Trabajadores del salitre en iquique, 1907. había chilenos, peruanos y bolivianos
Contra los discursos nacionalistas a ambos lados de la frontera, una historia "desde abajo" de amistad y lucha conjunta entre trabajadores.
Jorge Frisancho /26/01/2014
Cuentan en Chile que el general Roberto Silva Renard, un veterano de la Guerra del Pacífico encargado en 1907 de sofocar con sus tropas la huelga de los obreros del salitre en Iquique, dio a estos últimos una orden: que se retiren de la zona de enfrentamiento los trabajadores peruanos y bolivianos, pues se trataba de un conflicto “entre chilenos”.
Cuentan también que los obreros, guarecidos en la escuela de Santa María en aquella ciudad, respondieron con una negativa. Según se dice, un trabajador peruano confrontó a los emisarios del militar con estas palabras: “Nos quedamos. Con los chilenos vinimos y con los chilenos vamos a morir”.
Y así fue: el 21 de diciembre de 1907, las tropas comandadas por Silva Renard avanzaron sobre las desguarnecidas posiciones de los huelguistas y abrieron fuego. Esta matanza, un hito en la historia del sindicalismo latinoamericano, se conoce como la Masacre de Santa María de Iquique y dejó un saldo final que se calcula en hasta 3,500 muertos.
El relato quizás sea apócrifo, pero los hechos no lo son. Numerosos peruanos y bolivianos, trabajadores del salitre, murieron en Iquique esa tarde junto a sus compañeros chilenos, tras haber participado en las protestas y la larga huelga en pos de mejores condiciones de trabajo.
Y, apócrifa o no, la idea que esta versión expresa si apela a una verdad más profunda. Y es esta: a apenas 25 años del fin de la sangrienta guerra, en el transcurso de tan solo una generación, los vínculos de solidaridad entre los obreros salitreros de la región eran más fuertes que sus disputas. A pesar de haber sido en ambos países (y en Bolivia también) la carne de cañón de los ejércitos enfrentados, los trabajadores peruanos y chilenos se veían a sí mismos como combatientes en una misma lucha, no como enemigos. Sus enemigos eran otros.
Una historia aún por escribirse
“Esta es una historia más larga que todavía está por escribirse”, dice el especialista chileno Eduardo Godoy Sepúlveda, profesor en la Universidad de Santiago de Chile (USACH) y un experto en la historia del movimiento sindical en su país. En Santa María de Iquique “hubo confraternidad entre las personas de nacionalidad peruana y las de nacionalidad chilena. Más que conflicto hubo unión ante la explotación salitrera y la explotación imperialista inglesa”.
Godoy ha estudiado este caso en particular en un ensayo que se incluye en Las historias que nos unen. Episodios positivos en las relaciones peruano-chilenas, siglos XIX y XX, editado por el sociólogoSergio Gabriel Miranda (Chile) y el historiador Daniel Parodi (Perú) y publicado por la Universidad Arturo Prat, en Iquique (se prepara una edición peruana).
Pero el ejemplo de unidad que con tanto dramatismo se aprecia en Santa María de Iquique no es el único. Por ejemplo, es conocida la influencia del peruano Mario Centore en el movimiento anarcosindicalista de Chile, como lo es la de Eulogio Otazú. Ambos, Centore y Otazú, son figuras de mucha importancia en la historia del sindicalismo peruano, aunque no sean nombres que uno escucha a diario en nuestros relatos históricos.
“Mario Centore publicó algunos folletos en Chile y fue muy activo en el tema de la propaganda anarquista y la concientización política y social de los obreros chilenos”, dice Godoy. “Eulogio Otazú, que era dirigente de la Federación Obrera Regional Peruana, es uno de los que incentiva y participa en la fundación de la primera FORCH, la Federación Obrera Regional Chilena, en 1913, en el contexto de la huelga de ferroviarios de Valparaíso”.
En 1913, precisamente -un año de fuertes luchas y protestas sindicales en ambos países- se inicia un proyecto de confraternidad mutualista entre trabajadores chilenos y peruanos, en parte impulsado desde los respectivos estados. La idea era promover la formación de sociedad de ayuda mutua, y dirigentes sureños visitaron Lima para observar y estudiar las actividades de sus contrapartes peruanos. En efecto, es en ese contexto que Otazú viajó a Chile, generando -recuerda Godoy- un cierto desmayo entre los funcionarios del gobierno chileno, alarmados por la radicalización del movimiento.
“Al final, Eulogio Otazú fue secuestrado ilegalmente por la armada chilena y traído de regreso al Callao. Y de hecho el movimiento ahí cobró aún mayores bríos, porque los obreros chilenos se organizaron en protesta para pedir la libertad de su compañero peruano”, dice el historiador.
Para Godoy, estos y otros ejemplos permiten afirmar que existía una comunicación fluida y una marcada voluntad de cooperación entre los movimientos sindicales peruano y chileno, Más aún, dice, se trató de una red más amplia, que incluía a trabajadores y organizaciones de Argentina y Bolivia, y que puede verificarse en sus publicaciones, como La Protesta en Lima y La Batalla en Santiago.
