José A. Tapia /26/02/2013
Dice Alejandro Nadal [1] en SinPermiso que las fuerzas del capital
financiero harán muy difícil frenar el cambio climático. Para Nadal el sistema
financiero "es un potente obstáculo para prevenir una catástrofe derivada
del calentamiento global"; en ese sistema "anidan fuerzas que se
opondrán con todo a un acuerdo que evite el peligro del cambio climático
catastrófico."
Nadal justifica su idea en el hecho de que las reservas de combustibles fósiles están en gran parte bajo el control de empresas que cotizan en bolsa y, por lo tanto, un compromiso firme de reducir sustancialmente el ritmo al que se consumen esas reservas reduciría enormemente el valor bursátil de esas corporaciones. "Desde el punto de vista contable a nadie le importa un pepino si la utilización de esas reservas es suficiente para sobrepasar el peligroso umbral de los dos grados centígrados. El cambio climático no es un concepto contable."
Nadal justifica su idea en el hecho de que las reservas de combustibles fósiles están en gran parte bajo el control de empresas que cotizan en bolsa y, por lo tanto, un compromiso firme de reducir sustancialmente el ritmo al que se consumen esas reservas reduciría enormemente el valor bursátil de esas corporaciones. "Desde el punto de vista contable a nadie le importa un pepino si la utilización de esas reservas es suficiente para sobrepasar el peligroso umbral de los dos grados centígrados. El cambio climático no es un concepto contable."
Según Nadal, se trata de un conflicto de
dimensiones históricas entre la comunidad científica, que advierte que es
necesario no quemar las reservas de combustibles fósiles, y las empresas e
inversionistas que tienen interés en realizar sus activos, extrayendo y usando
esas reservas.
Tal como he mostrado junto con Ed Ionides y Oscar
Carpintero en una publicación
reciente (Climate change and the world economy: Short-run determinants of
atmospheric CO 2 , Environmental Science &
Policy Vol. 21, pp. 50-62, 2012), no solo las emisiones
mundiales de CO 2 , sino también las concentraciones
atmosféricas de dicho gas son procíclicas respecto de la economía mundial. En
la jerga macroeconómica que una variable es procíclica significa que tiende a
aumentar en las épocas de expansión de la economía y a disminuir (o aumentar
menos rápido) en las de recesión. O sea, que las emisiones mundiales y las
concentraciones atmosféricas de CO 2 son procíclicas significa
que aumentan tanto más rápido cuanto “más próspera” es la economía mundial. Los
únicos "éxitos" de la humanidad en la lucha por impedir el desastre
climático en los últimos cuarenta años han sido precisamente lo que la gran
mayoría de los economistas consideran grandes desastres de la economía mundial,
a saber, las crisis más o menos generalizadas de mediados de los setenta, comienzos
de los ochenta, comienzos y finales de los noventa y la Gran Recesión de
2007-2009. En cada una de esas épocas en las que el ritmo de crecimiento del
producto bruto mundial se redujo sustancialmente, también se redujeron
sustancialmente las emisiones de CO 2 y el ritmo de aumento del
CO 2 atmosférico.
Nadal tiene toda la razón en lo que dice sobre las
reservas de combustibles fósiles. En el interés de quienes hoy son propietarios
de esas reservas está generar ganancias mediante su extracción y venta. El ritmo
al que se extraigan esas reservas podrá depender en cierta medida de los
cambios de precio esperados, ya que si la expectativa es de precios muy altos
en el futuro, los propietarios actuales pueden diferir la extracción y venta de
esas reservas. Pero por otra parte, en las décadas recientes los precios de los
combustibles fósiles han ido aumentando y, por ejemplo, según el Instituto
Internacional de la Energía ya hemos llegado al pico de producción de petróleo,
por lo que, salvo oscilaciones temporales dependientes del juego del cambio de
la demanda, lo más probable es que el precio de los precios de la energía siga
aumentando y ello será un acicate muy grande para que se sigan extrayendo
reservas y poniéndolas en el mercado.
En lo que hay que discrepar de Alejandro Nadal es
en la idea de que todo esto tiene que ver con el capital financiero. Porque, en
realidad, un consumo creciente de energía no solo es una necesidad de las
empresas que cotizan en bolsa o que comercializan esos combustibles fósiles, sino,
básicamente, de todas las empresas y de todo el capital. La industria
automovilística, de la que depende una gran proporción de la industria mundial,
está directamente interesada en evitar cualquier reducción significativa del
consumo de combustibles fósiles, por ejemplo mediante un impuesto a la
producción que implique emisiones, ya que esa reducción también significaría
una caída de sus ventas y de sus beneficios. Por razones similares, todo el
sector de servicios vinculado con el turismo se opondrá con uñas y dientes a
cualquier medida efectiva para recortar las emisiones. La agroindustria, que
hoy depende de un uso sustancial de energía en forma de mecanización e insumos
químicos, se opondrá a medidas que reduzcan las emisiones de CO 2 porque esas medidas
aumentarán el costo de esos insumos y reducirán sus beneficios. Salvo
excepciones aisladas de empresas implicadas en la comercialización de energías
alternativas (paneles solares, molinos generadores de energía eólica, etc.),
las empresas en general de todos los sectores necesitan energía barata
como insumo de su producción y como elemento básico de un transporte que
permita extender su mercado a ámbitos cada vez mayores.
Es posible considerar al sistema financiero mundial
como una representación del capital mundial en su conjunto, en la medida que
ese capital es relativamente móvil y circula de unos sectores o países a otros,
en búsqueda de rentabilidades mayores. Pero aplicar el término “capital
financiero” a todo el capital en vez de reservarlo para las empresas que se
centran en el mundo de las finanzas (bancos, compañías de seguros, fondos de
inversión), parece un uso excesivo. En ese sentido no se puede estar de acuerdo
con Nadal en que el capital financiero es un obstáculo principal para prevenir
la catástrofe del calentamiento global. Es el capital en su conjunto el que
representa "fuerzas que se opondrán con todo a un acuerdo que evite el
peligro del cambio climático catastrófico". Por desgracia (¿o será por
suerte?), luchar hoy contra el cambio climático parece muy difícil sin luchar a
la vez contra el capital en su conjunto. O dicho de otra manera, evitar el
desastre climático no parece posible sin ir más allá del capitalismo. Los
intentos de hacerlo, como el interesante impuesto al carbono propuesto por
James Hansen, caen en oídos que más que sordos, están ensordecidos por el ánimo
de lucro. Y eso es cosa del capital, no del capital financiero solamente.
José A. Tapia es investigador y docente en la
Universidad de Michigan, Ann Arbor. Es autor junto con Rolando Astarita de La Gran Recesión y el
capitalismo del siglo XXI (Madrid, Libros de la
Catarata, 2011). Próximamente aparecerá en Maia su edición de Crisis y teoría de la
crisis: Un ensayo sobre Marx y la “ciencia económica” , de Paul Mattick.
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