Salvador López Arnal /6/8/2012
El 31 de julio el premio Nobel
de Economía de 2008 y profesor de Princeton publicaba en el diario matutino
global-imperial un artículo sobre el porvenir del euro. “El batacazo del
abejorro” era su título [1].
La semana pasada, señalaba PK,
el presidente del Banco Central Europeo, declaró que su institución “está
preparada para hacer lo que haga falta a fin de proteger el euro”. Los mercados
lo celebraron: los tipos de interés de los bonos españoles cayeron en picado y
las bolsas de todo el mundo subieron como la espuma (no fue exactamente así
pero es igual). Su pregunta: “Pero, ¿se salvará realmente el euro? Eso sigue
siendo muy cuestionable”. Su razonamiento:
La moneda única europea,
afirma el premio Nobel, es una construcción con fallos muy graves. Lo mismo que
ha señalado y señaló Pedro Montes e Izquierda Unida. ¡Qué cosas nos enseña la
vida! El mismo Draghi lo ha reconocido: “El euro es como un abejorro. Este es
un misterio de la naturaleza porque no debería volar, pero lo hace. Y el euro
era un abejorro que ha volado muy bien durante varios años”. Ahora, ha dejado
de volar. ¿Qué se puede hacer? La respuesta de Draghi: transformarlo del
abejorro en una abeja de verdad.
La traducción de PK de la
metáfora: “a largo plazo, el euro solo será viable si la Unión Europea se
convierte en algo mucho más parecido a un país unificado”. El ejemplo
comparativo mil veces repetido: “Fíjense, por ejemplo, en la comparación entre
España y Florida. Ambos tuvieron enormes burbujas inmobiliarias que fueron
seguidas de quiebras espectaculares. Pero España está en crisis de un modo en
el que no lo está Florida. ¿Por qué? Porque cuando la crisis los golpeó,
Florida pudo contar con Washington para seguir pagando la Seguridad Social y
Medicare, para garantizar la solvencia de sus bancos, para ofrecer ayuda de
emergencia a sus parados, etcétera. España no tenía una red de seguridad así y,
a largo plazo, eso tiene que arreglarse”.
La cuestión, este es el punto
o uno de los puntos, es que la creación de unos Estados Unidos de Europa es lenta,
si llegara a ocurrir (¿existe voluntad para ello?), “mientras que la crisis del
euro está teniendo lugar ahora”. Por tanto, pregunta de nuevo PK, ¿cómo puede
salvarse esta moneda dadas las circunstancias realmente existentes?
Su respuesta: ¿por qué pareció
funcionar el sistema del euro durante sus ocho primeros años? Porque los fallos
de la estructura, del diseño, “estaban ocultos por un periodo de auge económico
en el sur de Europa. La creación del euro convenció a los inversores de que era
seguro prestar dinero a países como Grecia y España, que antes se consideraban
un riesgo, por lo que el dinero fluyó hacia esos Estados (principalmente, por
cierto, para financiar los préstamos privados más que los públicos, con la
excepción de Grecia)”. Y, durante algún tiempo, añade PK, “todo el mundo fue
feliz”. Insisto: todo el mundo fuimos felices.
¿Todos felices? Sí, según PK:
“En el sur de Europa, las descomunales burbujas inmobiliarias hicieron crecer
el empleo en la construcción, aun cuando el sector industrial se volvía cada
vez menos competitivo. Mientras tanto, la economía alemana, que había estado
languideciendo, se reanimó gracias al rápido aumento de las exportaciones a
estos países del sur que contaban con burbujas especulativas”. Vuelvo sobre
esta (falsa y falsaria) felicidad generalizada.
Entonces, señala PK, “las
burbujas estallaron. Los empleos de la construcción se esfumaron y el paro
aumentó vertiginosamente en el sur; ahora está bastante por encima del 20%
tanto en España como en Grecia”. Al mismo tiempo, los ingresos se hundieron. En
su mayoría, matiza, “los grandes déficit presupuestarios son una consecuencia,
no una causa, de la crisis. Sin embargo, los inversores se dieron a la fuga e
hicieron subir los costes del préstamo”. En un intento, remacha, “por calmar
los mercados financieros, los países afectados impusieron duras medidas de
austeridad que agravaron sus crisis. Y el euro en su conjunto parece
peligrosamente débil”.