El nacionalismo de los poderosos
"Una cosa es la historia oficial, la del estado, y otra es la de los movimientos sociales, populares y del movimiento obrero”, dice Godoy. “A ratos estas historias se entrecruzan y a ratos no. Y yo creo que efectivamente desde las clases dominantes se ha ido construyendo una imagen distorsionada del conflicto entre Perú y Chile”.
El historiador nota que tanto el grueso de los ejércitos que participaron en la guerra de 1879 estuvo compuesto por reclutas forzados, personas de extracción indígena en su mayoría cuya afiliación nacional es cuestionable. Estaban muy poco identificados con las relativamente jóvenes banderas nacionales y mucho más con sus comunidades locales. Y no querían ir a pelear.
“Es frente a eso, que son los hechos reales, que se empieza a construir la otra historia”, dice Godoy. “En el caso chileno se construye la historia del “roto” que entrega su sangre por la patria, que defiende el territorio nacional, perio en realidad es un mito levantado para ocultar la realidad del “roto” que no quiere ir a pelear porque los intereses en disputa no son los suyos”.
Es en realidad a partir de los conflictos sociales ejemplificados por la matanza de la escuela de Santa María de Iquique, en 1907, que se inicia lo que el analista Sergio González ha llamado la “chilenización forzada” en su país, un proceso que involucró la extensión de la escolaridad obligatoria y también la formación de organizaciones civiles como las “ligas patrióticas” que proliferaron entonces en Chile, en especial en el norte del país, en los territorios ganados después de la guerra.
El proceso de nacionalización se dio con particular fuerza en las regiones del norte y del sur de Chile, donde las poblaciones -ya sea por su origen indígena originario o por su origen peruano y boliviano- no se correspondían con la idea de “lo chileno” promovida desde el estado y desde los centros de poder, una idea fundada en la cultura y las tradiciones del valle central del país. "Era necesario normalizar y disciplinar esas poblaciones andinas que son muy variadas, y en el sur con lo que se llamó la 'pacificación' de la Araucania", dice Godoy.
“Esos discursos nacionalistas son los discursos de las clases dominantes, no necesariamente los discursos de las clases populares”, observa también. “Porque cuando uno lee prensa obrera, en el caso chileno específicamente socialista y anarquista, existe el tema del internacionalismo ya por razones ideológicas. El explotador da lo mismo si es chileno, inglés o peruano. La dicotomía es en función de la lucha de clases. Y precisamente el tema de la distinción entre naciones es promovido desde las clases dominantes. Es un discurso malintencionado construido por la historiografía conservadora de principios del siglo XX”.
La historia cambia
El historiador chileno asegura que la hegemonía de los discursos nacionalistas generados en su país a partir de estos procesos, posteriores a la guerra y centrales, dice, a la identidad nacional de la nación sureña, está siendo minada por las nuevas realidades. Godoy cita entre ellas las sucesivas reformas curriculares, aún inconclusas, que ha vivido la escuela primaria y secundaria en Chile desde el retorno del país a la democracia. Hoy, cuenta, las mallas curriculares y los programas de estudio no enfatizan versiones unívocas y rígidas de la historia nacional, sino que se enfocan en la naturaleza conflictiva de los eventos y buscan promover una mirada más crítica y más abarcadora.
Y al mismo tiempo, la creciente importancia de la migración peruana a Chile, especialmente en los últimos 15 años, ha contribuido a transformar las percepciones que del Perú se tenían hasta no hace mucho.
“Hace apenas unos años existía una visión muy negativa con respecto al inmigrante peruano”, recuerda Godoy. Hoy en día me da la impresión de que esa visión ha cambiado. Y ha cambiado también precisamente por el tema de que muchos de los inmigrantes peruanos en Chile se han ido posicionando. Y eso ha enriquecido Chile”.
En este contexto, la coyuntura particular del fallo de La Haya podría tener un efecto contraproducente, al menos en el mediano plazo. “Hay un punto de inflexión, en el caso chileno a nivel de la vida cotidiana las relaciones con Perú se han ido construyendo, nutriendo, sincretizando, y en realidad el Fallo viene a ser un elemento negativo”, pues alienta una resurgencia de voces nacionalistas.
A nivel de estado y de políticas bilaterales, sin embargo, esta es una oportunidad para que Perú y Chile regularicen su situación y pasen a ser lo que en realidad ya son. Es decir, vecinos normales, sin puntos limítrofes en disputa y capaces de mirarse el uno al otro sin los recelos históricos que hasta ahora los han caracterizado.
“En todo caso”, dice por último Godoy, “este tipo de discusiones beneficia a ciertos grupos sociales o al capital extranjero, pero para la gente que tiene que trabajar, que tiene que vender su fuerza de trabajo, esta discusión no debería ser mayor problema”.
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