Marco Antonio Moreno /16/08/2012
A medida que la economía
europea se acerca a una
nueva recesión y que Estados Unidos se tambalea en el mismo
camino, la atención comienza a centrarse en China y en la esperanza de que el
gigante asiático contenga la debacle económica que se avecina. Los datos, sin
embargo, no son muy auspiciosos y en esta gráfica vemos que China ha encadenado
diez trimestres de descenso, deslizándose incluso por debajo del cinturón de
seguridad del 8,0 por ciento que en los últimos 20 años sólo ha visto ceder (y
por corto tiempo) tras la crisis asiática de 1997 y la que comenzó hace cinco
años.
China es la segunda economía
del planeta y su peso en la economía global resulta indiscutible dado que desde el origen de esta crisis financiera
ha representado el 35% de todo el crecimiento económico mundial. En este
mismo período las economías occidentales se han estancado o han tenido
crecimientos muy limitados. Europa y Estados Unidos van rumbo a un
estancamiento muy prolongado y los datos para Alemania y Francia amenazan con
ser más sombríos. Las
reminiscencias de la quiebra de Lehman se sienten con mucha fuerza y todo
indica que este otoño caliente puede
brindar más de una sorpresa.
Por eso que la desaceleración
china preocupa. Más aún cuando se asocia esta caída al derrumbe de las
exportaciones, producto de la caída del comercio global dada la profunda
debilidad de la demanda. China, en todo caso, no es un país que dependa exclusivamente de las exportaciones. El
gasto de inversión en maquinaria, edificios e infraestructura representó más de
la mitad del crecimiento del año pasado. Este hecho ha evitado al país una
caída violenta como la de 2008 y por eso se habla de un “aterrizaje suave” en
2012/2013. ¿Que tan suave será el aterrizaje y hasta qué punto China
resistirá?, es algo que nadie sabe. Pero si China se hunde, la recesión que
comienza a acariciar Europa se hará mucho más profunda y podrá convertirse en
una recesión global.
Los riesgos de un “aterrizaje
suave”
Los riesgos de este aterrizaje
suave ya han comenzado a provocar efectos en los países emergentes. Y tal como
la crisis asiática de 1997/1998 originó un cambio significativo en la
orientación político-económica de estos países (en lugar de producir bienes de
consumo para Europa y Estados Unidos pasaron a producir componentes para las
fábricas de China y Japón), estos países deberán vivir su propio proceso de
cambio. Todo indica que la globalización entrará en cuarentena y que el comercio global sufrirá una contracción
más significativa que los bloqueos oembargos.
A modo de ejemplo, Brasil y Australia han comenzado a verse
afectados por la caída de sus exportaciones a China. Australia sufre el
declive de sus exportaciones de carbón y Brasil vive el descenso de sus
exportaciones de mineral de hierro. El carbón es el elemento básico para la
producción de acero en China pero si las fábricas comienzan a cerrar se hace
menos necesario, al igual que el hierro. Las plantas acereras de China viven su
mayor declive y han visto caer su producción a los niveles más bajos producto
de la debilidad de la demanda externa. Sin duda que la caída en la demanda de
hierro y carbón será un duro golpe para las economías de Brasil y Australia.
La desaceleración del
crecimiento chino puede aumentar también las tensiones con Estados Unidos si el
país asiático se resiste a revaluar el yuan, como le exige Estados Unidos. La
caída de la demanda puede obligar a China a adoptar la política contraria y
devaluar su moneda para abaratar sus productos al resto del mundo. Esto dejaría
en muy mal pie a Estados Unidos que se esfuerza por mantener un dólar barato
para mantener con vida a sus fábricas. Si agregamos al euro en esta pugna por
abrirse a los mercados, tendremos el escenario perfecto para una guerra de divisas que
puede ser de alto calibre. Estas son sólo algunas de las posibles consecuencias
que podemos esperar del declive que comienza a vivir el gigante asiático.
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