¿Qué podría revertir esta
delicada situación? Su respuesta, clara como el agua clara en su opinión: “los
responsables políticos tendrían que: (a) hacer algo para reducir los costes del
préstamo en Europa y (b) ofrecer a los deudores europeos el mismo tipo de
oportunidad de escapar a sus problemas mediante la exportación que tuvo
Alemania durante los años de la bonanza; es decir, generar un auge económico en
Alemania que imite el del sur de Europa entre 1999 y 2007”. Y sí, señala
abiertamente, eso conllevaría una subida temporal de la inflación alemana. El
problema, PK no tiene un pelo de tonto, “es que los responsables políticos
europeos parecen reticentes a hacer (a) y absolutamente reacios a hacer (b)”.
Recuerda además que con sus
comentarios, Draghi lanzó la idea de hacer “que el banco central compre grandes
cantidades de bonos del sur de Europa para reducir los costes que conlleva la
adquisición de préstamos”. Pero, durante los dos días siguientes “los
funcionarios alemanes echaron un jarro de agua fría sobre esa idea”. Las
compras de bonos, por lo demás, son la parte fácil. En opinión de PK, “el euro
no puede salvarse a menos que Alemania también esté dispuesta a aceptar una
inflación considerablemente más alta durante los próximos años”. No hay
indicios de ello. “En lugar de eso, siguen insistiendo, a pesar de los sucesivos
fracasos… en que todo irá bien si los deudores simplemente se atienen a sus
programas de austeridad”.
Conclusión de PK: ¿podrían
salvar el euro? “Sí, probablemente. ¿Deberían salvarlo? Sí, aun cuando ahora su
creación parezca un tremendo error. Porque un fracaso del euro no solo causaría
problemas económicos; sería un golpe descomunal para el proyecto europeo en
general, que ha traído la paz y la democracia a un continente con una historia
trágica. Pero, ¿lo salvarán realmente? A pesar de las muestras de determinación
de Draghi, esto es, como he dicho, muy cuestionable”.
Dejando aparte este escenario
idílico de democracia y paz que describe, absolutamente inexistente si pensamos
esas nociones políticas como hay que pensarlas, el punto al que quiero referirme
es el de la felicidad de la que hablaba anteriormente el Premio Nobel
usamericano:
¿Todo el mundo estaba feliz en
aquellos años? ¿Quiénes formaban parte de este todo? ¿Los trabajadores y
trabajadoras precarizados? ¿Los que cobraban menos de mil euros en España por
ejemplo? ¿Los que se hipotecaban por 200 mil euros con deudas a pagar en más de
35 años? ¿Los que no tenían contratos legales? ¿Los que cobraban, ya antes de
la crisis, la hora a 8 euros? ¿Los que trabajaban más de 50 horas por semana?
¿Los que eran tratados despóticamente en fábricas y empresas? ¿Los que eran
perseguidos por posiciones sindicales? ¿Los que sufrían una y otra
reconversión? ¿Los que trabajaban en la construcción en condiciones
inenarrables? ¿Los que hincaban su lomo en contratas de subcontratas de
subcontratas de otras subcontratas? ¿Las mujeres españolas que no se atrevían
–ni se atreven- a quedarse embarazadas? ¿De quien habla realmente PK cuando
habla de gente feliz?
De los de siempre. Vale, de
los de siempre, no de los trabajadores.
Y eso que no hemos hablado de
los desempleados de entonces (en España en torno al 8% en el “mejor” año –2007-
de nuestra historia reciente), de las desigualdades sociales de escándalo y de
la pobreza extendida en algunas capas sociales de reciente llegada a nuestra
país, por no hablar de la explotación a la que fueron sometidos. Y claro está:
de los sectores más débiles: muchas mujeres, niños y niñas de familias pobres y
jubilados con poco margen.
No hubo ninguna Arcadia antes
de la crisis. España no iba bien. Era cuento de chulos y aprovechados. No hay
Itacas en el capitalismo: cuando hay crisis o sin ellas, cuando las burbujas
fraudulentas nos engañan y explotan con el tiempo.
De hecho, el capitalismo
siempre está en crisis para amplios sectores sociales. El capitalismo nunca es
un humanismo generalizado.
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