no sólo la explotación de clase, sino también de nación. Es casi imposible que en esta situación los países periféricos puedan alcanzar el nivel de competitividad alemana.

Es más, los Estados de tales países también tienen sus manos atadas porque no tienen un Banco Central que imprima dinero y pueda proteger su deuda pública (como hace un Banco Central digno de su nombre) de la especulación de los mercados financieros. No pueden, por lo tanto, expandir su gasto y estimular la economía creándoseles un problema grave, pues sus economías están en recesión (camino de depresión en algunos países), disparándose el desempleo. Esta situación, enormemente desfavorable a los países periféricos, se mantiene debido al enorme dominio del establishment financiero alemán sobre el Banco Central Europeo (BCE, que es un lobby de la banca alemana) y de la Comisión Europea. Empeorando la situación, el BCE chantajea a los Estados periféricos imponiéndoles la austeridad y las reformas laborales que empeoran el desempleo.

Paradójicamente, sin embargo, en cuanto a las reformas laborales que el BCE impone, no sigue el modelo alemán. En realidad, el bajo desempleo alemán se debe, no a la facilidad que tengan los empresarios en despedir a los trabajadores (medida promovida por la Sra. Merkel, por la Comisión Europea, por el FMI, y por el BCE) sino a la cogestión existente en los centros de trabajo, que en su sistema de negociación colectiva impide la destrucción de puestos de trabajo, repartiendo el trabajo (las horas trabajadas) en su lugar. El BCE jamás ha presionado por esta medida de cogestión.

Una última observación. He indicado en otros textos que la percepción generalizada de que el Estado alemán es el que está ayudando a los países periféricos del euro no se corresponde con la realidad. Esta ocurriendo al revés. Hoy existe un gran flujo de capitales de estos últimos países a Alemania. Y la supuesta “ayuda” a la banca española es, como bien indica Peter Böfinger en una entrevista en Die Spiegel (Chatterjee, Pratap, Bailing Out Germany: The Story Behind The European Financial Crisis), “esta ayuda no es a estos países, sino a nuestros propios bancos, que tienen gran cantidad de la deuda privada en aquellos países”. Tal señor es consejero económico de la Sra. Merkel. Mientras, el Deutsche Bank y el Commerzbank, dos de los bancos alemanes más importantes y que consiguieron magníficos beneficios prestando dinero a la banca española, han tenido los mejores beneficios obtenidos en los últimos cinco años.


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